—Supongo que fue a manos de los Kikuta —indicó Zenko tras un prolongado silencio.
—¿Qué te hace pensar así?
—Podré llevar el apellido de nuestro padre, pero eso no cambia el hecho de que pertenezco a la Tribu tanto como tú. Tengo contactos entre los Muto; y también entre los Kikuta, para qué negarlo. Todo el mundo sabe que el hijo de Akio es nieto de Kenji; imagino que anhelaba verlo por última vez. Era un anciano de salud frágil. Dicen que Akio jamás perdonó a su suegro ni a Takeo por la muerte de Kotaro. Estoy sacando conclusiones a partir de los hechos. No tengo más remedio, porque el señor Otori no me hace confidencias, al contrario de lo que ocurre contigo.
De nuevo Taku percibió un tinte de resentimiento en la voz de su hermano, si bien le preocupaba más la declaración que acababa de escuchar: Zenko tenía contactos entre los Kikuta. ¿Sería verdad, o estaría sencillamente alardeando?
Aguardó en silencio con la esperanza de que su hermano le hiciera alguna otra revelación.
—Desde luego, en la aldea de los Muto corrían rumores acerca del muchacho —prosiguió Zenko—. Se comentaba que el padre era Takeo, y no Akio.
Hablaba con tono despreocupado, pero Taku era consciente de la profunda intención que sus palabras escondían.
—La única persona capaz de saberlo era Muto Yuki —dijo Taku—, y murió poco después de que el niño naciera.
—Sí, lo recuerdo. Bueno, quienquiera que sea el padre, el joven es nieto de Kenji y los Muto se interesan por él. Si me convierto en el maestro de la familia, hablaré con los Kikuta sobre el asunto.
—Considero que sería mejor dejar la cuestión del sucesor de Kenji hasta que hayamos hablado con nuestra madre —repuso Taku con cortesía—. No creo necesario recordarte que los maestros de la familia Muto, por lo general, poseen grandes dotes extraordinarias.
Zenko se sonrojó de ira y contrajo los ojos.
—Yo tengo muchos poderes de la Tribu. Puede que no sean tan vistosos como los tuyos, pero son muy eficaces.
Taku hizo un ligero —aunque falso— gesto con la cabeza en ademán de acatamiento, y pasaron a comentar temas menos comprometidos. Después de un rato, el señor Kono se unió a ellos. Almorzaron juntos y luego se fueron con Hana y sus dos hijos menores a ver al
kirin.
Más tarde, invitaron al doctor Ishida a la residencia para que conociese mejor a Chikara antes de partir hacia Hagi.
* * *
Ishida se había mostrado inquieto al ser presentado a Kono, y cuando el noble le interrogó sobre su época en casa de Fujiwara el médico se puso aún más nervioso. Aceptó la invitación para cenar a regañadientes. Llegó tarde y un tanto achispado, pomo Taku percibió con desazón.
El propio Taku se sentía intranquilo, preocupado por su conversación con Zenko y consciente de las corrientes subterráneas presentes en la estancia a lo largo de la cena. Como en él era habitual, no dio muestra alguna de su estado anímico y conversó ligera y amablemente con Kono, felicitó a Hana por la comida y por sus hijos e intentó involucrar a Ishida en temas inofensivos como las costumbres de los Gen —el pueblo nómada— o el ciclo de vida de las ballenas. Taku mantenía una relación cautelosa y en cierto modo cortante con su cuñada, quien no le agradaba particularmente y de la que no se fiaba. Con todo, no podía evitar sentir admiración por la inteligencia y la presencia de ánimo de Hana, de la misma forma que ningún hombre podía evitar sentirse atraído por su belleza. Taku recordaba que de niños, Zenko, Hiroshi y él mismo se sentían fascinados por ella. La seguían a todas partes como perrillos con la lengua fuera y competían por su atención.
De todos era sabido que el padre de Kono prefería los hombres a las mujeres, pero Taku no vio señal alguna de que al hijo de Fujiwara le ocurriese lo mismo. De hecho, le pareció vislumbrar una fuerte atracción —natural, por otra parte— en la atención de Kono hacia Hana. "Es imposible no desearla", pensó, y por un instante se preguntó lo que sería despertarse a media noche con aquella hermosa mujer al lado. En cierto modo, envidiaba a Zenko.
—El doctor Ishida cuidó de vuestro padre —comentó Hana al señor Kono—; ahora se encarga de la salud del señor Otori.
Taku percibió la hipocresía y malevolencia que la voz de su cuñada denotaba, y su anterior deseo por ella se tornó en antipatía. Daba gracias por haberse recuperado de aquel enamoramiento infantil y no haber vuelto a sentirlo. Le vino a la mente su propia esposa, mujer sencilla y natural, en quien podía confiar y a quien ya echaba de menos. Iba a ser un verano largo y tedioso.
—El doctor Ishida ha salvado la vida al señor Otori en muchas ocasiones —comentó Zenko.
—Mi padre siempre tuvo en su más alta estima vuestra pericia como médico —dijo Kono a Ishida.
—Me halagáis en exceso; mi talento es insignificante.
Taku creyó que Ishida no diría más sobre el asunto; pero tras otro largo trago de vino, el médico prosiguió:
—Desde luego, el caso del señor Otori es fascinante para un hombre como yo, interesado en el funcionamiento de la mente humana —hizo una pausa y volvió a beber. Luego, se inclinó hacia adelante y en tono confidencial, anunció—: El señor Otori considera que nadie puede matarle; se ha hecho inmortal a sí mismo.
—¿Habláis en serio? —murmuró Kono—. Suena un tanto pretencioso. ¿Se trata acaso de una especie de delirio?
—De alguna manera, así es. Muy útil, por cierto. Tiempo atrás le hicieron una profecía. Taku, tú estabas conmigo cuando tu pobre tío...
—No lo recuerdo —interrumpió Taku al instante—. Chikara, ¿qué te parece la idea del viaje por mar con un
kirin?
Chikara tragó saliva al ver que su tío se dirigía a él directamente. Antes de que el niño pudiera responder, Zenko preguntó:
—¿Qué profecía?
—El señor Otori sólo morirá a manos de su propio hijo —Ishida dio un trago más—. ¿Por qué hablaba yo del asunto? ¡Ah, sí! Por los efectos que una firme convicción pueden ejercer sobre el propio cuerpo. Takeo está convencido de que no puede morir, y su cuerpo responde curándose por sí mismo.
—Fascinante —respondió Kono, con voz suave como la seda—. Da la impresión de que el señor Otori ha sobrevivido a muchas agresiones a lo largo de su vida. ¿Conocéis otros casos similares?
—Bueno, sí —respondió el médico—. He visto casos semejantes en mis viajes por Tenjiku, donde existen hombres sagrados que caminan sobre las llamas sin quemarse y se tumban en camas de clavos sin hacerse un rasguño en la piel.
—¿Sabías tú esto, hermano? —demandó Zenko con voz templada, mientras Kono instaba a Ishida a relatar más historias sobre sus expediciones.
—No es más que una superstición del pueblo —respondió Taku con tono liviano, deseando en su fuero interno que todos los tormentos del Infierno recayeran sobre el médico, borracho como una cuba—. La familia Otori siempre ha sido objeto de murmuraciones y especulación.
—Mi propia hermana fue víctima de tales habladurías —intervino Hana—. Decían que provocaba la muerte a todo hombre que la deseara, pero parece ser que el señor Takeo ha salido bastante airoso del peligro. Alabado sea el Cielo —añadió, mirando a Taku.
Las risas que siguieron al comentario resultaron un tanto incómodas, ya que casi todos los presentes recordaban que el señor Fujiwara se había casado con Kaede en contra de la voluntad de ésta, y no había sobrevivido.
—Sin embargo, todo el mundo ha oído hablar de las cinco batallas —prosiguió Zenko—, y también del terremoto: "La tierra cumple el deseo del Cielo". —Se percató de la mirada inquisitiva de Kono, y explicó:— Una mujer sagrada hizo una profecía que luego se confirmó con las victorias de Takeo en la guerra. El gran terremoto se tomó como una señal del Cielo, un signo del apoyo celestial.
—Sí, eso me explicó el señor Otori —repuso Kono con tono jocoso—. Para un vencedor, el hecho de tener a mano una profecía ventajosa resulta de lo más conveniente. —Dio un trago de vino y con voz más seria, continuó:— En la capital, los terremotos suelen interpretarse como un castigo por las malas acciones, y no como una recompensa.
Taku no sabía si tomar la palabra y revelarle a Kono su absoluta lealtad hacia Takeo, o permanecer en silencio para dar la sensación de que apoyaba a su hermano. Fue rescatado por Ishida, quien habló embargado por la emoción:
—El terremoto me salvó la vida. A mi esposa también. A mi entender, los malvados fueron castigados.
Los ojos se le cuajaron de lágrimas.
—Perdonadme, no era mi intención insultar la memoria de vuestros respectivos padres. —Se giró hacia Hana y señaló:— Debo retirarme, estoy muy cansado. Abrigo la esperanza de que excuses a un anciano.
—Desde luego, Padre —respondió ella, dirigiéndose al médico con cortesía, pues éste era el padrastro de su esposo—. Chikara, lleva a tu abuelo a su habitación y dile a las criadas que vayan a atenderle.
—Me temo que ha bebido demasiado —se disculpó Hana ante Kono una vez que el niño hubo ayudado al doctor a levantarse y ambos hubieran abandonado la sala.
—Es un hombre sumamente interesante. Lamento que tenga que partir hacia Hagi; confiaba en poder entablar más conversaciones con él. Creo que conocía a mi padre mejor que ninguna otra persona viva.
"Y tuvo suerte de no morir a sus manos", pensó Taku.
—La profecía resulta curiosa, ¿no es cierto? —observó Kono—. Según tengo entendido, el señor Otori carece de hijos varones.
—Tiene tres hijas —aclaró Taku.
Zenko soltó una carcajada, breve y conspiradora.
—Oficialmente —puntualizó—. Existen más habladurías sobre Takeo... pero no debo ser indiscreto.
Kono alzó las cejas.
—Vaya, vaya —murmuró.
Taku pensó: "Como diría mi tío: ahora sí que la hemos hecho buena. Kenji, ¿qué voy a hacer sin ti?".
Junto con su hijo Katsunori, Miyoshi Kahei acompañó a Takeo a la ciudad de Hagi; al tratarse de su lugar de nacimiento, se alegraba de la oportunidad de volver a ver a sus familiares. Por otra parte, Takeo necesitaba el asesoramiento de Kahei sobre el mejor método para contrarrestar la amenaza de la capital, el ultimátum del Emperador y del general de éste. También precisaría las recomendaciones de su amigo sobre cómo llevar a cabo los preparativos durante el invierno.
Resultaba difícil pensar en el invierno ahora, al final de las lluvias de la ciruela, con las máximas temperaturas del verano aún por llegar. Otros asuntos mantendrían la prioridad frente a la guerra: la cosecha, la habitual preocupación sobre la peste y otras enfermedades propias del tiempo caluroso y las medidas que podrían tomarse para evitarlas, la conservación del agua en caso de sequía al final de temporada...; pero todas estas cuestiones pasaban a un segundo plano cuando Takeo volvía el pensamiento al reencuentro con Kaede y sus tres hijas.
Atravesaron cabalgando el puente de piedra cuando llegaba a su fin una jornada en la que habían alternado el sol y la lluvia, como en la boda del zorro. Takeo notaba la pegajosa impresión de la ropa pegada al cuerpo. Durante el viaje, se había calado tantas veces hasta los huesos que apenas recordaba la sensación de estar seco. Las posadas en las que se habían alojado también resultaban húmedas y despedían olor a moho y a humedad.
En el horizonte, el cielo se veía de un azul diáfano que por el oeste iba adquiriendo tonos dorados a medida que comenzaba el ocaso. A espaldas del grupo las montañas se hallaban envueltas en densos nubarrones, y el rugido de los truenos hacía que los caballos se encabritaran atemorizados, a pesar de su fatiga.
La montura que Takeo utilizaba no tenía nada de especial; añoraba a
Shun,
su antiguo corcel, y se preguntó si alguna vez encontraría a algún otro como él. Hablaría con Mori Hiroki acerca de los caballos, y también con Shigeko. Si llegaran a embarcarse en una guerra, necesitarían más cantidad; pero lo cierto era que no sentía ningún deseo de enfrentarse en combate.
Los Miyoshi se quedaron a las puertas del castillo y la comitiva desmontó en el patio principal. Una vez que los caballos hubieron sido retirados a los establos, Takeo llamó a Sunaomi y ambos atravesaron los jardines. La noticia de la llegada había alcanzado el castillo con antelación, y la señora Otori esperaba a su marido en la amplia veranda que rodeaba la residencia. El sonido del mar inundaba el aire y las palomas zureaban desde los tejados. El rostro de Kaede resplandecía de júbilo.
—¡No te esperábamos tan pronto! ¿Cómo es que habéis emprendido viaje con este tiempo? Debes de sentirte agotado. ¡Y estás empapado!
El placer que la afectuosa regañina de su esposa le proporcionaba era tan intenso, que por un momento a Takeo le apeteció quedarse allí de pie para siempre; luego, el afable sentimiento dio paso al deseo de abrazar a Kaede, de perderse en ella. Pero antes tenía que comunicarle la noticia, al igual que a Shizuka.
Shigeko llegó corriendo desde el interior de la residencia.
—¡Padre! —exclamó con un grito, y se arrodilló para quitarle las sandalias. Entonces, reparó en la presencia del niño que, tímidamente, se mantenía algo apartado.
—¿Es acaso nuestro primo? —preguntó.
—Sí; Sunaomi va a pasar con nosotros una temporada.
—¡Sunaomi! —exclamó Kaede—. Pero, ¿qué hace aquí? ¿Se encuentra bien su madre? ¿Le ha ocurrido algo a Hana?
Takeo se dio cuenta de la preocupación de Kaede por su hermana, y se preguntó hasta qué punto podría confiarle sus sospechas.
—Hana está perfectamente —aclaró—. Más tarde te explicaré el motivo de la visita de Sunaomi.
—Como quieras. Vayamos dentro. Debes tomar un baño inmediatamente y ponerte ropas secas. Señor Takeo, ¿acaso crees que aún tienes dieciocho años? ¡Deberías preocuparte más por tu salud!
—¿Está Shizuka? —preguntó mientras Kaede le conducía a lo largo de la veranda hacia la parte posterior de la residencia, donde se había construido un estanque alrededor de un manantial de agua caliente.
—Sí, está aquí. Pero dime, ¿qué ha pasado? —Kaede miró a su marido cara a cara y luego añadió:— Shigeko, dile a Shizuka que venga a vernos. Pide a las criadas que traigan ropa a tu padre.
Shigeko hizo una reverencia y se alejó con semblante serio. Takeo escuchó el paso liviano de su hija mayor sobre el entarimado y luego la oyó hablar con sus hermanas gemelas.
—Sí, nuestro padre ha vuelto a casa; pero aún no podéis verle. Venid conmigo. Tenemos que encontrar a Shizuka.