Eriko había propuesto un antiguo juego según el cual los invitados componían poemas, los leían y luego los enviaban flotando en pequeñas bandejas de madera al grupo instalado en el pabellón contiguo. Kaede sobresalía en la composición de poesía debido a su mente despierta y su gran conocimiento de los clásicos, pero Eriko no se quedaba atrás. Con amistosa rivalidad, ambas se esforzaban por superarse entre sí.
Por la apacible corriente de los arroyos también flotaban tazones de vino; de vez en cuando, algún invitado recogía uno de ellos y se lo entregaba a un acompañante. La cadencia de las conversaciones y el eco de las risas se mezclaban con los sonidos del agua, los insectos y los pájaros. Takeo, experimentando un raro momento de absoluto placer, notó que sus preocupaciones se aliviaban y su aflicción disminuía.
Estaba contemplando a Hiroshi, quien se encontraba junto a Shigeko y Kaori —la hija de Eriko— en el pabellón contiguo. La nieta de Terada casi había alcanzado la edad para desposarse; tal vez fuera una buena candidata como esposa del joven. Tendría que consultarlo con Kaede. De constitución rolliza y rebosante de salud y de espíritu, Kaori se parecía mucho a su padre. Ahora se reía, acompañada por Shigeko, ante los esfuerzos poéticos por parte de Hiroshi.
Por debajo de las risas y el resto de sonidos de aquella apacible tarde, Takeo escuchó algo más, tal vez el aleteo de un pájaro. Levantó la vista al cielo y vio en la lejanía una reducida bandada de aves procedente del sureste. A medida que se acercaban, descubrió que se trataba de palomas mensajeras que regresaban a la residencia, su lugar de origen.
La llegada de palomas mensajeras era muy frecuente, pues todos los barcos de los Terada las llevaban a bordo; con todo, la dirección de la que este grupo llegaba llenó de inquietud a Takeo, pues en el sureste se hallaba la ciudad libre de Akashi...
Las aves sobrevolaron a la concurrencia en dirección a los palomares. Todos los presentes levantaron la cabeza para contemplarlas. A continuación la reunión prosiguió con el mismo clima de regocijo, pero Takeo cayó de pronto en la cuenta del calor de la tarde, el sudor que le empapaba las axilas y la estridencia de las cigarras.
Un criado llegó desde la casa, se arrodilló a espaldas del señor Terada y le susurró unas palabras. Terada volvió la vista a Takeo e hizo un ligero movimiento con la cabeza. Ambos se levantaron a la vez, se disculparon brevemente ante los presentes y acompañaron al criado hasta la vivienda. Una vez que hubieron llegado a la veranda, el antiguo pirata anunció:
—Mensajes de mi hijo.
Recogió de la mano del sirviente los trozos doblados de papel (elaborado con seda y ligero como una pluma) y juntaron las palabras.
—
Fracaso. Armas en poder de Saga. Regreso a casa.
Takeo trasladó la mirada de la umbría veranda a la colorida escena del jardín. Escuchó la voz de Kaede mientras leía sus poemas, y las risas que alababan la gracia e ingenio de su esposa.
—Tenemos que prepararnos para un Consejo de Guerra —declaró—. Nos reuniremos mañana y decidiremos qué medidas tomar.
* * *
El Consejo estaba formado por los Terada (padre e hijo), Miyoshi Kahei, Sugita Hiroshi, Muto Shizuka, Takeo, Kaede y Shigeko. Takeo les habló de su encuentro con Kono, de las exigencias del Emperador, el nuevo general de éste y las armas de fuego pasadas de contrabando. Miyoshi Kahei se mostró partidario de la acción inmediata, como era de esperar: propuso una rápida campaña en el verano, así como las muertes de Arai Zenko y del señor Kono, seguidas de una concentración de tropas en la frontera con el Este que podrían avanzar hasta la capital en la primavera; también la aniquilación del Cazador de Perros y la demostración al Emperador de que tendría que pensárselo dos veces antes de amenazar e insultar a los Otori.
—Vuestros barcos podrían bloquear la ciudad de Akashi —sugirió a Terada—. Deberíamos hacernos con el control del puerto para evitar más daños por parte de Arai.
Entonces se percató de la presencia de Shizuka, y recordó que era la madre de Zenko. Con cierta demora, se disculpó ante ella por su falta de tacto.
—Sin embargo, me mantengo en mi opinión —indicó a Takeo—. Mientras Zenko te siga socavando en el Oeste no podrás enfrentarte a la amenaza de la capital.
—Tenemos al hijo de Zenko con nosotros —intervino Kaede—. El niño nos servirá para negociar y nos ayudará a controlar las acciones de su padre.
—No puede considerarse como un rehén —argumentó Kahei—. La esencia de la toma de rehenes consiste en estar dispuesto a quitarles la vida. No quiero insultarte, Takeo; pero no me parece que fueras capaz de ordenar la muerte del niño. Sin duda, sus padres saben que contigo está tan a salvo como en brazos de su madre.
—Zenko me ha renovado su juramento de lealtad —observó Takeo—. No puedo atacarle sin previo aviso, a no ser que me desafíe. Prefiero ofrecerle mi confianza con la esperanza de que la merezca. Y tenemos que hacer el máximo esfuerzo posible por mantener la paz por la vía de la negociación. No quiero otra guerra civil en los Tres Países.
Kahei, con semblante huraño, frunció los labios y sacudió la cabeza.
—En Terayama, tu hermano Gemba y los demás me aconsejaron aplacar al Emperador, viajar a Miyako el año que viene y suplicarle en persona que considere mi caso.
—Y para entonces, Saga habrá equipado a su ejército con armas de fuego. Por lo menos permítenos tomar la ciudad de Akashi, para impedir que pueda adquirir salitre. De otro modo, irás a la muerte sin remedio.
—Yo estoy a favor de actuar con decisión —opinó Terada—. Coincido con Miyoshi. Esos comerciantes de Akashi se están dando demasiados aires. ¡Ciudad libre! ¡Vaya cosa! Son un auténtico insulto. Me encantaría darles una buena lección.
Daba la impresión de que añorase los días en que sus barcos controlaban la práctica totalidad del comercio a lo largo de los litorales occidental y septentrional.
—Una actuación así iría en contra de nuestros propios comerciantes; los enfurecería —estimó Shizuka—. Y dependemos de ellos para el suministro de víveres, de salitre y de hierro. Resultaría muy difícil librar una guerra sin su apoyo.
—La casta de los comerciantes se está volviendo tan poderosa por todas partes que se ha convertido en un peligro —gruñó Terada. A menudo se quejaba del asunto, al igual que Miyoshi Kahei y otros muchos guerreros, resentidos por la riqueza y prosperidad que el comercio aportaba a los habitantes de las ciudades. Sin embargo, en opinión de Takeo, dicha prosperidad se encontraba entre los más sólidos cimientos de la paz.
—Si no atacas ahora, será demasiado tarde —advirtió Kahei—. Ése es mi consejo.
—¿Hiroshi? —Takeo se dirigió al joven, quien hasta ahora había permanecido en silencio.
—Entiendo el punto de vista del señor Miyoshi —respondió—. En muchos aspectos, tiene razón. Según el arte de la guerra, la estrategia que propone resulta recomendable, sin duda. Pero debo someterme a la sabiduría de los maestros de la Senda del
houou.
Propongo que envíes mensajes al Emperador anunciando tu intención de hacerle una visita, en la cual le comunicarás tu decisión; de este modo, cualquier ataque por su parte quedaría aplazado. Como Kahei, recomendaría que reforzaras el ejército en el Este, preparándote para un ataque pero sin incitarlo. Debemos aumentar el número de tropas de soldados de a pie que portan armas de fuego, y entrenarles para que sepan cómo enfrentarse a soldados pertrechados de manera similar, pues sin duda para el año próximo Saga habrá acumulado un arsenal considerable. Es algo que no podemos evitar. Con respecto a tu cuñado, considero que los vínculos familiares serán más fuertes que cualquier posible resentimiento que pueda guardar hacia tu persona o cualquier ambición de desterrarte. De nuevo, te aconsejaría que te tomaras tu tiempo, que no actuaras precipitadamente.
"Hiroshi siempre ha sido un estratega brillante —pensó Takeo—, incluso de niño".
Se volvió a mirar a su hija:
—¿Shigeko?
—Estoy de acuerdo con todo lo que ha dicho el señor Hiroshi —respondió—. Si te acompaño a Miyako, creo que la Senda del
houou
prevalecerá, incluso ante el mismísimo Emperador.
Cuando se hallaban instalados en Hagi, Shizuka se alojaba en la residencia del castillo, por lo que Takeo la veía varias veces al día en compañía de Kaede y sus hijas. No había que organizar encuentros formales, y Takeo tampoco veía la necesidad de hacer público el nombramiento de su prima como cabeza de la Tribu. Los poderes extraordinarios de la organización quedarían desde ahora bajo el poder del Estado, en la persona del señor Otori, pero aún se mantenían en secreto. Takeo encontraba que semejante contradicción convenía a los guerreros de su confianza, quienes como de costumbre se alegraban de poder contar con los servicios de la Tribu al tiempo que preferían mantenerse ajenos a las prácticas de hechicería. Taku, en quien también se daba la mezcla de sangre, entendió todo esto a la perfección.
Resultaba fácil mantener conversaciones informales con Shizuka, ya fuera en el jardín, en la veranda o junto a la muralla que daba al mar. Unos días después del Consejo de Guerra, la mañana del Festival de la Estrella, se encontraron como por casualidad mientras Takeo se dirigía desde la residencia al propio castillo. Como de costumbre, Minoru seguía a su señor con los instrumentos de escritura, y se apartó hacia un lado para que éste y Shizuka pudieran departir en privado.
—Recibí un mensaje de Taku —dijo ella en voz baja—. Ayer, entrada la noche. Ishida y Chikara salieron de Hofu en la última luna llena. El estado del tiempo ha sido favorable y llegarán cualquier día de estos.
—Son buenas noticias. Debes de estar deseando el regreso de tu marido. —Entonces, considerando que no había motivo para que tal información se mantuviese en secreto, añadió:— ¿Qué más?
—Al parecer, Zenko dio permiso a los extranjeros para que les acompañaran. Dos de ellos se encuentran a bordo con un intérprete, una mujer.
Takeo frunció el entrecejo.
—¿Cuál es el propósito de su visita?
—Taku no lo aclara; pero considera que debes ser advertido.
—Es un fastidio —protestó—. Tendremos que recibirlos con esplendor y ceremonia, y aparentar que nos deslumbran sus regalos insignificantes y sus zafios discursos. No quiero que consideren que disponen de libertad para ir de un lado a otro según les plazca. Hubiera preferido mantenerlos confinados en un único lugar: Hofu era el sitio ideal. Búscales algún alojamiento incómodo y ordena que los vigilen continuamente. ¿Disponemos de alguna persona que hable correctamente su idioma?
Shizuka negó con la cabeza.
—Bueno, pues alguien tendrá que aprenderlo lo antes posible. La intérprete que traen deberá enseñarnos la lengua extranjera mientras se encuentre en Hagi.
Takeo estaba pensando a toda velocidad. No deseaba volver a ver a Madaren y le incomodaba que su hermana apareciera de nuevo en su vida, tan pronto. Temía las complicaciones que su presencia causaría inevitablemente; pero si tenía que utilizar a un intérprete más valía que fuera ella, con quien Takeo tenía un vínculo de sangre y sobre quien posiblemente podría tener alguna influencia.
Entonces volvió sus pensamientos a Kaede, tan rápida a la hora de aprender. Había llegado a dominar el idioma de Shin y el de Tenjiku para poder leer sus obras clásicas de Historia y Literatura, así como las Escrituras. Le pediría a su mujer que aprendiese la lengua de los extranjeros con la ayuda de Madaren, y le explicaría que era su propia hermana... Curiosamente, la idea de desvelarle a Kaede al menos uno de sus secretos le hizo sentirse satisfecho.
—Encuentra a alguna muchacha inteligente para que les atienda —le encomendó a Shizuka—. Que se esfuerce al máximo en llegar a entender lo que dicen. También organizaremos lecciones del idioma aquí, en el castillo.
—¿Acaso te propones aprenderlo?
—Dudo que yo tenga la capacidad —replicó Takeo—; pero sé que Kaede podrá hacerlo. Y tú también.
—Soy demasiado vieja —argumentó Shizuka—. Sin embargo a Ishida le interesa la lengua de los extranjeros, y lleva tiempo elaborando un glosario de términos científicos y médicos.
—Muy bien. Que continúe con su trabajo. Cuanta más información podamos obtener de ellos, mejor. Intenta averiguar a través de tu marido más detalles acerca de las verdaderas intenciones de los extranjeros, y hasta que punto están unidos a Zenko.
Rasados unos segundos, Takeo añadió:
—¿Se encuentra bien Taku?
—Parece ser que sí. Sólo un poco frustrado por tener que quedarse en el Este, me da la impresión. Está a punto de ponerse en camino con el señor Kono para inspeccionar las tierras, y tiene la intención de dirigirse a Maruyama a continuación.
—Ah, ¿sí? Entonces, Hiroshi tendrá que estar allí para recibirles —decidió Takeo—. Puede regresar en el mismo barco de Ishida e informar a Taku de las decisiones que hemos tomado.
* * *
Dos días más tarde el barco se divisó en alta mar. Shigeko escuchó la campana desde la colina que se alzaba sobre el castillo mientras ella e Hiroshi trabajaban en la doma del potrillo.
Tenba
aceptó el bocado y permitió que la joven le guiase con las riendas sueltas; pero aún no habían probado a ponerle la silla de montar ni cualquier otro peso que no fuera un ligero paño de algodón acolchado, que aún provocaba que el caballo se agitara y diese coces.
—Se acerca un barco —anunció Shigeko, tratando en vano de divisar la nave bajo la luz del amanecer—. Confío que sea el del doctor Ishida.
—Si es así, tendré que regresar a Maruyama —repuso Hiroshi.
—¡Tan pronto! —exclamó Shigeko sin poder evitarlo. Luego, avergonzada, añadió con rapidez:— Mi padre me ha comentado que trae un regalo especial, pero no ha querido decirme de qué se trata.
"Parezco una niña pequeña", pensó, exasperada consigo misma.
—Algo me han contado —respondió Hiroshi, tratándola como a una cría según le parecía a Shigeko.
—¿Sabes qué es?
—¡Es un secreto! —repuso entre risas—. No puedo desvelar los secretos del señor Otori.
—¿Por qué te lo ha contado a ti y a mí no?
—No me ha dicho de qué se trata —replicó él con voz conciliadora—. Sólo me dijo que confiaba en que las condiciones del tiempo fueran favorables y la travesía, tranquila.