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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (9 page)

Frost le hizo un gesto con la cabeza a Schenk, que encendió las luces. El holograma se desvaneció y perdió su ilusión de solidez.

—Entonces, ¿dónde está? ¿Quién lo tiene? —preguntó Nina.

—El vendedor se llama Yuri Volgan —dijo Frost—. Era uno de los hombres de Qobras. Al parecer, quiere abandonar la Hermandad, y también quiere tener suficiente dinero para huir de la organización. Espera obtenerlo gracias a la venta de este artefacto. Nos envió el fragmento de oricalco y el holograma mediante un intermediario, un iraní llamado Failak Hayyar.

Nina frunció el ceño.

—Me suena ese nombre.

—No me sorprende. Vende objetos persas antiguos que no deberían estar a la venta.

—Un ladrón de tumbas —dijo con reprobación.

—Lo era, aunque estoy convencido de que hace años que no se mancha las manos. Amasó su fortuna vendiendo los tesoros de su país a coleccionistas privados del extranjero. Es tan rico que ha logrado sobornar a los funcionarios del gobierno iraní para obtener cierto grado de inmunidad.

—Además, delata a sus rivales —añadió Chase—, los vende a la policía para que vayan a por ellos y no se metan con él. No lo he conocido en persona, pero conozco a gente que lo ha tratado. No es un tipo muy querido, pero si vende esto, a buen seguro cree que es verdadero. Tal vez sea un hijo de puta, pero es un hijo de puta que se preocupa por su reputación.

—Tiene suficientes recursos para encargarse de la venta de este artefacto y para proteger a Volgan de Qobras —dijo Frost—. Por eso opino que es verdadero, pero no pienso darle diez millones de dólares sin alguna prueba. Y ahí es donde entra en juego usted.

Nina parpadeó.

—¿Yo?

—Quiero que lo examine y que decida si es lo que Volgan afirma que es.

—¿Quiere que vaya a Irán? —Tragó saliva—. ¿Al mismo Irán que forma parte del Eje del Mal y que odia a Estados Unidos?

Chase se rió.

—La acompañaré para protegerla. Unos cuantos colegas y yo. No tiene de qué preocuparse.

—¿Ha estado antes en Irán?

Chase puso cara de despistado.

—Oficialmente no…

—El señor Chase y sus socios cuidarán de usted —dijo Frost—. Y Kari también la acompañará, en representación mía.

—¿Pero qué le hace pensar que podré decir si este artefacto es verdadero o no? —preguntó Nina, que señaló el holograma espectral.

—Es una experta en idiomas antiguos, ¿no es así? —preguntó Kari.

—Yo no diría experta. He estudiado la materia, puedo diferenciar el fenicio del numida, pero no soy una especialista.

—Por lo que he oído, es más buena de lo que afirma. Tal vez incluso mejor que su madre. —Nina miró fijamente a Frost, sorprendida—. Conocía a sus padres; de hecho, financié la expedición al Tíbet en la que… —Hizo una pausa y apartó la mirada—. Una gran tragedia. Una gran pérdida.

—No me dijeron que la había financiado —dijo Nina.

—Fue a petición mía. Ahora que sabe de lo que es capaz Qobras, entenderá por qué le doy tanta importancia a la seguridad. Qobras hará lo que sea con tal de detener a todo aquel que intente encontrar la Atlántida, y tiene muchos recursos… y algunos amigos muy poderosos en todo el mundo.

—¿Como quién?

—Seguramente es mejor que no lo sepa. Pero en cuanto al artefacto, si lo que dice Yuri Volgan es cierto, debería ser capaz de decirnos si es auténtico leyendo el E imagíneselo —prosiguió Frost, con un tono algo teatral—, ¡tendría en las manos un objeto de la Atlántida!

—Si es verdadero.

—Usted es la persona más cualificada del mundo para decirlo.

Nina meditó sobre lo que acababa de oír. No le atraía la idea de ir a un país que era abiertamente hostil a los occidentales, y a los estadounidenses en concreto, pero había formado parte de expediciones a países poco amistosos, y, en este caso, la posible recompensa sobrepasaba con creces el valor de todo lo que había descubierto con anterioridad.

Además, tal como había dicho Frost, no iba a ir sola.

Por otra parte, ¿qué iba a hacer si rechazaba esa oferta? ¿Regresar a Nueva York, donde acababan de rechazar su proyecto… y donde tendría que andarse todo el día con cien ojos por si los hombres de Qobras volvían a ir a por ella?

—De acuerdo —decidió—, lo haré. ¿Cuándo nos vamos?

Frost sonrió.

—Cuando esté lista.

—Me gusta su forma de pensar —dijo Nina, que le devolvió la sonrisa—. El hecho de que la Atlántida haya esperado once mil años, no significa que nosotros debamos esperar más.

—Entonces —dijo Kari—, pongámonos manos a la obra.

Capítulo 4

Irán

Nina se frotó el brazo con rabia.

—Aún me duele.

—No querrá coger alguna enfermedad rara de Oriente Próximo, ¿verdad? —preguntó Chase, con una sonrisa—. Más vale prevenir que curar.

—Ya lo sé. Pero es que es molesto, y ya está. —La vacuna había sido una parte desagradable del trato, administrada en el entorno antiséptico del laboratorio biológico. A pesar de que había sido menos dolorosa que otras que se había puesto en el pasado, tuvo la sensación de que la gotita de sangre tardó una eternidad en secarse.

—¡Eso no ha sido nada! Joder, tendría que haber visto algunas de las inyecciones que me pusieron cuando estaba en el SAS. Con agujas así de grandes. —Separó las manos unos veinte centímetros—. Y más vale que no le diga dónde me pincharon.

—¡Seguro que es mejor no saberlo!

El Gulfstream acababa de sobrevolar el Mar Negro y Turquía, y se dirigía hacia Irán. No había tomado una ruta directa desde Noruega, ya que se desvió hasta Praga para recoger a otro pasajero. A bordo del avión, junto con Nina, Chase y Kari, que estaba sentada a solas en la parte trasera, trabajando con un portátil, había otro hombre, que Chase presentó como Hugo Castille. A juzgar por la forma en que se tomaban el pelo, estaba claro que eran viejos amigos.

—Sí, Edward y yo nos conocemos desde hace mucho —confesó aquel europeo vivaz y de rostro largo; francés, pensó Nina, por su acento—. Trabajamos juntos en muchas operaciones especiales para la OTAN. Todo supersecreto —añadió, y se tocó el lado de su nariz picuda.

—¿Así que perteneció al ejército francés?

Castille se revolvió en el asiento y, con una mirada de ultraje, se dio un golpe en el pecho con el puño.

—¿Francés? ¡Por favor! Soy belga,
madame
.

—¡Lo siento! No me he dado cuenta —se apresuró a disculparse Nina, antes de percatarse de que Chase se estaba riendo. La cara de Castille se transformó en una sonrisa.

—Un momento, ¿me están tomando el pelo?

—Solo un poco —dijo Chase—. Hugo ha hecho el numerito este de «¿Francés yo? ¡Cómo te atreves!» durante años. A ver, es belga, es la única broma que sabe hacer.

—Inglés ignorante —le espetó Castille. Cogió una manzana roja de un bolsillo de la chaqueta y la examinó detenidamente antes de darle un mordisco.

—Bueno, ¿qué plan tenemos para Irán, señor Chase? —preguntó Nina.

—Llámeme Eddie. —Adoptó una expresión seria—. En principio no tendrá mucho trato con la gente del lugar. Debería ser todo muy sencillo: entra, se reúne con Hayyar, decide si el artefacto es verdadero; luego la jefa —señaló a Kari, que aún estaba al ordenador— transfiere el dinero y nos vamos. Eso si todo es legal.

—¿Y si no lo es?

Le dio unas palmaditas a su chaqueta de cuero, que estaba sobre el reposabrazos de su asiento. Se notaba el bulto de la culata de la pistola.

—Entonces habrá problemas. Pero no se preocupe, no nos pasará nada. Cuidaré de usted, doctora.

—Los dos cuidaremos de usted —lo corrigió Castille, con la boca llena de pedacitos de manzana.

—Gracias —dijo Nina, que no expresó sus preocupaciones.

Sonó un mensaje de aviso en el portátil de Kari, que miró la pantalla sorprendida, y sus ojos azules se cruzaron con los de Nina un instante, antes de regresar al ordenador. Tecleó algo rápidamente, apretó «enter» con fuerza, cerró el portátil y se sentó en el asiento vacío que había frente a Nina.

—¿Ocurre algo? —preguntó.

—No. Acabo de recibir un mensaje de mi padre, algo que no esperaba. Pero no es nada que deba preocuparnos; de hecho, es una buena noticia. Ahora mismo no es importante, así que… —Se inclinó hacia delante y le lanzó una sonrisa, por primera vez desde que Nina la había conocido, que mostró unos dientes blancos inmaculados—. Quería pedirle disculpas, doctora Wilde.

—¿Por qué?

—No he sido muy buena anfitriona. Estaba muy preocupada con el trabajo para la Fundación, esta expedición… Lamento haberme comportado de un modo frío y distante.

—No, no hay de qué disculparse —le dijo Nina—. Es usted una mujer muy atareada, estoy segura de que tiene entre manos varios asuntos.

—Ya no. A partir de ahora voy a dedicarle toda mi atención a usted y a esta misión. Quiero que sea un éxito y también quiero asegurarme de que no corra ningún peligro.

—Gracias —dijo Nina, que le devolvió la sonrisa. Entonces Kari miró a Chase.

—Señor Chase —dijo, y lo atravesó con la mirada—, ¿me está mirando el escote?

Nina reprimió la risa, mientras que Castille intentó disimular y le dio un mordisco a la manzana. No había duda de que habían pillado a Chase con las manos en la masa, pero en lugar de intentar negarlo, se recostó en el asiento y enarcó una ceja.

—Si yo puedo hacerlo, también podrá hacerlo cualquier iraní que la vea; y ellos se comportan de un modo un poco raro con las mujeres que visten ropa provocativa. No queremos llamar la atención más de lo necesario. Estaba pensando que quizá sería mejor que se cambiara de ropa y se pusiera algo más recatado antes de aterrizar.

Kari se había puesto una camiseta blanca y unos tejanos muy parecidos a los que llevaba en Ravnsfjord.

—Tiene razón. Por suerte, he venido preparada.

—La doctora ya va bien. Solo necesita un abrigo.

Nina lo miró.

—¿Me está diciendo que parezco recatada, señor Chase? —Ella habría usado la palabra «discreta» o «práctica» para describir sus tejanos, sudadera y botas.

—Está perfecta. —Kari sonrió, de pie—. Si necesita algo, pídamelo. —Se fue a su compartimiento, en la parte posterior del avión.

Castille se acabó la manzana.

—Ah, Inglaterra —exclamó—. El país de la gente encantadora, elegante y romántica. Y luego está Edward Chase.

—Que te den, Hugo.

Castille le lanzó el corazón de la manzana, que Chase cogió al vuelo sin esfuerzo, y lo partió en dos como una serpiente que ataca a su presa.

—¿Siempre es así? —le preguntó Nina a Castille.

—Me temo que sí.

—Y a las mujeres les encanta —añadió Chase, que dejó caer la manzana en su vaso de agua vacío. Castille chasqueó la lengua y puso los ojos en blanco. Chase miró la hora y se estiró en el asiento.

—¿Se pone cómodo? —preguntó Nina.

—Solo aprovecho el momento —contestó él—. Aterrizaremos dentro de media hora, y estoy seguro de que las cosas no serán tan agradables cuando estemos en tierra.

Chase tenía razón, pensó Nina. El Land Rover que los llevaba a la reunión con Failak Hayyar había tenido mejores días, y la carretera por la que circulaban no había tenido un buen día en toda su vida.

El Gulfstream aterrizó en el aeropuerto de la ciudad iraní de Isfahán, al oeste de los montes Zagros, en el centro del país. Aunque no tuvieron problemas para pasar el control de aduanas, ni tan siquiera cuando Nina mostró su pasaporte estadounidense —resultó que la Fundación Frost había donado una gran cantidad de material de ayuda humanitaria tras el devastador terremoto de 2003, lo que le permitió granjearse la gratitud del gobierno iraní—, fueron objeto de varias miradas de recelo. Todas las mujeres que vio Nina al salir de Isfahán llevaban la cabeza cubierta con un pañuelo como mínimo, y varias de ellas llevaban velo. A pesar de que Irán no era tan estricto como sus vecinos islámicos de Arabia Saudi, por ejemplo, en lo relativo al atuendo femenino, todas las mujeres estaban obligadas a vestir ropa que ocultara sus formas, incluso las extranjeras.

Kari, que era una mujer previsora, había llevado algo adecuado para Nina, un abrigo de color marrón pálido que le llegaba a la altura de las rodillas. A pesar de que odiaba de forma innata todo sistema que dictara lo que podía o no podía vestir en público, como mínimo no tenía que enterrarse bajo un
burka
. Sin embargo, no podía evitar sentir celos del abrigo largo que Kari había elegido para sí. Aunque observaba escrupulosamente la ley iraní, aquella prenda blanca, larga y suelta, pero ceñida en la cintura, resaltaba aún más su figura.

Asimismo, en cuanto el Land Rover se puso en marcha Kari se quitó el pañuelo con el que se había cubierto la cabeza en el aeropuerto. Nina la imitó cuando el vehículo dejó atrás la ciudad.

Al volante del todoterreno se encontraba un hombre que Chase había presentado como socio o, por usar sus mismas palabras, «un viejo amigo mío». Hafez Marradeyan, que debía de tener diez años más que Chase o Castille, era un hombre bajo y fornido, de tez oscura, con una barba cana rematada en punta unos diez centímetros por debajo de la barbilla. También fumaba como un carretero, para la consternación de Nina, que no hizo sino aumentar cuando le dijeron que aún tenían una hora de viaje por delante.

—Bueno —dijo Hafez que, aunque Nina hablaba un poco de árabe, se decantó por el inglés—, has vuelto al negocio, ¿eh, Eddie?

—Sí —respondió Chase, que ocupaba el asiento del copiloto, mientras que Nina iba apretujada entre Kari y Castille, detrás—. El mismo negocio pero con jefes nuevos. —Señaló con la cabeza a Kari.

—¡Ah! Le diría bienvenida a Irán, señorita Frost, ¿pero con el gobierno actual? ¡Bah! No merece su respeto. —Hafez miraba a Kari mientras hablaba, lo que provocaba una mueca de pánico en Nina cada vez que el hombre apartaba los ojos de una carretera muy transitada—. Por fin tenemos un gobierno que, como mínimo, intenta ser progresista, ¿y qué ocurre? ¡Que la gente vota a otro partido en las siguientes elecciones! Esto es la democracia, ¿no? ¡No sirve de nada si la gente es idiota! —Hizo un ruido a medio camino entre una carcajada y un ataque de tos—. Aun así, me alegro de verte de nuevo, Eddie.

—¿Entonces, ya había estado en Irán antes? —preguntó Nina.

—No, nunca, jamás —se apresuró a responder Chase. Castille adoptó un semblante inocente y miró por la ventanilla.

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