Tuvieron que abrirse paso hasta el punto más septentrional del saliente más elevado antes de que encontraran, en el mismo borde de la Trenza situada al norte, casi por debajo de su torrente de nieve, un barranco lleno de piedras que se estrechaba hacia el norte formando una ancha estría vertical, o chimenea, como la llamó Fafhrd.
Cuando remontaron por fin la traidora superficie pedregosa, el Ratonero descubrió que el siguiente tramo de la escalada era realmente como subir por el interior de una chimenea rectangular de anchura variable y sin una de las cuatro paredes. Su roca era más firme que la de las Guaridas, pero eso era todo lo positivo que podía decirse de ella.
La escalada de aquel pozo requería mucha habilidad y fuerza. A veces se alzaban utilizando asideros apenas lo bastante anchos para apoyar los dedos de las manos o lo pies si una de las grietas que necesitaban era demasiado estrecha, Fafhrd introducía en ella una de sus escarpias para hacer un asidero, y luego, si había alguna posibilidad, era preciso recuperarla. En ocasiones, la chimenea se estrechaba tanto que tenían dificultades para ascender, apoyando los hombros en una pared y las botas en la otra. Por dos veces se ensanchó y presentó unas paredes tan suaves, que hubieron de usar la vara extensible del Ratonero como asidero imprescindible.
En cinco ocasiones, la chimenea apareció bloqueada por una roca enorme que, al caer, había quedado trabada, y era preciso trepar alrededor de aquellos temibles obstáculos, generalmente con la ayuda de una o más de las escarpias de Fafhrd, colocadas entre la roca y la pared, o bien lanzando su rezón.
—Hubo un tiempo en que Stardock lloraba y sus lágrimas eran piedras de molino —comentó el Ratonero, hurtando el cuerpo para evitar una piedra que pasó zumbando por su lado.
Hrissa no podía escalar la mayor parte de los tramos, y el Ratonero tenía que cargárselo a la espalda o dejarlo sobre una de las rocas obstructoras o en un saliente y alzarlo cuando hubiera ocasión. A medida que les invadía la fatiga, se intensificaba la tentación de abandonar al felino, pero no podían olvidar con qué valentía les había salvado del primer ataque del gusano blanco.
Durante toda la ascensión, y sobre todo al escalar las rocas obstructoras, tuvieron que soportar las avalanchas de piedras, y cada nueva roca por encima de ellos les brindaba la protección de un techo, hasta que era preciso remontarla. Por otro lado, a veces la nieve, que rebosaba de alguna de las avalanchas producidas continuamente en la Trenza del norte, penetraba en la chimenea, y era un peligro más contra el que debían protegerse. También de vez en cuando bajaba agua helada por la chimenea, y les humedecía los guantes y las botas, al tiempo que restaba seguridad a todos los asideros.
El aire estaba enrarecido, y a menudo tenían que detenerse y aspirar profundamente, hasta que sus pulmones quedaban satisfechos. El brazo de Fafhrd empezó a hincharse a causa del vapor venenoso expelido por el colmillo del gusano, y llegó al extremo de no poder doblar los dedos hinchados para aferrarse a las grietas o la cuerda. Además, le picaba y escocía, y aunque lo introducía una y otra vez en la nieve, era en vano.
Sus únicos aliados en aquella difícil ascensión eran el sol, cuyo brillo les animaba y compensaba la frialdad creciente (leí aire inmóvil, y la misma dificultad y variedad de la escalada, que por lo menos mantenía su mente alejada del vacío a su alrededor y por debajo de ellos, mucho más vertiginoso que en el obelisco. El Yermo Frío parecía otro mundo, separado de Stardock en el espacio.
En un momento determinado hicieron un esfuerzo para comer un bocado y tomar varios tragos de agua, y en una ocasión el Ratonero se sintió presa de náuseas, que sólo cesaron cuando vomitó, aunque quedó muy debilitado.
El único incidente de la escalada no relacionado con el carácter lunático de Stardock tuvo lugar cuando trepaban alrededor del quinto obstáculo, lentamente, como dos grandes babosas, esta vez el Ratonero en primer lugar, con Hrissa a cuestas y Fafhrd siguiéndole de cerca. En aquel punto la Trenza del norte se estrechaba tanto que era visible una protuberancia de la pared septentrional al otro lado del torrente de nieve.
Se oyó entonces un chirrido que no podía haberlo producido ninguna roca, al que siguió otro chirrido y, finalmente, un sonido vibrante. Cuando Fafhrd trepó a lo alto de la roca obstructora, se refugió en el ángulo que formaba con la pared de la chimenea. El bulto que llevaba a la espalda tenía clavada una flecha, cruelmente armada de lengüetas.
El Ratonero asomó la cabeza por el lado norte, e inmediatamente una tercera flecha pasó zumbando cerca de su cabeza. Fafhrd, aferrado a sus talones, le hizo retroceder.
—Era Kranarch, no hay duda —le informó el Ratonero—, le he visto disparar el arco. No hay señal de Gnarfi, pero uno de sus nuevos camaradas, vestido con pieles marrones, estaba agazapado detrás de Kranarch, apoyado en la misma roca. No he podido verle la cara, pero es un tipo muy fornido y paticorto.
—Siguen delante de nosotros —masculló Fafhrd.
—Y no tienen escrúpulos en mezclar la escalada con el asesinato —observó el Ratonero, mientras rompía la cola de la flecha que había perforado el bulto de Fafhrd y extraía el astil—. ¡Ah, amigo mío, me temo que tu manto de dormir tiene dieciséis agujeros! Y esa pequeña vejiga con linimento de pinto... también está perforada. ¡Oh, qué fragancia!
—Estoy empezando a creer que esos dos hombres del Illik-Ving no son deportistas —dijo Fafhrd—. Así que... ¡arriba y adelante!
Estaban muertos de cansancio, y el sol era apenas como diez dedos al final de un brazo extendido por encima del horizonte llano del Yermo. Algo en el aire había dado al sol una blancura de plata, y ya no enviaba sus rayos con los que combatir el frío. Pero ahora los salientes de la Percha estaban más cerca, y podían confiar en que les ofrecería un sitio mejor para acampar que la chimenea.
Así pues, aunque todos sus músculos protestaban, obedecieron a la orden de Fafhrd.
Cuando se encontraban a medio camino de la Percha, empezó a nevar, una nieve pulverulenta que caía vertical como una flecha, igual que la noche anterior, pero más espesa.
La silenciosa nevada proporcionaba una sensación de serenidad y seguridad que era falsa, puesto que enmascaraba los desprendimientos de piedras que seguían produciéndose en la chimenea, como la artillería del Dios del Azar.
A cinco metros de la cumbre, un pedrusco del tamaño de un puño alcanzó a Fafhrd en el hombro derecho, y así su único brazo sano quedó entumecido, colgando límpido e inútil, pero el pequeño trecho que quedaba por escalar era tan fácil que pudo hacerlo apoyándose con las botas y ayudándose de la mano izquierda, inflamada y apenas utilizable.
Al llegar a la parte superior de la chimenea se asomó con cautela, pero allí la Trenza volvía a ser espesa y ocultaba la vista (le la pared septentrional. Por suerte, el primer saliente era ancho y con un dosel de roca que había impedido la acumulación de nieve e incluso de piedras en su mitad interior. Fafhrd avanzó ansiosamente, seguido por el Ratonero y Hrissa.
Pero cuando se sentaron para descansar en el fondo del saliente, después de que el Ratonero se desprendiera de su pesado bulto y cuando empezaba a desatar la vara extensible que le colgaba de la muñeca —pues incluso eso se había convertido en una carga torturante—, oyeron el ya familiar susurro en el aire y apareció una gran forma plana que se acercaba lentamente a través de la nieve que el sol plateaba y que contorneaba sus líneas. Se dirigió en línea recta al saliente y esta vez no pasó de largo, sino que se detuvo y permaneció allí colgada, como un gigantesco pez demoníaco, hocicando el borde del mar, mientras diez marcas estrechas, cada una con ventosas alineadas, aparecían sobre la nieve en el borde del saliente, como de diez tentáculos cortos aferrados allí.
Desde el centro de aquella invisibilidad monstruosa se alzó una invisibilidad más pequeña, contorneada por la nieve, de la altura y envergadura de un hombre. En el centro de esta forma cabía un objeto visible: una espada delgada de hoja gris oscuro y Pomo plateado, la cual apuntaba directamente al pecho del Ratonero.
La espada avanzó de súbito, casi con tanta rapidez como si la hubieran lanzado, pero no del todo, y tras ella, con la misma celeridad, la columna del tamaño de un hombre, de cuya parte superior salía ahora una áspera risa.
El Ratonero aferró la vara que aún no había desatado de su mano y lanzó una estocada contra la figura esbozada por la nieve, detrás de la espada.
La espada gris esquivó la vara y, con un súbito movimiento le torsión, la arrebató de los dedos del Ratonero, entorpecidos por la fatiga. El negro instrumento, en el que Glinthi el Artífice había invertido todas las noches del mes de la Comadreja tres años atrás, se perdió en el espacio bajo la nieve plateada.
Hrissa retrocedió contra la pared, gruñendo y echando espumarajos por la boca, con todos sus miembros en tensión.
Fafhrd intentó sacar el hacha, con gestos frenéticos, pero sus ledos hinchados ni siquiera le permitían desatar la funda adosada al cinto.
El Ratonero, enfurecido por la pérdida de su preciosa vara de escalar, hasta tal punto que no le importaba que su enemigo fuese invisible, desenvainó a Escalpelo y desvió el nuevo ataque de a espada gris.
Tuvo que parar otras doce estocadas, recibió dos cortes en in brazo y tuvo que apoyarse contra la pared casi como Hrissa, entes de tomar la medida a su enemigo, el cual se había apartado le la nieve y ahora era totalmente invisible.
Entonces, con la mirada fija en un punto situado a dos palmos por encima de la espada gris —un punto donde juzgó que estarían los ojos de su enemigo (si éste los tenía en la cabeza) — avanzó con pasos pesados, golpeó la espada gris, deslizó a Escal7elo a su alrededor, con minúsculas fintas, tratando de trabarla con sus propia espada, y todo ello mientras empujaba impetuosamente un brazo y un tronco invisibles.
Por tres veces notó que su hoja se clavaba en carne, y una vez se arqueó brevemente contra un hueso invisible.
Su enemigo volvió de un salto al invisible objeto volante, dejando estrechas huellas de pies en el aguanieve allí acumulada. El objeto se balanceaba.
En un arrebato de furor, el Ratonero estuvo a punto de seguir a su enemigo hasta aquella plataforma invisible, viviente, pulsátil, pero tuvo la prudencia de detenerse en el borde.
Esa prudencia fue providencial, pues el objeto volante partió como una cometa atada a un tiburón. Su brusco aleteo desprendió la nieve acumulada mientras esperaba, la cual formó remolinos y se confundió con los copos que caían. Se oyó una última trinada, que quizá era un lamento, y se desvaneció en la lobreguez plateada.
El Ratonero empezó a reírse, con un dejo de histeria, y se pegó a la pared. Allí limpió la hoja de su espada y notó la viscosidad de la sangre invisible. Sus risotadas fueron en aumento.
El pelaje de Hrissa seguía erizado... y aún tardaría largo tiempo en volver a la normalidad. Fafhrd abandonó el intento de desenfundar su hacha.
—Las chicas no podían estar con él, pues habríamos visto sus armas o sus huellas en esa cosa volante con el lomo cubierto de nieve. Creo que ese tipo está celoso de nosotros y actúa contra las.
Aunque Fafhrd había hablado en serio, el Ratonero siguió subiendo.
El lóbrego ambiente había adquirido una tonalidad grisácea bando los dos amigos encendieron el brasero y se prepararon gira pasar la noche. A pesar de sus lesiones y su fatiga extrema, las emociones experimentadas por el último encuentro habían renovado sus energías y ahora estaban exaltados y hambrientos. Se dieron un festín de cabrito asado sobre las llamas alimentadas por resina o cocido en un agua que, curiosamente, podían beber sin quemarse aun cuando casi estuviera hirviendo.
—Debemos de estar cerca del reino de los dioses —musitó Fafhrd—. Dicen que ellos toman alegremente vino hirviendo y que caminan sin lastimarse sobre las llamas.
—Pero el fuego es tan caliente aquí como en cualquier otra arte —comentó el Ratonero—.Sin embargo, el aire parece enrarecido. ¿Con qué crees que se alimentan los dioses?
—Son etéreos y no necesitan aire ni alimento —sugirió Fafhrd ras pensarlo un rato.
—Pero acabas de decir que toman vino.
—Todo el mundo toma vino —replicó Fafhrd, bostezando y terminando así con la discusión y también con la especulación allí expresada por el Ratonero, sobre la posibilidad de que el aire más débil, al presionar con menos fuerza el líquido que se calienta, puede hacer que sus burbujas escapen más fácilmente.
El brazo derecho de Fafhrd empezó a recuperar la capacidad de movimiento, mientras que la hinchazón del izquierdo se había detenido. El Ratonero aplicó ungüento a sus pequeñas lesiones y las vendó. Entonces recordó que debía cuidar de las patas de Hrissa, e introdujo en las minúsculas botas un poco de plumón con aroma de pino, extraído de los agujeros que las flechas habían abierto en el manto de Fafhrd.
Cuando estaban enfundados en sus mantos, Hrissa cómodamente entre los dos, y tras echar unas cuantas bolas de resina en el brasero, Fafhrd sacó un frasco de vino de Ilthmar y lo compartió con su camarada, mientras imaginaban los soleados viñedos y aquel sol espléndido tan al sur.
A la luz del brasero vieron que la nieve seguía cayendo. Algunas piedras desprendidas chocaron con estrépito en las cercanías, y oyeron el retumbar de una avalancha de nieve. Luego Stardock guardó silencio en la gélida noche. Los escaladores tenían una sensación de extrañeza en aquella especie de nido de águilas, por encima de cualquier otro pico en las Montañas de los Gigantes, y probablemente en todo Nehwon, pero rodeado de oscuridad, como una pequeña habitación de paredes negras.
—Ahora sabemos lo que anida en estas alturas. ¿Crees que puede haber docenas de esas rayas invisibles, tendidas en salientes como éste o colgadas de ellos? ¿Por qué no se congelan? ¿O acaso alguien los guarda en una cuadra? ¿Y qué me dices de esa gente invisible? Ya no puedes considerarlos un espejismo...; has visto la espada, y alguien invisible la blandía. ¡Invisible! ¿Cómo es posible tal cosa?
Fafhrd se encogió de hombros y dio un respingo, porque el gesto le produjo un dolor intenso.
—Deben de estar hechos de alguna materia parecida al agua o el cristal —aventuró—, pero flexible y capaz de refractar la luz... y sin resplandor superficial. Ya sabes que la arena y las cenizas pueden volverse transparentes mediante la cocción. Quizá existe algún modo de producir hombres y monstruos como se fabrican ladrillos, cociéndolos hasta que se hacen invisibles.