Read El laberinto del mal Online

Authors: James Luceno

El laberinto del mal (37 page)

—El general Fisto y yo iremos con usted.

Mace se giró hacia Shaak Ti, Allie y los cuatro Caballeros Jedi recién llegados. Shaak asintió con la cabeza antes de que dijera una sola palabra.

—Tranquilo, nosotros nos encargaremos de escoltar al Canciller el resto del camino hasta el búnker.

Shaak Ti fue la última en abordar el helicóptero que llevaría a Palpatine al refugio situado en lo más profundo de los estrechos cañones que fracturaban el exclusivo barrio de Sah'c Palpatine permanecía de pie, rodeado por el contingente de Túnicas Rojas, silencioso, en la parte trasera de la bodega de carga. Parecía pálido y débil entre sus llamativos protectores, despeinado y con la túnica arrugada. Stass Allie y los cuatro Caballeros Jedi que Yoda había enviado desde el Templo permanecieron cerca de la puerta, hombro con hombro, junto a los comandos y los agentes del Gobierno. Shaak Ti conocía de vista al Jedi humano y a la hembra twi'leko, pero no lograba recordar si había coincidido con los otros dos..., un talz y un ithoriano. Los cuatro parecían bastante capaces, pero esperaba no encontrarse en alguna circunstancia en la que tuvieran que demostrar sus habilidades.

Momentos antes, el helicóptero que llevaba a Mace y a Kit se había dirigido hacia el Norte, de vuelta al Distrito del Senado, para continuar la persecución de la fragata de Grievous. El helicóptero de Palpatine volaba hacia el Sur, y ya empezaba a descender. El crepúsculo había caído en los bordes del desfiladero de edificios. Los cielos de Coruscant, rotos por los acontecimientos de aquel día, eran un torbellino de colores rojo sangre, naranja y lavanda. Bajo ellos, los edificios y vías públicas estaban iluminados.

Otro helicóptero se unió al del Canciller Supremo a medio camino del suelo del desfiladero, escoltándolo desde estribor y ligeramente a popa, a través de las numerosas revueltas y giros que acabaron llevándolos hasta la estructura en forma de montaña que servía como complejo de búnkeres.

Un giro final al Norte llevó a los dos helicópteros hasta la boca de una estrecha quebrada urbana sobre la que flotaron unos momentos, los necesarios para que desconectasen el escudo de partículas que protegía los refugios, los centros de comunicaciones tácticas, las plataformas de aterrizaje y la red de túneles que comunicaban a unos con otros. Podía llegarse hasta el complejo por medios alternativos, y, en circunstancias normales, Palpatine habría sido conducido por un repulsor a través de los profundos túneles que llegaban del República Quinientos, de la Gran Rotonda y del Edificio Administrativo del Senado, pero la quebrada era el mejor camino para entrar cuando se llegaba desde el oeste de los Distritos Financieros u Senatoriales.

Shaak Ti no se relajó hasta que los helicópteros atravesaron la brillante pantalla protectora y recibieron las trayectorias de aproximación para el aterrizaje.

Su suspiro de alivio pareció eterno.

El helicóptero de escolta se había adelantado y ya se había posado en tierra cuando Shaak Ti y el resto llegaron unos momentos después. Apenas tocó suelo la nave que llevaba al Canciller Supremo, la puerta lateral se abrió hacia fuera y hacia atrás, y los Túnicas Rojas condujeron a toda prisa a Palpatine hasta un deslizador a la espera. Los comandos que lo habían acompañado se quedaron para reforzar el contingente de soldados del búnker.

Shaak Ti ordenó a los cuatro Caballeros Jedi que acompañasen a los Túnicas Rojas, prometiendo que más tarde Stass Allie y ella se reunirían con ellos, en cuanto informasen al Templo de su llegada.

Las dos mujeres Jedi vieron cómo el deslizador se metía en el ancho túnel de acceso al búnker. Allie empuñó su comunicador y apretó el botón de "LLAMADA". Tras varios intentos fallidos de hablar con el Templo, miró a Shaak Ti.

—Demasiadas interferencias. Alejémonos un poco de la nave.

Esas interferencias las salvaron de la explosión que envolvió y consumió el helicóptero. La onda expansiva prendió en sus túnicas y las lanzó diez metros por los aires. Shaak Ti logró mantener la consciencia y aprovechó la inercia para rodar por el suelo hasta el borde de la plataforma del desembarco. Stass Allie yacía inmóvil en el suelo, boca abajo. El proyectil que había destruido el helicóptero había sido lanzado por la nave que se les había unido como escolta. La misma nave que ahora disparaba sus cañones para destruir el resto de helicópteros y aniquilar a los soldados.

Shaak Ti vio que varios soldados saltaban de las puertas del helicóptero y corrían a una velocidad asombrosa hasta la boca del túnel de acceso. Hincó una rodilla en tierra para levantarse y se acercó a Stass Allie, intentando apagar las llamas que habían prendido en su capa.

Allie se agitó y se levantó apoyándose en las palmas de las manos.

—No te muevas —le advirtió Shaak Ti.

Mientras el helicóptero alzaba el vuelo, buscando una mejor posición sobre la plataforma de desembarco, tropas adicionales aparecieron de algún lugar situado bajo la propia plataforma. Granadas cohete se elevaron hacia la nave, y algunas penetrando por las barquillas de los motores repulsores. La detonación resonó por toda la quebrada y lanzó ardientes trozos de metal en todas direcciones.

Shaak Ti se dobló sobre sí misma y hundió la cabeza en el pecho para intentar protegerse. Una oleada de intenso calor bañó a Allie y a ella, y a su alrededor resonó el golpeteo de una granizada de fragmentos.

Uno de los últimos en caer, apenas a dos metros de su cara, fue la cabeza carbonizada de un droide de combate.

50

M
ace y Kit permanecían de pie junto a la puerta abierta del helicóptero republicano, que volaba entre las mónadas y los rascacielos del Distrito del Senado. Tenían delante la fragata de Grievous, que daba bruscos giros a derecha e izquierda mientras disparaba continuamente contra su perseguidor.

Mace retrocedió un paso dentro del helicóptero y vio pasar los láseres cerca de la abertura, casi rozando el ala izquierda. Le corroía por dentro el que les hubiera costado tan poco rastrear y alcanzar la nave separatista. Ni Kit ni él podían evitar la sensación de que la fragata prácticamente los había esperado sobre el edificio del Senado, y que sólo entonces intentó huir. Pero, ¿cómo pudo eludir al helicóptero original que lo había perseguido a través del túnel de Sah'c?

Mace se apoyó en la escotilla del artillero y gritó para que lo oyera:

—¿Dónde está tu compañero de escuadrilla?

—Perdido, señor. Ni siquiera aparece en la pantalla táctica.

—Puede que lo hayan derribado —sugirió Kit.

—No creo —respondió Mace, frunciendo el ceño—. Aquí hay algo que no encaja.

Por encima de ellos, los proyectiles rugían al ser lanzados, y una explosión levantó ecos en los edificios que los rodeaban. Humo negro y escombros cayeron más allá de la puerta, y el artillero lanzó un aullido de alegría.

—¡Lo tenemos, señor! ¡Está en llamas y cae hacia la superficie!

Mace y Kit se asomaron a tiempo de ver cómo la fragata se inclinaba hacia un lado y después descendía rápidamente en espiral.

—¡Piloto, no lo pierda! —gritó Mace.

Esquivando un abismo en la parte este del Senado, la nave chocó contra la esquina de un hangar y empezó a desintegrarse. El piloto del helicóptero logró esquivar los cascotes que caían del edificio y siguió el descenso de la nave condenada. La colisión con el hangar había frenado su giro, y ahora caía como una piedra, directamente hacia el Bulevar Uscru brillantemente iluminado y que, afortunadamente, estaba libre de tráfico. Chocó de morro contra el pavimento y estalló en llamas, abriendo un agujero en la calle y destrozando las ventanas de los edificios contiguos.

Manteniendo una distancia de seguridad, el piloto del helicóptero conectó los repulsores y descendió flotando suavemente hasta aterrizar en el borde del cráter. Mace. Kit y una docena de comandos saltaron a tierra para asegurar la zona. Casi de inmediato se congregó una multitud de sorprendidos espectadores, y en la distancia se dejaron oír las sirenas de los vehículos de emergencia.

Con los sables láser conectados, los dos Jedi estudiaron el lugar del impacto, atentos al menor movimiento. La nave estrellada se había abierto desde su popa hasta un costado, y podía verse claramente el interior. No había ni rastro de Grievous ni de ninguno de sus guardias de élite.

Sólo droides de combate: entremezclados y fundidos, retorcidos en formas peculiares.

—Puedo aceptar que Grievous cayera del tren magnético —afirmó Mace—, pero no que sólo incluyera dos de sus droides de élite en una misión como ésta.

Kit contempló el cielo nocturno.

—Puede que exista una segunda nave de asalto.

—¡Piloto! —gritó Mace—. Comuníquese con el búnker del Canciller Supremo, y que se preparen para abrir el escudo y recibirnos.

Grievous y seis MagnoGuardias abrieron un sangriento camino a través de los anchos pasillos que llevaban hasta al santuario de Palpatine. Soldados republicanos, clones y no clones, caían ante los sables láser de Grievous y las letales electropicas de su élite. Tras ellos, el nido de la refriega en la plataforma de desembarco aumentaba con rapidez. Al menos la escaramuza serviría para matara dos Jedi y unas cuantas docenas de soldados, se dijo Grievous.

De momento, todo iba bien..., aunque hubieran tenido que cambiar el plan.

En el apartamento de Palpatine, Grievous había conseguido engañarlos a todos dejando que vieran su fragata y trasladándose después, junto con sus droides de combate, al helicóptero de la República que Lord Tyranus le prometió que estaría esperándolos. Había tenido que improvisar cuando los protectores de Palpatine optaron por seguir una ruta alternativa hasta el búnker, y había disfrutado persiguiendo al tren magnético... Por no hablar del breve duelo sostenido en el techo del convoy.

Tyranus le había advertido sobre la destreza de Mace Windu con el sable, y ahora lo entendía. Su literal "paso en falso" lo había avergonzado, y se sentía agradecido de que los dos MagnoGuardias que había llevado con él no sobrevivieran para presenciarlo. De no haberse sujetado en el último momento al rail del tren magnético para ser rescatado más tarde por el helicóptero prestado, no habrían servido para nada todos los esfuerzos del Clan Bancario empleados en su reconstrucción.

Pero como todo había salido bien, ahora recompensaría a los separatistas con algo más valioso que sus créditos. Quizás con un medio para proclamarse vencedores de aquella guerra.

Grievous y sus cinco droides supervivientes llegaron al búnker, deflectando el fuego de los tres soldados que guardaban la entrada, y luego los decapitaron. La férrea puerta de forma hexagonal era inmune a los rayos láser, las radiaciones o los pulsos electromagnéticos. Grievous era consciente de que sus sables láser abrirían un agujero en la puerta, pero, aunque eso habría aumentado el dramatismo de su entrada, optó por la segunda mejor opción.

Utilizó el código que Tyranus le había proporcionado.

—No hagáis daño al Canciller bajo ninguna circunstancia —ordenó a sus droides mientras se abrían las distintas capas de la compuerta.

El asombro que vio en el rostro de Palpatine y de su cuarteto de Caballeros Jedi aseguraron a Grievous que no podía haber hecho una entrada más dramática. Un enorme escritorio dominaba la redonda estancia, cuya circunferencia estaba formada por bancos de consolas de comunicaciones. En el centro de la pared curva opuesta a la entrada había una segunda puerta. Enmarcado en la apertura poligonal, Grievous concedió un momento a sus oponentes para que activasen sus sables láser, electropicas y otras armas. Con sus manos en forma de garra y sin ningún problema, desvió la descarga inicial de disparos láser antes de empuñar dos de sus sables.

Su descaro hizo que los Jedi lo atacaran al unísono, pero desde los primeros momentos del combate supo que no tenía de qué preocuparse. Comparados con Mace Windu, aquellos cuatro eran simples novicios, cuyas técnicas estaban entre las primeras que Grievous había dominado.

Tras él, sus droides de élite sólo tenían un propósito en sus mentes electrónicas: destrozar a los guardias y soldados que formaban un semicírculo protector delante de Palpatine. Altos, elegantes, imponentes con sus túnicas rojas y sus máscaras, los protectores del Canciller Supremo estaban bien entrenados y luchaban con pasión. Sus puños y sus pies eran rápidos y potentes, y sus picas pinchaban y cortaban a través de las armaduras casi impenetrables de los droides. Pero no eran rivales para las máquinas de guerra programadas para matar con todos los medios posibles. Quizá si Palpatine hubiera sido lo bastante inteligente como para rodearse con Jedi de verdad, Jedi del calibre de Windu y Pisto Kit, el resultado habría sido diferente.

Mientras intercambiaba golpes con sus cuatro adversarios, al fin y al cabo para eso habían ido allí, Grievous vio que seis soldados y tres Túnicas Rojas caían bajo las electropicas de sus MagnoGuardias. Uno de sus droides también había caído, pero seguía peleando desde el suelo, pese a estar ciego y verse salvajemente acuchillado por las armas de los Túnicas Rojas. Y aquellos que seguían en pie cambiaban sus estrategias de combate y sus movimientos para adaptarlos a las posiciones defensivas de sus contrincantes.

Grievous disfrutaba enfrentándose simultáneamente a tantos Jedi. Habría prolongado el duelo de no ser el tiempo tan importante. Fintó con el sable de la mano derecha y cortó la cabeza de un Jedi con el de la izquierda. Distraído al pisar sin querer con su pie derecho la cabeza rodante de su camarada, el ithoriano bajó su guardia una fracción de segundo y recibió como castigo una estocada en el corazón que lo hizo caer de rodillas, antes de derrumbarse de bruces.

Retrocediendo dos pasos para asimilar lo que había pasado, los dos Jedi restantes volvieron a atacar a Grievous, girando y brincando a su alrededor como si realizaran una demostración de artes marciales. Grievous sacó dos sables más de su cinturón, empuñándolos con los pies, mientras los repulsores antigravedad de sus piernas lo alzaban del suelo, consiguiendo así ser un poco más ágil, tal como la Fuerza hacía con los Jedi.

Eran sus cuatro sables contra los dos de los Jedi. El duelo había cerrado el círculo.

Girando, le cortó al talz la mano con la que empuñaba el arma, luego uno de sus pies y finalmente acabó con su vida. Una neblina sanguinolenta flotó en el aire hasta que fue aspirada por los acondicionadores de aire.

Other books

The Sleeve Waves by Angela Sorby
Adrenaline Crush by Laurie Boyle Crompton
The Fourth Horseman by Sarah Woodbury
Vertical Burn by Earl Emerson


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024