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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (12 page)

Eso significaba que para protegerla ahora, tenía que abandonarla.

Cogió el G3 y, al amparo de la cortina de humo que desprendía el Land Rover, retrocedió, se levantó de un salto y abrió fuego. Apuntó alto a propósito; no quería darle a nadie, sino obligarlos a que se agacharan para que se confundieran mientras él echaba a correr en dirección a la ladera que conducía al valle.

Oyó el ruido de los rifles al cargarse justo antes de que los soldados abrieran fuego.

El valle se extendía a sus pies y la amplia curva de la vía del ferrocarril se desvanecía en el túnel.

Una bala le pasó rozando la cabeza, lo bastante cerca para que sintiera la onda expansiva. Chase saltó por el borde de la ladera, voló por el aire para aterrizar en…

¡La puerta del Land Rover!

Se deslizó colina abajo en una nube de polvo y gravilla; Chase se aferró a la puerta como si fuera un niño que se había tirado en trineo.

Sabía que no llegaría muy lejos porque el terreno era demasiado rocoso. Pero tampoco lo necesitaba. Tan solo quería ganar unos cuantos metros de ventaja antes de que los soldados llegaran al borde de la ladera y abrieran fuego contra él.

De repente vio una roca grande que sobresalía del suelo como una muela cariada. Chase saltó de nuevo, se lanzó a un lado y golpeó el suelo con fuerza antes de que la puerta chocara contra la roca y se arrugara como si fuese de cartón. Intentó frenarse con los pies, pero había cogido demasiada velocidad y rodaba colina abajo sin poder hacer nada. El polvo que levantaba, lo cegaba.

¡Oyó tiros desde arriba!

Le rozó algo. No fue una bala, sino plantas, hierbajos y arbustos. Eso significaba que estaba a punto de llegar abajo. Pero ¿a qué distancia se encontraba?

Hizo un esfuerzo para abrir los ojos a pesar del polvo cegador… y vio que la tierra caía en picado bajo él.

Con un gritó que alcanzó la cima de la ladera, Chase cayó al vacío.

Uno de los soldados hizo una mueca de dolor.

—Ay. Eso le va a doler. —El extranjero había caído en la entrada del túnel y había desaparecido.

—¡Que se joda ese cabrón! —gruñó el hombre que estaba a su lado. Perteneciera o no a las fuerzas especiales, todo aquel que cayera desde tan alto en el implacable acero y cemento de la vía terrea tenía muchas posibilidades de acabar con un par de huesos rotos, cuando no muerto.

Mahyad se acercó hasta sus hombres y miró abajo. Era fácil seguir el rastro del inglés por la colina gracias a la estela de polvo que acababa en el túnel.

—Coged cuerdas —les ordenó—. Quiero que bajen tres hombres y que lo encuentren. Si está muerto, llevad el cuerpo a la estación. Si está vivo… —hizo una mueca de ira y humor sádico—, llevad el cuerpo a la estación.

—¡Señor! —saludaron los soldados y los tres se prepararon para descender.

Mahyad regresó junto a Hayyar. Habían capturado de nuevo al ruso en su intento de huida, y ahora estaba bajo vigilancia junto con los demás prisioneros.

—¡Todo esto es culpa tuya! —le espetó Mahyad a Hayyar, y lo señaló con un dedo—. ¡No me dijiste que era una especie de asesino profesional!

—¡No lo sabía! —le soltó Hayyar—. ¡Creía que era un ex soldado contratado como guardaespaldas! —Señaló a Kari, que le lanzó una mirada de gélido desprecio.

—¡Tengo cuatro hombres muertos y tres heridos! ¿Cómo voy a explicar esto? ¿Cómo?

Hayyar se relamió los labios hecho un manojo de nervios. Sudaba a pesar del viento frío que soplaba.

—Quizá… ¿con un donativo de algún tipo a sus familias? ¿Y a su superior?

—Te diré qué tipo de donativo tienes que hacer, Failak —gruñó Mahyad. Hizo una pausa. Hayyar estaba cada vez más nervioso—. Un donativo muy generoso.

—Lo haré en cuanto regrese a casa —prometió Hayyar, aliviado.

Mahyad lo miró fríamente.

—Más te vale.

—Te lo prometo. Ahora —dijo, mirando a Kari— tengo que irme. Debo ocuparme de un asunto urgente… y sería mejor que no nos vieran juntos en el escenario de este… desafortunado incidente.

Mahyad asintió a regañadientes y sus soldados se llevaron a Nina, Castille y Hafez mientras los demás se subían al Jet Ranger. Volgan, que estaba demasiado asustado para protestar, se sentó en el centro del asiento trasero, flanqueado por los guardaespaldas de Hayyar, mientras que Kari se vio obligada a sentarse en su regazo. Con las manos esposadas a la espalda, poco pudo hacer para resistirse cuando le ataron el cinturón alrededor de la cintura, y a Volgan.

Hayyar ocupó el asiento del copiloto.

—Oh, señorita Frost —dijo y estiró la mano buena para acariciarle la barbilla—, no es necesario que ponga esa cara. No la maltrataremos, es demasiado valiosa. Siempre que su padre coopere, como mínimo.

Kari apartó la cara.

—Ha cometido el peor error de su vida, Hayyar.

Él le dedicó una sonrisa burlona.

—Bueno, bueno. No sea tan desagradable. Póngase cómoda y disfrute del viaje. Y si quiere que Yuri se relaje… —le echó una mirada a Volgan, que estaba pálido sentado tras ella—, revuélvase cuanto quiera. Estoy convencido de que se lo agradecerá. El último deseo de un hombre condenado, ¿hum? —La sonrisa se volvió gélida—. Pero no se revuelva mucho. Sería una pena que mis guardaespaldas pensaran que está intentando escapar y le pegaran un tiro. —Uno de los hombres le clavó el cañón de su arma en el costado para dar énfasis a las palabras de su jefe.

—Lo tendré en cuenta —gruñó.

—¡Muy bien! —Hayyar se volvió hacia el piloto—. En marcha.

Nina observó con estupefacción e incredulidad cómo el helicóptero despegaba y se alejaba. Del mundo académico neoyorquino a ser una prisionera en Irán en tan solo dos días; ¿qué demonios le había pasado a su vida?

Y ahora iban a pedir un rescate por Kari, y en cuanto a Chase…

No entendía lo que decían los soldados, pero a juzgar por su ritmo pausado, estaba claro que creían que había muerto.

Un gran camión militar se detuvo frente a la granja. Cuando los soldados la subieron a bordo a ella y a sus acompañantes, tuvo que esforzarse para reprimir las lágrimas.

Chase respiró hondo y se preparó.

Había logrado darse la vuelta mientras caía por el precipicio y se había agarrado con una mano a una roca que sobresalía. Colgado como una marioneta, tardó casi un minuto en levantar la otra mano para afianzarse.

Aunque tampoco le sirvió de mucho.

Se había quedado colgado justo encima de una de las vías férreas. Debía de estar a unos cinco metros y medio sobre la vía, una altura que ni tan siquiera un hombre del SAS podía tomarse a la ligera; además, no podía amortiguar la caída de ningún modo. La situación solo sería peor si hubiera una cama de clavos en el suelo.

Pero no tenía otra opción. Los gritos y las piedras que rodaban colina abajo lo avisaron de que estaba a punto de tener compañía.

Así pues… ¡se dejó caer!

Aunque estaba preparado para el impacto, y aunque dobló las rodillas y rodó, sintió un dolor en las piernas como si le hubieran pegado con una barra de hierro. Cayó con fuerza y ahogó los gritos cuando se golpeó el pecho contra los raíles metálicos. Mientras intentaba controlar el dolor, se obligó a alejarse de la vía a gatas.

Evaluación de daños. Ambas piernas le dolían de un modo insoportable, y el tobillo izquierdo se había llevado la peor parte del impacto, pero no se había roto nada. Sabía lo que se sentía cuando se fracturaba un hueso.

Se sentó e hizo una mueca al sentir otra punzada de dolor en las costillas. Sin embargo, el lado positivo era que se sentiría mucho peor de no haber llevado su recia chaqueta de cuero. Tras concentrarse en sí mismo y respirar hondo varias veces, se puso en pie…

Profirió un grito de furia.

No fue una expresión de dolor, sino una forma de librarse de él, de controlarlo. Algunas de las técnicas de control del dolor del SAS eran duras, pero funcionaban.

—Oh, ahora sí que estoy cabreado —gruñó.

Un ruido que provenía de arriba captó su atención. No eran los soldados que iban a por él, sino el helicóptero de Hayyar, que desapareció tras la cima de una montaña. Aquel cabrón con la mano de garfio se llevaba a Kari para pedir un rescate a su padre.

¿Qué podía hacer?

Kari Frost era su jefa, y dudaba que su padre fuera a ser muy comprensivo si permitía que le ocurriera algo. Un fracaso como aquel acabaría con su carrera de inmediato. Nadie volvería a contratarlo jamás.

Por otra parte, como jefa le había dado una orden muy concreta: el motivo por el que lo había contratado.

Proteger a Nina Wilde.

Y si los soldados la habían capturado, a buen seguro tenían también a Castille y Hafez. El camión que había visto solo podía tomar un camino, la carretera que pasaba frente a la estación de tren.

La estación de tren…

Si podía llegar a tiempo, quizá encontraría otro vehículo para seguirlos.

Y rescatarlos.

Apretó los dientes al sentir una punzada de dolor en el tobillo y echó a correr por la vía.

Capítulo 6

—No se preocupe —le dijo Castille a Nina mientras el camión avanzaba por la pista de tierra—, no nos pasará nada.

—¿Cómo? —preguntó ella y levantó las esposas—. ¡Nos han detenido, han secuestrado a Kari y Chase está muerto!

Se quedó estupefacta cuando Castille y Hafez contuvieron la risa.

—Eddie ha sobrevivido a peores situaciones —le dijo Hafez.

—¿Acaso hay algo peor a que te disparen y luego caigas por un precipicio?

—Bueno, una vez, cuando estábamos en Guyana… —dijo Castille, antes de que uno de los soldados le gritara en farsi y le clavara el cañón de su arma a modo de punto final—. ¡Ay! Parece que estos idiotas prefieren que no hablemos.

—Estos idiotas —le espetó otro soldado— también hablan inglés.

—Pero me apuesto lo que sea a que no saben francés —prosiguió Castille en una de sus lenguas maternas.

—¡Seguro que no! —respondió Nina amablemente. Pero su comentario provocó un grito de ira de uno de los soldados y que Castille recibiera otro golpe en el estómago.

El resto del incómodo viaje transcurrió en silencio. Nina no apartó la vista de Castille, en lugar de mirar a los cuerpos que yacían en el suelo.

Al final el camion se detuvo con un chirrido de los frenos. Nina parpadeó mientras los soldados la sacaban afuera, donde brillaba la luz del sol.

Estaban en la estación de tren que habían visto antes, cuatro vías largas y paralelas que discurrían junto a la principal y se unían de nuevo a ella en cada extremo. Había un tren corto en la vía muerta más cercana. Estaba formado por tres vagones de pasajeros y una locomotora diésel. Oía los balidos de los animales, ovejas o cabras, que procedían de los vagones.

El capitán Mahyad se detuvo ante sus prisioneros, con los brazos en jarra.

—¿Qué va a hacer con nosotros? —preguntó Nina.

—Llevarlos a juicio por el asesinato de mis hombres —respondió—. Los declararán culpables y serán sentenciados a muerte.

—¿Qué? —gritó ella—. ¡Pero si no hemos hecho nada!

—No discuta —le recomendó Castille—. Está sobornado, no lo convencerá. —Un soldado cogió su rifle y se lo hundió en las costillas, por lo que Castille acabó en el suelo.

—Tiene suerte de que no les pegue un tiro ahora mismo y diga que intentaban huir —gruñó Mahyad. Por un instante pareció meditar la posibilidad, pero entonces dio más órdenes. Los soldados trasladaron a Nina y Hafez al primer vagón, y otros dos hombres agarraron al belga de los brazos y siguieron a sus amigos.

El interior del vagón era muy antiguo, un pasillo largo y estrecho en un lado y una hilera de compartimientos de ocho asientos al otro. Metieron a Castille y Hafez en el último, vigilados por cuatro soldados. El guarda de Nina la hizo entrar en el mismo compartimiento, pero Mahyad le dijo algo. El soldado reprimió una sonrisa repugnante, y la trasladó al otro extremo del vagón. Parecía que en el pasado había sido la zona de primera clase, pero esos tiempos quedaban ya muy lejos y el tapizado de los asientos estaba gastado y raído.

—Siéntese —le ordenó Mahyad, que entró tras ella. Nina meditó la posibilidad de negarse, pero antes de que pudiera abrir la boca la obligó a sentarse junto a la ventana, y él ocupó el asiento de enfrente. El soldado montó guardia frente a la puerta; Nina lo veía a través del cristal.

Creía que Mahyad iba a hablar, pero se quedó sentado en su sitio, y la miró de arriba abajo, de un modo difícil de interpretar. Ella se acarició el pelo a propósito y aquel movimiento llamó la atención del iraní, cuya mirada se posó en la cara de la doctora.

Nina fue consciente de que no solo estaba a solas en el compartimiento con Mahyad, sino de que el soldado que estaba fuera haría la vista gorda a todo lo que ocurriera dentro.

O peor aún… participaría.

Se estremeció. Mahyad percibió sus escalofríos, y esbozó una malévola sonrisa mientras el tren traqueteaba, y en ese instante hizo ademán de levantarse.

Chase estaba acostumbrado a correr largas distancias, pero hacerlo con tanto dolor era algo muy distinto.

Cada cincuenta metros miraba atrás, a sus perseguidores. Cuando llegaron al túnel, ya les llevaba una ventaja de cuatrocientos metros, pero empezaban a recortarla, ya que eran más jóvenes, estaban más descansados y no estaban heridos.

Aún estaba fuera del alcance de sus rifles G3, y por lo que sabía acerca de la preparación de un soldado iraní raso, había poco peligro de que le dieran aun cuando estuviera a tiro. Pero tarde o temprano estarían lo suficientemente cerca para darle caza. A menos que llegara a la estación antes que ellos.

No tenía ni idea de lo que haría cuando llegara allí.

Era mejor improvisar, decidió.

En una de las vías muertas había un tren de mercancías y otro de pasajeros. Junto a este vio un camión militar aparcado.

Chase sintió un subidón de adrenalina que le dio fuerzas. ¡Era el mismo camión que había visto en dirección a la granja! Debían de haberlo usado para transportar a los soldados —y a buen seguro a los prisioneros— de vuelta a la estación… lo que significaba que iban a tomar el tren.

Chase miró hacia atrás. Los tres iraníes se encontraban a doscientos metros y seguían comiéndole terreno. Eso no le daría mucho tiempo cuando llegara a la estación para…

¡Mierda!

¡El tren de pasajeros se ponía en marcha! Oyó el rugido del motor diésel y vio los gases de escape que desprendía.

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