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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (34 page)

—¡Ahora...! ¡Rápido!

Cuando llegaron al vestíbulo. Shaak Ti utilizó su comunicador para llamar a Mace Windu.

—Mace, Grievous está en Coruscant —dijo en cuanto oyó su voz.

—Escucho —la respuesta le llegó en medio de la estática, pero inteligible.

—La ruta de huida del Canciller puede presentar riesgos —siguió ella—. Nos dirigimos hacia los subsótanos del República Quinientos. ¿Puede reunirse con nosotros?

—Kit y yo estamos cerca.

Haciéndose sitio en el turboascensor junto a Stass Allie, los guardias de Palpatine, los consejeros y el personal de seguridad de la República. Shaak Ti clavó los ojos en el contador luminoso de los pisos.

Nadie habló hasta que el vehículo llegó al primer subnivel.

—Aquí no —ordenó Shaak Ti al encargado de seguridad más cercano al panel de control—. Cuanto más abajo vayamos, mejor.

—¿Hasta el fondo? —preguntó el hombre.

—Hasta el fondo.

Otra vez.

El turboascensor los dejó cerca de donde la Jedi estuvo pocas horas antes, aunque en el lado opuesto del túnel que llevaba al hangar oriental. Mientras corrían por el túnel, Shaak Ti se tomó un momento para buscar con la mirada al equipo del capitán Dyne. Considerando todo lo que había pasado desde que se separó de ellos, era probable que Dyne y el comandante Valiant hubieran pospuesto la búsqueda del escondite de Sidious. O quizás siguieran allí, en algún rincón del subsótano. Justo antes de entrar en el túnel, creyó entrever un plateado droide de protocolo, que bien podía ser TC-16. corriendo hacia la salida del hangar oriental.

El túnel estaba más oscuro de lo debido a aquella hora del día, y la parte baja de los desfiladeros que formaban los edificios lo estaba todavía más.

—Esperen aquí —ordenó Shaak Ti a los Túnicas Rojas y a Palpatine. Stass Allie fue hasta el centro de la plataforma y miró hacia arriba, hacia las fachadas de los edificios que los rodeaban por completo.

—Las fuerzas de Grievous deben de haber destruido el espejo orbital que alimenta este sector.

Shaak Ti estudió el poco cielo que podía verse desde aquellas profundidades.

—El escudo ha caído. También habrán destruido el generador.

—Buscaré un vehículo que confiscar —dijo Allie.

Shaak Ti apoyó una mano en su antebrazo.

—Demasiado arriesgado. Tenemos que permanecer tan cerca del suelo como podamos.

Allie indicó la escalera que llevaba hasta la plataforma del tren magnético.

—No nos llevará hasta la misma puerta del complejo de búnkeres, pero sí muy cerca.

Shaak Ti sonrió y volvió a activar el comunicador.

—Mace, otro cambio de planes...

45

D
ooku se arrastró por el suelo hasta salir de debajo de las vigas de plastiacero y de los pedazos de ferrocemento. Se puso en pie, todavía tembloroso, y miró los restos de la sala de control con sorprendido escepticismo. ¿Tan debilitado estaba el domo de contención como para colapsarse por el impacto de rebote de unos cuantos láseres?, ¿o fue la rabia de Skywalker la que hizo que el techo se viniera abajo?

Si Dooku no hubiera saltado en el último segundo, ahora estaría sepultado como los dos Jedi, bajo los cascotes que cubrían la sala de archivos. Estaba seguro de que seguían vivos, pero al menos estaban atrapados... que es lo que habían planeado desde el principio.

Pero Skywalker... Suponiendo que se hubiera vuelto tan poderoso como para derribar el domo, aquello era una prueba más de lo que podría llegar a ser algún día. ¿O no? Porque admitir cualquier explicación alternativa significaba aceptar que Skywalker era en potencia una amenaza mucho mayor para los Sith de lo que ellos mismos podían suponer.

Inicialmente le alegró observar que Skywalker y Kenobi por fin habían aprendido a luchar juntos, que su camaradería los había vuelto muy poderosos. Complementaban sus fuerzas y compensaban sus debilidades. Kenobi utilizaba toda su innata capacidad de discreción para equilibrar el descuidado abandono del joven Skywalker. Podría haber seguido contemplándolos hasta que se hiciera de noche en Tythe. Y deseó que el general Grievous hubiera estado allí para presenciar aquella demostración.

Ahora no estaba tan seguro.

¿Y si esto nos hubiera matado a todos?
, pensó, sacudiéndose el polvo y dirigiéndose a la salida de la destrozada instalación.

¿Y si Grievous se había excedido y destruido Coruscant? ¿Y si Sidious había sido derrotado y encarcelado? ¿Y si, después de todo, los Jedi habían terminado triunfando?

¿Qué ocurriría entonces con su sueño de una galaxia controlada por su mano?

En Vjun, Yoda dejó implícito que el Templo Jedi siempre estaría abierto para un eventual retorno de Dooku... Pero no. No existía retorno del Lado Oscuro, y menos de las profundidades en las que él se había sumergido. ¿Qué le esperaba entonces al Conde Dooku de Serenno? ¿Una tranquila y vigilada jubilación en algún lugar perdido de la galaxia?

Dependía de lo que ocurriese en los próximos días estándar.

Dependía de si el plan de Sidious tenía éxito en todos los frentes..., incluso pese a los cambios introducidos por culpa de la estupidez de Nute Gunray.

Fuera, bajo el cielo amarillo y gris de Tythe, su balandro lo esperaba. Y, junto a él, el droide piloto.

—Un mensaje grabado —anunció el droide—. Del general Grievous.

—¡Pásamelo! —ordenó Dooku mientras se apresuraba por la rampa del balandro y la cubierta principal llena de instrumentos.

Una holoimagen del ciborg flotaba en medio de un halo de luz azul.

Dooku se quitó la polvorienta capa, mientras el FA-4 activaba la grabación.

—Lord Tyranus —dijo Grievous, moviéndose de repente y arrodillándose—. El Canciller Supremo Palpatine pronto será nuestro.

Dooku suspiró satisfecho.

—Ya era hora —murmuró.

Como si volviera a la vida, se situó ante la parrilla de transmisión y envió un simple mensaje de contestación:

—General, enseguida me reuniré contigo.

46

L
os ojos de Padmé parpadearon hasta enfocar el rostro familiar y sonriente de Mon Mothma.

—No está bien dormirse en el trabajo, senadora —oyó decir a Mon Mothma como si estuvieran bajo el agua—. Tenemos que sacarla de aquí.

Padmé tomó conciencia de sí misma y comprendió que estaba reclinada en el asiento trasero del flotador de Stass Allie. Su cabeza se apoyaba sobre el brazo izquierdo de Mon Mothma, y tenía la impresión de que sus orejas estaban rellenas con algodón.

—¿Cuánto...?

—Sólo un momento —aclaró Mon Mothma con el mismo tono subacuático—. No creo que te golpearas la cabeza. Parecías estar bien después de la caída, pero de repente te desplomaste. ¿Puedes moverte?

Padmé se sentó y vio que los mecanismos de seguridad del flotador habían funcionado en el último segundo. Un poco mareada, pero ilesa, se apartó el pelo de la cara.

—Apenas puedo oírte.

Mon Mothma la miró en silencio. Después extendió una mano para ayudarla a bajar de la nave.

—Ten cuidado, Padmé. Vamos, deprisa.

—Estrellarme no entraba en mis planes.

Mon Mothma la ayudó a bajar del flotador. Bail y C-3PO ya estaban escondidos tras el pedestal de una escultura moderna.

—La Maestra Allie no parece ser propensa a demandar por daños y perjuicios —decía el droide.

Todavía mareada, Padmé descubrió que se habían estrellado en la plaza frente al centro comercial Embassy, arrasando al mismo tiempo un enorme holoanuncio y tres paneles de noticias. Aparentemente, la habilidad de Bail consiguió evitar que aplastasen a los peatones, que también hicieron todo lo posible por apartarse de la nave en cuanto vieron que ésta se les echaba encima. O quizá se apartaron ante la caída previa de una nave derribada por el fuego separatista, un vehículo de la policía militar, similar a un deslizador de Naboo, ahora incrustado contra la fachada del centro comercial y vomitando humo. En la plaza, cerca del vehículo, podían verse los calcinados cadáveres de tres soldados clon.

La realidad se impuso sobre Padmé con ruido ensordecedor, luz cegadora y olores acres. Desde muy cerca le llegaron gemidos angustiados y gritos de terror, y en las gradas situadas muy por encima de la plaza sonaban distantes descargas de artillería. Más arriba todavía, los rayos de plasma surcaban el cielo. Los incendios proliferaban. las detonaciones retumbaban...

Padmé vio una mancha de sangre en la mejilla de Bail.

—Está herido...

—No es nada —respondió él, quitándole importancia—. Además, tenemos cosas más importantes de qué preocupamos.

Ella siguió su mirada y comprendió de inmediato por qué los habitantes de Coruscant huían del puente colgante que unía dos edificios, comunicando el centro comercial con las entradas del nivel medio del Hospital Senatorial. Cinco cazas buitre habían aterrizado al otro lado del puente y se reconfiguraban para adoptar su modo patrulla. Un instante después, unas gárgolas de cuatro patas, con cabezas desplegadas en su parte delantera y sensores rojos como la sangre arterial, avanzaban por la plaza del hospital sembrando la destrucción a su paso. Sus cuatro cañones láser apuntaban hacia las profundidades, pero de los lanzacohetes encajados en su fuselaje semicircular volaban torpedos dirigidos contra los aerotaxis y las naves que intentaban aterrizar en las plataformas de emergencia del hospital y las entradas de los túneles que conducían a los refugios del Senado...

Los TABA de la República descendían de la Plaza del Senado para atacar a los droides de tres metros y medio de altura, pero ahora guardaban una distancia prudencial. Pilotos y artilleros estaban claramente preocupados, no querían añadir disparos de armas de energía o proyectiles EMP al actual caos.

—Monstruosidades xi charrianas —apuntó Mon Mothma.

Padmé recordó haber contemplado desesperanzada. desde las altas ventanas del palacio de Theed, a los escuadrones de cazas buitre llenando el cielo de Naboo como criaturas liberadas por la oscuridad y surgidas de alguna tenebrosa cueva...

Cogidos en el fuego cruzado, los peatones corrían por el puente colgante queriendo refugiarse en el centro comercial Embassy, nivel medio del edificio Memorial Contrarrevolucionario Nicandra, pero éste había bajado las gruesas rejas de seguridad de las entradas, dejando que las multitudes se las apañaran como pudieran.

Padmé volvió a sentir una terrible debilidad.

Las masas de aterrorizados ciudadanos estaban sufriendo lo mismo que habían sufrido en sus carnes los últimos tres años los habitantes de Jabiim, Brentaal e innumerables mundos más, atrapados en una guerra ideológica, casi siempre debido a las simples circunstancias o a la situación estratégica de su planeta. Atrapados entre un ejército droide, liderado por un autoproclamado revolucionario y un carnicero ciborg, y un ejército de soldados surgido de un tanque de crianza, comandados por una orden monástica de Caballeros Jedi que una vez fueron los pacificadores de la galaxia.

Atrapados, sin pertenecer a un bando o al otro.

Era trágico e insensato, y Padmé hubiera llorado por todo ello si sus actuales circunstancias hubieran sido diferentes. Se sentía enferma y desesperada por el futuro de la vida inteligente.

—Palpatine nunca sobrevivirá políticamente a este desastre —estaba diciendo Mon Mothma—. Enviar tantas naves y tropas para asediar los mundos del Borde Exterior... Es como si esta guerra que tan empeñado estaba en ganar, nunca pudiera llegar hasta Coruscant.

Bail frunció el ceño.

—No sólo sobrevivirá, sino que esto lo reafirmará. El Senado será culpabilizado por votar una escalada de las hostilidades, y mientras nosotros nos enzarzamos en una batalla de acusaciones y contraacusaciones. Palpatine aprovechará para adquirir más y más poder. Al lanzar este ataque, y seguramente sin pretenderlo, los separatistas han jugado a su favor.

Padmé quería discutir con él, pero no tenía fuerzas.

—Todos están locos —seguía Bail—. Dooku, Grievous, Gunray. Palpatine...

Mon Mothma asintió con tristeza.

—Los Jedi pudieron detener esta guerra..., pero ahora sólo son peones de Palpatine.

Padmé cerró los ojos. Aunque pudiera reunir la energía suficiente, ¿qué podía decirles, si su propio marido era uno de ellos, era... un general? ¿Qué le habían hecho los Jedi a Anakin arrancándolo de Tatooine, de su niñez, de su madre? Ella misma había insistido en que Anakin fuera un Jedi, en que aceptase la tutela de Obi-Wan. Mace y los demás, en que perpetuase la mentira que era su vida privada como esposo y esposa.

Se abrazó a sí misma.

¿Qué le había hecho a Anakin? ¿Qué les había hecho a ellos dos?

La voz de Bail la sacó de su autocompasión.

—Vienen hacia aquí —apuntó un dedo al lado opuesto de la plaza—. Están cruzando el puente.

En alguna parte de los cerebros electrónicos de los droides buitres había surgido una revelación: no sólo los puentes colgantes ofrecían una mejor posición para disparar contra los edificios y las naves de ambos lados del cañón, sino que, más importante aún, los helicópteros de la República no se atreverían a disparar contra ellos para no destruir el puente y que cayese sobre las atestadas aceras de más abajo. O sobre el tren magnético que circulaba doscientos pisos más abajo.

—Quizá si pidiéramos refugio a los propietarios del centro comercial, éstos levantarían la reja de seguridad para nosotros... —sugirió C-3PO. Bail miró a Padmé y a Mon Mothma.

—Tenemos que mantener a esos droides en el lado contrario del puente para que los helicópteros puedan destruirlos.

Mon Mothma señaló el vehículo militar derribado.

—Creo que se me ocurre una manera.

El helicóptero se hallaba a cincuenta metros escasos de la base de la escultura. Sin intercambiar una sola palabra más, los tres corrieron hacia él.

—¿En qué estaba pensando yo? —gritó C-3PO, mientras los veía registrar los restos en busca de armas—. ¡Nunca aceptan la salida fácil!

Los tres humanos volvieron cargados con tres rifles láser.

—Al mío no le queda mucha energía —dijo Bail mientras revisaba el que tenía entre las manos—. ¿Y el tuyo?

—Apenas tiene combustible —respondió Padmé.

Mon Mothma sacó la célula de energía del suyo.

—Vacío.

—Tendremos que apañárnoslas con lo que nos queda —dijo Bail, desalentado.

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