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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (38 page)

Intimidó a la cuarta Jedi haciendo girar sus cuatro sables a la vez, transformándose en una verdadera picadora de carne. El miedo floreció en los oscuros ojos de la twi'leko cuando ésta retrocedía. Sabía que ya estaba muerta, pobrecita cosa. Pero Grievous la recompensó con cierta dignidad, permitiendo que le diera algunas estocadas en sus antebrazos y hombros. Las quemaduras del sable láser apenas hicieron algo más que agregar un nuevo olor a la sala. Animada, reanudó su ataque, pero estaba agotándose rápidamente, intentando amputar uno de sus miembros..., herirlo de alguna forma.

¿Y todo ello para qué?, se preguntó Grievous. ¿Por un tímido anciano que ahora estaba pegado a la pared trasera del búnker? ¿Un supuesto campeón de la democracia que había lanzado su ejército de clones contra los comerciantes, constructores y transportistas que se opusieron a su Gobierno..., a su República?

Lo mejor que puedo hacer por la Jedi es librarla de su desgracia
, pensó Grievous. Y lo hizo de una sola estocada en el corazón... Cualquier otra forma hubiera sido cruel.

Un poco más allá, sus tres droides supervivientes resistían bien contra cinco Túnicas Rojas. Con el tiempo en contra, no dudó en intervenir en la pelea. Al darse cuenta, uno de los guardias amagó un giro a la izquierda y pivotó hacia la derecha, con su electropica levantada a la altura de la cara. Un movimiento que Grievous apreció en lo que valía, aunque ya no estaba en el lugar que el guardia esperaba encontrarlo. Utilizando dos sables a la vez, le separó la cabeza del tronco. Al próximo le atravesó por detrás ambos riñones. Abrió la parte posterior de los muslos de un tercero y destripó a un cuarto.

Cuando intentó localizar al último guardia, resultó que ya estaba muerto.

Con un gesto, Grievous ordenó a su élite que vigilase la puerta hexagonal del búnker. Entonces, desactivando los sables láser, se volvió hacia Palpatine.

—Ahora, Canciller, vendrá con nosotros —anunció.

Palpatine ni siquiera protestó.

—Será una verdadera pérdida para las fuerzas que representa. El comentario tomó a Grievous por sorpresa.

—¿Me está elogiando?

—Cuatro Caballeros Jedi, todos esos soldados y guardias... —respondió Palpatine, gesticulando ampliamente—. ¿Por qué no espera a que lleguen Shaak Ti y Stass Allie? —inclinó la cabeza a un lado—. Creo que ya las oigo venir. Después de todo son Maestras Jedi.

Grievous no respondió inmediatamente. ¿Intentaba engañarlo Palpatine?

—Tendrá que ser en otra ocasión —dijo por fin—. Una nave nos espera para sacarlo de Coruscant... y de su querida República.

Palpatine se burló con una sonrisa de desprecio.

—¿De verdad cree que ese plan tendrá éxito?

Grievous le devolvió la mirada.

—Es usted más arrogante de lo que esperaba, Canciller. Pero sí, el plan tendrá éxito... para su desgracia. Matarlo sería un placer para mí, pero tengo mis órdenes.

—Así que usted recibe órdenes —dijo Palpatine, moviéndose con una deliberada lentitud—. Entonces, ¿cuál de nosotros es el lacayo? —Antes de que Grievous pudiera contestar, agregó—: Mi muerte no hará que la guerra termine, general.

Grievous se había preguntado al respecto. Estaba claro que Lord Sidious tenía un plan, pero... ¿creía realmente que la muerte de Palpatine incitaría a los Jedi a rendir sus sables láser? ¿Pediría el Senado que los Jedi dimitieran y se retirasen, atormentado por la muerte del Canciller? ¿Capitularía la República de repente tras tantos años de guerra?

El sonido de pisadas hizo que despertase y señaló la puerta trasera del búnker.

—Muévase —ordenó a Palpatine.

Los MagnoGuardias dieron un paso hacia Palpatine para asegurarse de que éste obedecía.

Grievous se apresuró hacia la consola de comunicaciones del búnker. El interruptor y el tablero de control de la señal de emergencia estaban precisamente donde Tyranus le dijo que estarían. Tras teclear el código que Tyranus le había proporcionado, Grievous presionó el interruptor con su mano metálica.

Palpatine lo miró desde la puerta.

—Esto hará que todos los Jedi vayan a por usted, general... y lamentará haber convocado a algunos de ellos.

Grievous le devolvió la mirada.

—Sólo si no me desafían.

51

L
as noticias del combate en la plataforma de desembarco del búnker llegaron hasta Mace y Kit cuando volvían a Sah'c en el helicóptero. No tardaron mucho en reunir todas las piezas del rompecabezas: los separatistas habían secuestrado un helicóptero republicano y pasado el escudo del complejo de búnkeres cronometrando su llegada para coincidir con la nave que transportaba a Palpatine, Shaak Ti y los demás. Un comandante CAR certificó que el helicóptero secuestrado iba pilotado por droides, pero no podía confirmar ni desmentir que Grievous estuviera a bordo de la nave destruida.

Lo cual, de por sí, ya era motivo de preocupación.

Mace y Kit creían saber lo que había pasado, y esperaban equivocarse. Bajo la intensa luz blanca de los focos, el helicóptero derribado por los RPG era una ruina llameante en el límite de la plataforma de aterrizaje. Menos quedaba de la nave que había llevado a Palpatine hasta el complejo. Las bajas provocadas por el ataque sorpresa, que ya sólo era una sorpresa más entre muchas, habían sido retiradas de la escena, pero la plataforma seguía atestada por toda una compañía de refuerzo, así como por dos AT-ST llevados hasta allí por los transportes TABA.

Esta vez, Mace y Kit no esperaron a que el helicóptero tomase tierra. Saltando desde cinco metros de altura, corrieron por la plataforma brillantemente iluminada directos al túnel de acceso. Una vez dentro, sus temores se confirmaron al ver tres soldados arrastrando los restos de un MagnoGuardia agujereado por más láseres de los que se hubieran necesitado para derribar un flotador de la policía.

El helicóptero secuestrado rescató a Grievous tras caer del tren magnético, se dijo Mace. Pero, ¿su caída había sido premeditada, parte de un plan intrincadamente elaborado, o Grievous tenía previsto desde el principio raptar a Palpatine en el tren?

Fuera como fuese, ¿cómo pudo el general ciborg saber todo el personal que necesitaría para llevar a cabo un plan tan atrevido?

A menos, claro está, que supiera anticipadamente cuántos Túnicas Rojas acompañaban a Palpatine y cuántos soldados y otros combatientes se encontraban en el complejo del búnker.

Cada metro del túnel les daba nuevas pruebas de la feroz lucha que había ocurrido en la forma de comandos y demás seres muertos, desmembrados, decapitados, reventados a causa de las armas EMP...

Cuando llegó a cuarenta. Mace dejó de contar.

La pesada puerta hexagonal donde terminaba el ensangrentado túnel estaba abierta. Si la lucha hasta aquella puerta había sido feroz, lo del interior del búnker había sido salvaje. Stass Allie, con la cara y las manos llenas de ampollas y la túnica chamuscada estaba arrodillada junto a los cuerpos de los cuatro Caballeros Jedi con los que Mace había conversado brevemente durante la evacuación del tren magnético. Sólo Grievous podía ser responsable de lo que les había ocurrido. Y lo mismo podía decirse de los Túnicas Rojas, cuyos cadáveres habían sido destripados por sables láser.

Grievous se había llevado los sables de los Jedi con los que había combatido.

También vio las carcasas de dos MagnoGuardias más.

Pero no había rastro de Palpatine.

—Señor, el Canciller Supremo ya no estaba cuando llegamos —explicó un comando—. Sus captores huyeron del complejo por los túneles del Sur.

Mace y Kit desviaron su mirada hacia la puerta que llevaba a esos túneles. Después se volvieron hacia Shaak Ti, que permanecía con la mirada perdida ante la mesa del holoproyector del búnker. Cuando Mace se acercó a ella, prácticamente se derrumbó en sus brazos.

—Luché contra Grievous en Hypori —dijo débilmente—. Sabía de lo que era capaz, pero esto... Y se ha llevado a Palpatine...

Mace la consoló.

—No nos chantajearán. El Canciller Supremo no lo permitirá.

—Puede que el Senado no esté de acuerdo contigo, Mace —Shaak Ti intentó recuperarse y miró a su alrededor—. Grievous ha contado con ayuda. Ayuda de alguien muy cercano a la cima.

Kit asintió con la cabeza.

—Descubriremos quién ha sido, pero nuestra prioridad es rescatar al Canciller Supremo.

—¿Cómo escaparon del complejo? —preguntó Mace al comando.

—Puedo enseñártelo —intervino Shaak Ti. Se dio media vuelta y activó una grabación de seguridad donde se veía a Grievous y a varios de sus guardias humanoides arrastrando a Palpatine hasta la plataforma Sur, matando a su paso al pelotón de soldados allí destinados, abordando un trasbordador de tres alas, ascendiendo hacia las nubes del ocaso...

—¿Cómo han podido atravesar el escudo? —se extrañó Mace.

—De la misma manera que en el búnker, general.

A Mace ni siquiera se le había ocurrido preguntarlo. Suponía que lo habían hecho a la fuerza...

—Tenían los códigos de entrada al búnker, señor, así como los códigos establecidos hoy mismo para anular la pantalla.

Mace y Kit se miraron desconcertados.

—¿Cuál es la actual situación del trasbordador? —interrogó Kit. El comando proyectó una imagen en tres dimensiones del holoproyector.

—Sector I-Treinta-Tres, señor. Canal de autonavegación P-Diecisiete.

Varios helicópteros lo están persiguiendo.

Los ojos de Mace se abrieron alarmados.

—¿Saben los artilleros que el Canciller Supremo va en esa nave? ¿Saben que no pueden disparar contra el trasbordador?

—Tienen órdenes de desactivarlo... si es posible. En todo caso, el trasbordador lleva escudo y está blindado.

—¿Quién más está enterado del secuestro? —se interesó Kit—. ¿Se ha filtrado a los medios de comunicación?

—Sí, señor. Hace unos momentos.

—¿Por orden de quién? —ladró Mace.

—De los principales consejeros del Canciller Supremo.

Shaak Ti soltó un bufido.

—El pánico se extenderá por todo Coruscant.

Mace cuadró los hombros.

—Comandante, reúna todos los cazas estelares disponibles. No podemos permitir que esa nave llegue hasta la flota separatista.

52

D
ooku no había huido solo. Las únicas pruebas de la invasión de Tythe eran los restos de las naves de guerra separatistas y republicanas que flotaban indolentemente a la luz de las estrellas.

—Empezábamos a preguntamos si volverían alguna vez —dijo un jefe de escuadrilla humano a Obi-Wan y Anakin a modo de bienvenida, apenas se encontraron en el hangar central del crucero.

Obi-Wan descendió por la escalerilla de mano acoplada a la cabina del piloto.

—¿Hace mucho que los separatistas saltaron al hiperespacio? —Menos de una hora, tiempo local. Supongo que se cansaron del vapuleo que les estábamos dando.

Saltando a la cubierta. Anakin soltó una carcajada ofensiva.

—Crea lo que quiera.

El jefe de cuadrilla alzó una ceja, desconcertado.

—¿Sabemos hacia dónde se dirigen? —preguntó Obi-Wan rápidamente.

El jefe de escuadrilla se volvió hacia él.

—La mayoría de las naves grandes saltó hacia el Borde Exterior, pero unas cuantas parecían dirigirse hacia el sistema Nelvaan..., a unos trece pársecs de distancia.

—¿Cuáles son nuestras órdenes?

—Seguimos esperándolas. La verdad es que desde que entablamos combate no hemos podido comunicarnos con Coruscant.

Anakin mostró un repentino interés por las palabras del otro.

—Quizás haya interferencias locales —apuntó Obi-Wan.

El jefe de escuadrilla pareció dudar.

—Otros escuadrones en otros sistemas nos han informado de que tampoco han podido comunicarse con Coruscant.

Anakin lanzó a Obi-Wan una mirada amargada y empezó a alejarse.

—Anakin, por favor —rogó Obi-Wan, siguiéndolo.

—Nos equivocamos viniendo aquí, Maestro. Yo me equivoqué viniendo aquí. Era una trampa y caímos en ella. Sólo querían alejarnos de Coruscant, puedo sentirlo.

Obi-Wan cruzó sus brazos sobre el pecho.

—Si hubiéramos capturado a Dooku, no dirías eso.

—Pero no lo conseguimos. Maestro. Eso es lo que importa. ¿Y ahora no podemos comunicarnos con Coruscant? ¿Es que no lo ves?

Obi-Wan reflexionó en sus palabras.

—¿Ver qué, Anakin?

Anakin abrió la boca, pero se arrepintió de lo que iba a decir y empezó de nuevo.

—Tendrías que mantenerme luchando. No tendrías que darme tiempo para pensar.

Obi-Wan puso las manos en sus hombros.

—Cálmate.

Anakin movió los hombros para librarse de él, con el fuego ardiendo en sus ojos.

—Eres mi mejor amigo. Sólo dime lo que debo hacer. ¡Olvídate por un momento que llevas una túnica Jedi y dime lo que debo hacer!

Preocupado por la gravedad que desprendía la voz de Anakin. Obi-Wan se calló un instante.

—La Fuerza es nuestra aliada. Anakin. Cuando estamos en contacto con ella, todos nuestros actos están de acuerdo con su voluntad. Tythe no fue una elección equivocada. Simplemente ignorábamos que formaba parte de un plan más amplio.

Anakin agachó la cabeza con tristeza.

—Tienes razón, Maestro. Mi mente no es tan rápida como mi sable láser —contempló su mano artificial—. Mi corazón no es tan inmune al dolor como mi mano derecha.

Obi-Wan sintió como si alguien hiciera un nudo con sus entrañas.

Había fallado a su aprendiz, a su mejor amigo. Anakin sufría, y el único bálsamo que podía ofrecerle eran "tópicos" Jedi. Reprimió un estremecimiento. Abrió la boca para hablar, pero el jefe de escuadrilla lo interrumpió.

—General Skywalker, algo tiene a su astromecánico muy agitado. Obi-Wan y Anakin se giraron hacia el caza estelar de Anakin.

—¿R2? —dijo Anakin en tono interesado.

El astromecánico emitió pitidos, silbidos v chirridos.

—¿Comprende lo que dice el droide? —preguntó el jefe de cuadrilla a Obi-Wan mientras Anakin se acercaba a su nave.

—A ese droide sí —explicó el Jedi.

Anakin empezó a subir por la escalerilla de mano.

—¿Qué ocurre, R2? ¿Algo va mal?

El droide silbó y piafó.

Metiéndose en la cabina abierta, Anakin conectó varios interruptores. Obi-Wan había llegado hasta la base de la escalerilla, cuando oyó la voz de Palpatine surgir de los altavoces de la nave: 'Anakin. si recibes este mensaje, es que necesito urgentemente tu ayuda..."

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