Read El laberinto del mal Online
Authors: James Luceno
Con una batalla desarrollándose en pleno espacio, y pese a que Mace Windu hubiera ordenado lo contrario, Dyne sintió la tentación de suspender la búsqueda de Sidious e informar a la Sección de Inteligencia, como él mismo ordenó que hicieran otros analistas. Pero tal como señaló el comandante Valiant, de los CAR, el objetivo del equipo de búsqueda era tan importante para el desarrollo de la guerra como las evoluciones de las naves que protegían el espacio aéreo de Coruscant.
Mientras el equipo esperaba a que Inteligencia le entregara las sondas robot adicionales solicitadas, empezó una búsqueda por el subsótano... superficial y poco metódica, era consciente de ello, pero sólo ante la aparente imposibilidad de la tarea. Dyne y sus comandos, en conexión con las sondas robot, estudiaron las imágenes de algunos de los muros interiores y exteriores del edificio e investigaron los numerosos y oscuros huecos descubiertos entre ellos. El sótano se había convertido en una especie de microcosmos representativo de la guerra en sí, donde todo el mundo contribuía con sus distintas habilidades.
Sólo el intérprete droide TC-16 parecía incapaz de ayudar. El República Quinientos no había vuelto a temblar. Dyne descubrió que los traqueteos iniciales no se debieron al bombardeo, sino a la caída de las naves destruidas en el límite de la atmósfera. Con miles de naves de carga y de pasajeros llegando a Coruscant cada segundo, no podía ni imaginar el caos que debía de reinar en la superficie. Los temblores secundarios que hicieron retumbar el enorme edificio habían resultado ser consecuencia de los disparos realizados por las defensas de plasma ocultas bajo la corona que remataba el República Quinientos.
Tras varias horas de búsqueda superficial, a Dyne se le ocurrió la posibilidad de que algún habitante de Coruscant, quizá el mismo Señor Sith, podría estar ayudando a coordinar el ataque. Al estar las transmisiones por HoloRed bloqueadas y las comunicaciones de superficie saboteadas por los escudos defensivos, ordenó que las sondas robot rastreasen los mensajes enviados por canales y frecuencias no habituales.
Fue el primer sorprendido cuando las sondas robot guiaron al equipo hasta el lugar donde empezó la búsqueda, hasta el lugar donde terminaban las huellas de su
todavía-no-identificada
presa.
Resultó que la fuente de la extraña frecuencia detectada se encontraba justo bajo ellos. Las sondas descubrieron que el panel de ferrocemento donde terminaba el rastro era, en realidad, una plataforma móvil semejante a un turboascensor, pero impulsada hidráulicamente y no mediante repulsores antigravedad. Buscaron un panel de control oculto, tal como antes hicieron en el nicho del túnel, pero no sirvió de nada. Al analizar nuevamente los sonidos, tanto los que se encontraban dentro del espectro de audición humana como fuera, las sondas robot consiguieron obtener una respuesta de la plataforma.
Tras lo que pareció un debate entre los artefactos electrónicos, las sondas robot chirriaron y pitaron al panel por segunda vez. Tras un sonoro chasquido, éste descendió un par de centímetros antes de detenerse.
Dyne se acordaba de haberse preguntado hasta dónde podría llevarlos aquella plataforma.
Al contrario de muchos de los edificios más altos de Coruscant, el República Quinientos no había anclado sus cimientos sobre estructuras más antiguas, sino que el edificio era sólido hasta el lecho de roca. O al menos, eso pensaban. Bajo la civilizada corteza de Coruscant existían zonas tan poco familiares como la superficie de algunos mundos distantes.
Dyne decidió llamar a Mace Windu al Templo Jedi para que le aconsejara sobre el modo de proceder. Pero cuando sus repetidos esfuerzos para contactar con él fallaron, Valiant y él decidieron seguir adelante sin él.
Los escáneres ya habían mostrado que el agujero del suelo tenía unos cincuenta metros de profundidad. Gracias a sus cuatro metros de diámetro, el panel era lo bastante grande como para acomodar a todo el equipo, incluido el droide intérprete.
Definitivamente, éste es el lugar más peligroso donde se puede estar ahora mismo
, pensó Dyne cuando se hizo espacio entre los comandos.
Las sondas robot chirriaron las instrucciones al panel, y éste empezó a descender más lentamente de lo que hubiera hecho un turboascensor.
Las paredes del conducto esférico eran de ceramicocemento antiguo, resquebrajado y manchado en algunos lugares.
—Si hay alguien aquí abajo —comentó Dyne a Valiant—, probablemente ya se habrá enterado de que vamos tras ellos.
Los comandos no necesitaban órdenes específicas. Cuando la plataforma llegó al final de su viaje, ya tenían las armas preparadas y se apresuraron a adoptar posiciones de tiro.
Adornado con canalizaciones y atestado de maquinaria antigua, el túnel en el que entraron era parecido a cualquiera de los muchos que ya habían explorado desde que entraron en Los Talleres. Pero éste, se dijo Dyne, era el sueño de un arqueólogo. Probablemente, un nódulo de mantenimiento para los edificios construidos en el oscuro pasado de Coruscant.
Veinte metros más adelante, la fluctuante luz de las linternas iluminó el contorno de una puerta de metal.
Dyne envió a las sondas para que investigasen, mientras él se concentraba en la pantalla de datos de su procesador.
—Al otro lado de esa puerta hay alguien de carne y hueso —susurró a Valiant—. Las lecturas también indican presencia de droides —miró con seriedad al CAR—. Su turno, comandante.
Valiant miró la puerta.
—Ya que hemos llegado hasta aquí, actuemos como si fuéramos los dueños de este lugar.
El corazón de Dyne empezó a latir alocadamente cuando escuchó las palabras mágicas:
—¡Buscad, localizad, eliminad!
P
artes y piezas sueltas de droides se amontonaron en lo que fue la sala de archivo de la instalación de plasma de LiMerge Power, tan rápidamente y a tanta altura que Obi-Wan y Anakin apenas podían ver el parpadeante holograma de Dooku tras ellas.
La tarea de destruir droides de infantería, porque el enfrentamiento había acabado siendo eso, le estaba pasando factura a Obi-Wan. Las decapitaciones y amputaciones ya no tenían la precisión quirúrgica del primer momento en que Dooku lanzó a los droides contra ellos. Los mandobles que partían en dos a sus contrincantes y las estocadas que agujereaban sus pechos habían perdido parte de su precisión inicial.
Ni Anakin ni él utilizaban únicamente los sables láser. Llamaban a la Fuerza y lanzaban contra los droides todo lo que pudieran mover del suelo o arrancar de las paredes. Derribó a cuatro droides mediante un empujón de Fuerza y partió por la mitad a media docena más con su hoja láser. Anakin saltó de su lado y aterrizó sobre la cabeza de un perplejo droide, antes de correr hasta el extremo de la sala utilizando otras cabezas como postes en los que apoyarse.
Pero por cada droide destruido aparecían cinco más, creando una barrera impenetrable entre ellos y la puerta por la que Dooku había desaparecido segundos antes de que llegaran.
—¡Dooku! —aulló Anakin a través de sus apretados dientes—. ¡Te mataré!
—Controla tu rabia, Anakin —logró decir Obi-Wan entre resoplidos—. No le des esa satisfacción.
Anakin le dedicó una mueca aprensiva.
—Puede que ahora sea demasiado poderoso para que pueda controlarme, ¿no crees, Maestro?
Antes de que Obi-Wan pudiera contestar, veinte droides de combate entraron en la sala por la puerta que se encontraba tras él. Girando en redondo, desvió los primeros disparos y se abrió camino dando tajos a derecha e izquierda, hasta llegar junto a un montón de droides desmembrados donde se le unió Anakin.
Can la esperanza de que Dooku estuviera escuchando, gritó:
—¡Pase lo que pase aquí. Dooku, tu Confederación está acabada! ¡La República os obligará a huir a todos... incluso a tu amo, Sidious!
Aparecieron más droides.
Para Dooku, esto sólo es un juego, se dijo Obi-Wan a sí mismo. Pero si lo que quería Dooku era una demostración de su habilidad con la Fuerza, Anakin estaría encantado de dársela.
—¡Dooku! —aulló.
Con tal potencia y rabia, que el techo del inmenso vestíbulo empezó a derrumbarse.
—
D
ate prisa, Trespeó —gritó Padmé por encima de su hombro—. A menos que quieras que el Senado se convierta en tu tumba. El droide de protocolo aceleró el paso.
—Le aseguro, señora, que me muevo todo lo deprisa que me lo permiten mis miembros inferiores. ¡Oh, maldito sea mi cuerpo metálico! ¡Terminaré enterrado aquí!
Los anchos y decorados vestíbulos que llevaban hasta la Gran Rotonda estaban atestados de senadores, ayudantes, miembros del personal y droides, la mayoría con los brazos llenos de documentos y discos de datos, y en algunos casos con caros regalos de agradecidos grupos de presión. Los guardias del Senado, con su uniforme azul, y los clones, cubiertos con sus cascos, hacían lo que podían para supervisar la evacuación, pero, por culpa de las sirenas y los rumores, lo que sólo era una alarma por precaución estaba degenerando rápidamente hasta convertirse en pánico.
—¿Cómo puede estar pasando esto? —decía un sullustano al gotal que se encontraba a su lado—. ¿Cómo?
Padmé oía la misma pregunta por todas partes, entre los bith, los gran. los wookiees, los rodianos...
¿Cómo era posible que Coruscant fuera invadido?
Ella también se lo preguntaba. Pero se preocupaba por algo más que Coruscant.
¿Dónde está Anakin?
Intentó llegar hasta él con su mente, con su corazón.
Te necesito. ¡Vuelve conmino, deprisa!
El ataque de Grievous había sido cronometrado de forma impecable. Muchos delegados que habitualmente no estarían en Coruscant y que acudieron para escuchar el discurso de Palpatine sobre el Estado de la República, se habían quedado para asistir a las interminables fiestas que siguieron a la reunión. En vista del ataque sorpresa, las convicciones de Palpatine parecían ahora más tristemente prematuras que cuando las expresó. Y pese a que los comentarios optimistas del Canciller Supremo encontraron mucho eco en toda la Gran Rotonda, Padmé no dejó de notar que los senadores estaban rodeados por guardaespaldas o llevaban una coraza más o menos deportiva, mochilas antigravedad u otros dispositivos para huir rápidamente en caso de emergencia.
Las palabras de Palpatine no habían satisfecho a todo el mundo.
Trece años antes. Padmé podía manifestar que era una de las pocas dignatarias cuyos mundos natales habían padecido una invasión y una ocupación. Objetivo de la Federación de Comercio, Naboo cayó ante los neimoidianos, y sus padres y consejeros fueron arrestados y encarcelados. Ahora, sólo era una más entre los miles de senadores cuyos mundos habían sido igualmente invadidos y saqueados. No obstante, se negaba a aceptar que Coruscant pudiera caer ante la Confederación... incluso con su flota reducida a la mitad, incluso con sus efectivos desplegados en amplios y lejanos frentes de batalla. Los rumores decían que los edificios del Sector Diplomático estaban reducidos a escombros, que droides de combate aparecían sin cesar en la plaza Loijin, que los rascacielos del nivel medio se veían inundados de geonosianos y droides... Aunque esos rumores fueran ciertos, Padmé estaba convencida de que Palpatine encontraría la forma de expulsar a Grievous del Núcleo... otra vez.
Quizás hiciera regresar las unidades que participaban en los asedios a los mundos del Borde Exterior.
Y eso significaba que haría regresar a Anakin.
Se reprendió a sí misma por ser egoísta. Pero, ¿acaso no tenía derecho? ¿Acaso no se había ganado ese derecho?
¿Sólo por una vez?
De momento, el Senado parecía indemne. No obstante, Seguridad creía prudente evacuar a todo el mundo hasta los refugios profundamente enterrados bajo el hemisferio del edilicio y la enorme plaza situada frente a él. Con la mayoría de las rutas autonavegables colapsadas, nadie podía huir de Coruscant. Y siempre existía la posibilidad de que Grievous se cebase en blancos civiles, tal como había hecho antes en innumerables ocasiones.
Empujada por la muchedumbre, Padmé chocó con un delegado de Gran que clavó sus tres ojos en ella.
—¡Y tú te oponías al Acta de Reclutamiento Militar! —le escupió en plena cara—. ¿Qué dices ahora?
No tenía respuesta. Además, llevaba recibiendo reproches similares desde el principio de la guerra. Era típico de todos aquellos que no entendían que ella se preocupaba por la Constitución, no por el destino final de las rutas comerciales.
Oyó cómo alguien pronunciaba su nombre, y vio a Bail Organa y Mon Mothma acercándose hasta donde C-3PO y ella se encontraban momentáneamente bloqueados. Los acompañaban dos Jedi hembras..., las Maestras Shaak Ti y Stass Allie.
—¿Has visto al Canciller? —preguntó Bail.
Padmé negó con la cabeza.
—Probablemente está en su oficina de trabajo.
—Nosotros venimos de allí —explicó Shaak Ti—. Y la oficina está vacía. Incluso sus guardias han desaparecido.
—Lo habrán escoltado hasta los refugios —sugirió Padmé. Bail miró por encima del hombro y agitó la mano para llamar la atención sobre su persona.
—Es Mas Amedda —explicó en beneficio de Padmé—. Él sabrá dónde encontrar al Canciller.
El alto y grisáceo chagriano se abrió paso entre la multitud.
—El Canciller Supremo no tenía ninguna reunión programada hasta luego —dijo en respuesta a la pregunta de Bail—. Supongo que estará en su residencia.
—El República Quinientos —susurró Shaak Ti llena de frustración—. Precisamente vengo de allí.
Amedda la miró repentinamente preocupado.
—¿Y el Canciller no estaba?
—No lo sé, no estaba buscándolo —respondió la Jedi—. La Maestra Allie y yo revisaremos su despacho en el Edificio Administrativo del Senado y de la República. —Miró a Padmé, a Bail y a los demás—. ¿Dónde iréis vosotros?
—Donde pensábamos ir —dijo Bail.
—Los turboascensores no dan abasto a los refugios —informó Stass Allie—. Pasarán horas ames de que se evacue todo el Senado. Mi flotador está en la plataforma de desembarco, al noroeste de la plaza. Con él podréis ir directamente a los refugios.
—¿No lo necesitaréis Shaak y tú? —se interesó Padmé.
—Utilizaremos la motojet con la que he llegado hasta aquí. —Agradecemos vuestro gesto —dijo Bail—, pero dicen que la plaza está acordonada.