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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (37 page)

—Estoy impresionada —dijo Nina—. Ha sido un análisis muy bueno.

—No se me daban bien las mates y la historia, pero siempre me fue bien en lengua y literatura. —Dejó el libro y se acercó a la doctora—. No es que quiera hacerme el gracioso ni nada por el estilo, pero mientras leía esto me preguntaba por qué tenías tantas ganas de encontrar a esta gente.

Nina se sintió extrañamente incómoda, casi como si la estuvieran acusando de algo. ¿Le había contado Kari lo de los marcadores atlantes en el ADN? Le pareció poco probable. Intentó quitarse de la cabeza esa sensación y contestó:

—Es un tema que me ha fascinado toda la vida. Y a mis padres también. Recorrí el mundo entero con ellos, intentando encontrar algo que nos permitiera averiguar dónde estaba la Atlántida. —Le mostró el colgante, que llevaba oculto bajo la camiseta, y lo puso a la luz del ojo de buey—. Lo irónico es que, durante años, he llevado conmigo una pista, y no me he dado cuenta.

—¿Llegaron a encontrar alguna cosa tus padres?

Dejó caer el colgante sobre el pecho.

—Es… No lo sé, la verdad. Ellos creían que sí, pero nunca vi a qué se referían. El año en que, hum, murieron… —Se le hizo un nudo en la garganta.

—Lo siento, no quería… —dijo Chase.

Ella negó con la cabeza.

—No pasa nada. Es que no hablo muy a menudo sobre ello, listaban en el Tíbet mientras yo hacía los exámenes de acceso a la universidad…

—¿En el Tíbet? —preguntó Chase—. Eso está muy lejos del Atlántico.

—Es un lugar relacionado con la leyenda de la Atlántida desde hace mucho tiempo. Los nazis mandaron varias expediciones al Himalaya, incluso durante la guerra.

—Los nazis otra vez —murmuró Chase—. Esos cabrones llegaron a todas partes. Entonces encontraron el templo en Brasil y robaron la pieza del sextante… Pero debieron de encontrar algo más, algo que los hizo viajar hasta el Tíbet.

—Quizá el mapa o las inscripciones nos habrían revelado algo; había señales de que los atlantes estuvieron en Asia, pero no luve tiempo de comprobarlo.

—¿Por qué fueron tus padres hasta el Tíbet?

—No lo sé. Encontraron algo, pero no me dijeron de qué se trataba. —Frunció el ceño—. Lo cual es algo extraño porque siempre me hacían partícipe de todo.

—Quizá no querían distraerte de los exámenes.

—Quizá. —Nina no dejó de fruncir el ceño—. Pero las últimas noticias que recibí de ellos me llegaron por una postal, aunque no te lo creas. Mandada desde el Tibet. De hecho, aún la conservo.

—¿Qué decía?

—No mucho, solo que estaban a punto de partir de una aldea del Himalaya llamada Xulaodang. Tenían planeado pasar una semana fuera, pero…

Chase le puso una mano en el hombro.

—Eh, no tenemos que hablar de esto si no quieres.

—No, no pasa nada. Pero es curioso, ni tan siquiera se me había pasado por la cabeza la conexión nazi hasta ahora. Y eso que mi padre fue a Alemania un año antes… Quizá tenían algo de las expediciones de la Ahnenerbe. Algo que los llevó hasta el Tibet. ¿Pero por qué no me lo dijeron?

—¿Porque no querían que supieras que estaban usando algo de los nazis? —sugirió Chase.

—Supongo. —Se enderezó y lanzó un suspiro triste—. Aunque no habría importado. Murieron a causa de una avalancha en algún lugar al sur de Xulaodang y no sobrevivió casi ningún miembro de la expedición. Nunca encontraron los cuerpos, por lo que se perdió todo lo que llevaban con ellos.

Chase enarcó una ceja.

—¿Casi ningún miembro? ¿Quién sobrevivió?

—Jonathan.

—¿Jonathan? ¿Te refieres a Philby? ¿Al profesor?

—Sí, por supuesto. Creía que lo sabías. Formaba parte de la expedición. Por eso mantenemos una relación tan estrecha. Aunque estoy convencida de que no pudo hacer nada, me dijo que se sentía responsable de no haber podido salvarlos. Desde entonces siempre ha cuidado de mí.

Chase se reclinó en la cama.

—Philby, ¿eh?

—¿Qué?

Apartó la mirada.

—Nada. Es que no sabía de qué os conocíais.

—Trabajó con mis padres durante años, eran amigos.

—Hum. —Parecía que Chase rumiaba algo, pero antes de que Nina se lo pudiera preguntar, alguien llamó a la puerta de su camarote.

—¡Estoy aquí!

Kari se asomó con precaución.

—Espero no interrumpir nada.

Chase respondió en tono burlón:

—¡Ya me gustaría!

—Solo quería informaros de que ya casi hemos llegado a las coordenadas. El capitán Matthews usará los propulsores para mantener la posición en lugar de echar el ancla ya que no queremos arriesgarnos a dañar algo de lo que hay ahí abajo. Luego bajaremos los submarinos. Creía que querríais verlo.

—No me lo perdería por nada del mundo —dijo Nina, que se puso en pie—. ¿Vienes, Eddie?

—Dentro de unos minutos. Estaréis en la cubierta de submarinos, ¿no?

—Sí.

—De acuerdo, pues nos vemos ahí.

Kari y Nina salieron. Chase las miró de un modo enigmático.

—Philby… —dijo en voz baja.

A causa del diseño del
Evenor
había pocos lugares al aire libre en los que uno no pudiera ser visto desde la cubierta de proa o popa. Pero tras una ardua exploración, Jonathan Philby encontró una pequeña pasarela en la segunda cubierta que estaba abierta al mar por un lado.

Miró a su alrededor, hecho un manojo de nervios. Ante él vio las extremidades de la grúa que ponían el mayor de los dos sumergibles en posición. Para que su GPS funcionara, la antena del aparato debía encontrarse al aire libre, pero si se asomaba por un costado del barco para buscar cobertura, corría peligro de que lo vieran.

No tenía elección. Tenía que hacer la llamada.

El teléfono por satélite compacto había sido su compañero inseparable desde que había informado a Qobras de que los Frost se habían puesto en contacto con él. El mero hecho de sacarlo de su escondite, entre sus pertenencias, lo sumía en un estado de gran nerviosismo; si alguno de sus compañeros lo veía, aunque fuera Nina, empezarían a sospechar y todo se iría al garete. En Gibraltar no le había costado demasiado encontrar el momento ideal para enviar el destino aproximado del
Evenor
, pero cuando tuvo que enviar la posición final del
Nereida
en Brasil sin que lo descubrieran, casi le dio un ataque de pánico.

La situación ahora no era mucho mejor. Las puertas en ambos extremos de la pasarela no tenían ventanas. En cualquier momento podía entrar alguien. Esperó con ansiedad a que se estableciera la comunicación…

—¿Sí? —dijo una voz. Starkman.

—Soy Philby. No tengo mucho tiempo. Casi hemos alcanzado nuestro destino. Estas son mis coordenadas actuales. —Leyó los datos de su unidad GPS—. La posición final del
Evenor
será a unas cuantas millas al oeste de aquí.

—La posición final del
Evenor
será a doscientos cincuenta metros bajo el agua —dijo Starkman—. Ya estamos en camino. Buen trabajo, Jack. Recibirás tu recompensa.

—La única recompensa que quiero es olvidarme de todo esto. —Philby se frotó el sudor de la frente—. Se habrá acabado todo, ¿verdad?

—Oh, sí —respondió Starkman con voz firme—. La búsqueda de la Atlántida acaba ahí.

Los dos sumergibles se encontraban en el agua, uno a cada lado del
Evenor
. Los pilotos ya estaban dentro; los «vaqueros», miembros de la tripulación con trajes de neopreno que se encontraban sobre ambos submarinos, comprobaban que los sistemas estuvieran en orden y que los cables de comunicación estuvieran bien conectados, antes de soltarlos de las grúas. Después de realizar todas las comprobaciones, los sumergibles cayeron sin más ceremonias al agua. Los vaqueros fueron recogidos por una Zodiac, que los devolvió al pequeño embarcadero de popa.

Tardaron menos de diez minutos en descender los doscientos cincuenta metros. Nina ocupaba un lugar de honor en el laboratorio, frente a los monitores, con Kari sentada al lado. Philby, Chase y Castille lo observaban desde detrás, acompañados por linos cuantos hombres del
Evenor
.

Todo aquel montaje desorientó a Nina. Cada una de las dos grandes pantallas que tenía ante ella mostraba lo mismo que veían los pilotos en el interior de sus esferas presurizadas, gracias a un monitor LCD autoestereoscópico que proporcionaba una imagen tridimensional y que no requería del uso de gafas especiales. Durante gran parte del descenso, la ilusión de profundidad apenas fue perceptible, pero de vez en cuando pasaba un pez frente a los láseres de los sumergibles, y aparecía de pronto en la pantalla como una visión fantasmal verde.

—Doscientos veinte metros —dijo Trulli por el intercomunicador—. Nos aproximamos al objetivo. Reduciendo velocidad.


Evenor
, por favor confirme rumbo —pidió Baillard.


Atragon
, vire a dos-cero-cero grados —le dijo Kari por el micrófono—. Está muy cerca.
Sbarkdozer
, mantenga la posición hasta que se confirme el contacto.

—Ya deberíamos poder verlo —se quejó Trulli. El lecho marino adquirió relieve dimensional frente a Nina mientras el australiano giraba lentamente el sumergible e inclinaba el morro para que los láseres apuntaran hacia abajo. La resolución era tan alta que podía ver los cangrejos que correteaban entre los sedimentos.

Dirigió la atención a las imágenes que transmitía el sumergible de Baillard, que avanzaba a un ritmo muy lento, a unos seis metros del lecho marino. Una pantalla más pequeña mostraba la visión iluminada de una videocámara normal, pero la imagen UDAR alcanzaba mucho más allá.

El lecho marino se alzó ante el sumergible del canadiense.


Evenor
, tengo algo —informó Baillard—. Recibo una señal de sonar muy fuerte… no son sedimentos. Es algo sólido procedente de arriba y es grande. Podrían ser los restos de un naufragio…

—No es un barco —susurró Nina cuando la mole apareció en la pantalla tridimensional. Reconoció la forma al instante. Era la misma que tenía la réplica del templo de Poseidon que hallaron en la selva brasileña.

Y, a diferencia de aquella estructura en ruinas, esta se encontraba intacta.

—Joder —murmuró Chase, que se inclinó sobre el hombro de la doctora.

—Dios.
Evenor
, ¿lo ven? —preguntó Baillard.

—Lo vemos —confirmó Kari, que le entregó los auriculares y el micrófono a Nina—. Ahora estás tú al mando.

—¿Yo? ¡Pero si no sé nada de submarinos!

—No es necesario. Tan solo diles qué quieres ver y él lo hará.

—De acuerdo… —respondió Nina, hecha un manojo de nervios y aterrorizada por la idea de que el sumergible tuviera un accidente por su culpa. Se puso los auriculares y toqueteó el micrófono—. Jim, aquí Nina. ¿Me oyes?

—Alto y claro —respondió el canadiense—. Estoy a ciento cincuenta metros. ¿Puede ver con claridad?

—Oh, sí. —La parte inferior de los muros del templo estaba hundida bajo un montón de sedimentos, pero el extremo superior de su techo curvo se alzaba unos diez metros sobre el lecho oceánico. La luz láser refulgía con fuerza en aquellos lugares en los que las cubiertas de metales preciosos habían permanecido intactas a pesar del hundimiento—. No me puedo creer que aún se tenga en pie.

Philby se acercó a la pantalla, al parecer tenía problemas con el efecto estereoscópico y lo solucionaba cerrando un ojo.

—El diseño debió de ser sumamente preciso para que todos los bloques aguantaran su propio peso. Eso evitó que el templo se desmoronara a pesar de que todo lo demás se derrumbó cuando la isla se hundió. ¡Increíble!

—¿Qué corriente hay? —preguntó Kari.

Trulli lo comprobó.

—Medio nudo dirección noreste.

—No me extraña que no quedara sepultado por completo —dijo Baillard—. Si esa es la corriente habitual, arrastrará gran parte de los sedimentos hacia la costa española.

—¿Hay algo más en la superficie? —preguntó Nina.

La imagen tridimensional dio una sacudida; el
Atragon
no había cambiado el curso, pero había redirigido los escáneres láser para mirar hacia un lado.

—Veo unos cuantos montículos que podrían indicar la existencia de algo más bajo la superficie, pero nada que sobresalga. ¿Cuánto mide de alto esta cosa?

—Si tiene el tamaño que creemos, medirá casi veinte metros, dieciocho, para ser exactos.

—En tal caso, creo que podremos ver la mitad. Hay mucho cieno amontonado alrededor. —Volvió a mostrar la imagen del templo.


Sharkdozer
, acérquese —le ordenó Kari—. Diríjase a la cara norte y manténgase alejado del
Atragon
.

—Oído —dijo Trulli. Siguieron su avance por otro monitor.

—¿Jim? —preguntó Nina—. ¿Puedes dar la vuelta al edificio? Quiero ver qué aspecto tiene desde el otro lado.

Baillard obedeció. Tardó un par de minutos en hacer la maniobra y les mostró una imagen muy parecida a la del templo brasileño. La parte posterior curva, sepultada parcialmente bajo •sedimentos, le recordaba a Nina el caparazón de una tortuga.

—Eh,
Evenor
—dijo Trulli, emocionado—, estoy en el extremo norte y la capa de sedimentos es más baja. Debe de ser gracias a la corriente. Veo mejor el muro.

Nina dirigió de inmediato la atención a la pantalla del
Sharkdozer
. Había una pequeña depresión, en forma de cuenco, en el extremo norte del templo, como si alguien hubiera usado una cuchara enorme para limpiar los sedimentos.

—¿Puedes acercarte un poco más?

—Sin problemas. Un segundo.

Tardó algo más de un segundo, pero al cabo de unos minutos, Trulli detuvo el gran sumergible a poca distancia del muro del templo.

—Voy a hacer una lectura de sónar —anunció—. Un momento.

Uno de los monitores mostró un gráfico irregular. Nina no lo entendió, pero el piloto del sumergible lo interpretó tan fácilmente como si fuera una fotografía.

—Hay algo bajo los sedimentos o, más bien, hay algo que no está bajo los sedimentos. Podría ser un agujero en el muro.

—¿Hay espacio para que pase
Mighty Jack
? —preguntó Baillard.

—Quizá.
Evenor
, ¿tengo permiso para limpiar los sedimentos?

Kari miró a Nina, que asintió emocionada. ¡El templo tenía una entrada!


Adelante
, Sharkdozer.

La operación fue frustrantemente lenta. Nina tuvo que contenerse para no clavar las uñas en el ordenador mientras Trulli alejaba el submarino del templo. Con gran cuidado, bajó el módulo de bombeo hasta la superficie, a unos cien metros al noreste, acto seguido extendió la «cola» en la misma dirección de la corriente y regresó al templo. La pantalla LIDAR del
Atragon
mostró cómo el tubo de conexión se estiraba entre el módulo de bombeo y la nave nodriza, mientras el
Sharkdozer
regresaba a su posición, por encima de la base del muro norte. El proceso tardó más de veinte minutos en llevarse a cabo.

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