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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II (37 page)

Mirando a su alrededor para cerciorarse de que no la observaban, se recogió la falda y corrió por el pasillo.

La puerta por la que debieron de haber salido la Hermana Erminet y la figura misteriosa estaba cerrada. Sashka agarró el tirador, lo hizo girar, empujó… y la puerta se abrió.

La habitación estaba iluminada, pero vacía. La mirada de Sashka captó una cama deshecha, un plato de comida a medio consumir… y un vestido rojo tirado sobre un sillón. Recordando la vez que había visto a Cyllan, cuando Keridil había tratado inútilmente de infundirle un poco de sentido común, reconoció inmediatamente el vestido y su corazón empezó a palpitar con fuerza. La zorra había escapado… ¡y la Hermana Erminet estaba complicada en el asunto!

Una sensación peculiar de regocijo invadió a Sashka. Podía dar ahora la alarma y, en pocos minutos, Cyllan sería aprehendida; pero sería mejor esperar un poco. Estaba segura de que la fuga de Cyllan no era el resultado de un simple error por parte de Erminet; la anciana estaba de algún modo comprometida en un complot, y Sashka tenía la seguridad de que ello se debía a un deseo de perjudicarla personalmente. Sin embargo, sin una prueba directa, nada podría demostrar. Por tanto, sería mejor tomarse un poco de tiempo, hasta que pudiera inducir a Erminet a decir algo que la condenara cuando se enfrentase con la verdad. El banquete sería una oportunidad perfecta para ello; le proporcionaría más testigos de los que podía desear, y entonces podría asegurarse el doble triunfo del prendimiento de Cyllan y el descubrimiento de una traidora en medio de ellos. Ser cómplice de un servidor del Caos era un delito grave… Seguramente, Keridil ya no podría argüir en favor de la vaquera, y la idea de que la Hermana Erminet podría sufrir mucho junto a Cyllan producía a Sashka gran satisfacción.

En cuanto a Tarod…, sus esperanzas de escapar se verían frustradas y moriría tal como pretendía Keridil. Bien mirado, Sashka pensó que era una solución más que satisfactoria…

Salió rápidamente de la habitación vacía, cerró la puerta a su espalda y se encaminó pausadamente a la escalera principal.

Gyneth Linto, el mayordomo de Keridil se inclinó para escanciar vino en las dos adornadas copas de plata que se hallaban juntas en la mesa principal. Hacía más de treinta años que se habían utilizado por última vez estos antiguos cálices para brindar por el noviazgo o el matrimonio de un Sumo Iniciado del Círculo, y Gyneth había insistido en encargarse personalmente de esto, a pesar de que algunos pudiesen considerarlo un acto servil. Los reunidos guardaron silencio mientras él terminaba su tarea con un ostentoso ademán y daba un paso atrás. Keridil miró a Sashka y ambos levantaron las copas al unísono, haciendo chocar los bordes mientras todos los demás se ponían de pie. Todas las miradas del salón estaban fijas en ellos y Sashka sintió un escalofrío de excitación cuando, pausada y claramente, pronunció Keridil las palabras rituales de los desposorios.

—Pongo a Aeoris por testigo de que yo, Keridil Toln, Sumo Iniciado del Círculo de la Península de la Estrella, prometo y juro, Sashka Veyyil de la provincia de Han, ser tu protector y cuidar de ti desde el día de nuestra boda hasta el final de mi vida.

Sashka bajó los ojos y su voz mesurada de contralto resonó en todo el salón.

—Y yo, Sashka Veyyil, prometo y juro, Keridil Toln, ser tu compañera y tu consuelo desde el día de nuestra boda hasta el final de mi vida.

Durante un momento, reinó el silencio, mientras Keridil y Sashka levantaban sus copas y bebía cada uno de la copa del otro. Era una señal para que los invitados les imitasen, y todos, hombres y mujeres, levantaron sus vasos.

¡Keridil y Sashka!, brindaron todos, y sus voces atronaron el salón, junto con algunas aclamaciones de los Iniciados más jóvenes y atrevidos. La bella cara de Sashka sonrió benévola a la multitud, y los músicos situados en la alta galería empezaron a tocar de nuevo ahora que había terminado la pequeña ceremonia, mientras los criados se apresuraban a servir la comida a los invitados.

La fiesta sería informal. Desde la muerte de su padre, Keridil había empezado, lenta y gradualmente, a introducir cambios en muchas de las más esotéricas prácticas del Círculo. Recordando desde sus propia infancia y adolescencia el aburrimiento de los banquetes ceremoniales —discursos interminables, horas pasadas rígida e incómodamente sentado en un banco duro, exigencias protocolarias que le permitían hablar solamente a sus vecinos más próximos—, creía innecesaria tanta etiqueta y estaba resuelto a persuadir lo más delicadamente posible, incluso a los Adeptos más viejos, de que aceptasen su manera de pensar. La celebración de esta noche era la oportunidad ideal: era sobre todo una fiesta personal, no tenía relación directa con el ritual del Círculo, y no ofendería a nadie prescindiendo de las tradiciones formales más familiares. Y así, mientras los invitados empezaban a comer, también empezaron a moverse y a mezclarse entre ellos en el salón, y el ruido de las conversaciones y las risas casi ahogó la sutil música de fondo. Eran muchos los que se acercaban en hilera a la mesa principal para felicitar a Keridil y a Sashka, y entre ellos se hallaba la Hermana Erminet, con un pequeño grupo de Hermanas que habían llegado por la mañana de la Tierra Alta del Oeste. El experimento del halconero Faramor había tenido éxito y, como resultado de ello, Kael Amion, la anciana Superiora de la Residencia de la Tierra Alta del Oeste, había enviado una delegación de mujeres al Castillo para transmitir sus buenos deseos personales a la pareja.

Sashka disimuló su diversión con un bostezo artificial al acercarse las Hermanas. Erminet sonreía, pero sus ojos la traicionaban y Sashka creyó que advertía envidia en su desdeñosa frialdad. Reprimió las ganas de reír. Si todo marchaba bien, la Hermana Erminet tendría pronto motivos para lamentar su actitud…

—Sumo Iniciado —dijo Erminet, estrechando la mano de Keridil—, ésta es una ocasión muy satisfactoria. En nombre de la Señora Kael Amion y de las Hermanas de la Tierra Alta del Oeste, nos permitimos ofrecerte la más sincera felicitación.

Sashka dirigió a Keridil una mirada ligeramente compasiva al darse cuenta de que se contagiaba de los untuosos modales de Erminet. El dio las gracias a la vieja con gran cortesía, y entonces se volvió Erminet a la joven sentada a su lado.

—Mi querida Sashka, éste es un día maravilloso para todas las de la Residencia. La Superiora está orgullosa de ti.

Sashka sonrió dulcemente.

—Gracias, Hermana; me complace mucho esta alabanza. —Su voz rezumaba modestia y Erminet inclinó la cabeza e hizo ademán de alejarse. Pero antes de que pudiese dar un paso, Sashka añadió, como si acabase de ocurrírsele la idea—. Oh Hermana Erminet…, no quisiera suscitar un tema desagradable, pero… —Parpadeó, aunque su mirada era firme—. Tengo entendido que estás ahora encargada de los dos presos que hay en el Castillo.

Keridil frunció el entrecejo, sorprendido; pero si Erminet estaba desconcertada, no dio muestras de ello.

—Sí —dijo serenamente—, es cierto.

Sashka sonrió de nuevo.

—Lo digo porque… apreciaría mucho que me dieses seguridades de que todo marcha bien y no hay peligro de que se produzcan contratiempos. —Alargó una mano y asió la de Keridil—. Estoy segura de que el Sumo Iniciado pensará que soy una tonta, pero esta noche disfrutaría mucho más si no tuviese miedo de que algo vaya mal.

Erminet vaciló. Sabía muy bien que Sashka no temía a Tarod, ni a Cyllan ni a cualquier otra criatura viviente, pero no podía imaginarse el motivo de una pregunta tan impropia de ella. Sin embargo, Keridil acudió inconscientemente en su ayuda.

—No tienes por qué dudarlo, amor mío —dijo, sonriendo cariñosamente a Sashka—. Comprendo tus sentimientos, dadas las circunstancias, pero puedo asegurarte que no hay la menor posibilidad de que nuestra felicidad se vea amenazada. —Miró a la anciana—. ¿No es verdad, Hermana Erminet?

Erminet inclinó la cabeza.

—Ciertamente, Sumo Iniciado. —Miró a la joven de cabellos castaños—. Vi a la joven Cyllan hace menos de media hora, y al Adepto, al ex Adepto, diría mejor, un poco antes. Ambos están a buen recaudo; en realidad, la muchacha estaba durmiendo cuando la dejé. Te lo aseguro.

Sashka sonrió.

—Gracias, Hermana; tu confirmación es cuanto podemos pedir.

Cuando Erminet y las otras Hermanas se hubieron alejado, Keridil dijo al oído de Sashka:

—No es propio de ti que estés nerviosa, amor mío. ¿A qué viene tanta preocupación?

Ella se encogió ligeramente de hombros.

—Oh…, tal vez soy supersticiosa, Keridil. Perdóname; ahora me siento ya mejor.

—La Hermana Erminet es muy competente.

—Lo sé. —Sashka le sonrió dulcemente, sabiendo que de este modo podía desarmarle sin decir una palabra—. ¡Oh, lo sé!

Cyllan oyó los acordes de una música de baile mientras corría sin ruido por el laberinto de pasadizos que eran como una conejera en el Castillo. Al tratar de evitar el vestíbulo principal se había desorientado y había equivocado dos veces su camino, de manera que llegó muy cerca de la puerta de doble hoja de la sala en que se celebraba el banquete.

Deslizándose en un hueco de la pared que la protegía con su sombra, se detuvo para recobrar aliento y orientarse. Hasta ahora, la suerte la había acompañado: no había encontrado a nadie en el patio, y la única sirvienta que la había adelantado al cruzar el vestíbulo de la entrada sólo se había detenido para hacer una reverencia a la figura encapuchada que sin duda tomó por una invitada que llegaba tarde. Pero Cyllan sabía por amarga experiencia que la mala suerte solía hacer acto de presencia cuando menos se esperaba. Si tenía que cumplir su tarea, debía tener mucho cuidado.

Había resuelto hurtar la piedra de las habitaciones del Sumo Iniciado antes de bajar a las mazmorras donde Tarod estaba preso. Si había de ser sincera, tenía que confesar que sólo se sentiría tranquila cuando la joya estuviese en manos de éste; pues, si ella podía no ser más que una persona anónima para cualquiera que con ella se cruzase, él era conocido en todo el Castillo y sería inmediatamente reconocido si alguien le veía.

La música, amortiguada por la maciza puerta del salón, era una ligera y melodiosa tonada, acompañada del murmullo de muchas voces. La fiesta estaba en su apogeo y Cyllan no se atrevió a perder más tiempo. Mirando cautelosamente en ambas direcciones y comprobando que el corredor estaba desierto, salió de su escondite y caminó apresuradamente en la dirección que esperaba que fuese la de las habitaciones del Sumo Iniciado.

Esta vez no le engañó su instinto, y la puerta exterior no estaba cerrada con llave. Sufrió un momento de angustia al empujar la puerta, casi esperando ser interpelada desde el interior; pero el lugar estaba a oscuras y vacío.

Un estuche encerrado en el armario, le había dicho la Hermana Erminet… Cyllan cruzó cuidadosamente la estancia, evitando la mesa maciza colocada en su centro, y encontró el adornado armario de madera tallada a un lado de la chimenea. El tirador no cedió cuando ella trató de abrirlo, por lo que, maldiciendo en voz baja, empezó a buscar algo con lo que pudiese forzar la cerradura. La oscuridad dificultaba su búsqueda, pero no tenía nada con lo que alumbrarse, aunque tampoco se hubiese atrevido a hacerlo. Buscando a tientas sobre la mesa, tropezó con un tintero que se volcó con un chasquido, derramando su contenido sobre la mesa y el suelo. Cyllan se quedó paralizada y empezó a sudar copiosamente, pero nadie acudió a investigar la causa del ruido y, al cabo de un minuto, siguió buscando.

No encontró nada útil encima de la mesa y sólo cuando reparó en el cajón dio con un cuchillo. La hoja era fina y brilló como pizarra mojada en la oscuridad cuando ella la sacó de su funda; pero pensó que le serviría. No había tiempo para andarse con contemplaciones y forzó la cerradura con tres fuertes movimientos; abrió la puerta y palpó en el interior en busca de su objetivo.

Una botella de cristal, un fajo de papeles… y el estuche. Cyllan lo sacó y lo depositó en el suelo, agachándose para apalancar la tapa con el cuchillo. Al igual que el armario, el estuche estaba cerrado, pero era de estaño forrado de plomo y cedió al segundo intento. Levantó la tapa… y miró, fascinada, el contenido.

La piedra del Caos estaba sola en el estuche y resplandecía con luz propia: una radiación fría y pálida y que hizo que las manos de Cyllan pareciesen las de un fantasma. Por un momento, se resistió a la idea de tocarla; pero después hizo acopio de valor, introdujo la mano en el estuche y sus dedos se cerraron sobre la gema. La invadió una desconcertante sensación de júbilo al notar sus duros contornos en la palma de la mano; sintió un cosquilleo en el brazo y, por un breve instante, experimentó un fuerte sentimiento de poder, como si una fuerza inexplicable hubiese pasado a su mente desde el corazón de la piedra. Se esforzó por dominar su euforia, pues todavía no había triunfado y el alborozo podía esperar, y cerró apresuradamente el estuche, lo dejó de nuevo en el armario y cerró lo mejor que pudo la estropeada puerta. Llevando la piedra en la mano, tomó el cuchillo una vez más. Lo guardaría, al menos hasta que Tarod y ella estuviesen a salvo…

Al dirigirse a la puerta, tropezó ruidosamente con una silla, pero también ahora el ruido fue insuficiente para provocar alarma. Esperó a que se calmase su corazón y entonces abrió la puerta…

El pasillo parecía brillantemente iluminado en contraste con la oscuridad del estudio. Cyllan salió…

Y una figura se cruzó en su camino.

Los ojos de Cyllan se desorbitaron de espanto. Trató de volver a las habitaciones del Sumo Iniciado, pero era demasiado tarde: él la había visto, se había detenido y la había reconocido cuando la capucha había caído atrás y había descubierto los pálidos e inconfundibles cabellos…, y Cyllan se quedó paralizada ante la mirada pasmada de Drachea Rannak.

—¡No…! —gritó, con una voz que ni ella misma reconocía—. No…, por Yandros, ¡No!

También Drachea había blasfemado en voz alta, llevándose inmediatamente la mano a la espada corta que recientemente se había acostumbrado a portar. Se había escabullido del banquete, aburrido y, tenía que confesárselo, bastante celoso del Sumo Iniciado, y estaba paseando malhumorado por el corredor cuando, por pura casualidad, había salido Cyllan con el producto de su robo. Ahora estaban cara a cara y, superada la impresión inicial que les había paralizado a los dos, Cyllan vio en los ojos alarmados de Drachea que éste se daba perfecta cuenta de lo que estaba ocurriendo.

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