Read El laberinto del mal Online

Authors: James Luceno

El laberinto del mal (39 page)

El comunicador del jefe de escuadrilla emitió una señal de alarma. Obi-Wan paseó la mirada del jefe de escuadrilla a Anakin, y nuevamente al otro.

—¿Qué..., qué pasa? —preguntó ansioso.

—Un comunicado de Coruscant vía rayo denso —dijo el miembro de la tripulación. Escuchó otro momento y agregó lleno de escepticismo—: ¡Señor, los separatistas han invadido el planeta!

Obi-Wan lo contempló boquiabierto.

Sobre él, Anakin levantó la cara hacia el techo y emitió un largo gruñido.

—¿Por qué el destino siempre se ceba en las personas que son importantes para mí?

—Yo...

—¡Jefe de escuadrilla! —cortó Anakin—. ¡Recargue y rearme de inmediato nuestros cazas estelares!

53

G
rievous les llevaba una buena ventaja.

Sentado en el sillón del copiloto de un crucero de la República, Mace asumió que no podrían interceptar al trasbordador antes de que abandonase la atmósfera de Coruscant. Y puede que tampoco antes de que se encontrara dentro del abrazo protector de la flota separatista.

No obstante, los cazas estelares convocados a toda prisa harían todo lo posible por que no fuera así.

Teniendo acceso a los códigos de alta seguridad, Grievous podía haber trazado una ruta particular de lanzamiento para el trasbordador. Pero, al hacerlo, corría el riesgo de ser detenido por una simple desactivación de la ruta, o mediante un rayo tractor. Por ello, había preferido acogerse a la protección que le proporcionaba el tráfico estelar de una de las rutas públicas autonavegables.

La policía, el Gobierno y los vehículos de emergencia podían utilizar las líneas de viaje libre que corrían paralelas a las rutas autonavegables, pero, pese a esa ventaja, Mace y el crucero de Kit todavía estaban a varios kilómetros de distancia del trasbordador. Bajo ellos, inmensas zonas de oscuridad manchaban la perfección del circuito lumínico normal del lado nocturno de Coruscant.

Al trasbordador le beneficiaba que las naves que lo rodeaban fueron obligadas por los sistemas de antenas direccionales de los rayos tractores orbitales a adquirir una velocidad estándar de lanzamiento. Y la nave de tres alas se beneficiaba aún más de que Grievous fuera tan hábil pilotando manualmente una nave como manejando los sables láser. Cada vez que los cazas estelares intentaban rodearla. Grievous metía al trasbordador entre otras naves, obligándolos a realizar espirales a través del intenso tráfico, provocando colisiones o recurriendo a las armas ligeras del vehículo si le parecía imprescindible.

Recién llegados a Coruscant, Agen Kolar, Saesee Tiin y Pablo-Jill habían estado a punto de incapacitar al trasbordador dos veces, pero Grievous logró evadirlos utilizando los cañones láser de su nave para destruir sendos transpones y esparcir la carga tras ellos. Y el escudo y el blindaje del trasbordador absorbía el impacto de las explosiones incluso cuando los tres Jedi lograban acercarse lo bastante para lanzarle descargas que pudieran desactivarlo.

A medida que la persecución llegaba al limite del campo gravitatorio, los pilotos Jedi ejecutaban maniobras que no se habrían atrevido a intentar en las capas bajas de la atmósfera. Los cazas serpenteaban entre las naves, disparando contra el trasbordador en cuanto tenían oportunidad, chamuscándole alas y cola, intentando sobrecargar el generador del escudo. Grievous era incapaz de igualar su maniobrabilidad, pero su respuesta a los ataques era disparar contra cualquier vehículo inocente que tuviera a la vista, obligando a los Jedi a retroceder una vez más.

Cuando atravesaba la cubierta gaseosa de Coruscant, la ruta autonavegable se ramificaba como la copa de un árbol. Los impulsores llamearon cuando las naves civiles en peligro tomaron nuevas rutas para distanciarse de la refriega. Pero con el espacio entrecruzado por los rastros de plasma y las brillantes explosiones, la huida apenas era una opción. Aun así, muchas naves intentaban seguir la curva gravitatoria hacia el hemisferio iluminado de Coruscant, otras buscaban la seguridad de sus lunas, y otras más se dirigían hacia los puntos de salto más cercanos.

Salvo el trasbordador, que aceleró directamente hacia el buque insignia de Grievous.

Lanzado a toda potencia hacia el crucero. Kit Fisto se unió a los tres cazas Jedi en su carrera en pos del trasbordador. Por entonces, varias fragatas y corbetas republicanas se desviaban ya de la batalla principal para ayudar a interceptarlo.

Pese a sus malos presentimientos anteriores, Mace creyó por un instante que podrían conseguirlo.

Entonces vio con desaliento cómo quinientos cazas droide procedentes de los enormes brazos curvos de un acorazado de la Federación de Comercio llegaban para proteger al trasbordador en su vuelo hacia la libertad.

Padmé, Bail y Mon Mothma seguían las últimas noticias por el monitor de la HoloRed del centro comercial de Embassy, en medio de una multitud de varios centenares de seres congregada en la plaza Nicandra. Al confirmarse los primeros rumores acerca del secuestro del Canciller Supremo Palpatine, la pregunta que se hacían todos los presentes era: "¿Cómo hemos podido llegar a esto en sólo tres años?"

Los ejércitos del caos estaban en la órbita estacionaria de Coruscant, y su prisionero era el amado líder de la República Galáctica. Para muchos, lo que antes sólo había sido una abstracción pasaba a ser tina cruda realidad contemplada en directo por todo Coruscant y por la mitad de la galaxia.

No obstante, a medida que el tiempo pasaba, Padmé empezó a notar un cambio en la muchedumbre. Aunque se estaba celebrando una batalla decisiva, y bastaba ver los fuegos artificiales en su propio cielo nocturno para comprobarlo, la mayoría de los habitantes de Coruscant prefería mirar las imágenes en tiempo real. De esa forma era casi como mirar un excitante drama de la HoloRed.

¿Serían capaces los cazas estelares de alcanzar al trasbordador donde Palpatine era prisionero del monstruoso ciborg? ¿Podría explotar el trasbordador o el buque insignia que era su destino? ¿Qué le ocurriría a la República si moría el Canciller Supremo o Coruscant era ocupado por decenas de miles de droides de combate? ¿Acudirían al rescate los Jedi y su ejército de clones?

Cuando Padmé no pudo seguir aguantando las imágenes tridimensionales y los comentarios del público, se abrió paso, intentando llegar hasta el perímetro de la multitud. Cuando lo consiguió, se apoyó en una baranda al borde de la plaza y alzó sus ojos al cielo.

Anakin, se dijo a sí misma, como si pudieran comunicarse mentalmente.

Anakin.

Las lágrimas corrieron por sus mejillas, y se las enjugó con el dorso de la mano. Ahora, su tristeza era personal, no por Palpatine, aunque su secuestro la siguiera afectando. Lloraba por el futuro que habrían podido compartir los dos. Por la familia que podrían haber formado. Deseó, más que nunca, no haber jugado un papel destacado en los acontecimientos que dieron origen a la guerra, sino haber sido simplemente un espectador más.

Vuelve a casa antes de que sea demasiado tarde.

Vio a C-3PO en compañía de un droide plateado de protocolo, que poco después desapareció entre la muchedumbre.

—¿De qué hablabais, Trespeó? —preguntó, cuando éste se le acercó. —Un encuentro de lo más curioso, señora —respondió C-3PO—. Creo que ese droide tan brillante se considera una especie de vidente. Padmé lo miró extrañada.

—¿En qué sentido?

—Me ha dicho que huya mientras pueda, que llegan tiempos oscuros y que la línea que separa el bien del mal se hará borrosa. Que lo que parece bueno demostrará ser malo, y que lo que parece malo, demostrará ser bueno.

Sintiendo que no había terminado. Padmé esperó. Los fotorreceptores de C-3PO se enfocaron en ella.

—Me ha dicho que, si me ofrecen un borrado de memoria, debería aceptarlo. Porque la única alternativa sería vivir el resto de mis días en el miedo y la confusión.

54

E
l trasbordador de tres alas se arrastró, acosado por los disparos láser, hacia el hangar del
Mano Invisible
. Grievous había mantenido el rumbo mientras se formaba un plan de contingencia en su mente. Escuadrillas de cazas droide de la Federación de Comercio habían abierto camino al trasbordador a través de las zonas de intenso combate, pero la pequeña y vulnerable nave seguía sin estar a salvo. Muchos de los apasionados perseguidores de Grievous se encontraban tan ocupados defendiéndose, que ya no representaban ninguna amenaza, pero tres cazas habían conseguido mantenerse cerca del trasbordador y lo acosaban continuamente con disparos controlados.

La persecución en el campo de gravedad y el retorcido vuelo hasta el crucero había castigado a la nave. El motor sublumínico gemía, protestando, el escudo estaba peligrosamente debilitado y las armas sin munición. Al no saber en qué lugar de la nave se encontraba Palpatine, los pilotos del trío de cazas tenían mucho cuidado al disparar sus láseres, pero cada impacto dañaba un poco más a los estabilizadores y al generador del escudo. El plasma de las defensas del
Mano Invisible
sólo los había incitado a acercarse aún más al trasbordador para utilizarlo de la misma manera que Grievous utilizaba a Palpatine...: como escudo protector.

La voz mecánica de un droide de control se escuchó en los altavoces de la cabina del trasbordador.

—General, ¿desea que despleguemos tri-cazas contra sus perseguidores?

—Negativo —respondió Grievous—. Reservadlos para cuando sean realmente necesarios. Seguid con los cañones.

—General, nuestros ordenadores sugieren que, al estar tan cerca, el fuego de nuestros cañones podría afectar al trasbordador.

Grievous no lo dudó. El casco temblaba bajo cada andanada del crucero.

—Preparad el rayo tractor —ordenó, tras pensárselo un momento—. Enfocadlo sobre nosotros cuatro. Una vez nos hayáis atrapado, llevadnos hasta el hangar..., aunque arrastréis también a los cazas. Que nos esperen los droides de combate, por si fueran necesarios.

—Sí, general.

Grievous giró su asiento hacia Palpatine, atado en un sillón de aceleración entre dos MagnoGuardias. El Canciller Supremo había sido inesperadamente dócil desde que dejaron el búnker, aunque a veces recriminase a Grievous sus
menos-que-perfectas
habilidades como piloto.

—¡Estúpido, vas a matarnos a los dos! —le había gritado repetidamente.

¿Qué creía Palpatine que le esperaba a bordo del
Mano Invisible
?
, se había preguntado Grievous.
¿Se engañaba creyendo que Lord Sidious y Lord Tyranus buscaban únicamente cobrar un rescate? ¿Creería qué escaparía de alguna manara y conseguiría volver a Coruscant?

Una vez más, Grievous se cuestionó la innecesaria complejidad de los planes del Señor Sith. ¿Por qué no matar a Palpatine cuanto antes? Si no tuviera sus órdenes...

—¿Así que recibe órdenes? —se había burlado Palpatine.

¿Cuál de ellos era el lacayo?

—Sujétese, Canciller —dijo Grievous, volviendo a la realidad—. Esto puede ser duro.

Palpatine sonrió con desprecio.

—Con usted a los mandos, estoy seguro.

En cuanto Grievous volvió a mirar por la ventanilla, vio que los cañones delanteros del
Mano Invisible
escupían gotas de fuego. Dos de los pilotos de los cazas debían haber presentido algo, porque prácticamente se pegaron al trasbordador. Sacudida por las explosiones, la nave dejó partes de sí misma flotando en el espacio, y todos los sistemas fallaron. Uno de los cazas voló en pedazos, pero los otros dos perdieron poco más que sus alas.

El rayo tractor hizo presa en el trasbordador.

Y en los dos cazas estelares supervivientes.

Grievous pensó ordenar que vaciaran de aire el hangar. En alguna parte del trasbordador encontrarían un traje extravehicular para Palpatine. Pero el Canciller Supremo ya tenía bastantes problemas con el fallo de los sistemas vitales.

Grievous tendría que encargarse de los pilotos de los cazas en cuanto las naves quedasen libres del rayo tractor.

Apenas habían cruzado las tres naves el campo de contención del hangar, cuando cargas explosivas volaron las capotas de los cazas, y dos Caballeros, Jedi saltaron a cubierta empuñando sus sables y desviando los láseres disparados por los droides de combate mientras corrían hacia el trasbordador. Antes de que éste tocara tierra, uno de los Jedi ya había clavado su resplandeciente hoja azul en la compuerta de estribor.

Grievous corrió hacia popa a través del espeso humo, pero no se le pasó por alto la expresión burlona de Palpatine.

—Sorpresa, sorpresa, general.

El ciborg sólo se detuvo un instante para replicar:

—Veremos quién es el sorprendido.

Vio cómo la hoja del sable láser se retiraba. Pero cuando cargó contra la compuerta y cayó sobre cubierta, los Jedi ya se habían trasladado al lado opuesto de la nave. Y plantaron cara contra los dos sables láser que Grievous sacó del interior de su capa, incluso mientras seguían desviando los disparos de los droides.

El duelo se entabló a través de todo el hangar. Los droides de combate bajaron sus armas por miedo a herir a Grievous. Estos Jedi eran más hábiles que los del búnker, pero no lo bastante como para vencerlo. Los cuatro sables sisearon en el aire reciclado, bañando los bruñidos mamparos con luz cruda y grandes sombras.

Un Jedi lo flanqueó y atacó.

Grievous esperó hasta el último momento para ordenar a sus piernas que lo alzasen unos cuantos centímetros. Entonces, extendió sus sables láser hacia los lados, ligeramente orientados hacia abajo. Desviando las estocadas de sus adversarios, las hojas de Grievous agujerearon los pechos de ambos. Retrocedieron trastabillando y con la cara demudada por la sorpresa. La clase de sorpresa que sólo proporciona la muerte.

Algunos droides de combate se acercaron, casi atropellándose por la avidez.

—Arrojad los cadáveres al espacio —ordenó Grievous—. Elegid una ruta donde la República puede echarles un buen vistazo.

Palpatine esperaba junto a la rampa de abordaje del trasbordador, diminuto entre dos MagnoGuardias.

—Lleváoslo —dijo Grievous secamente.

Levantando a Palpatine por los sobacos, los droides siguieron a Grievous por el crucero y por un pórtico ovalado opalescente hasta un camarote grande en el que podía verse una mesa rodeada de sillas. El ciborg ordenó a los guardias que colocasen al Canciller Supremo en tina silla giratoria situada en la cabecera de la mesa y que le esposasen las manos.

Other books

When We Meet Again by Kristin Harmel
Chain of Custody by Anita Nair
Magic Steps by Pierce, Tamora
Manhunt by James Barrington
A Knot in the Grain by Robin McKinley
See Jane Run by Hannah Jayne
Innocent Monster by Reed Farrel Coleman


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024