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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (13 page)

¡Llegaba tarde! Teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba la carretera, no había forma de seguirle el ritmo al tren aunque robara el camión.

Sin embargo, tenía que encontrar una forma de rescatar a Nina, por no hablar de sus amigos.

El tren avanzaba lentamente para tomar con precaución los cambios de vía que iban a devolverlo a la vía principal. Uno a uno, los vagones se movían serpenteando. Chase se esforzó más e intentó no hacer caso de las punzadas de dolor. Quizá aún tenía una oportunidad de atrapar el tren…

Pero era imposible. Apenas había alcanzado un extremo de la estación cuando el tren ya salía por el otro; además, el rugido de la locomotora aumentaba de intensidad mientras aceleraba.

Ahora sus opciones eran el camión… o el otro tren.

Había un soldado en la parte trasera del camión que observaba la partida del tren. Oyó ruidos de pasos en la grava y volvió la cabeza… justo a tiempo para encajar una patada voladora en el pecho. Cuando cayó al suelo Chase le dio un puñetazo en la cara. No lo dejó inconsciente, pero estaría fuera de combate durante unos cuantos minutos.

Le cogió el arma y miró hacia la vía, a sus perseguidores, y echó a correr hacia la locomotora del tren de mercancías.

Oyó el impacto de la primera bala en uno de los vagones de madera justo antes de que le llegara el sonido del disparo. Los animales balaron, asustados. Se tiró al suelo, rodó bajo el camión más cercano y salió por el otro lado. Estaba a cubierto durante unos segundos, pero los soldados no tardarían en llegar al tren y alcanzarlo.

La locomotora estaba enfrente, era como un gran bloque de metal con una cabina en cada lado. Pero antes tenía que hacer algo…

Se agachó en el hueco entre la locomotora y el primer vagón. El enganche era del tipo automático, de «nudillo»; levantó la palanca, que hizo un ruido metálico sordo. Ahora, cuando encendiera el motor, se desengancharía automáticamente y dejaría los vagones atrás.

Miró al final del tren. Dos de los soldados lo habían seguido por el lado izquierdo, lo que significaba que solo había uno en el derecho. Saltó sobre el enganche y bajó por el otro lado del vagón, con el rifle preparado. El tercer soldado se dirigía hacia él.

Con un rápido movimiento, Chase hincó una rodilla en el suelo, apuntó y disparó. Fueron tres tiros, pero el primero acertó en su objetivo. El soldado cayó desplomado al suelo.

Chase corrió hacia la parte delantera de la locomotora. Una cabeza asomó por la puerta abierta; era el maquinista, que quería ver lo que ocurría. Y enseguida lo entendió.

—Buenas tardes —dijo Chase entre jadeos, apuntándolo con el rifle—. Necesito que me preste su tren.

El hombre, asustado, levantó las manos, miró a su alrededor desesperado, entonces se volvió y se lanzó por el otro lado de la cabina tras proferir un aullido.

—Como mínimo se lo he pedido —murmuró Chase mientras subía los escalones. La pequeña cabina estaba vacía, el resoplido del motor en punto muerto resonaba tras una pequeña puerta en la pared trasera. A través del parabrisas vio al maquinista que huía hacia la garita de señales que se encontraba al final de las vías muertas.

La palanca más grande del tablero de control tenía que ser el regulador. Lo que significaba que la segunda más grande era el freno.

O eso esperaba.

Empujó la palanca del regulador hacia delante a modo de prueba. La locomotora empezó a dar sacudidas a medida que aumentaba el ruido del motor, pero los frenos impedían que avanzara.

Soltó lo que creía que era el freno. Hubo un chirrido metálico estridente y la locomotora se puso en marcha. Empujó de inmediato al máximo la palanca del regulador. Los grandes motores diésel que tenía detrás aullaron, las agujas de los indicadores parecían clavadas en la zona roja, pero Chase no hizo caso y miró por la puerta abierta.

La locomotora se había desenganchado del resto del tren, así que como mínimo no tendría que arrastrar varios centenares de animales. Los soldados que lo perseguían casi habían alcanzado el primer vagón…

Cogió el G3, lo puso en modo automático y abrió una ráfaga de disparos por uno de los costados. Cayó al instante uno de los hombres, de cuyo pecho brotó un chorro de sangre. El otro se tiró a las vías que había frente a los vagones parados y quedó fuera del alcance de Chase debido al gran tamaño de la locomotora.

Gruñó furioso, y volvió a dirigir la atención a los controles y a la vía. Las primeras agujas se acercaban rápidamente.

De pequeño Chase había jugado con los modelos de trenes de su padre, por lo que sabía que se debía tomar el cambio de vías a poca velocidad. De hecho, lo habían llegado a castigar después de que su curiosidad lo llevara a experimentar con los cambios de vía a gran velocidad, lo que provocó que un Great Western saliera volando y acabara en el suelo.

Pero no tenía otra elección, tenía que alcanzar al tren de Nina.

De modo que se agarró a donde pudo. La locomotora entera se estremeció al tomar el cambio de vías demasiado rápido; las ruedas chirriaron al chocar contra las vías. El violento movimiento se repitió con las seis ruedas del bogie trasero. Entonces la locomotora enderezó el rumbo, pero las siguientes agujas se acercaban a toda prisa…

Tras la locomotora, fuera del alcance de la vista de Chase, el único soldado que quedaba con vida corría por las vías. El motor ganaba velocidad, y el estruendoso chirrido que se produjo al dejar atrás las agujas, envuelto en una nube de chispas, casi lo dejó sordo, pero la ira y el ardiente deseo de vengar la muerte de sus camaradas le dieron fuerza.

Dio un salto a la desesperada para intentar alcanzar la barandilla de la locomotora mientras esta se alejaba…

Y lo consiguió.

El soldado apretó los dientes, se agarró a los peldaños y se encaramó a la parte trasera de la cabina.

El motor profirió otro aullido metálico que le dio dentera a Chase, pero siguió apretando la palanca del regulador al máximo a pesar de que la curva que estaba a punto de tomar amenazaba con tirarlo del asiento del maquinista.

Tan solo tenía que hacer otro cambio de vías y ya estaría en la principal. Si lograba exprimir al máximo la potencia de la máquina, no tardaría demasiado en atrapar al tren de Nina y, si no se equivocaba, podría ajustar la velocidad, enganchar la locomotora al tren y subir a bordo.

De pronto vio un destello metálico más adelante: algo se movía.

¡Las últimas agujas habían cambiado!

Chase miró a su alrededor y vio dos caras asustadas que lo miraban desde la garita de señales mientras pasaba a toda velocidad. El maquinista debía de haberles dicho que intentaran detenerlo, y ahora su locomotora iba a acabar en una vía paralela al otro tren.

Eso significaba que si circulaba otro tren en sentido contrario, ¡chocarían de frente!

Pero si creían que lograrían detenerlo de aquel modo, se equivocaban.

Con un crujido metálico ensordecedor, la locomotora de Chase atronó al salvar el último cambio de agujas e incorporarse a la vía principal. Empujó la palanca del regulador al máximo. Los indicadores rebotaron de nuevo, pero lo único que le importaba era el velocímetro. Treinta kilómetros por hora… cuarenta…

Las vías férreas ascendían por la montaña en un trazado sinuoso. Aún no veía el otro tren, pero no podía estar muy lejos.

Atraparlo no iba a ser complicado.

Lo difícil sería subirse a él.

Castille y Hafez se miraron mutuamente. Ambos hombres tenían una larga experiencia como soldados, y habían observado con atención las reveladoras señales de aburrimiento y despiste que aparecían de forma casi inevitable durante la guardia.

Los soldados que los vigilaban empezaban a mostrar esas señales. Doblaban en número a sus prisioneros maniatados, y estaban armados, por lo que tenían una sensación de poder y superioridad que podía derivar fácilmente en autocomplacencia. Cuando los metieron en el compartimiento, los soldados los apuntaron con las armas.

Ahora, las habían bajado. Solo tardarían un instante en volver a levantarlas, pero un instante era lo que Castille y Hafez necesitaban.

Solo tenían que esperar a que llegara el instante adecuado.

Cuanto más se esforzaba Nina por no hacer caso de Mahyad, más consciente era de que la miraba. Lo único que podía hacer era volverse, acercarse a la ventana y observar el paisaje montañoso que pasaba ante ellos a través del cristal sucio.

Mahyad cambió de posición. Nina lo miró fugazmente y quedó horrorizada al ver que estaba jugueteando con la Magnum de Chase.

—Mi vida sería mucho más fácil si les hubieran pegado un tiro a usted y a sus amigos mientras intentaban huir —le dijo—. Tendría menos papeleo y menos preguntas de mis superiores. Quizá debería matarlos a todos antes de llegar y ahorrarme todo ese jaleo. —Bajó lentamente la pistola y la apuntó. Nina se encogió en el asiento—. Pero… usted podría convencerme para que cambiara de opinión. Y salvar la vida a sus amigos.

—¿Cómo? —preguntó Nina, aunque ya sabía la respuesta.

—Ya sabe cómo —respondió Mahyad, que se reclinó en el asiento con una sonrisa de regodeo.

—Me da asco.

La sonrisa de Mahyad se hizo más amplia.

—Soy un hombre razonable —le dijo, mientras miraba la hora—. Le voy a dar unos cuantos minutos para que medite su decisión. Si decide no aceptar mi oferta… —se le crispó el rostro en una mueca maligna—, mataré a sus amigos. Y la entregaré a mis hombres. Me temo que no son… ¿cómo se dice? Tan caballerosos como yo.

Paralizada por la sensación de asco y miedo que le revolvía el estómago, Nina se apartó de él, desesperada y sola.

La locomotora había rebasado los setenta kilómetros por hora y seguía acelerando. Chase miró hacia delante, en busca del primer atisbo del otro tren mientras tomaban una larga curva. ¡Ahí!

Se encontraba a unos ochocientos metros, pero estaba recortando distancias.

Tardaría dos minutos. Quizá menos.

El espacio entre vías era de alrededor de un metro y medio. Pero la distancia entre ambos trenes sería inferior, de unos setenta centímetros. Un salto fácil.

Como mínimo, sería fácil si los dos trenes no circularan a ochenta kilómetros por hora.

Chase intentó observar con detenimiento la parte trasera del otro tren. Era bastante antiguo y tenía una plataforma descubierta que daba a una puerta. Eso lo hacía todo más fácil. Lo único que tenía que hacer era calcular bien el momento del salto de su locomotora a la plataforma.

Eso era lo único que tenía que hacer. Tan solo saltar de un tren en movimiento a otro. No había ningún problema.

Chase ajustó el regulador y colgó su rifle de la correa en el freno de seguridad. Si lo quitaba justo antes de atrapar al otro tren, la locomotora alcanzaría la misma velocidad y le facilitaría mucho el salto. Se acercó a la puerta abierta y asomó la cabeza para comprobar la velocidad del viento…

Pero en ese instante le dispararon por detrás y se golpeó con el hombro contra el marco de metal cuando un soldado apareció por el pasillo que unía la cabina delantera con la trasera.

Las vías se volvieron borrosas cuando el soldado intentó tirarlo por la puerta. Con un brazo entumecido por el golpe, el único sitio donde podía apoyarse era en la barandilla exterior del motor, que lo hizo balancear y alejarse aún más de la cabina.

Desde su posición vio las luces de otra locomotora, ¡que se dirigía directa hacia ellos!

Capítulo 7

EL soldado le echó las manos al cuello a Chase, apretó con fuerza y lo empujó aún más hacia fuera.

Chase tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para seguir respirando mientras el otro hombre le clavaba el pulgar en la tráquea. Recurrió a todas las fuerzas que le quedaban para no soltarse de la barandilla, a pesar de que el dolor que sentía en el brazo herido, e inútil para defenderse, era insoportable.

De reojo vio que las luces del tren que se aproximaba en dirección contraria brillaban cada vez más.

El iraní se le echó más encima y gruñó:

—¡Muere, americano hijo de puta!

—¿Americano? —exclamó Chase entre jadeos. De pronto sintió que recuperaba las fuerzas, y hundió la mano libre en la cara del iraní, como un martillo. El cartílago crujió con el golpe y el soldado empezó a sangrar a borbotones. Le soltó el cuello de inmediato y cayó hacia atrás, medio ahogado por el dolor.

Chase le dio una patada en el estómago y el soldado cayó redondo, pero el inglés lo agarró y le espetó:

—¡Soy británico, imbécil!

Sonó un silbato.

Por el parabrisas vio la otra locomotora que se dirigía hacia ellos a toda velocidad, envuelta en una nube de chispas cuando el otro maquinista activó el freno. Era un tren que transportaba tanques blancos llenos de combustible o productos químicos.

El tren de Nina se encontraba casi a su misma altura.

El otro maquinista saltó del tren, que se precipitaba hacia ellos como un obús, con una luz cegadora.

Todavía no habían alcanzado el último vagón del tren de Nina, pero no le quedaba más tiempo…

El soldado se incorporó y gritó.

Chase saltó y se agarró a la barandilla de la plataforma abierta. Lo único que podía hacer era aferrarse al metal con las puntas de los dedos cuando…

Las locomotoras colisionaron.

La máquina de Chase se levantó a causa del impacto. La otra levantó una tormenta metálica.

Entonces el chasis chocó contra el bloque de metal del segundo motor diésel de la locomotora. La máquina de Chase pesaba casi cien toneladas, pero chocar contra un tren de varios miles de toneladas que se desplazaba a casi ochenta kilómetros por hora, fue como hacerlo contra un muro de hierro.

La locomotora acabó volando por el aire. Permaneció suspendida, invertida durante un instante, y cayó sobre la otra. Ambos motores se desintegraron a causa del impacto y arrojaron cientos de litros de combustible, que empezaron a arder.

El primer vagón, lleno de fuel oil muy inflamable, descarriló y chocó contra un montón de metal. Se derramó su contenido…

—Se le ha acabado el tiempo —dijo Mahyad. Se inclinó hacia Nina y su maligna sonrisa se hizo más grande mientras alargaba el brazo para acariciarle la pierna. Asqueada, ella intentó apartarse, pero no podía huir—. Bueno, ¿cuál es su…?

Otro tren pasó a toda velocidad en dirección contraria. Mahyad lo miró y luego a Nina. Abrió la boca para hablar…

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