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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El lamento de la Garza (22 page)

Ahora Takeo levantó la mirada y contempló a su esposa bajo la tenue luz. La familiar curva del pómulo de Kaede apenas se apreciaba, al igual que el contorno de su cabeza. Se había ceñido al cuerpo la túnica de dormir y se hallaba sentada sobre el colchón, con las piernas cruzadas. Sus esbeltas extremidades se veían blanquecinas en contraste con la colcha de seda. Takeo estaba tumbado con la cabeza apoyada en su regazo, notando la calidez que emanaba del cuerpo de su mujer y recordando cómo, de niño, se había tumbado de la misma forma junto a su madre, con el mismo sentimiento de abandono y confianza. Kaede le acarició suavemente el cabello y le masajeó la nuca, haciendo así desaparecer los restos de tensión acumulada.

Se habían abalanzado el uno sobre el otro en cuanto se quedaron a solas sin apenas mediar palabra, buscando la cercanía y el éxtasis —siempre tan familiar y siempre tan distinto y especial a la vez— que el acto de amor acarreaba. Aunque compartían el sufrimiento por la muerte de Kenji, no hablaron de ello; tampoco comentaron la manera en la que Kaede se sentía excluida de la Tribu o la preocupación de ambos acerca de las gemelas. Con todo, semejantes inquietudes avivaron la intensidad de su pasión sin palabras y, como siempre, una vez que la fogosidad se fue atenuando, ésta dio paso a una especie de curación; la frialdad de ella desapareció, la congoja de él se tornó más soportable y comenzaron a hablar sin barreras entre ellos.

Había numerosos asuntos que discutir, y el primero consistió en las sospechas de Takeo acerca de Zenko y sus razones para traerse a los hijos de éste a vivir con la familia Otori.

—¿No se te ocurrirá adoptarlos legalmente? —preguntó Kaede, alarmada.

—¿Qué te parecería si lo hiciera?

—Aprecio a Sunaomi como si fuera mi propio hijo, pero ¿acaso no es Shigeko tu heredera?

—Existen muchas posibilidades; incluso el matrimonio con Sunaomi, cuando el niño alcance la edad suficiente. No quiero actuar con precipitación. Cuanto más podamos retrasar la decisión, más probable será que Zenko recobre el juicio y se tranquilice. Pero me temo que le alientan sus partidarios en el Este y el mismísimo Emperador. ¡Y todo gracias al hijo del hombre que te secuestró!

Entonces, le contó su encuentro con el señor Kono.

—A mí me tachan de criminal; pero como Fujiwara era un noble, nadie criticaba sus crímenes.

—Probablemente les aterroriza tu empeño por conseguir un nuevo sistema de justicia —especuló Kaede—. Hasta ahora, nadie osaba juzgar a un hombre como Fujiwara, o pedirle cuentas. Yo misma sabía que él podía matarme a su antojo. Nadie se habría negado a obedecerle y nadie hubiera considerado que había actuado mal. No soy capaz de expresar con palabras la sensación de ser propiedad de un hombre, de tener menos valor que una pintura o un jarrón de porcelana, pues Fujiwara habría matado a una mujer mucho antes que destrozar deliberadamente uno de sus tesoros. Era algo que me anulaba la voluntad y me paralizaba el cuerpo. Ahora en los Tres Países el asesinato de una mujer se castiga con tanta severidad como el de un hombre, y nadie escapa a la justicia a causa de su rango o su posición social. Nuestras familias de guerreros lo han aceptado, pero más allá de nuestras fronteras tanto guerreros como nobles lo tomarán como una afrenta.

—Lo que me dices me recuerda cuántas cosas hay en juego. Nunca accederé a los deseos del Emperador, no abdicaré; pero tampoco quiero llevar a mi pueblo a la guerra. Sin embargo, si es que finalmente vamos a enfrentarnos en combate en el Este, considero que cuanto antes, mejor.

Takeo le contó más tarde los problemas con las armas de fuego y la misión de Fumio.

—Desde luego, Kahei opina que debemos prepararnos para la guerra de inmediato: tenemos tiempo para organizar una campaña antes del invierno. Pero en Terayama los maestros me han aconsejado en contra. Me recomiendan que vaya a la capital la primavera que viene y lleve a Shigeko; por obra de magia, todo quedará resuelto.

Takeo frunció el entrecejo. Kaede le pasó los dedos por la frente, alisando los pliegues de la piel.

—Gemba tiene una nueva serie de trucos espectaculares —añadió—. Pero en mi opinión hará falta algo más para apaciguar a Saga Hideki, el general del Emperador, el Cazador de Perros.

15

Dedicaron el día siguiente a preparar el funeral de Kenji y a redactar cartas. Minoru estuvo ocupado toda la jornada: escribiendo a Zenko y a Hana para informarles de la llegada a salvo de Sunaomi; a Sugita Hiroshi, para pedirle que acudiera a Hagi lo antes posible; a Terada Fumifusa, para informarle del regreso de Takeo y del paradero de su hijo, y a Sonoda Mitsuru, en Inuyama, para comunicarle que aún no se había tomado ninguna decisión sobre el destino de los rehenes y que el asunto se discutiría en una próxima reunión.

Más tarde Kaede puso al día a Takeo en cuanto a los asuntos referentes a la ciudad de Hagi y sus habitantes, mientras Minoru anotaba cuidadosamente todas las decisiones que el matrimonio tomaba. Al final del largo día, caluroso y agotador, Takeo fue a darse un baño y envió aviso a sus hijas pequeñas para que fueran a verle.

Las gemelas se introdujeron, desnudas, en el agua humeante. Empezaban a mostrar los primeros signos de femineidad; sus cuerpos ya no eran los de unas niñas, y sus cabelleras se veían largas y espesas. Se mostraban más silenciosas que de costumbre, pues no sabían a ciencia cierta si su padre les había perdonado su conducta bulliciosa del día anterior.

—Parecéis cansadas —observó—. Confío en que hoy os hayáis aplicado en el trabajo.

—Shizuka ha estado muy estricta —suspiró Miki—. Dice que necesitamos más disciplina.

—Y Shigeko nos hizo escribir todo el rato —protestó Maya—. Dime, Padre: si me faltaran dedos como a ti, ¿escribiría el señor Minoru por mí?

—Yo tuve que aprender a escribir, igual que vosotras —respondió Takeo—. Y para mí fue más difícil, porque era mucho mayor. Cuanto más joven se es, más fácil resulta aprender. ¡Dad gracias a que tenéis tan buenos profesores!

Su tono de voz resultaba severo. Miki, que había estado palpando la cicatriz que le bajaba a su padre desde el cuello y le atravesaba el pecho, y que estaba a punto de pedirle que le contara la historia de la pelea, se lo pensó mejor y permaneció en silencio.

Takeo prosiguió con voz más amable.

—Se os exige mucho, a las dos. Estáis obligadas a aprender las disciplinas de los guerreros, además de los secretos de la Tribu. Sé que no es sencillo. Tenéis muchas aptitudes, pero debéis utilizarlas con cuidado.

—¿Te refieres a lo del gato? —preguntó Miki.

—Habladme del gato —solicitó Takeo.

Las gemelas intercambiaron una mirada, pero no respondieron.

Señalando con un gesto sus partes íntimas, que flotaban relajadas e inocentes en el agua, Takeo dijo:

—Os he llevado ahí; procedéis de mi cuerpo. Como yo, lleváis la marca de los Kikuta. No hay nada que no podáis contarme. Maya, ¿qué pasó con el gato?

—No pretendía hacerle daño —comenzó a decir la gemela.

—No me mientas —advirtió Takeo.

Maya continuó:

—Quería ver qué pasaba. Pensé que podía hacer daño al gato, pero no me importó —hablaba con voz seria, mirando a su padre cara a cara. Algún día le desafiaría, pero ahora su mirada era aún la de una niña—. Estaba enfadada con Mori Hiroki.

—Se nos quedó mirando —explicó Miki—. Todos lo hacen. ¡Como si fuéramos demonios!

—Shigeko le agrada, pero nosotras le repugnamos —protestó Maya.

—Y lo mismo le pasa a todo el mundo —añadió Miki. Como si el silencio de su padre desatara algo en su interior, rompió a llorar—. ¡Nos desprecian porque somos dos!

Las gemelas casi nunca lloraban; se trataba de otra característica que les hacía parecer antinaturales.

Maya también empezó a lloriquear.

—Y nuestra madre nos odia porque quería un varón, pero tuvo dos niñas.

—Nos lo contó Chiyo —agregó Miki entre sollozos.

Takeo sintió que el corazón se le encogía de dolor por sus hijas. Era fácil querer a Shigeko; pero él amaba a las gemelas en mayor medida, porque hacerlo no resultaba tarea sencilla. También se apiadaba de ellas.

—Para mí sois un tesoro —aseguró—. Siempre me he alegrado de que seáis dos, y niñas. Prefiero tener dos hijas a todos los hijos varones del mundo.

—Cuando tú estás aquí, todo va bien. Nos sentimos a salvo y no queremos hacer cosas malas; pero pasas fuera mucho tiempo.

—Si pudiera, os llevaría conmigo; pero no siempre es posible. Tenéis que a ser buenas incluso cuando yo esté ausente.

—La gente no debería quedarse observándonos —afirmó Maya.

—Maya, de ahora en adelante debes tener cuidado con la forma en la que miras. ¿Recuerdas la historia que te conté sobre mi encuentro con el ogro Jin-emon?

—Sí —respondieron al unísono, entusiasmadas.

—Le miré a los ojos y se quedó dormido. Es "el sueño de los Kikuta", que se utiliza para incapacitar al enemigo. Eso es lo que le hiciste al gato, Maya. Jin-emon era gigantesco, tan alto como un castillo y más pesado que un buey; pero el gato era pequeño y joven, y el sueño lo mató.

—No está muerto de verdad —observó Maya, acercándose a su padre y agarrándose de su brazo izquierdo—. Se me ha metido dentro.

Takeo trató de no dar señales de preocupación o alarma, ya que no deseaba que la niña dejara de hablar.

—Se vino a vivir conmigo —prosiguió Maya—. No le importa, porque antes no podía hablar y ahora, sí. A mí tampoco me importa. Me gusta el gato; me gusta ser el gato.

—Pero Jin-emon no se metió en tu cuerpo, ¿verdad, Padre? —intervino Miki. Para ellas, el hecho no resultaba más extraño que la invisibilidad o el desdoblamiento en dos cuerpos, y tal vez tampoco más perjudicial.

—No, porque al final usé a
Jato
para cortarle el cuello y la tráquea. Murió de eso, y no del sueño de los Kikuta.

—¿Estás enfadado por lo del gato? —preguntó Maya.

Takeo era consciente de que las gemelas confiaban en él, y sabía que no debía perder aquello, que sus hijas menores eran como animales salvajes huidizos que podían escapar en cualquier momento. Le vinieron a la memoria los meses de amargura que él mismo había pasado con los Kikuta, la brutalidad del adiestramiento al que fue sometido.

—No, no estoy enfadado —respondió con voz calmada.

—Shizuka estaba furiosa —masculló Miki.

—Pero necesito que me lo contéis todo, para protegeros y para evitar que hagáis daño a otras personas. Soy vuestro padre, y vuestro superior en la familia Kikuta. Me debéis obediencia por ambos motivos.

—Lo que pasó es que yo estaba enfadada con Mori Hiroki —explicó Maya—. Me di cuenta de lo mucho que él quería al gato. Deseaba vengarme de él por habernos mirado de ese modo. Además, el gato era precioso y me apetecía jugar con él. Así que lo miré a los ojos un instante y luego no pude dejar de hacerlo. Era precioso, pero yo quería hacerle daño y no pude parar —se calló súbitamente y dirigió la vista a su padre con ojos indefensos.

—Continúa —dijo él.

—Lo absorbí. Desde sus ojos, a través de los míos. Se me metió dentro de un salto. Maullaba y chillaba, pero yo no podía dejar de mirarlo fijamente. Y luego el gato estaba muerto, pero seguía vivo.

—¿Y?

—Mori Hiroki se puso triste, y yo me alegré —Maya exhaló un profundo suspiro, como si hubiera acabado de recitar una lección—. Eso es todo, Padre. Te lo prometo.

Takeo le acarició la mejilla.

—Has sido sincera conmigo, pero ya ves lo confundida que te encontrabas en aquel momento. Tu mente no estaba clara, como debe estar siempre que se utilizan los poderes de la Tribu. Cuando mires a otras personas a los ojos verás sus flaquezas y su falta de claridad. Eso es precisamente lo que las hace vulnerables a tu mirada.

—¿Qué me ocurrirá? —preguntó Maya.

—No lo sé. Tenemos que observar y averiguarlo. Actuaste equivocadamente; cometiste un error. Tendrás que vivir con las consecuencias. Pero debes prometerme que no volverás a usar con nadie el sueño de los Kikuta hasta que yo decida darte permiso.

—Kenji sabría qué hacer —intervino Miki, y se echó a llorar otra vez—. Nos habló de los espíritus de los animales y de cómo la Tribu los utiliza.

—Ojalá no hubiera muerto —se lamentó Maya entre renovados sollozos.

Takeo notó que sus propios ojos le ardían; por su maestro, al que había perdido; por sus hijas, a quienes no había sido capaz de proteger de una situación cuyas consecuencias eran imprevisibles.

Ambas niñas se encontraban cerca de él; las piernas de ellas, tan parecidas a las suyas en la textura y el color de la piel, le rozaban bajo el agua humeante.

—No tenemos que casarnos con Sunaomi, ¿verdad? —preguntó Maya, ahora más tranquila.

—¿Por qué? ¿Quién lo dice?

—Sunaomi asegura que va a casarse con una de nosotras.

—Sólo si se porta muy mal —bromeó Takeo—. ¡Como castigo!

—No quiero casarme con nadie —declaró Miki.

—Puede que algún día cambies de opinión —indicó Takeo.

—Yo quiero casarme con Miki —Maya se echó a reír.

—Sí, nos casaremos una con la otra.

—Entonces, no tendréis hijos. Hace falta un hombre para tenerlos.

—No quiero tener hijos —afirmó Miki.

—Odio a los niños —coincidió Maya—. ¡Sobre todo a Sunaomi! No vas a hacerle hijo tuyo, ¿verdad, Padre?

—No necesito hijos varones —respondió Takeo.

* * *

El funeral de Kenji se celebró al día siguiente y se erigió una piedra en su memoria en el santuario de Hachiman, contiguo a Tokoji, que pronto se convirtió en lugar de peregrinaje para la familia Muto y otros miembros de la Tribu. Kenji se había trasladado al mundo de los espíritus, igual que Shigeru, igual que Jo-An. Los tres habían parecido superar a los humanos durante su vida; ahora, inspiraban y protegían a quienes aún habitaban en el mundo de los vivos.

16

Las lluvias de la ciruela terminaron y comenzó el intenso calor del verano. Shigeko se levantaba temprano, antes del amanecer, y se dirigía al santuario a la orilla del río para pasar un rato con el potrillo negro, mientras el ambiente aún era fresco. Las dos yeguas viejas mordisqueaban y daban pequeñas coces al potro, y le enseñaban a comportarse. El caballo se había vuelto más tranquilo en compañía de las jacas y pareció aceptar a Shigeko. Cuando la veía, relinchaba y daba muestras de afecto.

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