—¡Y pensar que he conocido a un hombre maravilloso gracias a una contusión! Pero dime, ¿cómo está Peter? ¿Cómo van las cosas?
—Vuelve a casa mañana.
—¿Tienes algo de lencería fina?
—Creo que no me hará falta —contesté con una sonrisa.
La mañana siguiente me levanté de un brinco a las tres y media, me di una ducha y me eché mi nuevo perfume, C'est La Vie! A las cuatro y cuarto llegué al trabajo contentísima.
—Un cambio estupendo —me dije alegremente estudiando los mapas isobáricos.
Y en el boletín de las ocho informé:
—De modo que tenemos por delante un día glorioso.
«¿Pero qué dice? ¡Si hace un frío horroroso!».
—Suben las temperaturas…
«¿Está loca? ¡Estamos a dos bajo cero!».
—Aunque hay un sesenta por ciento de probabilidades de lluvia.
«Ocho, siete…».
—¿Pero qué importa un poco de agua?
«Seis, cinco…».
—Y lo bueno de la lluvia…
«Dos, uno…».
—… es que sin lluvia no habría arco iris.
«¿No estará borracha?».
—Así que abríguense, no se olviden del paraguas, por si acaso, y pasen un buen día.
«Cero».
—Gracias, Faith —dijo Terry, con Tatiana sonriendo como una tonta a su lado—. Tú sí eres un sol. —Sonreí—. Y ahora —prosiguió él, volviéndose hacia el
autocue
— la peliaguda cuestión del flúor en el agua potable. ¿Deberían las autoridades obligar a las compañías de agua a añadir esta controvertida sustancia química en nuestro oso australiano de la crema facial de Clinton…?
Terry se interrumpió y miró a la cámara confuso.
—El marco de la privatización, neurología, tejones… pájaros… —Se interrumpió de nuevo, buscando en vano algún significado en la extraña aglomeración de palabras que rodaban en la pantalla—. Tamaño de pechos —prosiguió lentamente, pasándose el dedo por el cuello de la camisa—. Acuerdo confidencial de los contribuyentes, laca Livingstone… —Terry se agitó en el sofá con la cara encendida.
—¿Qué demonios está pasando? —oí en mi auricular. Era Darryl—. ¿Qué estás haciendo, Lisa?
—El helicóptero rosa de la abuela…
—No es culpa mía —gimió ella—. Se ve que los textos se han mezclado.
Mientras estallaba el caos en realización, Tatiana sonreía impertérrita.
—Vaya por Dios, Terry —dijo por fin—. Parece que tienes problemas.
—Bueno, yo…
—A tu edad ha de ser la vista —prosiguió Tatiana fingiendo preocupación—. Deberías ir al oculista. Pero ahora, queridos telespectadores, vamos a pasar al siguiente tema. Hablaremos de un cambio radical en el transporte público. Tenemos con nosotros al alcalde de Londres, Ken Livingston, para comentar sus nuevos planes para subvencionar el metro. Buenos días, Ken —saludó con una sonrisa obsequiosa—. Bienvenido a la AM-UK!
Corrí a mi mesa para llamar por teléfono a Sophie.
—¿Has visto a Terry? —pregunté sin aliento.
—¡Sí! —exclamó ella, echándose a reír—. ¡Genial! Casi me ha dado pena. ¿Y tú has visto el
Daily Mail
?
—No. ¿Qué sale?
—¡Yo!
Cogí el periódico de la mesa de producción y enseguida encontré una foto de Sophie en traje de chaqueta bajo el titular: ¡DELICIA GAY!
«Sophie Walsh, recientemente despedida de la AM-UK! tras publicarse unas revelaciones sobre su vida privada, ha entrado en la BBC con un contrato de doscientas mil libras al año. Por petición específica de la directora general, Greg Dyke, que el año pasado confesó su tendencia homosexual, Walsh dirigirá la versión televisiva de
El laberinto moral
en la BBCI. Los críticos ya presagian que será la heredera de Jeremy Pasman».
—¡Sophie! —exclamé—. ¡Eres una estrella!
—En parte gracias a ti, Faith.
—No, gracias a Terry y Tatiana.
—Sí. —Rió—. Supongo que sí. Se acabaron las abuelas videntes —dijo alegremente—. Se acabaron los gatos patinadores, las jugarretas y los madrugones de las tres de la mañana. Y por fin mi hermana ha denunciado a Jos a la Agencia de Apoyo al Menor.
—¡Bien!
—¿Y tú, Faith? ¿Cómo estás? Se te veía muy contenta en la tele.
Me puse a toquetear mi anillo de casada.
—Sí, estoy muy contenta.
No les habíamos dicho a los niños que nos habíamos reconciliado, porque queríamos darles una sorpresa. Mis padres se los habían llevado a esquiar una semana. A su vuelta encontrarían a Peter en casa. Así que el día 5 me encontraba con Graham en el salón, esperando a Peter, después de firmar la tarjeta llena de corazones de nuestro aniversario de boda, que sería al día siguiente. Había champán en la nevera e ingredientes para hacer arroz con marisco, su plato favorito. Era día 6 de enero, fiesta de la Epifanía. Habría que quitar los adornos de Navidad. Ya habíamos tenido bastante mala suerte el año anterior y no quería arriesgarme. De modo que mientras esperaba quité el ángel de la copa del árbol y luego me puse a sacar el espumillón, las bolas y las relucientes estrellas. De pronto Graham echó a correr ladrando hacia la puerta. Se había oído un chasquido en la cerradura.
—¡Peter! —Le eché los brazos al cuello y él me rodeó la cintura—. ¡Peter! —Graham no dejaba de dar brincos para lamerle la oreja, gimiendo de alegría—. ¡Ay, Peter! —Él se quitó el abrigo y me llevó de la mano al primer piso.
—¡Faith! —Nos abrazamos a la luz de las velas en nuestra habitación—. ¡Faith! Faith, casi lo estropeamos todo.
—Ya lo sé.
—Nos hemos metido en un lío tremendo.
—Sí. —Le acaricié el pelo—, pero todo ha terminado bien.
Luego nos quedamos en la cama media hora. Graham yacía encantado entre nosotros, con la cabeza sobre las patas.
—Te quiero —le dije, acariciándole las orejas sedosas.
—Yo también te quiero —se sumó Peter.
—Mamá y papá te quieren.
Graham lanzó un suspiro de contento. Una vez vestidos bajamos a la cocina. Peter abrió una botella de champán y yo me puse a preparar el arroz. Mientras tanto discutimos los eventos de los últimos días.
—Habrás parado el proceso de divorcio, ¿no? —me preguntó Peter.
—Claro que sí. Hace dos días dejé un mensaje en el contestador de Rory Cheetham-Stabb.
—¿Y qué pasa con la separación?
—Nada. Pero en su momento habrá que pedir al juez que desestime nuestra petición.
—Oliver se ha marchado de Fenton & Friend —comentó Peter mientras ponía la mesa.
—Qué alivio.
—Sí. Aunque creo que le he hecho más daño del estrictamente necesario. Creí que era el responsable de esos horribles artículos en la prensa. No me pasó por la cabeza que hubiera sido Lily, porque parecía imposible que pudiera hacer algo contra ti.
—Ya, pero es que se convenció de que eras el anticristo, cariño, y que todo lo hacía por mi bien. Se engañó pensando que yo merecía que me liberase de una vida tan gris y aburrida.
—Y por un tiempo te liberó.
—Sí, pero yo quería volver a estar como antes. Me gusta mi vida gris y aburrida —aseguré dándole un beso—, siempre que pueda aburrirme contigo. ¿Vas a perdonar a Lily?
—Sí —contestó él pensativo—. Me dijo que lo sentía de verdad, y con eso me basta.
—¿Y Andie? —pregunté mientras echaba más caldo al arroz—. ¿Te ha tirado los trastos a la cabeza?
—No. No estaba en posición de echarme la bronca porque sabía que el juego se había acabado.
—¿Llegó a quedarse embarazada?
—No, pero ella creyó que sí. Tuvo dos faltas, así que estaba convencida. La verdad es que no me engañó. Fue un embarazo psicológico, supongo.
—Pero yo creía que se había hecho la prueba…
—Sí, pero estaba tan emocionada con la perspectiva que no leyó bien las instrucciones. Y en diciembre, cuando se dio cuenta de que no estaba embarazada no tuvo valor para decírmelo. Yo me habría enterado tarde o temprano. La llamada de Lily no hizo más que acelerar las cosas.
Para cuando terminé de preparar el arroz el champán se nos había subido un poco a la cabeza. Peter lavó y aliñó la ensalada. Abrimos una botella de Sancerre y nos sentamos a comer en la cocina. La luz de las velas iluminaba el rostro de Peter. «Te quiero tanto —pensé—. Nunca querré igual a ningún hombre. He estado a punto de perderte, pero has vuelto».
—Vamos a mudarnos de casa —dijo Peter—. ¿Qué me dices?
—Muy bien.
—Empezaremos de nuevo.
—Sí.
—Este es nuestro nuevo capítulo, Faith. Un nuevo comienzo.
—Y un final feliz.
—Sí. ¡Oh, Faith! Tenemos mucha suerte. ¡Me he salvado por los pelos!
—Y que lo digas.
—¡No quería tener que hacer «lo correcto» otra vez!
—¿Cómo que «otra vez»?
Me miró desconcertado.
—Faith, lo sabes muy bien.
—No, no lo sé.
—Sí que lo sabes —insistió. Se me encogió el corazón—. Mira, no me arrepiento de nada, pero sabes muy bien que tuve que pasar por el aro cuando tenía veinte años. Simplemente no quería que me pasara dos veces lo mismo.
—¿Qué estás insinuando? —pregunté. Me había puesto pálida.
—No insinúo nada, te lo estoy diciendo.
—¿Qué?
—Oh, Faith, no discutamos ahora, después de lo que hemos pasado.
—No —insistí, jugueteando con mi vaso—. Acabas de insinuar algo que… que no me gusta nada.
—Mira, cariño, los dos sabemos que estabas embarazada cuando nos casamos. Pero no me importa, de verdad. Conseguimos que lo nuestro funcionara y hemos sido muy felices, así que no hablemos más.
—Pero yo quiero hablar, porque creo que estás siendo bastante desagradable.
—Bueno, pues lo siento. Pero lo que digo es verdad.
—Nos casamos porque nos queríamos, Peter.
—Sí, pero acuérdate de que nos casamos sobre todo porque estabas embarazada. Anda, vamos a cambiar de tema. Lo había dicho en broma, pero por lo visto he metido la pata.
—Ah, o sea que era una broma, ¿no? Pues como dice Freud, las bromas no existen, y ahora veo muy claro que me has guardado rencor por eso durante todos estos años.
—Vamos a ver, es evidente que yo no planeaba casarme a los veinte años, Faith. Pero no te iba a dejar en la estacada.
—¡Vaya, qué considerado! —exclamé sarcástica—. Y supongo que yo debería estarte agradecida, ¿no?
—Yo no he dicho eso.
—Pues no me gusta nada que insinúes que te tendí una trampa y que no tuviste más remedio que casarte conmigo, porque aunque sea verdad no me parece necesario que lo menciones precisamente hoy, después del año que hemos pasado, justamente cuando volvemos a estar juntos y todo parecía ir tan bien…
—¡Pero si todo va bien!
—Es evidente que me culpas de lo que pasó porque no me gustaba tomar la píldora ya que me sentaba mal. Yo también me he tenido que sacrificar, ¿sabes? No pude terminar la carrera, he criado a los niños, he tenido que apretarme el cinturón y no sé por qué has tenido que sacar el tema después de tanto tiempo.
—Supongo que el falso embarazo de Andie me lo ha recordado todo.
—Pues yo me siento insultada, Peter. Al fin y al cabo esas cosas pasan, ¿no? Pasan todos los días, y yo no lo hice adrede, y creo que está muy mal que saques el tema ahora, porque me hace daño.
—Mira, olvídalo, ¿quieres? —dijo Peter mientras recogía los platos—. No sabía que ibas a tomarlo tan a pecho.
—Pues claro que me lo tomo a pecho, porque me estás acusando de ser deshonesta y de tenderte una trampa y puede que… sí, puede que por eso me hayas sido infiel, para castigarme, porque me has guardado rencor todos estos años. Pero tú sabes muy bien que para concebir un hijo hacen falta dos personas y lo mío no fue precisamente una inmaculada concepción, ¿no? No me gusta nada de nada que me vengas ahora con esas, porque yo también lo he pasado muy mal.
—¿Ah, sí? Pues mira, a lo mejor eras tú la que querías tener una aventura. O puede que fuéramos los dos. —Me lo quedé mirando un instante y aparté la vista—. Puede que los dos quisiéramos un cambio. ¿No era eso lo que querías, Faith?
—Sí —gemí—. Es verdad. Ya llevaba un tiempo pensando qué habría pasado si…
—Yo también. Y ahora ya lo sabemos. Y el cambio no nos ha hecho muy felices, ¿no?
—No.
—Pero ahora estamos bien, ¿no?
Mi enfado se había desvanecido.
—Sí —contesté llorosa—. Ahora soy muy feliz.
Peter me atrajo hacia él.
—Yo también. Así que, por favor, no te enfades más. Ahora estamos juntos de nuevo. Estamos juntos de nuevo —repitió, rodeándome con los brazos—. No para siempre —añadió. Yo lo miré—. Pero sí de forma permanente. Mira, puede que al final Lily nos haya hecho un favor y todo.
—Sí —sonreí—. Puede que sí.
A las tres y media de la mañana siguiente me levanté al oír la alarma. Peter se dio la vuelta con un gruñido y siguió durmiendo. Era como si nada hubiera cambiado, pensé mirándole. Como si el último año no hubiera pasado, como si todo hubiera sido un sueño. Hoy es nuestro aniversario, recordé mientras me duchaba. Llevamos casados dieciséis años. Le dejé una tarjeta de felicitación en la almohada, me despedí de Graham con un abrazo y bajé a coger un taxi.
Al llegar a la oficina sonreí alegremente a mis compañeros, me tomé el consabido café doble y encendí mi ordenador con su salvapantallas de arco iris. «Aquí está mi arco iris —me dije—. Siempre ha estado aquí». «Y los arco iris —recordé—, solo se pueden ver cuando estás de espaldas al sol». «Soy feliz de nuevo», pensé mientras echaba un vistazo a la prensa.
Me llevé la sorpresa de ver un artículo sobre Lily en la primera página del
Times
. «Nueva edición mejorada del
Moi!
—anunciaba con aprobación—. Después del accidente sufrido la semana pasada al resbalar sobre la revista
Vogue
, un accidente que resultó casi fatal, Lily Jago, editora del
Moi!
ha hecho una llamada a todas las revistas para que impriman sus portadas en papel mate. El
Moi!
será la primera revista en introducir en la edición del mes que viene una portada sin brillo, aunque no perderá nada de su natural esplendor». Sonreí y al volver la página me encontré con una fotografía de Rory Cheetham-Stabb. «Célebre abogado divorcista censurado —rezaba el titular—. Rory Cheetham-Stabb… reputación de tiburón… acusado de falta de ética profesional». ¿Por qué? ¿Qué demonios habría hecho? «Presuntamente ha mantenido relaciones sexuales con varias de sus clientas. —¡Dios mío!—. William Thompson se quejó ante el colegio de abogados de que el señor Cheetham-Stabb no solo mantenía una relación con su esposa, sino que además pretendía cobrarle a él por el tiempo que pasaba con ella».