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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (11 page)

—Ah, sin duda parece que lo es. Pero habría que hacer un análisis metalúrgico para confirmarlo.

—Me temo que no he traído el crisol y el espectrógrafo —respondió Kari con una leve sonrisa—. Su opinión es lo que cuenta.

—De acuerdo… —Nina tomó aire. Tenía la garganta seca. Diez millones de dólares era mucho dinero, más de lo que ella vería en varias vidas—. Si es falso, es una imitación muy cara. Y muy bien hecho; no hay mucha gente en el mundo que pueda escribir glozel.

—¿Puede entender lo que dice? —preguntó Chase.

—Algunas partes. —Nina señaló ciertas palabras—. «Desde el norte», «desembocadura», «río». Diría que esta línea de aquí —señaló la marca que surcaba el objeto a lo largo— es un mapa o guía de algún tipo. Como si fueran unas indicaciones.

Kari le sonrió de nuevo fugazmente antes de volver a adoptar una actitud formal.

—Con eso me basta. Señor Hayyar, ha hecho una venta.

—Fantástico —repuso el iraní, que también sonrió, aunque con rapacidad—. ¿Y la transferencia?

Kari le hizo un gesto a Nina para que dejara el objeto en la bandeja de espuma y cerrara el maletín. Nina sintió un atisbo de decepción al ver desaparecer el metal resplandeciente. Chase deslizó el maletín a su lado de la mesa mientras Kari abría el suyo.

Nina esperaba que estuviera lleno de billetes, pero en lugar de eso vio un aparato electrónico del tamaño de una agenda electrónica, con un teléfono grande conectado a él. Kari cogió el móvil, desplegó una antena gruesa, pulsó una tecla y se lo puso al oído.

—Transferencia —dijo cuando alguien respondió; luego, al cabo de unos segundos—: transferencia, cuenta número 7571— 1329 a cuenta número 6502—6809. Acordada de antemano, código de autorización dos-cero-uno-tango-foxtrot. Diez millones de dólares estadounidenses. —Hizo una pausa y escuchó atentamente mientras le repetían sus palabras—. Sí, confirmo. —Puso el pulgar derecho en la pantalla del artefacto electrónico de su maletín, y luego le hizo un gesto con la cabeza a Hayyar.

—Tendré que usar el pulgar izquierdo —dijo con una sonrisa burlona, mientras le mostraba el garfio a Nina.

Kari esperó la confirmación de su huella digital y le hizo otro gesto con la cabeza a Hayyar. El intermediario iraní parecía muy satisfecho consigo mismo y se volvió hacia Volgan.

—Ya está. Su plan de pensiones está a punto de recibir una aportación de siete millones de dólares.

—¿Se queda el treinta por ciento? —preguntó Chase—. ¡Joder! Creía que había dicho que no era un ladrón.

Hayyar frunció el ceño, pero no dijo nada. En lugar de eso se volvió hacia Kari.

—Solo queda hacer una cosa, señorita Frost…

—Lo sé —respondió ella con un deje de impaciencia, antes de volver a dirigir la atención al móvil—. Preparada para el último control de seguridad. —Le lanzó una mirada de complicidad a Nina antes de continuar—: «Decoraron el templo con estatuas de oro; había una del dios en un carro, el auriga de seis caballos alados, y de tal tamaño que tocaba el techo del edificio con la cabeza».

Nina reconoció de inmediato el fragmento de
Critias
, pero no entendía por qué lo había citado Kari. Quizá era una especie de contraseña, pero ¿acaso no hubieran bastado entonces su huella digital y todos los otros códigos que había dado para confirmar su identidad?

Fuera cual fuese el motivo, funcionó.

—Gracias —dijo Kari, antes de cerrar la antena del teléfono.

Reparó en la mirada confusa de Nina—. Es un sistema de reconocimiento de voz y de análisis de la tension —le explicó—. La medida de seguridad más moderna que existe. Si mi voz muestra que estoy sometida a presión, que me están coaccionando, la transferencia no se realiza.

—Pero todo estaba en orden —dijo Hayyar—. Gracias, señorita Frost. —Por un fugaz instante dirigió la mirada al techo—. Nuestro negocio ha concluido de forma satisfactoria. —Se volvió para marcharse…

Chase desenfundó la pistola y apuntó con su Wildey a Hayyar en la cabeza.

—¡Alto!

El iraní se detuvo, y sus guardaespaldas hicieron lo mismo cuando Castille desenfundó su pistola y los apuntó a ellos.

—¿Qué ocurre? —susurró.

—¿Señor Chase? —preguntó Kari, preocupada.

—¿Dónde está? —preguntó Chase—. Era una frase de aviso, alguien nos está escuchando.

—No…

—Dime dónde está el micrófono o te pego un tiro. —Apretó el percutor de la pistola, con un sonoro clic.

Hayyar volvió a alzar la vista y respiró con fuerza entre dientes.

—En esa viga.

Chase le hizo un gesto a Castille, que se subió a la mesa y palpó la viga. Al cabo de unos segundos bajó con una cajita negra en las manos.

—Un transmisor.

Nina los miró, confusa.

—¿Qué está pasando?

—Es una trampa —dijo Chase—. Iba a esperar hasta que se hiciera la transferencia, y luego se quedaría el artefacto. Supongo que eso demuestra que es auténtico. —Volvió a mirar a Hayyar, sin dejar de apuntarle a la cara—. ¿Cuántos hombres tienes ahí fuera?

—El único hombre que tengo es mi piloto —gruñó.

El punto brillante de una mirilla láser apareció en el pecho de Chase, seguido al cabo de un instante por otro, unos rayos gemelos que atravesaban la ventana mugrienta. Fuera se oyó el ruido de pasos.

La expresión de desdén de Hayyar se convirtió en una sonrisa burlona.

—Pero mi buen amigo el capitán Mahyad del ejército iraní ha traído a veinte soldados con él.

Nina retrocedió asustada cuando la puerta se abrió de par en par. Entraron cuatro hombres, con los rifles alzados.

—Bueno —dijo Chase—, a joderse y aguantarse.

Capítulo 5

Después de confiscar al grupo sus pertenencias, los soldados trasladaron a sus prisioneros al exterior, a punta de rifle, copias iraníes del alemán Heckler & Koch G3. Hayyar los siguió con el maletín que contenía el artefacto y una sonrisa de regodeo en su cara rechoncha.

Chase vio a Hafez arrodillado con las manos en la cabeza junto al Land Rover, que tenía las puertas abiertas. Había dos soldados que lo vigilaban. Otras tropas rodearon el edificio. Se dio cuenta de inmediato de lo que había ocurrido: los soldados se habían escondido en la cima de la colina que había sobre la granja, y habían descendido usando cuerdas.

Vio que una pareja de iraníes llevaban rifles rusos de francotirador Dragunov, equipados con miras láser y telescópicas. Eso explicaba por qué Hafez no había podido avisar. Cuando alguien ve que lo apuntan con un rayo láser, y sabe que la bala podría impactar en el punto rojo en un abrir y cerrar de ojos, acostumbra a quedarse muy, muy quieto y callado.

—Lo siento, Eddie —se disculpó Hafez—. Eran demasiados.

Uno de los guardas le dio una patada.

—Creo que esta vez la hemos cagado todos —contestó Chaso. Ni tan siquiera se le había ocurrido que Hayyar pudiera contar con refuerzos. La corrupción del traficante alcanzaba mucho más allá de lo que imaginaba.

A lo lejos vio un camión marrón que avanzaba a trompiconespor la pista de tierra. Debían de haberlo aparcado fuera del alcance de su vista, y acudía ahora que los soldados habían llevado a cabo su misión.

Hayyar se aproximó a un oficial, con el maletín colgado del garfio mientras se estrechaban la mano.

—¡Capitán Mahyad! ¿Puedo presentarte a mis… socios?

Mahyad, un hombre barbudo y larguirucho, sonrió al grupo de cautivos.

—Es un placer. Bueno, Failak, ¿qué quieres que hagamos con ellos?

—Me llevo a la rubia y al ruso.

Mahyad lanzó una mirada lasciva a Kari, que le respondió con otra mirada gélida.

—No sé por qué lo quieres a él, ¡pero ya me imagino por qué has elegido a la mujer!

—No es nada de eso. Aunque… —Hayyar se quedó pensativo y se rió de nuevo—. En cuanto a los demás, me da igual. Mientras no vengan a por mí.

—Eso no es problema. El Ministerio de Cultura ha tomado medidas enérgicas contra los extranjeros que intentan robar nuestros tesoros. Se van a pasar veinte años en la cárcel, si es que llegan al juicio con vida.

—Eso lo dejo en tus manos. —Hayyar chasqueó los dedos a sus guardaespaldas—. Esposadlos —les ordenó, señalando a Kari y Volgan.

—¿Adonde te la llevas? —gritó Chase. Uno de los soldados le dio un culatazo en la espalda que estuvo a punto de tirarlo al suelo.

—A mi casa. Tranquilo, no le pasará nada. Siempre que su padre coopere.

—¿Va a secuestrarme? —preguntó Kari, horrorizada. Uno de los guardaespaldas le esposó las manos a la espalda.

—Creo que diez millones de dólares más sería una cifra justa, ¿no te parece? —le preguntó Hayyar a Chase, sin hacer caso a Kari—. Si yo tuviera una hija tan bonita, creería que es una ganga. —Bajó la voz para adoptar un tono más amenazador—. Para asegurarme de que siguiera siendo tan bonita.

—Como le hagas algo —gruñó Chase—, te mataré.

—¿Esa es la mejor amenaza que se te ocurre? —se burló Hayyar.

—Después de que me lo supliques.

Hayyar se encogió de hombros.

—Mejor. Aunque no empezaré a preocuparme… hasta dentro de veinte años.

—Señor Chase —dijo Kari mientras los guardaespaldas se la llevaban a ella y a Volgan—, recuerde para qué le contratamos. Para proteger a la doctora Wilde. Esa es su prioridad.

—Pero…

—¿Me entiende?

Chase asintió, a regañadientes.

—Sí.

—Muy bien. —Kari dirigió la atención al helicóptero y luego a Hayyar—. Solo hay cinco asientos y somos seis. ¿Piensa colgarse del tren de aterrizaje con el garfio?

—Puede sentarse en el regazo de Yuri —dijo Hayyar con una sonrisa lasciva—. Se merece una última alegría… antes de que lo mande de vuelta con Qobras.

Volgan se quedó pálido.

—¿Qué? ¡No! ¡No, Failak, teníamos un trato!

—Y estoy seguro de que Qobras tendrá uno mejor. ¿Por qué debería conformarme con tres millones de dólares cuando puedo quedarme los diez y hacer que Qobras me pague más por recuperar el artefacto y a ti?

—¡No! —gritó Volgan. Aunque tenía las manos esposadas a la espalda, se lanzó contra el guardaespaldas que lo sujetaba y le hizo perder el equilibrio.

El otro guardaespaldas se volvió y soltó a Kari cuando el ruso le dio una patada en el estómago. Volgan saltó por encima del guardaespaldas cuando este cayó y echó a correr hacia la granja. Los soldados se recuperaron de la sorpresa y levantaron las armas.

—¡No disparéis! —gritó Hayyar. Mahyad parecía asustado, y repitió la orden.

Los soldados se detuvieron un instante, atrapados entre su instinto y las órdenes de su superior.

Ese instante era lo que necesitaba Chase.

Cogió el rifle del soldado que tenía más cerca por el cañón, le retorció la muñeca para hacer pasar el arma por encima del hombro, lo apuntó por la espalda y con la otra mano apretó el gatillo.

Sintió el calor de la bala cuando disparó y se quemó la palma de la mano. El soldado cayó hacia atrás, la bala lo atravesó y salpicó el Land Rover de sangre y tejido pulmonar.

Antes de que los demás pudieran reaccionar, Chase puso el arma en posición automática y abrió fuego contra los soldados que tenían los Dragunov. Cayeron todos. Si los demás le disparaban, corrían el riesgo de herir a sus propios camaradas, por lo que permanecieron inmóviles durante un instante.

—¡Nina! —gritó Chase. Ella se lo quedó mirando sin saber cómo reaccionar; no estaba preparada para ese frenesí de acción letal. Él intentó agarrarla del brazo, pero uno de los soldados reaccionó más rápido que sus compañeros y tiró a Nina al suelo. Chase no podía dispararle sin herirla…

De modo que cambió de táctica de inmediato.

—¡Hugo! —gritó y volvió la cabeza hacia el Land Rover. Castille ya seguía su ejemplo y se estaba peleando con un soldado por el rifle.

Otro iraní le dio un culatazo en la nuca y el belga perdió el conocimiento.

Chase se volvió al oír un grito ahogado de dolor. Hafez intentaba ponerse en pie, pero uno de sus guardas le dio una patada y lo tiró al suelo. El otro apuntaba a Chase con su G3…

El inglés se tiró en el asiento trasero del Land Rover. Tuvo el tiempo justo de cerrar la puerta antes de que la ventana estallara en pedazos y las balas atravesaran la piel de aluminio del todoterreno.

—¡Eddie! —gritó Nina cuando el soldado la obligó a ponerse en pie y la alejó del coche. Ella intentó resistirse y pataleó, pero aquel hombre era muy fuerte y no pudo zafarse de él. Otros dos iraníes sujetaban a Castille para que no se levantara.

El soldado no paró de disparar y vació el cargador entero en el vehículo.

Por un instante, todo permaneció en silencio. Entonces abrió de golpe la puerta agujereada por las balas.

El Land Rover estaba vacío. El soldado lo miró, confundido. Entonces oyó un ruidito y miró hacia abajo.

En el asiento trasero, en el espacio para los pies, vio una granada.

Abrió la boca para gritar…

Pero el grito nunca se oyó. La granada explotó y lo arrojó hacia atrás, entre una maraña de metal.

Los soldados que sujetaban a Castille salieron despedidos por la onda expansiva, al igual que el último guarda de Hafez. Pero sus prisioneros, que estaban tumbados en el suelo, resultaron ilesos ya que la metralla pasó por encima de ellos.

Tumbado junto a la rueda trasera del otro lado del todoterreno, Chase se tapó las orejas con las manos en el momento en que la puerta que había sobre él era arrancada de los goznes por la explosión. La vio salir despedida como un disco volador gigante y se perdió colina abajo.

Chase miró por debajo del vehículo. Los soldados más cercanos estaban todos heridos o muertos, pero los demás empezaban a recuperarse de la explosión. Como mínimo eran diez, y estaban todos armados.

Todos furiosos.

De pronto reparó en el largo abrigo de Kari, que se encontraba junto al helicóptero. Uno de los guardaespaldas de Hayyar la sujetaba, y el capitán iraní la apuntaba con la pistola mientras daba órdenes a gritos a sus hombres.

Nina…

El soldado que la había tirado al suelo la agarraba ahora con los brazos alrededor del pecho mientras la arrastraba hacia atrás.

No podía intentar dispararle. Era demasiado arriesgado. Además, le quedaban pocas balas a su G3.

Evaluó la situación rápidamente.

Nina se encontraba relativamente a salvo de momento, a pesar de que estaba prisionera, pero los iraníes no tardarían en usarla como rehén para obligarlo a rendirse. Hayyar y el capitán Mahyad hablaban inglés y habían oído que Kari le había dicho que la prioridad era proteger a Nina…

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