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Authors: Len Barnhart

El Reino de los Zombis (30 page)

Jim encontró a Mick todavía disparando en vano contra el abrumador número de muertos vivientes que se apretaban contra la valla. Tenía la expresión de un animal salvaje, arrinconado y decidido a luchar a muerte si era necesario.

—No sirve de nada. Hay demasiados. Tenemos que irnos.

Mick se lo quedó mirando sin saber qué hacer. Le llevó un momento regresar del lugar al que se había escapado su mente. Solo entonces comprendió la futilidad de sus acciones.

—¿Adónde Jim? ¿Adónde vamos a ir? —preguntó, colérico.

—Adonde sea salvo aquí —dijo Jim—. La valla no los va a contener mucho más tiempo.

—¿De dónde coño salieron tantos, Jim? Míralos. Debe de haber miles ahí fuera. ¿Cómo nos encontraron todos a la vez? ¿Qué hicieron, celebrar una reunión? ¡Que Dios nos ayude! ¿En qué están pensando ahora?

—Tenemos que subir a los autobuses. ¡Debemos controlar a esta gente y meterla en los autobuses ya!

El doctor Brine y Sharon Darney trabajaron rápido para dejar a Felicia lista para el viaje. La bala se había alojado en el pulmón derecho y lo había colapsado. El doctor Brine era anciano y no tenía el pulso muy firme, pero se las había arreglado para sacar la bala.

Felicia permanecía inconsciente y estaban vendando la herida cuando Mick entró de golpe en la enfermería. Su primer impulso fue acudir a su lado y abrazarla con fuerza, pero no había tiempo. No podía permitir que nada los frenara ni un solo segundo.

—¡Tenemos que moverla! ¿La podemos mover?

El doctor Brine miró por la ventana la confusión que había fuera.

—Al parecer no tenemos alternativa, Mick.

—No, no la tenemos.

Brine cogió su maletín.

—¿Qué hay de todos los demás?

—Jim se está ocupando de ellos. Vamos a evacuar.

Sharon sacó una camilla del armario y la llevó hasta donde yacía Felicia. Colocaron el cuerpo inerte de la joven en ella y la sacaron de la habitación. Fuera de la enfermería, en el pasillo, todos corrían de un lado a otro, gritaban en busca de sus seres queridos en un frenesí incontrolable, muertos de miedo y desesperados.

Los tres maniobraron con la camilla para atravesar la alterada multitud lo mejor que pudieron sin que los derribaran. Después de estar a punto de fracasar varias veces, llegaron a la puerta principal y se detuvieron. Dejaron a Felicia en el suelo, lejos del alboroto.

El alcalde Woods salió como alma que lleva el diablo por la puerta, detrás de ellos, y se lanzó a uno de los autobuses. Mick lo observó y vio que corría hasta situarse el primero de la fila y entraba. Al principio, pensó que el alcalde estaba actuando del modo interesado que era habitual en él para asegurarse un asiento, pero cuando el motor del autobús cobró vida, se dio cuenta de que era mucho más que eso.

El autobús empezó a moverse hacia la verja principal, con Woods en el asiento del conductor. Estaba solo en el autobús, ni siquiera había pensado en su familia. Iba a huir de la prisión sin esperar a nadie.

Mick se descolgó el rifle, le gritó algo a Jim, que seguía reuniendo a los supervivientes, y señaló el autobús en movimiento. Jim apuntó cuando el alcalde se acercaba a la verja. Las chispas azules de electricidad que abrasaban a las criaturas contra la valla se detuvieron de repente justo antes de que el autobús chocara contra la cerca y la atravesara. Jim disparó y derribó al exalcalde. El impacto de la AK-47 arrancó la mayor parte del hombro derecho de Woods.

El autobús se estrelló contra la verja principal y dejó un agujero abierto por el que podrían entrar los muertos, después patinó fuera de control y cayó por un terraplén antes de volcar y quedar de lado.

Las criaturas rodearon el autobús como hormigas en un pícnic. Otras entraron con torpeza por la abertura y se dirigieron a los aterrados grupos de supervivientes. Había llegado la hora de la verdad. Tenían que llevar a tantos como pudieran a los dos autobuses que quedaban y salir pitando.

Amanda buscó a Izzy entre la multitud, pero la niña no aparecía por ninguna parte y no pensaba irse sin ella. La había visto justo antes de que empezara el tiroteo, pero la pequeña debía de haberse asustado y haber entrado otra vez para esconderse.

Se abrió camino como pudo por los pasillos hasta los bloques de celdas. Buscaría primero en la celda de Felicia.

El pasillo y la celda estaban mal iluminados, pero, para su gran alivio, vio a Izzy acurrucada en una esquina, con las manos envolviendo las piernas y la cabeza posada en las rodillas temblorosas.

Tiró de la puerta de la celda, pero la niña se había encerrado desde dentro. La mujer intentó contener el pánico que pretendía robarle la cordura y recobró el dominio de sí misma. Izzy debía tener la llave. Quizá pudiera convencerla para que saliese.

—Isabelle —le dijo en voz baja—, tenemos que irnos ya, cielo.

Izzy no respondió. Continuó en la misma postura, meciéndose de un lado a otro.

—Izzy, por favor, abre la puerta. Déjame ayudarte.

Cuando siguió sin haber respuesta, el pánico empezó a apoderarse de Amanda. ¿Cómo podía hacerse entender por la asustada niña?

—Izzy, Felicia está herida. Te necesita. Tenemos que ir a su lado para poder ayudarla. ¿No quieres ayudarla?

Izzy levantó la cabeza. Le corrían las lágrimas por las mejillas.

—Vamos, Izzy. Tráeme la llave para que podamos ir con ella.

La pequeña se levantó y se acercó a la puerta; le dio a Amanda la llave y después volvió a la mesa que había junto a la cama de Felicia y cogió su bloc de dibujo y el lápiz.

Amanda manoseó con torpeza la llave hasta que se abrió la puerta. Cogió a la niña en brazos y echó a correr.

Capítulo 62

Fuera, la escena era espantosa. Hordas de cadáveres medio podridos entraron en el complejo y se abalanzaron como buitres sobre los asustados supervivientes. Atacaban en grupos organizados cuando los vivos se metían en los autobuses.

Jim los estaba dirigiendo hacia los vehículos cuando vio a Amanda salir corriendo del edificio con Izzy rebotando bajo su brazo como un saco de ropa sucia. Le encomendó su trabajo a Griz y fue a ayudarla. Cogió a la muchachita para que Amanda pudiera correr más deprisa.

Ayudó a la mujer a subir al autobús y después le pasó a Isabelle. Echó otro rápido vistazo a su alrededor y vio a Matt abriéndose paso a empujones entre la turba de zombis. El hombre daba codazos y tirones y esquivaba los brazos que se tendían hacía él mientras corría hacia el autobús.

Jim disparó sobre unos cuantos zombis para despejar el camino de su amigo. Los últimos quince metros hasta el autobús estaban limpios de polvo y paja y Matt entró de un salto por la puerta, sin aliento.

Salvo por los desafortunados supervivientes a los que los zombis habían arrastrado al suelo, no quedaba nadie a quien poner a salvo. Los monstruos comenzaban a rodear los autobuses. Si quedaba alguien más dentro del edificio, su destino estaba sellado. El patio de la prisión estaba plagado de muertos vivientes.

Jim subió al autobús y se sentó en el asiento del conductor. Arrancó el motor y lo revolucionó para alcanzar la máxima velocidad. Soltó el embrague y se lanzó hacia delante. Mick siguió su ejemplo en el otro autobús.

Los dos vehículos atravesaron la verja disparados, pasaron junto al autobús volcado y se alejaron de la carnicería.

El alcalde Woods se encontraba junto al autobús accidentado, medio devorado. Se había convertido en uno de ellos.

CUARTA PARTE

UN FUTURO INCIERTO

Capítulo 63

El sol de la mañana comenzó a asomar por encima de las montañas Blue Ridge, los autobuses continuaban avanzando y dejaban atrás lo que en otro tiempo había sido un refugio seguro, invadido en ese momento por zombis intrusos. Jamás habían pensado que las criaturas pudieran llegar a atravesar las dos vallas, una de ellas electrificada; nadie lo había creído salvo Jim, que se había dado cuenta de ello demasiado tarde.

No tenían ningún sitio al que ir, no había un nuevo refugio que pudiera ocultarlos. Si llegaban a encontrar algo, la seguridad era un lujo que jamás volverían a dar por sentado.

Jim iba en cabeza y Mick lo seguía de cerca. Tras un primer recuento, que hubo que hacer de camino y a todo correr, vieron que habían salvado a unas sesenta y cinco personas de las más de cien que habían residido en la cárcel.

Había pasado media hora desde la partida y no habían visto ni una sola criatura desde que dejaran la prisión. Supusieron que todos los zombis en un radio de treinta kilómetros estarían en la cárcel. De momento estaban a salvo, pero el peligro nunca estaba muy lejos. No tenían comida y solo unos cuantos estaban armados. La munición tampoco abundaba.

Jim se había quedado sin ideas. Su situación se había deteriorado tan rápido que no había habido tiempo para pensar las cosas y mucho menos para formular un plan. Tenía la mente enturbiada por la falta de sueño y no tenía ni idea de qué podían hacer a continuación.

Encontró un sitio seguro para detenerse. Salió de la autopista desierta y se metió en una zona que en otro tiempo había sido un aparcamiento para dejar el coche y coger el transporte público, más práctico a la hora de ir a la ciudad. Todavía quedaban unos cuantos coches allí, abandonados meses atrás. Los rodeaban grandes campos que les permitirían ver cualquier posible peligro y tener tiempo de sobra para reaccionar.

Jim se apeó del autobús. Sentía las piernas como de goma y le temblaban tanto que tuvo que agarrarse al marco de la puerta para conservar el equilibrio. Tenía los nervios de punta. Una vez pasada la crisis inmediata, sus efectos comenzaban a dejarse sentir.

Mick ya había salido de su autocar y examinaba los campos circundantes en busca de algún peligro. Jim sintió que recuperaba las fuerzas al reunirse con Mick.

—¿Cómo está Felicia, Mick?

Mick apartó los ojos de la lejana montaña que había estado estudiando y examinó la tierra y la grava que estaba pisando. Después frunció el ceño.

—No lo sé. Sharon dice que ahora mismo puede pasar cualquier cosa. Tenemos que llevarla a algún sitio que esté en mejores condiciones. Necesita antibióticos y calmantes. —Volvió a mirar otra vez la lejana montaña.

—¿Qué pasa, Mick? ¿Qué es lo que ves ahí afuera?

El joven sacó un pedazo doblado de papel del bolsillo de la camisa y le dio a Jim un dibujo de lo que parecían varios edificios de oficinas y otras estructuras rodeadas por una valla similar a la que había cercado la prisión. Repartidas por el recinto había grandes antenas de radar y torres de antenas de radio.

—No lo entiendo. ¿Qué es esto?

—Mount Weather. Sharon lo reconoció.

Jim miró otra vez el dibujo que tenía en la mano.

—Pero la médica dijo que ese sitio estaba infestado de esos malditos monstruos, ¿no?

—Sí, así es. Isabelle hizo el dibujo y me lo dio a mí. Creo que quiere que vayamos allí.

—¿Vas a arriesgar la vida de todos por lo que una niña de ocho años cree que deberíamos hacer?

—¿Tienes una idea mejor? —le soltó Mick de repente—. Porque en ese caso, me encantaría oírla. —Mick lamentó su estallido en cuanto terminó de hablar, pero no podía evitar pensar que una fuerza invisible estaba usando a la niña para guiar sus pasos—. Lo siento. No era mi intención desquitarme contigo.

—No pasa nada. No eres tú solo, estamos todos igual. Nos estamos desmoronando. Pero tienes que entender que Sharon dijo que allí todo el mundo se había convertido en zombis. Debe de haber más de cien criaturas. Y no se puede decir que tengamos mucha munición. —Hizo una pausa y lo pensó un momento—. Ya sé que había personal militar, pero no sé si podremos hacernos con algún arma más antes de que nos atrapen.

—En ese caso usaremos rocas y palos si hace falta, pero yo pienso recuperar ese sitio.

Jim posó la mano en el hombro de Mick a modo de consuelo.

—Entonces eso es lo que haremos.

Capítulo 64

A lo largo de los últimos quince kilómetros los autobuses habían trepado, sin detenerse, por la serpenteante carretera, acercándose cada vez más a la entrada de las instalaciones casi secretas, ocultas en las profundidades de las montañas. No habían visto ninguna señal de civilización ni de cadáveres devoradores de carne humana.

Mick iba en cabeza, pero estaba empezando a pensar que se había equivocado al girar en alguna parte, a pesar de que Sharon le aseguraba que no era así. Cuando aparecieron ante él los inmensos terrenos, tenían exactamente el mismo aspecto que el dibujo que había hecho Izzy con tanto detalle. Para sorpresa de todos, no había criaturas arremolinadas por allí.

Mick detuvo el autobús cerca de la verja de la entrada principal y Jim aparcó a su lado. Se quedaron sentados, inmóviles, durante varios minutos. Nadie intentó dejar los autobuses. Desconfiaban de lo que pudieran encontrar y no tenían demasiadas ganas de meterse en otra pelea. Hasta el otoño anterior habían sido personas normales que vivían una vida normal. Que ellos supieran, quizá fueran los últimos supervivientes de una especie en extinción. Estaban asustados, cansados y se les estaban acabando las esperanzas.

Sharon se quedó mirando por la ventanilla sin poder creérselo. De todos los lugares que había en el mundo, habían tenido que ir allí, el último sitio donde habría querido estar. Se estremeció al pensar en lo que se ocultaba bajo la montaña.

Jim fue el primero en salir y echar un vistazo a los terrenos. No vio ninguna criatura. Era evidente que se conformaban con quedarse bajo tierra, en su estado no demasiado perfecto, encantados de vagar de un sitio a otro.

Jim sujetaba la AK-47 con la culata apoyada en la cadera, el plan no le hacía mucha gracia. Mick se acercó a su lado.

—Hasta el momento, viento en popa.

—Hasta el momento.

—¿Y ahora qué?

Jim se quedó mirando los edificios que tenían delante. Había tantos sitios en los que podían ocultarse los muertos. Había que registrarlo todo y tenían que hacerlo rápido, antes de que oscureciera.

—Empezaremos por arriba. Mierda, ni siquiera sé cómo ir a la parte de abajo. Para eso vamos a necesitar a Sharon. —Se volvió para mirar a Mick—. Necesito dos personas más.

Mick le quitó el seguro a su rifle con gesto agresivo para demostrarle a su amigo que estaba listo.

—Le diremos a Matt que venga con nosotros.

—Tú no, Mick. Si ocurre algo…

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