Read El laberinto del mal Online
Authors: James Luceno
—Hace años que intentamos descifrar ese código —dijo Mace poniéndose en pie, repentinamente interesado.
—El transmisor de hiperonda de la silla nos dio nuestra primera pista sólida. En seguida nos dimos cuenta de que el código de la memoria del transmisor era una variante del utilizado por el Clan Bancario lntergaláctico. Así que decidimos ofrecer un trato a un muun que encarcelamos tras la batalla de Muunilinst. Se resistió un poco, pero terminó confirmándonos que el código de la Confederación es muy parecido al usado en Aargau para el movimiento de fondos bancarios y cosas así —Dyne hizo una pausa antes de proseguir—. ¿Recuerda los créditos perdidos que sirvieron de base para la acusación contra el Canciller Valorum?
Yoda asintió con la cabeza.
—El incidente recordamos, sí.
—Los créditos que supuestamente se embolsaron los miembros de la familia Valorum en Eriadu fueron enviados a través de Aargau. —Interesante es.
Dyne abrió un maletín metálico y extrajo una célula de datos. La llevó hasta una de las mesas holoproyectoras y la insertó en una toma. Una holoimagen de un metro de alto apareció en el cono de luz azul de la mesa.
—El general Grievous —reconoció Yoda, entrecerrando los ojos.
—Le gustará saber que ya he escogido un mundo para nosotros, virrey —decía Grievous—. Belderone será nuestro hogar temporal —el ciborg se detuvo un instante—. ¿Virrey...? ¡Virrey! —girándose hacia alguien que permanecía fuera de cámara, ladró—: Corta la transmisión.
Dyne apretó el botón de pausa antes de que la imagen de Grievous desapareciera.
—Es una imagen de alta resolución como jamás había visto —comentó—. Es una tecnología distinta a la que estamos acostumbrados a utilizar... incluso en la Confederación.
—De su imagen Sidious cuida, ¿mmm?
—¿Cuál es el origen de la transmisión? —preguntó Mace.
—Las profundidades del Borde Exterior —aclaró Dyne—. Tras la batalla de Cato Neimoidia, seis pilotos clones persiguieron a una nave nodriza que saltó al hiperespacio. No regresó ninguno.
—Una cita con la Flota de la Confederación es —apuntó Yoda.
—Y su próximo destino es Belderone —remarcó Mace—. ¿Alguna novedad sobre el origen de la transmisión original de Sidious?
Dyne negó con la cabeza.
—Todavía estamos trabajando en ella.
Mace se alejó de la mesa.
—Belderone no es un mundo muy poblado, pero es aliado de la República. Grievous matará a millones de sus habitantes sólo para dar un golpe de efecto —miró a Yoda—. No podemos permitírselo.
Dyne paseó su mirada de Mace a Yoda.
—Si Grievous se encuentra con que las fuerzas republicanas lo esperan allí, los separatistas sabrán que podemos interceptar sus transmisiones. Yoda se llevó los dedos a los labios en actitud pensativa.
—Actuar debemos. Esperando las fuerzas de la República estarán. Dyne asintió.
—Tiene razón, por supuesto. Si no actuásemos y que Inteligencia estaba al tanto de esa transmisión llegara a filtrarse... —contempló a Yoda—. ¿Al Canciller Supremo informamos?
Las orejas de Yoda se retorcieron inconscientemente.
—Difícil esa decisión es.
—Esta información quedará entre nosotros —dijo Mace con firmeza.
—De acuerdo estoy —suspiró Yoda—. La señal de esta sala debe usarse para una flota reunir.
—Obi-Wan y Anakin no están lejos de Belderone —apuntó Mace—, pero andan siguiendo otra pista sobre el paradero de Sidious.
—Esperar esa pista puede. Ahora. Obi-Wan y Anakin necesarios son
—Yoda se giró hacia la imagen inmóvil del general Grievous—. Preparar cuidadosamente esta batalla debemos.
G
rievous recordó su vida en sueños.
Su vida mortal.
En Kalee, y en las postrimerías de la Guerra Huk.
Tantas llamadas al combate en los mundos de su propio sistema o en los mundos huk, sembrando la destrucción, exterminando tantos enemigos como le era posible... Tantas vueltas a casa herido, ensangrentado, rodeado de sus esposas e hijos, confiando en que su apoyo le permitiría volver a disfrutar de la vida... Tantos enfrentamientos con la muerte... para acabar mortalmente herido en el accidente de un trasbordador.
La injusticia, la indignidad de la situación, le provocaron más dolor que las propias lesiones. ¡Se le negaba la muerte de un guerrero!
Flotó suspendido en un tanque bacta, cruelmente consciente de que ningún fluido curativo ni ningún instrumento quirúrgico gamma manejado por ser viviente o droide podría reparar su cuerpo. En sus momentos de consciencia veía a sus esposas e hijos contemplando fijamente su cuerpo desde el otro lado del permeovidrio, oía sus palabras de ánimo, sus oraciones para que recuperase la salud.
Muchas veces se había preguntado a sí mismo si llegaría a conformarse con ser una mente en un cuerpo insensible. Más todavía, ¿podría abandonar una vida de guerrero por otra donde la única lucha que libraría sería contra sí mismo? La lucha por la supervivencia, por ver nacer un nuevo día...
No. Eso no iba con él.
Por aquel entonces ya había terminado la Guerra Huk —más exactamente, la habían terminado los Jedi—, y los kaleeshi seguían sufriendo las consecuencias. Su mundo estaba en ruinas, y sus llamadas a la justicia y a un trato justo eran ignoradas por la República.
Siempre atentos a cualquier oportunidad de inversión, los miembros del Clan Bancario Intergaláctico les ofrecieron un dudoso rescate. Apoyarían financieramente al planeta, asumiendo su deuda, si Grievous accedía servir al clan como matón. El embargo de armas a los clientes morosos era eficiente como "recuerdo de pago", y sus droides asesinos de la serie IG se encargaban del trabajo sudo. Pero los embargos tenían que ser programados, los 1G eran peligrosamente imprevisibles, y el asesinato era malo para el negocio.
El clan quería a alguien con cierto talento para la intimidación.
Grievous aceptó la oferta para salvar su mundo y al mismo tiempo recuperar un atisbo de la vida que había conocido como guerrero, estratega y comandante de ejércitos. San Hill, presidente del CBI, supervisó en persona los detalles del acuerdo. Aun así, Grievous no se sentía muy orgulloso de su decisión. Cobrar una deuda no era ni remotamente parecido a convocar un ejército para batallar. Era un circo para seres sin principios; seres tan ligados a sus posesiones que temían a la muerte. Pero Ralee se benefició de su trabajo para el CBI. Y la anterior fama de Grievous era tal que no se eclipsaría fácilmente.
Entonces se produjo la caída del trasbordador. El accidente. El infortunio.
Él dijo a sus supuestos sanadores que lo sacaran del tanque bacta porque prefería morir en la atmósfera, o en el vacío del espacio, y no sumergido en líquido. Pasó el tiempo a la sombra de árboles frondosos que podrían acabar alimentando su pira funeraria, perdiendo y recuperando brevemente la consciencia.
Entonces, San Hill le hizo una segunda visita. Y traía un mensaje importante, obvio incluso para alguien que apenas podía ver con sus propios ojos.
—Podemos mantenerte con vida —susurró el delgado San Hill en las intactas orejas de Grievous.
No era el primero que le hacía una promesa así. Se imaginó aparatos respiratorios, plataformas flotantes, susurros constantes de las máquinas que le mantendrían con vida.
—Nada de eso —le había dicho San Hill—. Caminará, hablará, retendrá sus recuerdos... su mente.
—Ya tengo una mente —respondió Grievous—. Lo que me falta es un cuerpo.
—La mayoría de sus órganos internos está demasiado dañada, ni siquiera los mejores cirujanos pueden repararlos. Tendrá que rendirse más de lo que ya lo ha hecho. Nunca más saboreará los placeres de la carne.
—La carne es débil. Sólo tiene que mirarme para darse cuenta.
Animado por el comentario, Hill le contó maravillas de los geonosianos, que habían convertido la tecnología cibernética en tina forma de arte, y que el futuro estaba en la mezcla de seres vivos y máquinas.
—Piense en los droides de combate de la Federación del Comercio —había dicho Hill—. Responden a un cerebro que también es de droide. Los droides de protocolo, los astromecánicos, incluso los droides asesinos... Todos requieren una programación y un mantenimiento constante.
Tres palabras captaron la atención de Grievous: "droides de combate".
—Se está gestando una guerra que exigirá enviar muchos droides al frente —explicó Hill con una voz que era apenas un susurro—. No estoy autorizado a decirle cuándo empezará, pero cuando ese día llegue, se extenderá por toda la galaxia.
Captado su interés, Grievous respondió:
—¿Quién declarará esa guerra? ¿El Clan Bancario? ¿La Federación de Comercio?
—Alguien más poderoso.
—¿Quién?
—Lo conocerá a su debido tiempo. Y se sentirá impresionado.
—Entonces, ¿para qué me necesita?
—En toda guerra hay líderes y comandantes.
—Comandantes de droides.
—Más exactamente, un comandante viviente de droides.
Así que permitió que los geonosianos trabajaran en él, construyéndole una carcasa de duranio y cerámica que contuviese el escaso físico que le quedaba. La recuperación fue larga y difícil. La adaptación a su nuevo yo, en muchos aspectos mejorado, fue todavía más larga. Sólo entonces se presentó ante el Conde Dooku, y sólo entonces empezó su verdadero entrenamiento. Gracias a los geonosianos y a los miembros de la TecnoUnión entendía el funcionamiento interno de los droides. Pero de Dooku, de Lord Tyranus, aprendió el funcionamiento interno de los Sith.
El propio Tyranus lo entrenó en la técnica del sable láser, y en pocas semanas superó a todos los estudiantes del Conde. Por supuesto, ayudó tener el cuerpo indestructible de un droide de guerra Kan, estatura suficiente como para sobresalir por encima de la mayoría de los seres inteligentes, circuitos de cristal, cuatro extremidades rematadas en garras...
Grievous recordaba su vida en sueños.
No exactamente en sueños. Porque los sueños acuden a ti cuando duermes, y el general Grievous no dormía. Sólo disfrutaba de breves periodos de reposo en una cámara construida especialmente para él por los creadores de su cuerpo. Allí, dentro de aquella cámara, podía evocar a veces lo que sentía estando vivo. Y allí, dentro de aquella cámara, no permitía que lo molestasen... A no ser que se dieran circunstancias adversas excepcionales.
La cámara estaba equipada con pantallas enlazadas con los sistemas que controlaban el estado del
Mano Invisible
. Pero Grievous era consciente de los problemas incluso antes de que las pantallas se los mostrasen.
Cuando salió de la cámara y se dirigió corriendo hacia el puente del crucero, un droide se unió a él vomitando una avalancha de datos.
La flota separatista había sido atacada apenas surgió del hiperespacio, cerca de Belderone..., pero no por las fuerzas defensivas planetarias del propio Belderone, sino por una flota de la República.
—Escuadrillas de cazas estelares convergen hacia nuestra flota —informó el droide—. Cruceros de combate, destructores y acorazados han adoptado una formación de pantalla sobre el hemisferio nocturno de Belderone.
Las sirenas atronaban en los pasillos, y los droides artilleros y los neimoidianos corrían apresurados hacia sus estaciones de combate.
—Ordenad a nuestras naves que levanten los escudos y formen detrás de nosotros. Que la vanguardia se retire y forme un escudo para proteger las naves nodriza.
—Afirmativo, general.
—Haced girar nuestra nave para que ofrezca el mínimo perfil y reorientad los escudos deflectores. Desplegad todas las escuadrillas de tricazas droide y preparad todas las baterías para que disparen a discreción.
Grievous se sujetó a un mamparo, cuando el crucero se vio sacudido por una explosión.
—Fuego graneado de los destructores de la República —informó un droide—. No hemos sufrido daños. Los escudos funcionan al noventa por ciento. Grievous aceleró el paso.
En el puente, un holograma de la batalla en tiempo real titilaba sobre la consola táctica. Grievous sólo tardó un segundo en estudiar el despliegue de las naves republicanas y sus escuadrones de cazas. Aunque habían reunido más de sesenta naves, la armada enemiga no bastaba para abrumar con su número a la flota separatista, pero sí tenía suficiente potencia de fuego combinada para defender Belderone.
En el hemisferio opuesto del planeta de color pardo, una caravana de transportes se dirigía hacia la más pequeña de las dos lunas deshabitadas de Belderone. Cazas y corbetas lo escoltaban.
—Están evacuando el planeta, general —comentó uno de los droides.
Grievous se sorprendió. Una evacuación organizada sólo podía significar una cosa: ¡no sabía cómo, pero la República había descubierto que su objetivo era Belderone! ¿Cómo era posible, si sólo se había informado a los líderes separatistas?
Se acercó a las pantallas para observar el espectáculo estroboscópico de la batalla.
Ya descubriría más tarde lo que había ocurrido. Ahora, la preocupación más urgente era sobrevivir.
E
l caza estelar de Anakin, con sus alas achaparradas y su bulbosa cabina de pilotaje, era más parecido al Delta-7 Aethersprite con el que había volado desde el principio de la guerra, que a los Ala-V de las nuevas generaciones y a los CAR-170 tripulados por pilotos clones. Pero la forma del Delta-7 era triangular, mientras que el caza amarillo y plata parecía un arco achatado, compuesto por dos fuselajes distintos, cada uno de ellos equipado con un lanzamisiles. Los cañones láser estaban encajados en muescas de las alas. Como en el Delta-7, el puesto reservado al astromecánico se encontraba a un lado de la joroba que formaba la cabina del piloto.
Además, Anakin había hecho sus propias modificaciones.
La nave era veterana de batallas como la de Xagobah, y daba la impresión de que llevaba más de diez años en activo, pero era más manejable que el Torpil modificado con el que había volado en Praesitlyn. Y, además, era más rápida.
Tras despegar del
Integridad
. Anakin aumentó la velocidad intentando alcanzar los CAR y los Ala-V, los primeros en desplegarse desde el enorme hangar central del crucero de combate. Una pantalla del tablero de instrumentos le indicó que el motor de iones del caza funcionaba a nivel óptimo.