Read El Cortejo de la Princesa Leia Online
Authors: Dave Wolverton
Augwynne consiguió que la anciana soltara la mano de Isolder, y sacó a los hombres de la habitación haciéndoles salir a toda prisa.
—Ve el futuro, ¿verdad? —preguntó Luke.
Augwynne asintió mecánicamente. Isolder se sentía extremadamente incómodo, pues si la anciana era capaz de ver el futuro y no se había equivocado, Gethzerion le mataría en algún momento de los próximos días.
—A veces se pierde en él con tanta facilidad como se pierde en el pasado —dijo Augwynne.
—¿Qué más te contó sobre mí? —preguntó Luke.
—Dijo que se dejaría morir después de que vinieras —respondió Augwynne en voz baja—. También dijo que tu llegada significaría el final de nuestro mundo.
—¿Y qué quería decir con eso? —preguntó Luke.
Pero Augwynne se limitó a menear la cabeza y fue hacia la chimenea. Su sirviente echó un poco de sopa dentro de su bol. Luke debía haber visto el miedo en el rostro de Isolder, porque le puso la mano en el hombro.
—No te preocupes —le dijo—. Lo que Rell vio no es más que un futuro posible. Nada está escrito, Isolder. Nada está escrito...
Después de almorzar, Teneniel llevó al grupo hasta donde les esperaban sus monturas. El sol del mediodía no parecía calentar mucho, pero los rancors ya se estaban bañando en los estanques que había debajo de la fortaleza y se habían escondido en el fondo dejando asomar sólo sus fosas nasales.
Algunos chicos de la aldea estaban gritando órdenes a los rancors, y cuatro de ellos no tardaron en salir del agua. Los chicos se dispusieron a ponerles petos, y alzaron con bastante dificultad la gruesa coraza hecha de trozos de hueso y fragmentos de armadura unidos entre sí con piel de whuffa. En cuanto les hubieron colocado aquellos protectores, los chicos treparon hasta las placas de hueso de las cabezas de los rancors y ataron las sillas. Las sillas estaban situadas en una depresión no muy profunda que había justo delante de la placa de la cabeza, y eran mantenidas en su sitio mediante cuerdas atadas a los colmillos de las bestias que después pasaban por entre sus fosas nasales terminando en las protuberancias óseas que brotaban encima de la placa de la cabeza. Cada montura llevaba dos sillas.
Leia escogió montar en una vieja hembra, una líder de la manada llamada Tosh sobre cuya piel marrón llena de verrugas crecían los liqúenes y un musgo de un color verde claro. Han le dio un empujón para que Leia pudiera trepar por los nudosos brazos de la hembra hasta llegar a las placas de hueso de su hombro y acabar saltando a la silla. Después Han ayudó a Isolder y Luke a colocar los androides en una de las monturas y asegurarlos con cuerdas. Llevarse consigo a los androides les crearía algunas dificultades, pero necesitarían los sensores de Erredós.
En cuanto hubieron terminado, Teneniel trepó a una montura y Chewie a otra. Han fue hasta la montura de Leia y empezó a buscar algún asidero para trepar, pero Luke fue corriendo hacia él.
—Eh... Verás, Han, esperaba que podría ir con Leia —le dijo—. Ha pasado mucho tiempo desde que nos vimos por última vez, y quería ponerme al corriente... Ya sabes, hablar de unas cuantas cosas con ella.
Leia captó una tensión nada usual en Luke.
—Ni lo sueñes, amigo —dijo Han—. Leia es mía, ¿entiendes? ¿Por qué no montas en ese rancor de ahí? —Movió la cabeza señalando a Teneniel—. Esa chica está loca por ti.
—¿Ella? —replicó Luke—. Oh, creo que son imaginaciones tuyas.
Luke se ruborizó y Leia lo comprendió todo de repente: Luke no se atrevía a ir con Teneniel, pero Leia podía sentir que estaba siendo impulsado en dos direcciones distintas a la vez. La chica le gustaba bastante, pero no quería estar cerca de ella.
—Vamos, no puedes decirme que no te has fijado en ella y esperar que te crea, ¿verdad? —dijo Han—. Quiero decir que... Bueno, esa chica está pero que muy bien construida.
—Sí, ya me he dado cuenta de ello —respondió Luke con un hilo de voz.
—¿Y entonces cuál es el problema? ¿Me estás diciendo que no quieres saber nada de ella? —preguntó Han con incredulidad.
—Nuestros mundos son tan distintos...
—Pero tenéis mucho en común. Los dos habéis nacido en planetas bastante raros y alejados de todo. Los dos tenéis poderes extraños. Tú eres un hombre y ella es una mujer. ¿Qué más necesitas? Créeme, amigo, si estuviera en tu lugar, iría en línea recta hacia ella y le preguntaría si quiere montar en mi rancor.
—Bueno, quizá tengas razón —dijo Luke.
Leia pudo sentir cómo una parte de la tensión abandonaba a Luke. Han casi había logrado convencerle.
—De acuerdo, si no quieres pedirle que monte contigo, entonces quizá debería pedirle que montara conmigo —dijo Han, y alzó la mirada hacia Leia.
—¡Oh, qué infantil eres! —exclamó Leia—. Estás intentando ponerme celosa, ¿eh? Bueno, pues ese viejo truco no te va a funcionar.
—Eh, te recuerdo que aquí el rechazado soy yo —dijo Han—. Si quieres montar con Su Alteza Isolder, tienes todo el derecho del mundo a hacerlo. —Saludó con la mano a Isolder, quien estaba de pie al lado del rancor de Teneniel—. Pero si decido buscar a alguna hermosa joven para que me consuele mientras voy haciendo colección de calabazas, ¿por qué debería importarte eso?
—No me importa... mucho —dijo Leia—. No eres tú el que me preocupa. ¡Sencillamente no quiero que utilices a otra mujer de esa manera!
—¿Yo? —exclamó Han.
Extendió los brazos y se encogió de hombros en un gesto de incredulidad. Después se volvió hacia Teneniel, pero Luke ya estaba trepando al rancor para sentarse junto a ella. Isolder se había dirigido sigilosamente hacia la montura de Leia, y trepó a toda velocidad por ella para saltar a la silla al lado de Leia.
—Qué lastima, general Solo —dijo Isolder dándole una palmadita a Leia en la rodilla—. Parece que tendrá que montar junto a su peludo amigo el wookie... Pero sé que eso no le molestará, teniendo en cuenta lo bien que se llevan el uno con el otro.
Han fulminó con la mirada a Isolder, y a Leia no le gustó nada la expresión que había en sus ojos. El día no mejoró mucho a partir de aquel momento.
Empezaron avanzando por un sendero que cruzaba la Montaña del Cántico para que los rancors no tuvieran que bajar por un risco de cien metros de altura. Los rancors demostraron ser unas monturas pésimas en muchos aspectos: cuando un rancor miraba a su alrededor, toda la placa de la cabeza de la criatura se movía hacia la derecha o la izquierda o subía y bajaba, dependiendo de la dirección en la que mirase. Si caminaba erguido, su paso torpe y contoneante tendía a crear una cantidad de vibraciones y sacudidas suficiente para hacer caer de la silla a un jinete que no se mantuviera muy atento, y cuando se ponía a cuatro patas y avanzaba a través de la espesura, el mero hecho de mantenerse encima de la silla ya era toda una proeza. En conjunto, montar un rancor demostró no tener nada que envidiar en cuanto a cansancio a los esfuerzos físicos más duros de la experiencia de Leia, pero al anochecer ya se había convencido de que no se podía viajar por las montañas a menos que se contara con uno.
En dos ocasiones llegaron a grandes desfiladeros que incluso un escalador experimentado habría temido atravesar, pero los rancors se limitaron a hundir sus enormes garras en los viejos orificios y asideros tallados en los riscos y subieron y bajaron por los muros de piedra sin ninguna dificultad. Durante una de esas escaladas, el rancor de Han desprendió un peñasco que estuvo a punto de aplastar a Isolder. El príncipe alzó la mirada hacia Han, y Han intentó disculparse con una débil sonrisa y un «Lo siento».
—¡Tal vez no lo sientas lo suficiente! Si no puedes robármela, ¿no estarás pensando en asesinarme? —preguntó Isolder apretando las mandíbulas.
—Han nunca haría eso. Sólo ha sido un accidente —le aseguró Leia, pero el príncipe siguió observando a Han con el ceño fruncido a pesar de sus palabras.
Isolder guardó silencio durante un buen rato, pero lo rompió cuando su rancor se había adelantado bastante a los demás.
—Sigo sin comprender por qué viniste aquí con Han de esa manera tan repentina —murmuró.
No dijo nada más y no intentó obtener ninguna respuesta de Leia, pero su tono indicaba con toda claridad la frustración que sentía y exigía una respuesta, una respuesta que Leia no quería darle.
—¿Realmente te parece tan extraño que me marchara sin dar explicaciones con un viejo amigo como Han? —preguntó Leia, esperando poder cambiar de tema.
—Sí —dijo Isolder con bastante vehemencia.
—¿Por qué? —preguntó Leia.
—Tiene un temperamento bastante insoportable... —dijo Isolder con voz cautelosa, como si estuviera pensando cada palabra antes de pronunciarla.
—¿Y?
—Es un matón maleducado —concluyó Isolder—. No es lo bastante bueno para ti.
—Comprendo —dijo Leia, intentando impedir que la ira que estaba empezando a sentir se le notara en la voz—. Así pues, el príncipe de Hapes opina que el rey de Corellia es un matón maleducado con un temperamento bastante insoportable, y el rey de Corellia opina que el príncipe de Hapes es una basura. Sí, me parece que tardaréis mucho tiempo en formar una sociedad de admiración mutua...
—¿Me llamó «basura»? —exclamó Isolder, y la sorpresa resultaba evidente en sus rasgos.
Un instante después llegaron a una zona de vegetación muy frondosa en la que un hombre habría necesitado horas para abrirse paso incluso con una vibro-hoja, pero los rancors se limitaron a atravesar el follaje sin reducir la velocidad. La montura de Isolder avanzó por entre un grupo de árboles. Isolder sujetó una rama para impedir que arañase a Leia, y después la soltó de repente con el resultado de que la rama salió disparada hacia Han y Chewbacca.
—¡Eh, cuidado! —gritó Han.
Isolder le sonrió.
—Quizá debería estar más atento a lo que le rodea, general Solo —dijo—. Nos ha llevado a un planeta muy peligroso que parece estar lleno de toda clase de basura viscosa.
El rostro de Han se oscureció.
—¡No estoy preocupado! —dijo—. Puedo cuidar de mí mismo.
Siguieron avanzando durante la mayor parte de la tarde sin incidentes. Quizá estaban demasiado cansados para discutir. Leia podía oír cómo Luke y Teneniel hablaban en voz baja. Luke la estaba instruyendo en los secretos de la Fuerza, y la chica le contaba cómo había cazado a una bestia con cuernos a la que llamaba drebbin en aquellas mismas montañas. Al parecer las criaturas se alimentaban de rancors, aunque a Leia le resultó bastante difícil imaginarse cómo conseguían cobrar semejantes presas.
A última hora de la tarde llegaron a un río de montaña lleno de rápidos que rugían estruendosamente, y los rancors saltaron a sus aguas y nadaron con largas brazadas. Sus colas flotaban detrás de ellos, y la única parte de su cuerpo que quedaba por encima del nivel del agua eran sus fosas nasales. Leia empezó a canturrear distraídamente, se dio cuenta de que estaba canturreando el estribillo
«Han Solo,/¡menudo hombre!/Solo»,
y se calló de repente sintiéndose bastante incómoda.
Han hizo avanzar su rancor hasta colocarlo junto al de Isolder y Leia, y la miró con una sonrisa de oreja a oreja. Los rancors nadaron el uno al lado del otro durante un momento, y después la corriente empujó al rancor de Han haciendo que chocara con el suyo. Isolder respondió haciendo girar a su rancor y empujándolo contra el de Han, con el resultado de que durante un momento los dos rancors nadaron hombro con hombro estorbándose el uno al otro.
Leia fulminó con la mirada a Isolder y Han.
—¡Estaros quietos de una vez! —gritó.
—¡Ha empezado él! —chilló Han.
Isolder golpeó las aguas con las riendas salpicando a Han.
Teneniel empezó a canturrear detrás de ellos, y un chorro de agua brotó del río y alzó un remolino de espuma marrón a cuarenta metros por los aires. El remolino avanzó hacia el grupo y se desplomó de repente dejando empapados a Isolder y Han. Luke y Chewbacca se echaron a reír, y Leia se volvió hacia la bruja y le sonrió.
—Muchas gracias —dijo—. Quizá algún día puedas enseñarme ese hechizo.
Leia experimentó una repentina sensación de felicidad y deseo, y comprendió que había captado las emociones de Luke. Leia estaba segura de que Luke nunca había sentido algo parecido hacia una mujer con anterioridad, y le guiñó el ojo.
—Acamparemos pronto —dijo Teneniel cuando los rancors hubieron salido del río. Erredós había desplegado el plato de su antena—. Las cavernas están bastante cerca de aquí.
—Erredós no está captando ninguna señal de los imperiales, pero sí ha detectado un nivel considerable de comunicaciones radiofónicas por encima del planeta —dijo Cetrespeó.
Sus ojos dorados brillaban con un resplandor nada natural contra el fondo oscuro del follaje del bosque.
—¿Qué está pasando? —preguntó Luke, y Erredós empezó a emitir silbidos y pitidos.
—Parece ser que varios Destructores Estelares imperiales acaban de salir del hiperespacio muy cerca del planeta, señor —le informó Cetrespeó—. Erredós está intentando contar las naves. Hasta el momento ha detectado señales procedentes de catorce naves distintas.
Leia lanzó una mirada nerviosa al cielo a pesar de que aún había demasiada luz para poder distinguir una nave espacial.
—No debería haber traído un Dragón de Batalla hapaniano a Dathomir —dijo Isolder—. Después de nuestro pequeño ataque, sólo les quedaban dos opciones: reforzar las defensas o largarse. Parece que su plan consiste en traer refuerzos.
Leia estuvo a punto de preguntar cuáles eran las probabilidades de que los hombres de Zsinj detectaran su presencia en el planeta, pero decidió que sería mejor no hablar del tema. No quería dar ningún motivo de preocupación a los otros miembros de grupo, por si se daba la casualidad de que no se les hubiera ocurrido pensar en ello. Pero cuando miró a Han, las arrugas de su frente le revelaron lo que estaba pensando. Los centinelas de la prisión ya habían comunicado su nombre por la radio, y eso quería decir que podían apostar a que los hombres de Zsinj sabían que Han estaba vivo y que se encontraba en Dathomir. Aparte de eso, había una recompensa por la cabeza de Han, como la había por la de cualquier oficial valioso de la Nueva República. La única pregunta a responder era si Zsinj estaba lo suficientemente interesado en él como para quebrantar su propio interdicto y enviar una nave al planeta.
Leia miró a Isolder.