—Bah, no te preocupes. Me alegro de que no tuviera un arma.
—Es que últimamente no es el de siempre —expliqué—. No sé qué le pasa.
—Yo sí. Katie tiene razón. Está celoso, y es comprensible, porque te quiere y sabe que yo también te quiero.
El corazón me dio un brinco e hizo un triple mortal. Me quedé sin aliento, mareada, en éxtasis. Es una costumbre de Jos: de pronto me dice algo que me corta la respiración. Con Peter nunca pasaba, pensé, pero es que Peter no es muy romántico. Aunque ahora comenzaba a preguntarme si sería romántico con Andie. Tal vez… Pero alejé esos pensamientos, porque sabía que estaba superando el bache. Lily tenía razón al decirme que iba a salir adelante.
Nos dirigíamos hacia Sussex y yo me sentía como en un sueño. Mientras circulábamos entre el tráfico me sorprendí mirando su hermoso perfil. Él se volvió hacia mí y me cogió la mano. A mí no me hubiera importado no llegar nunca a Glyndebourne. Simplemente estar allí en el coche con él era maravilloso.
Pronto dejamos atrás las contaminadas arterias del sureste de Londres y nos encontramos en los estrechos caminos de Sussex. El paisaje era verde como una ensalada. Los perifollos estaban altos en los setos y los árboles se vestían de color lima pálido. Los enormes castaños ondeaban sus flores rosadas y blancas en la ligera brisa veraniega. Pasamos bajo un traslúcido túnel de hayas y de pronto nos encontramos en una caravana de Bentleys, Mercedes y Rolls.
—Bienvenida a Glyndebourne —dijo Jos.
Enfilamos un largo camino flanqueado de árboles y aparcamos. Al bajar del coche miré a mi alrededor. Era como estar en una película. Hombres de esmoquin, con faja y todo, que parecían relucientes cuervos, y mujeres orgullosas en sus vestidos de alta costura o envueltas en sedas, caminando con elegancia por el césped. A lo lejos las ovejas blancas moteaban los campos.
—Lo que vamos a hacer es buscar un buen sitio para el picnic, tomar unas copas y luego cenar durante el intervalo, a las seis y media —propuso Jos.
Así que cogimos la cesta y la manta y echamos a andar por el jardín. Pasamos junto a los parterres de rosas y el estanque de lirios y me quedé sin aliento al ver la hermosa casa isabelina, con sus ventanas enmarcadas por la glicinia. El ladrillo rojo relucía broncíneo bajo el sol de la tarde. Las ovejas pastaban con total indiferencia. Por fin extendimos la manta junto al muro hundido.
—Esto es una cerca hundida —explicó Jos, abriendo una botella de Krug—. Su propósito es proteger a las ovejas de los asistentes a la ópera.
—Ya.
—Lo siento, pero el Krug no es gran reserva. Yo solo tomo gran reserva en ocasiones muy, muy especiales.
Yo sonreí. Aquello era bastante especial para mí.
—¿Qué tiempo vamos a tener? —preguntó. Yo miré el cielo.
—Buen tiempo —contesté encantada—. Con largos intervalos soleados.
Estuvimos allí bebiendo champán y tomando canapés de salmón ahumado, hasta que oímos un timbre a lo lejos.
—Esto es otro mundo —susurré mientras caminábamos de la mano hacia la casa.
—Desde luego.
—… no, estoy con Rothschilds.
—¿… irás a Ascot este año?
—… los dos pequeños están en Radley.
—… sí, sí, Mozart es soberbio.
Cuando la orquesta terminó de afinar, las luces se redujeron y del público surgió un susurro reverencial.
Me encanta esto, pensé mientras se alzaba el telón. Jos me había cogido la mano con las dos suyas y notaba cómo su cuerpo se movía suavemente con cada respiración. La ópera era en italiano, pero yo había leído la sinopsis en el Kobbé de Peter. Me parecía una historia bastante tonta, llena de trucos y engaños. Dos hombres disfrazados cortejan mutuamente a sus novias para probar su fidelidad, y todo para ganar una apuesta con su cínico amigo, don Alfonso. La verdad es que era una cosa del todo increíble, porque las dos chicas son incapaces de reconocer a sus propios novios, con los que han hablado solo cinco minutos antes, ¡y todo porque vienen disfrazados de albaneses! El caso es que las mujeres se resisten fielmente a sus proposiciones, pero entonces los hombres recurren a trucos bajos. Fingen que han tomado veneno y que solo se salvarán de morir si las mujeres se entregan. Al final ellas ceden. Pero es de lo más injusto, porque los hombres las han engañado para que sean infieles y encima tienen la cara dura de enfadarse con ellas. Para mí el personaje más interesante era Despina, la criada de las mujeres. Es una persona bastante turbia, porque aunque parece amable y leal, en realidad no lo es. La verdad es que lo manipula todo desde fuera. «¿Cómo puede hacerles eso a las chicas? —pensé—. ¿Cuál será su motivo oculto?». Así que, para ser sincera, la ópera me pareció más inquietante que graciosa. Aunque luego decidí que en realidad el guión no importaba, porque la música era sublime. Por fin bajó el telón en el intervalo con una lluvia de aplausos, y todos volvimos a salir al jardín.
—… mejor que Birthwhistle, ¿eh?
—… bueno, a mí me gusta la ópera moderna siempre que no se pase.
—¿…no es ese el duque de Norfolk?
—… este año iremos otra vez a Cap Ferrat.
—… el servicio es deplorable. ¡Deplorable!
—… no, yo estoy con Merril Lynch.
—¿Josías?
El se frenó en seco. Una mujer muy atractiva, de unos veinticinco años, se le había parado justo delante.
—¡Cuánto tiempo! —exclamó con una curiosa expresión de desafío.
—Sí —contestó él y, aunque sonrió cortésmente, no pareció nada contento.
—¿Cómo estás? —preguntó la chica, cerrándose la estola de terciopelo en torno a sus esbeltos hombros.
—Bien, bien. ¿Y tú?
—Yo estupendamente. Trabajando en Opera North.
—Ah, qué bien. —Yo creí que Jos nos presentaría, pero no lo hizo—. Bueno, me alegro de haberte visto, pero no quisiera interrumpir tu picnic. —Con estas palabras Jos me cogió del brazo y echó a andar.
Al salir al césped la chica nos gritó:
—Me han dicho que estás colaborando en una producción muy interesante.
Jos se volvió hacia ella. Yo noté un pequeño espasmo muscular en la comisura de su boca.
—Sí, es verdad. Bueno, me alegro de verte, Debbie. Adiós.
Volvimos a donde habíamos dejado la manta y tomamos una copa de champán. No sé por qué, pero después de aquel encuentro el Krug ya no sabía tan bien.
—Jos —comencé, mientras sacaba los platos de la cesta—, ya sé que no es asunto mío, ¿pero quién era esa chica? Parecía un poco… hostil.
—Es verdad. —Jos suspiró irritado y se quedó callado un momento. Era evidente que no quería hablar del tema, y tal vez había sido un error preguntarle.
—Lo siento —dije—. No quería ser indiscreta.
—No, no pasa nada —contestó con otro suspiro—. No me importa contártelo. Es una joven diseñadora —explicó mientras yo le pasaba un trozo de pollo ahumado—. Una vez le di trabajo. Se trataba de pintar una escenografía. Pero el caso es que es muy ambiciosa. Cuando se enteró de que iba a hacer
Madame Butterfly
en el Opera House me escribió diciendo que quería ser mi ayudante. Pero yo no creo que dé la talla, así que le dije que ya tenía ocupado el puesto y no le di más vueltas. Es evidente que no me ha perdonado.
—No importa, cariño. —Le pasé una servilleta de papel.
Su explicación era un alivio, porque empiezo a sentirme bastante posesiva con Jos y me preocupaba que la chica fuera una ex. Pero no habían tenido más que una relación profesional.
—Mi trabajo es bastante peliagudo, Faith. Me gusta ayudar a los jóvenes talentos, pero no estoy dispuesto a dar trabajo a nadie a menos que sea un primera clase.
—Lo entiendo —respondí, pasándole la ensalada de patata—. Vamos a olvidarlo, ¿quieres?
Y aunque no volvimos a mencionar el tema, una ligera sombra cayó sobre nosotros. Durante el segundo acto miré un par de veces a Jos y me pareció que todavía estaba un poco tenso. Pero por fin me concentré en la ópera y me quedé sorprendidísima con el final. En la sinopsis se sugería que había un final feliz en el que los hombres perdonan a sus prometidas por ceder a las proposiciones de los albaneses y que la cosa acaba en boda. Pero no fue así en absoluto. Cuando las mujeres descubren el engaño se ponen furiosas. Les tiran a la cara los anillos de compromiso y salen del escenario llorando.
—Así que no era un final feliz —comenté mientras volvíamos al coche.
—No. Supongo que han dejado entrometerse a la vida real. —Parecía bastante alicaído.
—¿Todavía estás pensando en esa chica? —pregunté con suavidad. Intenté leer su expresión, pero las luces teñían su cara de gris y ámbar—. Espero que no estés preocupado.
—Un poco. Puede que intente buscarme problemas.
—¡Claro que no! Además, ¿cómo iba a poder? Tienes una reputación. Eres un gran diseñador, Jos, y todo el mundo lo sabe. —Él se volvió hacia mí en la penumbra y sonrió agradecido—. La gente siempre tiene envidia de las personas con talento, como tú. Siempre querrán cortarte las alas.
Al llegar a casa nos encontramos a Lily dormida con un vídeo de Friends, con Jennifer Aniston roncando junto a su pecho.
—La bella y la bestia —comentó Jos con una sonrisa—. Ha sido un detalle que se ofreciera para hacer de niñera.
—Sí. Siento que no puedas quedarte —dije, echando un vistazo a Graham, que estaba tumbado en el escalón.
—Ya sé que no puedo quedarme. En primer lugar porque Graham no me dejaría subir, y en segundo lugar porque tienes que levantarte dentro de tres horas y media para ir a trabajar. —Me dió un beso y un abrazo—. Pobrecita. Mañana vas a estar agotada.
—¡Pero contenta!
—Te veré en la tele —aseguró. Me besó de nuevo y se marchó.
Lily se había despertado y estaba recogiendo sus cosas bostezando. Le di las gracias y me despedí.
Los niños se habían acostado hacía horas, pero me sorprendió ver luz por debajo de la puerta de Matt.
—¡Matt! —exclamé con voz queda. Estaba sentado a su mesa en pijama—. ¡Te vas a quedar ciego con tanto ordenador!
—¿Qué? —Me miró pestañeando un instante y se volvió hacia la pantalla.
—¿Qué haces? Es la una menos cuarto. Solo tienes doce años, jovencito. —Me asomé a mirar por encima de su hombro mientras él tecleaba.
—No es nada. Es una sala de chat.
—¿Chat? No me gusta que te metas en ningún chat. Puedes encontrar todo tipo de pervertidos.
—No; es un chat especial.
—¿De qué habláis?
—Bueno, sobre todo de noticias internacionales. China, Taiwán, la Opec, la futura dirección de la industria británica, esas cosas…
—Ya. Bueno, todo eso me parece muy bien, pero quiero que lo dejes ahora mismo. —Me enderecé y me fijé en las paredes. Las estanterías estaban vacías—. ¿Dónde están todos tus juegos de ordenador?
—Ah. Esto… ya no los tengo —contestó, apagando la pantalla.
—¿Cómo, ninguno? Pero si tenías casi cien.
—Ya. Es que… me aburrían.
—¿Incluso el de
Venganza Zombi
y
Chu-chu Rocket
?
—Sí, mamá, estaba harto. He jugado con ellos millones de veces.
—Ya. ¿Y qué has hecho? ¿Los has regalado?
—Sí. Sí, eso es.
—¿A alguna tienda de caridad?
—Sí, eso.
—Ah. Pues eran muy caros, hijo. Nos costaron mucho dinero. ¿Y tú los has regalado sin más?
—Sí.
—Pues no me hace mucha gracia. Podrías haberlos vendido en alguna tienda de segunda mano. Te habrían dado bastante. —Matt se encogió de hombros—. Sí, cariño, te lo podías haber pensado un poco.
Pero no pude enfadarme demasiado. Había pasado una velada maravillosa. Las cosas iban bien, y en todo caso Matt había tenido buena intención.
—Bueno, la verdad es que has sido muy generoso, porque los juegos valían bastante.
—Sí, lo sé.
Le di un beso de buenas noches, apagué la lámpara de la mesilla y me volví para marcharme.
—Mamá —me llamó desde la oscuridad.
—Dime.
—¿Te ha gustado la ópera?
—Sí, gracias, cariño. Me ha gustado mucho. Aunque la historia era un poco rara.
—¿Y te gusta Jos, mamá?
—¿Que si me gusta Jos? Pues sí. ¿Y a ti?
Se produjo un momento de silencio.
—No lo sé —susurró por fin—. Supongo. Parece… muy simpático.
Matt tiene razón. Jos es encantador, realmente encantador, en una época en que el encanto es muy poco común. Es atractivo, simpático y sabe conversar de maravilla. Siempre tiene algún comentario ingenioso. Es una de esas personas con las que da gusto estar, porque te hacen sentir bien. Por eso parece atraer a gente como la miel a las moscas. A mí me parece increíble la suerte que he tenido al conocerle, porque antes estaba hecha un desastre. Solo tengo que leer el
Moi!
para darme cuenta. Este mes viene con el suplemento de
Bandido
, sobre la infidelidad, con la entrevista que me hizo Lily. Nuestros nombres están cambiados por los de Fiona y Rick, para que nadie nos reconozca. Para mí era como leer acerca de otras personas, porque, ahora que estoy con Jos, casi me cuesta recordar lo angustiada que estaba.
«Empecé a sospechar de mi marido… Me sentía fatal… registraba sus cosas… fue un alivio que el detective no encontrara nada… y luego fue un golpe terrible cuando Rick confesó… ¿Qué voy a hacer ahora?… Siento que toda mi vida está destrozada».
Eso fue hace solo tres meses, pero ahora mi vida ha cambiado, porque Jos me ha sanado. Sí, ha hecho honor a su nombre. Y solo con unos diestros toques de su pincel mágico, el cielo nublado se ha vuelto azul.
A mis hijos les cae bien, lo cual es un alivio. Vamos, realmente es algo muy, pero que muy gordo presentar a tus hijos a tu novio. Pero ellos se lo han tomado muy bien. El único que está bastante molesto es Graham. Pero es comprensible, porque Graham no es más que un perro y no puede racionalizar lo que está pasando. Por supuesto no le gusta nada que cierre de vez en cuando la puerta de mi habitación. Jos se queda en casa a veces, aunque nunca los fines de semana, porque es cuando están los niños. Y a él no le importa que suene el despertador a las tres y media. Se vuelve a dormir y en paz. Luego se marcha tranquilamente a eso de las ocho y media para ir a trabajar. De modo que nuestra relación progresa estupendamente. Como ya digo, el único problema es Graham. Pero lo que tiene gracia es que Jos parece bastante molesto con ello. Anoche precisamente hablábamos del tema en la cama.