Read El laberinto del mal Online
Authors: James Luceno
Y pese a todo el desconcierto, el caos v el terror que provocaba esa estrategia, poco tenía que ver con la batalla real.
Porque, como la propia guerra, la batalla real se estaba librando en la Fuerza.
Yoda intentó ir más allá y se sumergió totalmente en la Fuerza... sólo para sentir que le faltaba la respiración.
La corriente de la Fuerza se había vuelto helada.
Gélida.
Y, por primera vez, pudo sentir a Sidious. ¡Y lo sintió en el mismo Coruscant!
El capitán Dyne bajó con cautela de la plataforma que había llevado al equipo hasta las profundidades inexploradas del República Quinientos.
Aquí, en una intersección de espectrales pasillos hecha de permeocemento y tapizada con paneles de plastiacero, no goteaba el agua, ni los insectos construían sus nidos, ni los gusanos proliferaban en los conductos eléctricos. Extrañamente, sin embargo, en el aire se percibía una brisa débil pero fresca.
Dyne respiró profundamente para calmar sus nervios. Estaba entrenado para el combate, pero los años pasados en un trabajo rutinario en Inteligencia había entorpecido sus reflejos antes agudos. Ordenó a las sondas robot que pasaran a modo de reposo y desactivó el procesador portátil antes de engancharlo en su cinturón.
Extrayendo su pistola láser Merr-Sonn de la funda, la sopesó y movió con el pulgar el controlador de disparo hasta la posición de "aturdir".
Ante él, los comandos avanzaban, fantasmales bajo la tenue luz, con las armas preparadas y pegados a las paredes, hacia la puerta situada al fondo de la sala. Valiant iba al frente, seguido por expertos en explosivos y con los detonadores termales en la mano.
Dyne esquivó un par de sondas robot. TC-16 avanzó tras él.
No habían recorrido ni tres metros por el pasillo cuando un susurro de voces ahogadas llegó hasta Dyne.
Sintió que TC-16 se detenía de improviso.
—Vaya, alguien está hablando en geonosiano —exclamó el droide de protocolo.
Dyne se giró y se encontró contemplando los anchos cañones de dos armas sónicas de aspecto orgánico empuñadas por sendos soldados geonosianos apenas visibles entre las sombras, con las alas orientadas hacia el mugriento suelo del pasillo.
Los instantes siguientes parecieron transcurrir a cámara lenta.
Dyne comprendió que no era su vida la que pasaba ante sus ojos, sino su muerte.
Vio que los comandos eran rechazados hacia atrás por un viento de fuerza inusitada. Vio cómo Valiant y el especialista en explosivos se abalanzaban precipitadamente contra la puerta. Vio una tormenta de sondas robot pasar por su lado.
Y se sintió alzado del suelo y arrojado contra la pared. Sus tripas parecieron volverse esponjosas.
Era posible que, en aquellos eternos momentos de silencio, los soldados hubieran reaccionado con la velocidad suficiente para disparar sus armas láser, ya que cuando Dyne miró hacia su derecha, en la dirección por la que habían llegado, no vio ningún rastro de los geonosianos. Ni siquiera de TC-16.
Por lo que sabía, había permanecido sin sentido un tiempo indefinido. Era vagamente consciente de haber sido lanzado contra la pared en una posición nada natural para un ser humano. Era como si todos los huesos de su cuerpo se hubieran vuelto flexibles.
La distante puerta se abrió hacia dentro silenciosamente, y la luz inundó el pasillo. La luz o era roja o estaba teñida por la sangre que empezaba a llenar sus globos oculares.
No sólo tenía la impresión de que el mundo seguía moviéndose a cámara lenta, sino que ahora empezaba a tornarse borroso. Con la poca visión que le quedaba, distinguió una sala abarrotada de equipo, unas pantallas llenas de cambiantes datos y una mesa de holoproyección sobre la que flotaba un destructor de la Federación de Comercio partido en dos y envuelto en llamas. Dos máquinas inteligentes surgieron de la sala; sus cuerpos delgados y tubulares los identificaban como droides asesinos. Tras ellos, un humano fornido y de mediana estatura pasó por encima del cuerpo grotescamente retorcido de Valiant.
A pesar de que su cerebro parecía estar licuándose. Dyne encontró un momento para sentirse asombrado... porque reconoció instantáneamente a aquel hombre.
Increíble
, pensó.
Tal como sospechaban los Jedi, los Sith se habían infiltrado hasta los niveles más altos del Gobierno de la República.
El hecho de que aquel hombre no hiciera ningún esfuerzo por ocultar su identidad hizo que Dyne comprendiera que iba a morir.
Y poco después de haberlo comprendido, murió.
—¿
D
ónde está el Canciller? —exigió saber Shaak Ti a los tres Túnicas Rojas plantados ante la entrada de la
suite
de Palpatine en el República Quinientos.
Junto a ella, Stass Allie tenía una mano en la empuñadura de su sable láser. Tras ellas, cuatro miembros del pequeño ejército de seguridad del edificio, que habían escoltado a las Jedi desde el hangar del nivel medio hasta el ático.
Pese a haberles notificado su llegada, los imponentes Túnicas Rojas mantenían sus electropicas en una postura defensiva e intimidante.
—¿Dónde? —insistió Stass Allie, dando a entender que iban a entrar. Por las buenas o por las malas.
Shaak Ti levantó la mano para lanzar contra las puertas un empujón de Fuerza, cuando los guardias bajaron sus armas y se hicieron a un lado. Uno de ellos tecleó un código en el panel de la pared, y las bruñidas puertas se abrieron.
—Por aquí —dijo el mismo guardia, moviendo su brazo en un amplio ademán para indicarle que podía pasar.
Un amplio vestíbulo alineado con esculturas y holoimágenes artísticas dio paso a la
suite
en sí, cuya decoración, como en las habitaciones de Palpatine en el Edificio Administrativo del Senado, era predominantemente roja. No se sabía exactamente lo grande que era, pero la pared exterior de la inmensa sala seguía la curva de la corona del edificio y dejaba ver, bajo ella, las típicas nubes que se congregaban al atardecer en torno a la inmensa estructura. Las distantes rutas autonavegables, transversales y orbitales, estaban atascadas. Entre ellas y el República Quinientos flotaban dos TABA y una pequeña bandada de flotadores patrulla.
Una particular perturbación en la cresta del paraguas defensivo del Distrito del Senado les dio a entender que el continuo bombardeo de las fuerzas separatistas había conseguido que el escudo fuera permeable. Más allá del superrecalentado límite del escudo, entre los bancos de nubes grises, se veían parpadear luces.
Relámpago o plasma
, se dijo Shaak Ti.
Palpatine paseaba por el cuarto sin reparar apenas en su presencia, como un animal enjaulado, con las manos cruzadas en la espalda y arrastrando la túnica senatorial por el suelo ricamente alfombrado.
Más Túnicas Rojas y algunos consejeros de Palpatine lo contemplaban inmóviles: algunos llevaban comunicadores colgando de sus orejas; otros, dispositivos que Shaak Ti supuso vitales para el buen funcionamiento del ejército de la República. Si algo le ocurría al Canciller, la autoridad para dirigir las campañas militares y los códigos internos secretos pasarían temporalmente al portavoz del Senado, Mas Amedda. La Jedi sabía que éste ya se encontraba a salvo, en un búnker de hormigón profundamente enterrado bajo la Gran Rotonda.
No pudo evitar darse cuenta de que Pestage e Isard, dos de los consejeros más importantes y cercanos a Palpatine, parecían nerviosos.
—¿Por qué sigue todavía aquí? —preguntó Stass Allie a Isard. El consejero apenas despegó los labios al responder:
—Pregúnteselo a él.
Shaak Ti tuvo que plantarse ante Palpatine para atraer su atención.
—Canciller Supremo, es necesario que lo escoltemos hasta el refugio. Se conocían. Palpatine había alabado en privado sus méritos por su actuación en Geonosis, Kamino. Dagu, Brentaal IV y Centares. Se detuvo brevemente para mirarla antes de dar media vuelta y reanudar su nervioso paseo.
—Maestra Ti, aunque agradezco sus desvelos, no necesito ser rescatado. Como no he dejado de repetir a mis consejeros y protectores, creo que mi lugar es éste, donde puedo comunicarme con nuestros comandantes. Y de trasladarme, sería a mi oficina de trabajo.
—Canciller, las comunicaciones serán mejores en el búnker —insistió Pestage.
—Todas esas simulaciones que usted tanto despreciaba, se hicieron por si se producía exactamente esta situación —agregó Isard.
Palpatine le lanzó una mueca despectiva.
—Las simulaciones y la realidad son dos cosas completamente diferentes. El Canciller Supremo del Senado Galáctico no se esconde de los enemigos de la República. Puedo decirlo más alto, pero no más claro.
Era obvio que Palpatine estaba agitado, desconcertado y posiblemente asustado. Pero cuando Shaak Ti intentó leerlo a través de la Fuerza. le resultó difícil captar lo que realmente sentía.
—Lo siento, Canciller —dijo suavemente Stass Allie—, pero los Jedi están obligados a tomar esa decisión por usted.
—¡Creí que vosotros respondíais ante mí, no al revés!
Ella se mantuvo imperturbable.
—Nosotros respondemos primero ante la República, y protegerlo a usted es proteger a la República.
Palpatine lanzó su típica mirada penetrante.
—¿Y qué hará si me sigo negando? ¿Usar la Fuerza para arrastrarme fuera de mis aposentos? ¿Desenvainar su sable láser y utilizarlo contra mis guardias, que también han jurado protegerme?
Shaak Ti intercambió miradas con uno de los guardias, deseando poder ver a través de la careta de su capucha roja. La situación estaba volviéndose peligrosa. Un escalofrío nacido en la Fuerza le impulsó a mirar por la ventana.
—Canciller Supremo —estaba diciendo Pestage—, tiene que ser razonable...
—¿Razonable? —cortó Palpatine. Apuntó con un dedo hacia la ventana—. ¿Ha visto nuestros cielos normalmente tranquilos? ¿Es
razonable
lo que está ocurriendo ahí fuera?
—Razón de más para que se traslade lo más rápidamente posible —intervino Isard—. Así podrá dirigir la defensa de Coruscant desde un lugar seguro.
Palpatine lo miró fijamente.
—En otras palabras, estás de acuerdo con la Jedi.
—Lo estamos, señor —confirmó Isard.
—¿Y vosotros? —preguntó Palpatine al capitán de sus guardias.
Este cabeceó sintiendo.
—Entonces todos estáis equivocados —Palpatine se acercó a la ventana—. Quizá necesitéis echar un vistazo de cerca a...
Antes de que pudiera decir una palabra más, Shaak Ti y Stass Allie ya se estaban moviendo. La primera empujó a Palpatine al suelo, y la segunda conectó la energía de su sable y lo colocó verticalmente delante de ella.
Sin previo aviso, los helicópteros más cercanos al República Quinientos fueron acribillados por rayos de plasma. Estallaron en pleno aire y cayeron entre las nubes, dejando una estela de fuego y espeso humo negro.
—¡Suéltame! —gritó Palpatine—. ¿Cómo te atreves?
Shaak Ti lo mantuvo en el suelo a la fuerza y desenvainó su sable láser.
Un sonido estridente se elevó por encima del provocado por la ventana mientras polarizaba sus permeocristales, y una nave de asalto separatista ascendía de alguna parte por debajo de la
suite
. Un pelotón de droides de combate se apiñaba en sus compuertas laterales, preparado para desplegarse. Cuando la nave maniobró para acercarse a la ventana, Shaak Ti boqueó de incredulidad.
¡Grievous!
—¡Al suelo! —gritó Stass Allie un instante antes de que toda la ventana estallase hacia dentro, llenando el aire de esquirlas de permeocristal. Los droides saltaron a la sala a través del marco de la destrozada ventana, disparando sus rifles láser.
Stass Allie se mantuvo inmóvil a pesar del viento, el ruido y los láseres. Seis Túnicas Rojas corrieron para colocarse a su lado, con las electropicas activadas y zumbando al unísono con el sable láser de la Jedi. Antes de poder dar dos pasos dentro del cuarto, los droides cayeron indefensos, sin piernas y sin cabeza. Los láseres desviados por el sable azulado de Allie salieron por la ventana destrozando a otros droides que esperaban para saltar de la nave al interior del edificio.
Por un momento, Shaak Ti estuvo segura que Allie iba a saltar a bordo de la flotante fragata, pero demasiados droides se lo impedían. Manteniendo a Palpatine agachado, lo sujetó por la túnica y lo arrastró por el cuarto mientras desviaba con su sable láser los disparos que rebotaban en las paredes y el techo.
Los droides de combate frenaron su ataque. En el exterior, la fragata tenía que soportar el fuego graneado de varios flotadores. Mientras Allie y los Túnicas Rojas se encargaban de los pocos droides que quedaban en la sala, la nave separatista se dejó caer entre las nubes, perseguida por los láseres de los flotadores.
Tras dejar a Palpatine bajo la custodia de dos guardias, Shaak Ti corrió hacia la ventana y escrutó las nubes, buscando al enemigo. Pero había poco que ver, excepto furiosos intercambios de luz azul y escarlata.
Se volvió hacia Isard.
—Alerta a Seguridad de que el general Grievous ha penetrado el perímetro.
En otra parte en el cuarto, Pestage ayudaba a Palpatine a ponerse en pie. —¿Nos acompañará ahora, señor?
Palpatine lo miró con ojos desorbitados. Isard señaló hacia uno de los cuartos adyacentes.
—La
suite
tiene un turboascensor secreto que lleva hasta un hangar seguro del nivel medio. Un helicóptero blindado espera para transportar al Canciller hasta un complejo de búnkeres en el Distrito Sah'c.
—Negativo —cortó Shaak Ti, agitando su cabeza—. Grievous sabía lo bastante como para atacar este ático. Debemos suponer que también conoce esa ruta de escape.
—No podemos llevarlo a un refugio público —protestó Isard.
—No —aceptó Shaak Ti—. Pero hay otras formas de llegar a ese complejo.
—¿Por qué no usar los turboascensores privados del República Quinientos? —preguntó tino de los guardias de seguridad—. Podemos ir hasta la planta principal y desde allí acceder a cualquier plataforma de aterrizaje.
Stass Allie asintió con la cabeza, antes de girarse hacia Palpatine.
—Canciller Supremo, sus guardias van a rodearlo para protegerlo. No intente salir de ese círculo bajo ninguna circunstancia. ¿Entendido?
—Haré lo que quieran.
Allie esperó a que los Túnicas Rojas se reunieron en tomo a Palpatine.