Read El laberinto del mal Online
Authors: James Luceno
—Bienvenido a las Habitaciones del General —exclamó mientras tecleaba en una consola acoplada a la mesa. El mamparo tras la silla giratoria se convirtió en una pantalla holográfica que mostró la batalla de Coruscant. Un último interruptor hizo que una holocámara con forma de globo ocular se situase encima de la mesa.
—Está a punto de hacer una aparición no programada en la HoloRed, Canciller —anunció Grievous—. Me disculpo por no proporcionarle espejo, peine y cosméticos para que pueda disimular su miedo.
Cuando habló, la voz de Palpatine era siniestra.
—Puede transmitir mi imagen, pero no hablaré.
Grievous asintió con la cabeza ante lo que parecía una decisión firme.
—Transmitiré su imagen, pero no hablará. ¿Entendido?
—Hablará usted.
—Correcto. Hablaré yo.
—Muy bien.
Sin razón aparente, Grievous se sintió inseguro.
—Lord Tyranus llegará muy pronto para encargarse de usted. Palpatine sonrió sin mostrar los dientes.
—Entonces, estoy seguro de que nos divertiremos.
Desde su crucero, el general Grievous se dirigió a un público hipnotizado de trillones de seres. Su rostro aterrador apareció en todas las frecuencias de la HoloRed y dio un mensaje de oscuridad y condena, anunciando el fin del reinado de Palpatine y la caída de la corrompida República, prometiendo un nuevo futuro para todos los mundos y todas las especies esclavizadas por ella...
Casi aplastado entre la multitud repentinamente silenciosa de la plaza Nicandra, Bail tocó el brazo de Mon Mothma en un gesto que prometía su pronto retorno, y empezó a abrirse paso entre los allí congregados. Buscó a su alrededor hasta descubrir a Padmé y C-3PO, que la abrazaba, con el rostro alzado hacia el cielo iluminado.
La llamó por su nombre, y ella se dio la vuelta con las lágrimas derramándose sobre su túnica.
—Padmé, escúchame —le rogó, acariciándole el pelo—. Los separatistas no ganarán nada matando a Palpatine. No le pasará nada.
—¿Y si te equivocas, Bail? ¿Y si lo matan, y el poder cae en manos de Mas Amedda y del resto de su banda? ¿No te preocupa eso? ¿Y si Alderaan es el siguiente mundo en la lista de Grievous?
—Claro que me preocupa. Temo por Alderaan, pero tengo fe en que eso no pasará. Este ataque pondrá fin a los asedios del Borde Exterior. Los Jedi volverán al lugar que les corresponde, aquí en el Núcleo. Y en cuanto a Mas Amedda, no durará ni una semana. Hay miles de senadores que piensan como nosotros, Padmé. Los reuniremos y formaremos una alianza con la que tendrán que contar. Volveremos a poner en marcha la República, aunque tengamos que pelear con uñas y dientes contra todos los que se nos opongan —le cogió la barbilla y la obligó a levantar la cara—. Sobreviviremos a esto, pase lo que pase.
Ella se sorbió las lágrimas y sonrió ligeramente.
—Si tan sólo pudiera concentrar mis preocupaciones en el futuro de la República...
Bail sostuvo su mirada y asintió, comprendiendo a qué se refería. —Padmé, si te sirve de consuelo, sabes que mi esposa y yo haremos lo que sea para protegerte a ti y a aquellos que te son queridos.
—Gracias, Bail —respondió ella—. De todo corazón, gracias.
En Utapau, un mundo del Borde Exterior con inmensos cráteres y lagartos, el virrey Nute Gunray miraba una granulosa imagen de la HoloRed en la que se veía al general Grievous soltando su discurso.
¿Se habría equivocado al infravalorar al ciborg? ¿Realmente terminaría la guerra con la República vencida? Era casi demasiada felicidad: comercio sin restricciones del Núcleo al Borde Exterior, riqueza inimaginable, posesiones ilimitadas...
Gunray miró a Shu Mai, Passel Argente, San Hill y al resto, abrazándose, palmeándose las espaldas, expresando de repente una camaradería desenfrenada. Sonriendo ampliamente por primera vez en varios años, él se unió a la celebración.
En el Templo. Yoda contemplaba una imagen de la HoloRed que mostraba los cuerpos sin vida de dos Jedi flotando en el espacio, cerca del buque insignia de la flota separatista. En las comisuras de su boca se formó un rictus de tristeza, antes de acercarse al comunicador.
—Verlos ahora puedo.
La voz de Mace retumbó a través del altavoz.
—Si podemos atravesar sus pantallas, arrasaremos el crucero.
—Matar al Canciller Supremo Grievous quiere.
—No creo. Ha tenido muchas oportunidades de hacerlo.
—Entonces, las exigencias separatistas debemos oír.
—El Senado regalará Coruscant para conseguir la devolución de Palpatine.
—Si el Canciller Supremo muere, peor la situación será. La caída de la República significará.
Mace guardó silencio por un momento. Yoda lo vio en la cabina del crucero que Kit y él estaban pilotado en el espacio de Coruscant.
—¿Qué podemos hacer?
—En la Fuerza buscar guía. Aceptar lo que el destino nos depare. Por ahora, impedir que al hiperespacio la flota de Grievous escape. A muchos Jedi se ha llamado. El signo de la batalla cambiará cuando ellos lleguen.
—Maestro Yoda, estábamos muy cerca de capturar a Sidious. Pude sentirlo.
—Que esto es obra de Sidious sabido es. Escondido está.
Pero ya no en Coruscant
, pensó Yoda.
—Aniquilaremos a Grievous aquí, como la alimaña que es.
Mace desconectó la transmisión, y Yoda se tambaleó hacia las ventanas. El Oeste de Coruscant estaba envuelto en la oscuridad, con el cielo surcado de haces de rabiosa luz. Hizo que su sable láser volase hasta su mano, lo conectó y lo batió en el aire.
—Peligroso el futuro será. Causa de preocupación será.
Pero la batalla en el espacio local no había terminado.
¡El último acto apenas acababa de empezar!
D
ooku había ordenado al piloto droide del balandro que, en cuanto se acercaran al planeta Nelvaan, abandonase el hiperespacio por un corto periodo de tiempo. De esa forma, si las naves republicanas habían trazado su ruta desde Tythe, creerían que su destino era Nelvaan. La tecnología geonosiana del balandro ocultaría el hecho de que había saltado hasta Coruscant casi de inmediato, para unirse a Grievous y participar en el último acto del drama escrito por Sidious.
El secuestro de Palpatine no sólo había abreviado su búsqueda, sino que había permitido que Sidious escapase de Coruscant sin ser detectado. Pero aquellos acontecimientos no eran más que menudencias. Sidious nunca habría consentido ser descubierto por los Jedi. Y Palpatine apenas era el gran premio que parecía ser.
El premio gordo, le había confesado Sidious a Dooku en su comunicación más reciente, era Anakin Skywalker.
—Lo ha observado durante mucho tiempo —comentó Dooku, repitiendo casi las mismas palabras del propio Sidious.
—Mucho más de lo que supones. Lord Tyranus, mucho más de lo que supones. Y ha llegado el momento de ponerlo a prueba.
—¿Sus habilidades, mi señor?
—La profundidad de su odio. Su predisposición para ir más allá de la Fuerza, tal como la conocen los Jedi e invocar el poder del Lado Oscuro. El general Grievous activará una señal especial que hará que Skywalker y Kenobi vuelvan a Coruscant, al escenario que les hemos preparado.
Pero no para capturarlos.
—Te batirás en duelo con ellos —dijo Sidious—. Mata a Kenobi. Su único propósito es morir y así inflamar el miedo y el odio del joven Skywalker. Si derrotas fácilmente a Skywalker, sabremos que no estaba preparado para servirnos. Quizá no lo esté nunca. Pero, si resulta ser mejor que ni, me encargaré de ahorrarte la vergüenza innecesaria y ganaremos un poderoso aliado. Lo más importante es que el duelo tiene que parecer real, Lord Tyranus.
—Lucharé con él como si mi coronación dependiera de ello —prometió Dooku.
El hiperespacio esperaba.
—A Coruscant —ordenó a FA-4 desde su cómoda silla en la cubierta principal del balandro.
Y la nave saltó.
L
os dos cazas estelares se encontraban ala con ala en el hangar de lanzamiento, separados únicamente por unos metros, calentando motores, con los droides instalados en sus puestos y las cubiertas de la carlinga levantadas.
Ninguno de los dos pilotos llevaba casco, para que Anakin pudiera oír a Obi-Wan quejarse y gritar:
—Pese a todos los aprietos en que me has metido contra mi voluntad, sabes que no hay otro con quien más me apetezca volar.
Anakin sonrió.
—Ya era hora de que lo admitieras. ¿Puedo interpretar eso como que me seguirás sin hacer preguntas?
—Al límite de mis posibilidades —contestó Obi-Wan—. No siempre soy capaz de estar a tu altura, pero no me dejarás atrás y siempre te protegeré las espaldas.
—Cuando te pida ayuda, acude a rescatarme.
—El día que pidas ayuda, sabré que los dos tenemos problemas graves. Anakin se puso serio.
—Obi-Wan, no sabes las veces que ya me has rescatado.
El Jedi intentó tragarse el nudo que se había formado en su garganta.
—Entonces, sea lo que sea lo que nos espera, no será un problema para nosotros.
—¿Quién devolverá la paz a la galaxia si no lo hacemos nosotros? —rió Anakin suavemente.
Obi-Wan asintió caballerosamente con la cabeza.
—Al menos has dicho "nosotros".
Bajaron las capotas de los cazas y conectaron los repulsores, se elevaron un poco, rotaron 180 grados y atravesaron fácilmente el transparente campo de contención del hangar.
Volando en formación, recurrieron a sus impulsores y se alejaron de la enorme nave. Aceleraron en una columna de brillante energía azul, viraron ligeramente a babor, ligeramente a estribor, acoplaron sus anillos de hiperimpulso y desaparecieron en la larga noche.
CONTINUARÁ...