A medida que pasaban los días sin saber nada de él, intenté apartar a Peter de mi mente. Jos se mostraba muy atento —ahora nos veíamos con mucha frecuencia— y en el trabajo estábamos muy ocupados, aunque el enfrentamiento entre Terry y Sophie seguía en vilo. Pero a pesar de que en el estudio las temperaturas eran gélidas, por lo menos en la calle hacía un poco más de calor. El frente nuboso se había alejado y estaba entrando una banda de altas presiones.
—De modo que las temperaturas suben —decía el jueves por la mañana, a las ocho menos cinco.
«Empieza la cuenta atrás, Faith».
—Y como pueden ver en el mapa isobárico, la presión también está subiendo.
«Ocho, siete…».
—De modo que deberíamos tener un período de sol.
«Gracias a Dios».
—Después de un mes de septiembre algo decepcionante.
«Y que lo digas. Seis, cinco…».
—Con un poco de suerte hasta podríamos tener…
«Tres, dos, uno…».
—Un veranillo de San Martín.
«Cero».
Mientras daban los titulares de las noticias subí a echar un vistazo a los mapas. El hombre de mi casita del tiempo había entrado y su mujer salía. Justo cuando estaba leyendo el último fax de la oficina de meteorología, sonó mi teléfono.
—Faith, te llamo de recepción —dijo una voz femenina—. ¿Puedes bajar un momento? Tu marido está aquí.
Atravesé el pasillo casi a la carrera. ¿Qué demonios hacía Peter allí a esas horas?, me pregunté. En mi cabeza se habían disparado todas las alarmas. Tenía que haber pasado algo.
—¿Qué pasa? —pregunté sin aliento nada más verlo—. Dime, ¿qué haces aquí?
—Bueno… —comenzó. Parecía muy tenso.
—¿Sí? —Estaba a punto de darme un soponcio—. ¿Qué?
—Pues… —¡Por Dios! ¡Qué agonía!
—Dime, Peter. ¿Qué pasa?
Él enrojeció.
—Es que… es mi cumpleaños —anunció por fin con timidez.
—Sí, ya lo sé.
—Y… quería darte las gracias por la tarjeta.
—Ah —suspiré—. Ya.
—Llegó ayer y me pareció… preciosa. Quería darte las gracias en persona. Pero no puedo verte esta noche porque tengo que salir con Andie, y tampoco puedo venir durante el día porque estoy en Bishopsgate. Así que se me ocurrió pasar a verte de camino al trabajo.
—Ya —dije sin aliento—. Pero… tu trabajo está en dirección contraria —señalé—. Es un rodeo de más de diez kilómetros.
—Sí, supongo. Pero —aquí se ruborizó de nuevo— es que siempre te he visto el día de mi cumpleaños, y este año también quería verte.
Yo sonreí y suspiré de alivio.
—Bueno, pues feliz cumpleaños, Peter. —Él se quedó mirándome sin hacer nada, así que le di un beso en la mejilla—. Feliz cumpleaños —repetí, ahora intentando contener la risa—. Bueno, ¿así que era eso? —sonreí—. Pues gracias por venir.
—Espera, no te vayas. —Peter me cogió del brazo—. Es que tenía que verte. Es un poco violento porque…
De pronto la música de «Porque es un chico excelente» salió de su chaqueta. Peter dio un respingo y sacó su móvil.
—Sí. Hola. Sí. Ya. Oye, estoy en una reunión. Hablamos más tarde. Sí. Te llamaré. Adiós. —Guardó el teléfono y me miró con expresión culpable—. Le gusta saber dónde estoy.
—Peter, me alegro mucho de verte, de verdad. Pero tengo que irme. Salgo al aire dentro de diez minutos.
—Claro, claro.
Me despedí con una sonrisa.
—¡Faith! —exclamó él de pronto.
—Dime. —Peter tenía la frente perlada de sudor.
—Faith, es que hay algo más.
—¿Sí?
—Sí. Quería decirte una cosa.
—A ver.
—Bueno, en realidad quería pedirte una cosa.
—Dime.
—Oye… ¿quieres cenar conmigo la semana que viene?
El lunes me puse a arreglarme para verme con Peter. Una burbuja de aprensión crecía en mi pecho. «Una cita con mi marido», murmuré irónica. ¿Qué demonios me pondría? El suelo del dormitorio estaba ya alfombrado de trajes y vestidos que iba escogiendo y descartando. Me puse el vestido rosa sin mangas, no porque a Peter le gustara, aunque es verdad que le gusta, sino porque hacía mucho calor. No le había dicho a Jos que iba a encontrarme con Peter. Tampoco tenía por qué saberlo. «En todo caso —me dije—, ¿por qué buscarme problemas?». Era mejor callarme. De todas formas hubo un momento de tensión, cuando Jos me llamó para que fuéramos al cine.
—Lo siento, cariño, pero esta noche no puedo.
—Vaya. ¿Por qué no?
—Es… un asunto de trabajo. Ya sabes…
—¿Un asunto de trabajo? ¿Qué asunto?
Yo no esperaba que me preguntara eso. Mientras pensaba en alguna coartada plausible se me aceleró el pulso.
—Un seminario —solté por fin.
—¿Ah, sí? ¿De qué va?
—De… del efecto invernadero.
De modo que a las seis y cuarto me miré una vez más en el espejo del recibidor y fui en metro a Chalk Farm. Había quedado con Peter en Regent's Park Road, en Odette's. Un camarero me llevó a su mesa, en el piso de abajo, en una discreta alcoba al fondo. Peter se levantó nada más verme, me dio un beso en la mejilla y de pronto me abrazó.
—¡Faith! Qué alegría verte.
—Sí. Lo mismo digo.
—Qué vestido más bonito —sonrió.
—¿Este? Pero si lo tengo hace años.
—Ya lo sé. No se me ha olvidado. Siempre te ha sentado muy bien el rosa.
Cuando vino el camarero pedí una copa de vino blanco. Luego nos quedamos mirando por encima de los menús, bastante tímidos. Nadie podía haber imaginado que llevábamos casados quince años.
—Qué alegría verte otra vez —dijo él—. Siento que hayamos tenido que quedar aquí. Pero es que aquí no corremos peligro… Por Andie.
—Ah. Eso suena un poco raro.
—Es que es un poco raro.
—¿Dónde se cree que estás?
—En la presentación de un libro, en el centro. Le he dicho que volvería a las diez. Pero tenía que hablar contigo, Faith, porque… —Suspiró—. No sé, tenía que hablar contigo. —Se quedó mirando sombrío su gin-tonic—. Faith, esto es un infierno —dijo por fin con voz rota.
—Ya —murmuré, jugueteando con el tenedor. Tal vez quería pedirme consejo.
—Era lo que intentaba decirte en
Madame Butterfly
—explicó con un amargo suspiro—. Quería llamarte al día siguiente, pero pensé que me tomarías por loco.
Bebió otro largo trago de gin-tonic y yo di un sorbito a mi vino.
—Estoy harto —gimió.
Y entonces salió todo. Que Andie era tan posesiva que no lo dejaba ni respirar, que era manipuladora y rastrera, que su manía de hablar como una niña pequeña lo sacaba de quicio, que las vacaciones habían sido horribles, que Andie no tenía ni un solo libro, que había mentido sobre su edad.
—Me dijo que tenía treinta y seis —añadió con amargura—. No es verdad. Tiene cuarenta y uno.
—Mira, nunca pensé que acabaría defendiéndola —dije con una actitud tan razonable que yo misma me quedé pasmada—, pero muchas mujeres se quitan años. No es para tanto.
—Ya, pero la cuestión es que Andie me estuvo mintiendo durante seis meses. Yo me enteré de la verdad cuando Katie vio su pasaporte. Así que ahora no hago más que preguntarme en qué más me habrá mentido. La relación no funciona, Faith, de modo que yo abandono.
—¿Ah, sí?
—Sí. Quiero terminar. En cuanto pueda. Podría dejarle una nota en la cocina, pero sería de cobardes. En fin, lo haga como lo haga no le va a gustar nada. Vamos a tener una escena de órdago.
De pronto me cogió la mano.
—Faith, Faith… No sabes cómo siento todo este… desastre.
—Está bien —susurré—. Está bien.
—Todo es por mi culpa. Fue una idiotez contarte lo de mi aventura.
—No, Peter —contesté con firmeza—. Fue una idiotez tener una aventura, no confesarla.
—Sí, ya. Pero es que me sentí muy halagado. Andie era muy atractiva. Todo era emocionante y me dejé llevar. Nunca he dejado de quererte, Faith. Pero es que entonces no nos iba muy bien.
—Tampoco nos iba tan mal —señalé.
—No, pero llevábamos juntos tanto tiempo… tanto tiempo —repitió, como si le costara creerlo—. Quince años, Faith. Quince años. ¿Es que tú no te aburrías?
—No —contesté un poco llorosa—. Y siento oír que tú sí.
—Entonces apareció Andie y el hecho de que se interesara por mí me hizo sentir… vivo. ¿Tú nunca has deseado algo así, Faith? ¿Nunca deseaste que pasara algo, que algo te sacudiera de repente?
—Pues no —respondí, toqueteando el salero—. Yo era feliz.
—¿Nunca deseaste un pequeño cambio?
—Creo que ya he tenido bastantes cambios, muchas gracias. Peter, estabas jugando con fuego.
—Ya lo sé. Y me encantaba. Me encantaba sentirme así. Y tú no hacías más que insistir en que yo te estaba siendo infiel, así que pensé, maldita sea, ¿por qué no echar una cana al aire? Pero no era nada más. Solo un desliz. No tenía intención de dañar nuestra relación, pero de pronto nuestro matrimonio estaba destrozado. No es demasiado tarde, Faith —añadió desesperado—. ¿No podemos volver a estar juntos?
Ah. Me quedé mirando mi plato de cangrejo. Un montón de pensamientos encontrados daban vueltas en mi mente:
«Lo único que le pasa es que le da pánico quedarse solo».
«Quédate con Jos. Él te trata bien».
«Han pasado demasiadas cosas».
«Si lo ha hecho una vez, podría repetirlo».
—Di algo, Faith. Dime que podemos volver.
—Peter, no es tan fácil.
—¿Por qué no?
—Porque yo ahora tengo otra relación.
—Pero no eres feliz.
—Eso es muy presuntuoso de tu parte. Para que lo sepas, sí que soy feliz.
—No lo creo.
—Soy muy feliz —repetí, partiendo un colín en dos.
—No te creo, Faith. La tarjeta que me mandaste, por ejemplo, implicaba un deseo de reconciliación.
—De eso nada —repliqué indignada—. Es que me gustó el dibujo.
—Y fue muy significativo que me mandaras un beso.
—Estás interpretando lo que tú quieres. El hecho es que estoy bien con Jos.
—Faith, a mí no me engañas. Te conozco muy bien. Freud dice que la verdad se nos sale por todos los poros. Y yo sé cuál es tu verdad.
—Estoy bien con Jos —insistí. Acababa de llegar mi ensalada.
—¿De verdad?
—Sí. Es cierto que hemos tenido algunos problemas, y que Jos es a veces un poco… complicado. Y hay algunas cosas de las que no estoy segura. —Ahora tenía la mirada perdida—. Pero aparte de eso, somos muy compatibles. Y… en fin, ahora estamos juntos.
—Pero ¿por qué estáis juntos? Quiero decir, qué te gusta de él.
—¡Por Dios, Peter! Ya tengo bastante con Katie. No pienso jugar al psicoanálisis contigo.
—Lo pregunto por curiosidad. Me gustaría saber qué te atrae de Jos. Si de verdad te gustara, me lo dirías.
—Muy bien. Para empezar me aprecia mucho, y cuando tú y yo nos separamos yo me sentía sola e insegura. Entonces apareció él. Yo le encuentro muy atractivo. Además tiene mucho talento y se porta muy bien con los niños y… No sé, Peter. Me he acostumbrado a él.
—¿Qué te has acostumbrado a él? Lo dices como si fuera un mueble que al principio no te gustaba. ¿Así que esas son tus razones?
—Sí.
—No son suficientes.
—¿Ah, no? Muchas parejas están juntas por mucho menos.
—Pero hay una cosa que no has dicho, Faith. Lo más importante.
—¿Qué quieres decir?
—No has dicho que le quieres, ¿a que no?
—Bueno…
—Eso no lo has dicho.
—¡No hace falta que lo diga! —exclamé—. Es evidente.
—A mí no me parece nada evidente.
—¡Empiezas a sacarme de quicio, Peter!
—Y tú te estás engañando.
—Mira, siento que tu relación haya resultado tan decepcionante, pero si crees que eso te da derecho a menoscabar la mía, me temo que te equivocas de parte a parte.
Esbozó una de sus irritantes sonrisitas y se arrellanó en la silla.
—¿Tu relación? —preguntó—. ¿Seguro que quieres que dure?
—Por supuesto. Jos y yo vamos a casarnos.
—¿De verdad? Vaya, entonces sí que va en serio.
—Sí, muy en serio.
—¿Y dónde piensa Jos que estás ahora?
—¿Cómo?
—Que dónde cree que estás.
—Pues… —Tragué saliva.
—¿Sabe que estás conmigo?
—No. —Bebí un sorbo de vino—. No lo sabe.
«¡Ajá!».
—Cree…
—¿Sí?
—Que estoy en un seminario.
—Así que le has mentido.
—No.
—¡Sí!
—En realidad no —dije, tocando el borde de mi vaso.
—Sí que le has mentido. Porque no querías que supiera que ibas a verme.
—Bueno…
—Si la relación mera tan bien como dices, le habrías dicho la verdad. —Tamborileé con los dedos en la mesa—. Pero no querías que él se enterara.
—¡Mira! —exclamé enfadada. Tenía la cara ardiendo—. La cosa es que estoy con Jos. Él nunca me ha hecho daño —añadí muy a propósito—. Y sí, me gusta mucho.
—Pero ¿le quieres?
—No se trata de eso.
—Claro que sí. ¿Y por qué no me miras a los ojos?
—Te lo voy a repetir, Peter: no puedo dejar a Jos simplemente porque tú hayas decidido dejar a Andie.
—¡Sí que puedes! ¡Por supuesto que puedes! ¿Qué son seis meses comparados con quince años? Vuelve conmigo, Faith. Tú no quieres a Jos. Vuelve conmigo. Vamos a empezar de nuevo.
—No puedo, Peter. No sería nada noble. Además, Jos y yo estamos muy apegados. Últimamente nos vemos mucho y tenemos planeadas unas vacaciones juntos.
—¡Dios! —exclamó Peter mirando el reloj—. ¡Las nueve y media! Tengo que marcharme.
Pagó la cuenta y salimos a esperar un taxi.
—Coge tú este —dije, al ver la primera luz verde.
Peter dio al taxista la dirección de Andie y se volvió hacia mí.
—No quiero perderte, Faith. Por favor, piensa en lo que te he dicho, antes de que sea demasiado tarde.
—No puedo.
—Sé que la idea te tienta. Lo sé.
—Mira, Peter —suspiré—, no quiero herir tus sentimientos. Me alegro de haberte visto esta noche y siento muchísimo que no seas feliz. Ya sé que es difícil para ti admitir que cometiste un error. Pero si crees que ahora me voy a meter en otro torbellino simplemente porque has decidido, después de provocar una grave crisis en nuestro matrimonio, que te conviene que volvamos a estar juntos como los personajes de una novela rosa, yo…
De pronto Peter me estrechó entre sus brazos y me besó. Sentí una descarga de adrenalina como si me hubiera alcanzado un rayo. No me había besado así en años.