Read El Cortejo de la Princesa Leia Online
Authors: Dave Wolverton
Teneniel subió a la carrera los escalones y atravesó corriendo las estancias bajo la luz chisporroteante de las antorchas, dejando atrás los tapices descoloridos de hermanas de clan muertas hacía ya mucho tiempo, y acabó doblando la esquina de la cámara del último nivel en la que habían metido el
Halcón.
Las Hermanas de la Noche estaban acurrucadas delante de ella, doce siluetas encapuchadas que murmuraban sus hechizos con las manos extendidas. Habían abierto una enorme grieta en el muro norte, y el torbellino seguía desgarrando los bordes del agujero.
Las Hermanas de la Noche enviaron al
Halcón
hacia la tormenta flotando sobre un campo de la Fuerza. Media nave ya estaba fuera de la grieta del muro, suspendida en el vacío. La escotilla estaba cerrada. Al otro lado de la sala, una Hermana de la Noche se había inclinado sobre el cuerpo inmóvil de Isolder y le estaba atando las muñecas, incapaz de resistir el impulso de robar a un esclavo tan apuesto.
Teneniel se detuvo y se apoyó en la pared para pensar. No podía enfrentarse a tantas Hermanas de la Noche, y si intentaba impedirles que se apoderasen del
Halcón
rompiendo su concentración en el hechizo, lo único que conseguiría con ello sería que la nave se precipitara por la grieta del muro y se despeñara por los acantilados. Ni siquiera su poderoso don, la capacidad de mover objetos, permitiría que Teneniel lograra salvar un objeto tan pesado de la destrucción y luchar con las Hermanas de la Noche al mismo tiempo.
Su única esperanza era que Leia y Han estuvieran a salvo escondidos dentro de la nave. Teneniel desplegó sus pensamientos e intentó establecer contacto con Leia.
—Por favor... —susurró—. Enciende los motores...
Tragó una honda bocanada de aire, giró sobre sí misma y atravesó corriendo la sala mientras canalizaba la Fuerza hacia Isolder, utilizándola para hacer levitar su cuerpo inconsciente. Apartó a su captora de un empujón, le agarró y saltó por encima del parapeto de piedra protegiendo a Isolder con su cuerpo.
Los motores del
Halcón
escupieron llamas, llenando la sala de fuego blanco. Las Hermanas de la Noche aullaron al verse envueltas en aquel infierno, pero Teneniel canalizó la Fuerza y permitió que las llamas fluyeran a su alrededor. El
Halcón
salió disparado a través de las nubes de humo marrón.
Teneniel cayó al suelo. Las llamas la habían quemado y habían chamuscado sus ropas, pero lo que experimentaba era mucho más dolor que una verdadera sensación de haber sufrido graves daños físicos.
Las llamas habían destrozado las estancias. Un estante de pergaminos ardía en un rincón, y los tapices de las hermanas de clan del pasado humeaban y echaban chispas. Sólo una Hermana de la Noche había sido lo suficientemente fuerte como para sobrevivir al fuego aunque había quedado muy aturdida, y se estaba arrastrando a cuatro patas por el suelo con el cabello chamuscado y el rostro enrojecido como si hubiera estado demasiado rato al sol.
Leia pilotó el
Halcón
a través de las nubes de polvo y cascotes creadas por la tormenta de la Fuerza. Habían estado trabajando desesperadamente para dejar los generadores del campo antiimpactos montados y en condiciones de funcionar, y aun así ni siquiera habían conseguido colocar el primer generador en su montura. La gravilla que chocaba con las protuberancias sensoras del
Halcón
estaba empezando a afectarlas seriamente, pero Leia no se atrevía a tratar de elevarse por encima de la tormenta. Los destellos y relampagueos de la electricidad estática, el hollín y toda la basura que se había acumulado en el cielo eran lo único con que contaba para protegerles e impedir que fueran detectados por las naves de guerra de Zsinj que flotaban por encima de la atmósfera.
Trazó un círculo sobre la fortaleza y lo repitió. Desde aquella altura podía ver el sol asomando a través de la tormenta, por lo que cruzó el valle volando a baja altura por debajo de la fortaleza. Han subió corriendo de la bodega.
—¿Qué le estás haciendo a mi nave? —gritó—. ¡No puedes seguir mucho rato dentro de esta tormenta!
Se dejó caer en el asiento del copiloto, y el
Halcón
siguió avanzando a baja altura por encima del valle. Erredós lanzaba silbidos y pitidos en la parte de atrás, y Cetrespeó no tardó en aparecer.
—¡Buenas noticias, Su Alteza! ¡Ya he echado todo el líquido refrigerante en los depósitos de los generadores de hiperimpulso, rey Solo!
—Estupendo, Cetrespeó —masculló Han—. ¿Se te ocurre alguna manera de acabar con esta tormenta?
—Tendré que ponerme a trabajar en ello —respondió Cetrespeó.
Leia bajó la vista hacia el suelo y los campos cultivados del clan de la Montaña del Cántico. Una docena de caminantes imperiales y unas dos docenas de Hermanas de la Noche estaban avanzando delante de ellos, justo en el límite de su visión. Han también las vio.
—Oh, chico, cómo odio tener que cargarme un camino tan precioso... —dijo Han mientras lanzaba sus torpedos protónicos.
Leia cruzó los dedos, y esperó que los escudos de energía fueran capaces de aguantar la detonación.
Los torpedos protónicos estallaron creando un campo de blancura cegadora, y Leia desvió la mirada. Un trueno increíble hizo temblar la nave y creó un sinfín de ecos que retumbaron una y otra vez entre las colinas. Cuando la luz se hubo debilitado lo suficiente para que Leia pudiera volver a ver, chorros de hollín y gravilla empezaron a caer del cielo, largas tiras de cascotes y restos que relucían bajo los rayos de sol matinal como cascadas doradas.
Han soltó un alarido de triunfo y se echó a reír mientras deslizaba los dedos por entre sus cabellos despeinados, y durante un momento que pareció durar una eternidad Leia fue consciente de que acababan de asestar un golpe terrible al enemigo. La tormenta de la Fuerza ya había terminado. Los torpedos de Han habían eliminado a algunos de los talentos más poderosos con que contaban las Hermanas de la Noche.
Teneniel estaba empezando a levantarse en la sala de la fortaleza cuando toda la montaña tembló de repente sacudida por una gigantesca explosión, y un grito de victoria brotó del valle debajo de ella. La tormenta de la Fuerza se desvaneció tan deprisa como había surgido, y el hollín y los escombros empezaron a caer del cielo como torrentes de suciedad; pero Teneniel pudo ver aparecer el sol por encima de los residuos que manchaban las nubes, y distinguió el hilo de oro que indicaba el lugar donde la tierra se encontraba con el cielo.
Teneniel se arrastró hasta la Hermana de la Noche caída en el lugar donde se habían estado llevando a cabo las reparaciones del
Halcón,
y la arpía alzó la mirada hacia ella e hizo un débil intento de murmurar un hechizo, pero volvió a derrumbarse. Teneniel le dio la vuelta hasta dejarla acostada sobre la espalda y la miró a los ojos. La Hermana de la Noche se encogió, obviamente asustada. Su respiración entrecortada entraba y salía con un jadeo ahogado de sus pulmones quemados, y se iba debilitando por momentos. Había estado de pie en el peor sitio posible, justo detrás de las toberas del
Halcón
cuando se encendieron los motores.
—No te preocupes —dijo Teneniel mientras acariciaba su rostro manchado de hollín—. No te haré daño... Hoy ya he matado a demasiadas mujeres de tu hermandad. No sé lo que me harás después y no me importa, pero quiero que tengas esto.
Teneniel clavó la mirada en aquella horrible mujer, una víctima de su propia maldad, y canalizó los últimos restos de sus fuerzas, concediéndole la vida suficiente para que la Hermana de la Noche pudiera sobrevivir si disponía del tiempo y los cuidados necesarios.
Han alzó la vista hacia los chorros de claridad solar que caían del cielo y sintió que el corazón le daba un vuelco dentro del pecho. Durante un momento pensó que habían vencido.
Y después vio florecer la oscuridad. Un círculo de negrura apareció sobre el horizonte, y luego surgió otro junto a él y otro más, como si el cielo hubiera estado iluminado por diez mil globos de luz y de repente alguien hubiera empezado a apagarlos uno por uno.
Treinta segundos después, el
Halcón Milenario
se hallaba suspendido bajo un cielo desprovisto de luz. Sólo las llamas de los campos y las cosechas incendiadas iluminaban el suelo debajo de ellos. Chewbacca rugió y meneó la cabeza en un gesto de frustración impotente mientras sus ojos desorbitados miraban frenéticamente a un lado y a otro.
—¡Socorro, rey Solo! —gritó Cetrespeó con voz apremiante—. Mis fotorreceptores están captando un acontecimiento asombroso: ¡el sol de Dathomir parece estarse apagando!
—No me digas... —murmuró Han.
—Eh, ¿qué pasa ahora? —preguntó Leia, y su tono de voz delataba el nerviosismo que sentía.
—Algo tan enorme que está más allá incluso del poder de las Hermanas de la Noche —respondió Han con una terrible certeza, y alzó la mirada hacia la bóveda de noche oscurísima que acababa de aparecer sobre ellos.
Han hizo descender el
Halcón
y apagó los motores. La noche era de una negrura absoluta, y Han alzó la mirada hacia el cielo y se preguntó si le ocurriría algo a la pantalla visora. Pensó si sería conveniente darle unos cuantos puñetazos, sólo para ver lo que pasaba, pero desechó la idea y acabó volviéndose hacia los paneles sensores.
—Oh, maldita sea... —dijo—. Esa pequeña excursión tuya a través de la tormenta nos ha salido bastante cara, Leia. Los sensores están cubiertos de restos. Apenas si consigo obtener alguna lectura.
—¿Preferirías estar muerto? —preguntó Leia.
—No —admitió Han—. ¿Dónde está Isolder?
—No lo sé —respondió Leia—. Salió para colocar la ventanilla de los sensores. Creo que se encontró con las Hermanas de la Noche.
—¿Que se encontró con...? ¿Qué quieres decir con eso? ¿Le han matado?
—Yo... No lo sé. Cuando salimos de allí, Isolder había caído al suelo. Teneniel estaba con él, y me dijo que debíamos irnos.
Han la miró. Las luces de la nave revelaban las huellas del temor y la pena grabadas en su rostro. Lo que había hecho equivalía a un sacrificio humano, y Leia lo sabía.
—Será mejor que cojamos el equipo médico y volvamos —dijo Han—. Tenemos que asegurarnos de que se encuentra bien... ¿A qué distancia crees que estamos de la fortaleza?
—Tracé muchos círculos —respondió Leia—. No podemos estar a más de medio kilómetro.
Han se volvió hacia Chewie.
—Leia y yo volvemos a la fortaleza —le dijo—. Tú y Cetrespeó tendríais que tratar de montar esos generadores. Erredós, intenta conseguir algunas lecturas de sensores para informarnos de lo que está ocurriendo... Si averiguas algo, quiero enterarme al instante.
Chewie asintió con un rugido, y Han fue a coger el equipo médico, un desintegrador pesado y un casco. Entregó una linterna a Leia, y bajaron corriendo por la pasarela y empezaron a cruzar el valle.
El polvo y el hollín seguían bajando del cielo y cayendo sobre ellos, y podían ver los incendios que aún ardían en algunos lugares del valle. Al otro lado del valle, unas luces verdes en rápido movimiento indicaban la posición de cuatro caminantes imperiales que se batían en retirada con un enjambre de figuritas corriendo a su alrededor.
Leia no encendió la linterna, y siguieron corriendo a lo largo del sendero guiados únicamente por la débil luz de los incendios. Lo que había parecido un trayecto muy largo y movido a bordo del
Halcón
resultó ser sólo una breve carrera de vuelta a la fortaleza. Cuando llegaron a ella, la batalla ya había terminado.
Hombres de rostros ceñudos se agolpaban alrededor de la fortaleza con antorchas en la mano y contemplaban aquella oscuridad total con visible inquietud. Los rancors lanzaban rugidos de agonía en la escalera, y Leia encendió su linterna y deslizó el haz luminoso sobre ellos. Una docena de rancors ensangrentados yacían como otras tantas pequeñas montañas al final de la escalera, y Tosh intentaba sacar el cuerpo de su hijo de allí para llevárselo mientras lanzaba rugidos de angustia.
Han y Leia subieron corriendo por la escalera de la fortaleza, pasando a la carrera junto a los muertos. Cuando llegaron a la cámara superior, encontraron a Teneniel caída encima de una Hermana de la Noche. Leia la acostó sobre la espalda y la joven empezó a respirar profundamente, y Han la examinó. Aparte de las señales de quemaduras que había en su túnica, no consiguió encontrar ninguna herida.
—¿Dónde está Isolder? —preguntó Leia.
Teneniel no se movió. Leia examinó la sala con su linterna, y una mancha blanca resultó ser Isolder caído en un rincón. Leia fue corriendo hacia él.
Han se apresuró a traer el equipo médico, pero cuando llegó descubrió que Isolder estaba roncando. Leia le sacudió hasta despertarle, y el príncipe recobró el conocimiento de golpe.
—¿Dónde estoy? —preguntó—. ¿Qué está pasando? —Después recorrió la sala con la mirada, vio los cuerpos de las Hermanas de la Noche y pareció recordarlo todo—. ¡Vaya! —exclamó mirando a Leia—. Resulta muy agradable despertar y ver un rostro tan hermoso...
Isolder la rodeó con el brazo y le dio un rápido beso.
—Vale, vale, nada de sentimentalismos baratos —dijo Han—. Tenemos mucho trabajo que hacer.
Se asomó por la brecha del muro y vio los fuegos que ardían en el valle. Era como estar en un observatorio primitivo.
—¡Ah, estáis aquí! —gritó Augwynne.
Han se volvió. La líder del clan empuñaba una antorcha, y había varios niños apiñados junto a ella. Augwynne se movía despacio y con cierta dificultad, como si estuviera muy cansada. Leia ayudó a Isolder a levantarse, y Augwynne se inclinó para inspeccionar a Teneniel, que seguía inmóvil yaciendo en la oscuridad.
—¡Deprisa, ve a buscar a la curandera! —le dijo a uno de los niños.
—¿Qué está pasando? —preguntó Han.
Augwynne se volvió hacia la noche y asintió.
—Tenía la esperanza de que tú podrías decírmelo —murmuró—. Gethzerion se ha retirado a la ciudad. Vi las luces de su aerodeslizador alejándose a toda velocidad a través del bosque. Hay más de una docena de hermanas de nuestro clan muertas y algunas a las que no logramos encontrar, y Luke Skywalker también ha desaparecido.
Leia se sobresaltó y dejó escapar un gemido involuntario, y después recorrió la sala con la mirada como si Luke pudiera aparecer de un momento a otro en ella.