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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II (26 page)

Cyllan se movió. Tenía una moradura en la mejilla donde la había golpeado Drachea y, cuando abrió los ojos, no pudo enfocar de momento la mirada. Trató convulsivamente de levantarse y unas manos se lo impidieron empujándola cruelmente. Protestó haciendo una mueca de dolor y entonces se dio cuenta de que alguien la estaba mirando. Y al aclararse su visión, observó los ojos castaños claros, fijos, de un hombre que vestía un traje fúnebre de púrpura y azul zafiro. Entonces recordó: había visto aquella cara, aquel atuendo, antes de ahora, en el espantoso cuadro del plano astral… y entonces reconoció el símbolo en el hombro del personaje: un doble círculo dividido por un rayo. Era Keridil Toln, Sumo Iniciado del Circulo… y el peor enemigo de Tarod…

Drachea apartó de los ojos los cabellos empapados en sudor e hizo un encomiable intento de reverencia en dirección al hombre de cabellos rubios.

—Señor —dijo cuando hubo recobrado el aliento—. Hay mucho que explicar y considero que éste será mi privilegio. Pero… ¡que Aeoris sea loado por tu regreso sano y salvo!

CAPÍTULO X

K
eridil Toln miró fijamente a Drachea y a Cyllan, perplejo por la súbita y violenta interrupción del ritual del Círculo. Le pareció que sólo había pasado un momento desde que había levantado la espada ceremonial sobre la cabeza de Tarod en el tajo de ejecución, mientras pedía que la Llama Blanca de Aeoris consumiese y condenase a aquella criatura del Caos. Entonces, sin previo aviso, un trueno formidable había sacudido su mente, destrozando el poder que había acumulado… y, al recobrarse de la impresión, había abierto los ojos y se había encontrado con que su víctima había desaparecido y dos desconocidos estaban luchando como gatos salvajes en el suelo del Salón de Mármol. Una mezcla de cólera y de miedo ante algo que escapaba a su comprensión hizo presa en él, y gritó a Drachea:

—¿Quién eres? ¿Y cómo, en nombre de todos los dioses, habéis llegado hasta aquí?

Drachea tragó saliva.

—Señor, ahora no es momento para dar explicaciones. Tu enemigo, la criatura llamada Tarod, anda suelto, y debe ser encontrado antes de que pueda hacer más estragos.

Keridil volvió de pronto la cabeza para mirar al tajo vacío.

—¿Es Tarod el causante de este…?

Antes de que Drachea pudiese responder, Cyllan se retorció entre sus brazos y gritó:

—¡No! ¡Está mintiendo! ¡Lo que dice no es verdad! Escúchame a mí…

Drachea le dio un fuerte puñetazo en la cabeza y ella cayó al suelo.

—¡Cállate, ramera! —le escupió Drachea—. ¡Di una palabra más y te mataré!

La cara de Keridil enrojeció de cólera, y dijo furiosamente :

—¡No toleraré aquí este comportamiento!

Drachea miró a Cyllan y dijo duramente:

—¿Ni siquiera tratándose de una mujer confabulada con el Caos? Esta perra traidora es la amante de Tarod… ¡y tiene su piedra-alma!

—¿Qué? —Los ojos de Keridil demostraron que empezaba a comprender. Se acercó a Cyllan—. ¿Es esto cierto, muchacha?

Cyllan le miró con mudo desafío, deseando que su boca no estuviese demasiado seca para escupir.

—La tiene en su mano izquierda —dijo Drachea, sacudiéndola violentamente—. Y sólo hay una manera de lograr que la entregue.

Tocó el cuello de Cyllan con la punta de la hoja del cuchillo.

—No. —Keridil levantó una mano anticipándose a él—. No consentiré ninguna violencia contra ella hasta que haya escuchado toda la historia. —Sus ojos se fijaron de nuevo en los de Drachea—. Dices que Tarod anda libre. ¿Dónde está?

—Estoy aquí, Keridil.

Todos se volvieron, a excepción de Cyllan, que se mantenía rígida con el cuchillo de Drachea todavía junto a su cuello. Tarod entró lentamente y vacilando en el Salón de Mármol, casi incapaz de mantenerse en pie. Sus cabellos empapados en sudor pendían lacios y sus ojos estaban vidriosos a causa de la fatiga; había empleado toda la fuerza que le quedaba para llamar al Tiempo y esto le había dejado como una cáscara vacía.

Cuatro hombres se adelantaron, con sus armas desenvainadas, pero vacilaron al recordar cómo había rechazado antes ataques parecidos. Tarod sonrió débilmente, haciendo un esfuerzo.

—Di a tus amigos que nada tienen que temer, Sumo Iniciado.

Keridil le miró un instante como si sopesara sus palabras. Después dijo brevemente:

—Atadle.

Uno de los Adeptos empleó el cinturón de su túnica para atar las manos de Tarod detrás de su espalda y, después, los cuatro le escoltaron al acercarse a los que se hallaban alrededor del tajo, hasta que al fin Keridil y él se hallaron frente a frente.

Keridil dijo pausadamente :

—Conque no pudimos destruirte… Hubiese debido comprender que no aceptarías fácilmente la derrota.

—Tarod, ¡mátale! —gritó de pronto Cyllan—. Mátale, antes de que ellos…

Calló cuando Drachea la agarró de los cabellos y levantó el cuchillo como para descargar un golpe mortal…

—¡No!

La brusca orden procedía de Keridil, que giró en redondo y, con un golpe, hizo caer la daga de la mano de Drachea. Cyllan trató de lanzarse hacia Tarod, pero el Sumo Iniciado la agarró de un brazo y la hizo retroceder, sujetándole la muñeca izquierda con la otra mano. Era más alto y corpulento que Drachea. Y ella sólo pudo lanzar una maldición ahogada cuando él trató de abrirle los dedos.

—Veamos si el joven ha dicho la verdad sobre esta muchacha… —gruñó Keridil, mientras Cyllan se resistía como una fiera.

Después le torció la mano para poder abrirla más fácilmente. Cyllan le mordió con toda su fuerza, haciéndole sangrar, y dos Adeptos se adelantaron para sujetarla mientras Keridil abría por la fuerza los apretados dedos.

La piedra cayó al suelo y Drachea se apresuró a tomarla mientras Cyllan chillaba protestando. La tendió al Sumo Iniciado, el cual dejó la violenta joven al cuidado de los dos Adeptos antes de tomar la piedra —con cierta cautela, advirtió Drachea— y sopesarla en la palma de la mano. Sus ojos castaños miraron reflexivamente al joven durante un momento y después se volvieron de nuevo a Tarod.

—Parece que hemos abierto un verdadero nido de víboras —dijo pausadamente—. Pero creo que dominamos la situación. Tenemos la piedra del Caos y, según parece, Tarod no está en condiciones de desafiarnos. Y ahora, ¿querrá alguien explicarme lo que ha sucedido?

Tarod no dijo nada y Drachea dio un paso adelante.

—Señor, soy Drachea Rannak, heredero del Margrave de la provincia de Shu. Creo que conoces a mi padre, Gant Ambaril Rannak…

Keridil frunció el entrecejo.

—Conozco a Gant… y veo que te pareces a él. Pero, por todo lo sagrado, ¿cómo habéis venido a parar aquí?

Drachea miró furiosamente a Tarod.

—He estado prisionero en el Castillo… Justo antes del Primer Día de Primavera fui traído aquí contra mi voluntad…

—¿Qué? —dijo Keridil, con incredulidad—. Todavía faltan dos meses para el Primer Día de Primavera.

—¡No, señor! Por todo lo que sé, aquel día puede haber quedado dos meses o incluso dos años atrás.

Keridil miró rápidamente a sus compañeros Adeptos. Al ver sus semblantes perplejos, dijo enérgicamente:

—¡Explícate!

Drachea respiró hondo.

—El Tiempo fue detenido. Este Castillo dejó en realidad de existir cuando la criatura llamada Tarod empleó su poder diabólico para arrancarlo del mundo con todos sus moradores y encerrarlo en el limbo. —Hizo una pausa y prosiguió—: He visto los documentos relativos a su ejecución. Hizo acopio de sus poderes caóticos al llegar vuestro rito al punto culminante, y desterró al Tiempo.

Alguien lanzó una exclamación de incredulidad y Keridil sacudió la cabeza.

—No; no puedo aceptar que esto sea posible.

—Es posible, Keridil —dijo pausadamente Tarod y, cuando el Sumo Iniciado le miró, vio en su sonrisa una pizca de la antigua malevolencia—. ¿Creías que aceptaría dócilmente mi propia destrucción?

Keridil le miró fijamente y comprendió que estaba diciendo la verdad. La idea de un poder tan enorme en manos de un hombre le estremeció hasta la médula, y reprimió un escalofrío antes de volverse de nuevo a Drachea.

—Dices que el Tiempo fue detenido. Sin embargo, tú y esta mujer encontrasteis el camino del Castillo. ¿Cómo?

Drachea sacudió la cabeza.

—No lo sé Sumo Iniciado, pero creo que fue obra suya —dijo, señalando a Cyllan con un dedo acusador—. Es una bruja, una criatura del Caos. Me engañó y me trajo aquí, y desde que llegamos ha estado conspirando con ese engendro del infierno contra mí y contra todos los que defendemos la Luz y el Orden.

—¡Embustero! —le escupió Cyllan—. ¡Traidor!

Keridil la miró por encima del hombro y dijo tranquilamente :

—Podrás hablar cuando llegue tu turno, muchacha. Hasta entonces, muérdete la lengua… o te la cortaré.

—¡Tiene que morir! —insistió Drachea, con vehemencia—. ¿No es éste el justo castigo de todos los servidores del Caos? Es una bruja, una serpiente. No pierdas el tiempo con ella, Sumo Iniciado, ¡mátala ahora mismo! —Llevó la mano a la espada que llevaba colgada del cinto—. Tú mismo has visto que está confabulada con ese demonio… y después de lo que me han hecho…

—¡Toca a Cyllan y será tu condena! —rugió Tarod.

Keridil miró a Drachea a los ojos y vio en ellos una febril sed de venganza. El joven era impetuoso, había dictado su sentencia y quería verla cumplida. La supervivencia de Cyllan no interesaba personalmente a Keridil y, si había conspirado realmente con Tarod contra el Círculo, merecía el castigo más severo. Pero no podía aprobar la idea de justicia sumaria de Drachea… y además, la furiosa amenaza de Tarod le había dado una clave vital. Por muy inverosímil que pudiese parecer, la muchacha era evidentemente importante para él, y él estaba ansioso de protegerla, lo cual colocaba al hechicero de negros cabellos en una situación singularmente desventajosa. . .

Drachea se disponía a continuar su diatriba contra Cyllan, pero una mirada autoritaria de Keridil le impuso silencio. El Sumo Iniciado se acercó al lugar donde Cyllan seguía debatiéndose con sus guardianes y, agarrándola de los cabellos, le echó la cabeza atrás hasta que ella se vio obligada a mirarle.

—Parece que Tarod se interesa mucho por tu salvación —dijo, con suma amabilidad—. Veremos lo que podemos hacer para satisfacer su deseo de protegerte.

—¡Yo no quiero protección! —replicó furiosamente Cyllan—. ¡No temo morir, y tú no me das miedo!

—Valientes palabras. —Keridil sonrió—. Pero ya veremos si conservas tu valor ante la condenación de tu propia alma.

Sus palabras provocaron la respuesta que esperaba. Tarod se desprendió de los cuatro hombres que le sujetaban y dio un paso adelante.

—¡Tú verás lo que haces, Sumo Iniciado! Si Cyllan sufre el menor daño, ¡juro que te destruiré, destruiré el Círculo y destruiré este Castillo!

El brillo maligno estaba volviendo a sus ojos y Keridil sospechó que había recobrado parte de su fuerza. No la suficiente para que fuese peligroso, pero, sin embargo, lo más prudente sería cerrar con él un trato sin pérdida de tiempo. Volvió la espalda a Cyllan y avanzó con lenta deliberación hacia su adversario.

—Muy bien, Tarod. Tu fidelidad es encomiable y tal vez puedas utilizarla en beneficio de la joven. —Su mirada se endureció—. Tu suerte está echada. Tenemos la piedra-alma y, con ello, el medio de verte al fin aniquilado. Pero ya has demostrado que eres un traidor y, por tanto, quiero asegurarme de que no trates de engañarnos por segunda vez. —Se acarició el mentón, fingiendo que reflexionaba—. La muchacha se quedará en el Castillo, bajo estrecha vigilancia, mientras se hacen los preparativos para repetir la ceremonia que fracasó esta noche. Si te sometes, ella no sufrirá ningún daño y, cuando hayas muerto, podrá marcharse en libertad. Pero si intentas traicionarnos, si haces un solo movimiento que pueda ser mal interpretado, entonces la entregaré al heredero del Margrave para que pueda vengarse como ansía.

Era el mismo chantaje que había empleado Drachea para lograr el retorno del Tiempo, y Tarod estaba desolado. Conocía lo bastante a Keridil para saber que no tendría escrúpulos en cumplir su amenaza: su motivación era fría y calculada, más peligrosa que las cuentas personales que quería ajustar Drachea, y la alternativa era dolorosamente clara. Si aceptaba las condiciones de Keridil, moriría cruelmente atormentado. Y la piedra del Caos permanecería en el mundo, como vehículo para las ambiciones de Yandros. Pero si no lo hacía, la muerte de Cyllan sería inminente.

Podía realizar su amenaza; destruir a Keridil y el Círculo, recuperar la piedra y hacer que todos se condenasen. Pero no podría devolver la vida a Cyllan y, sin ella, no le importaba vivir. Al diablo con el mundo…, le tenían sin cuidado los males que podían amenazarle si permitía que ellos le matasen. Lo único que contaba era la supervivencia de Cyllan.

Pero Keridil le había traicionado una vez… Levantó los ojos y encontró la mirada firme del Sumo Iniciado.

—¿Qué seguridad puedo tener, Keridil? ¿Qué garantía puedes darme de que Cyllan será bien tratada si me avengo a tu demanda?

Keridil sonrió reservadamente.

—Mi palabra de Sumo Iniciado del Círculo.

Los párpados dejaron sólo una rendija sobre los ojos verdes.


¡Tu palabra no vale nada!

—Tómalo o déjalo. No estás en condiciones de regatear…, a menos que prefieras verla morir aquí y ahora.

Hubo un súbito y violento revuelo detrás de Keridil, y éste se volvió a tiempo de ver cómo Cyllan luchaba con uno de los Adeptos. Estaba tratando de desenvainar y apoderarse de la espada corta del hombre, y fluyó sangre de la palma de su mano al cortarse con la hoja.

—¡Sujetadla! —gritó Keridil, furioso al darse cuenta de lo que ella intentaba.

Si podía acercar el brazo a la hoja, se cortaría una arteria y vertería su sangre vital antes de que nadie pudiese impedirlo.

Cyllan luchó como una loca, pateando y mordiendo, pero los otros pudieron más que ella. Uno de los Adeptos cortó una tira de tela de su propia capa y le ató la mano, y sólo cuando estuvo definitivamente dominada, Keridil se volvió de nuevo a Tarod.

—¿Y bien? —dijo—. Estoy esperando tu respuesta.

Nada podía hacer Tarod, salvo rezar para que Keridil cumpliese su palabra. El Sumo Iniciado no tenía nada personal contra Cyllan, y nada ganaría con dañarla. Era una probabilidad… y no tenía más remedio que aceptarla.

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