El Cortejo de la Princesa Leia (51 page)

Pensó en sus largas piernas desnudas, en el olor a tierra que desprendían las pieles que llevaba; en sus ojos color cobre de una tonalidad distinta a cualquiera de las que había visto en los ojos de las mujeres de Hapes; y en aquellos labios suaves y carnosos que tanto deseaba besar.

—¿Por qué no lo haces? —preguntó Teneniel.

—No puedo —dijo Isolder, negándose a darse la vuelta y mirarla—. No sé qué estás intentando obligarme a hacer... ¡Sal de mi mente!

—No he hecho nada —dijo Teneniel, y su voz no podía ser más franca e inocente—. Eres tú quien lo ha hecho todo. Tú y yo estamos unidos. Tendría que haberlo comprendido en el desierto cuando te vi por primera vez, porque supe enseguida que habías ido hasta aquel lugar buscando alguien a quien amar, exactamente igual que yo... Ya hace días que siento cómo la conexión se va haciendo más y más fuerte. No puedes enamorarte de una bruja de Dathomir sin que ella lo sepa..., no si ella también te ama.

—No lo entiendes —dijo Isolder—. Si intentara casarme contigo, me enfrentaría a la desaprobación pública y habría muchas repercusiones. Mis primas...

El desintegrador de Isolder crujió dentro de su funda y despidió un torrente de chispas. Isolder bajó la mirada y vio que había quedado aplastado hasta convertirse una bola de metal, y después alzó la vista y vio la ira en los ojos de Teneniel. Un vendaval cruzó la habitación, arrancó los tapices de la pared y levantó guijarros del suelo como si fuera un ciclón. El viento llevó los guijarros y los tapices hasta una grieta de la pared y los desparramó por los acantilados.

—No temo a tus primas ni a la desaprobación pública —dijo Teneniel—. Y no quiero tus planetas, Isolder. Si lo prefieres, puedes escoger un mundo neutral para que vivamos allí.

Teneniel se levantó, fue hacia Isolder, se detuvo delante de él y le miró, a los ojos. El aliento de la joven susurró en su cuello, y Teneniel se le acercó un poco más. Su cuerpo parecía estar cargado de electricidad, y cada roce era como una descarga.

El corazón de Isolder estaba latiendo a toda velocidad.

—¡Maldita seas! —murmuró apasionadamente—. ¡Estás destrozando mi vida!

Teneniel asintió. Le rodeó el cuello con los brazos y le besó, y en ese momento interminable Isolder se acordó de cuando tenía nueve años y estaba con su padre, jugando en un océano virgen del planeta Dreena, un mundo deshabitado del cúmulo de Hapes; y el beso de Teneniel le pareció tan limpio como aquellas aguas purísimas, y se llevó todas sus dudas e incertidumbres.

Isolder le devolvió el beso con salvaje pasión, y después retrocedió un poco.

—Salgamos de aquí. ¡Tenemos que darnos prisa!

Teneniel le cogió la mano derecha como para ayudarle a sostener la linterna, y bajaron corriendo por la escalera de la fortaleza.

Cuando los aldeanos le trajeron a Luke, Leia estuvo segura de que había muerto. Tenía una masa de moretones debajo de los ojos, y un tajo en la cara donde se le había secado la sangre. Los campesinos dejaron a Luke sobre la hierba, debajo de las luces de navegación del
Halcón,
y Leia le tomó el rostro entre las manos.

Luke abrió los ojos y logró sonreír.

—¿Leia? —tosió—. ¿Oí como... me llamabas?

—Yo... —Leia no quería preocuparle, y en aquellos momentos lo único que deseaba era dejarle descansar—. Estoy bien.

—No, no lo estás —dijo Luke—. ¿Dónde ha ido Han?

—Se ha entregado a Gethzerion —dijo Leia—. Gethzerion estaba tomando rehenes, había empezado a matar a los prisioneros... Han tenía que ir. Zsinj le recogerá dentro de tres horas.

—¡No! -—exclamó Luke, y trató de sentarse—. ¡Debo detenerla! ¡Vine aquí para eso!

—¡No puedes! —Leia le empujó hacia atrás con tanta facilidad como si estuviera obligando a tumbarse a un niño—. Estás herido... ¡Ahora tienes que descansar! Vive para luchar otro día.

—Deja que descanse durante tres horas —dijo Luke, y cerró los ojos y empezó a respirar profundamente—. Despiértame dentro de tres horas...

—Duerme tranquilo y ya te despertaré —dijo Leia.

Luke abrió los ojos de repente y clavó la mirada en su rostro con evidente irritación.

—¡No me mientas! ¡No tienes ninguna intención de despertarme!

Isolder apareció por detrás de la parte delantera de la nave, donde él y Teneniel habían estado haciendo un apresurado intento de quitar la tierra y los guijarros acumulados en los sensores. Isolder se puso en cuclillas junto a Luke, con Teneniel a su lado.

—Eh, amigo, Leia tiene razón... —le dijo—. Tómatelo con calma. Ahora te encuentras demasiado débil para poder hacer gran cosa por nosotros.

Luke echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos como si no pudiera seguir despierto, pero cuando habló de nuevo su voz se había vuelto firme e imperiosa.

—Dadme tiempo —dijo—. No conocéis el poder de la Fuerza.

Isolder le puso la mano sobre el hombro.

—Lo he visto en acción —dijo—. Sé lo poderosa que es.

—¡No! No, no lo sabes... —exclamó Luke desesperadamente, y se irguió con una fuerza inesperada—. ¡Ninguno de nosotros lo sabe! —Se mantuvo erguido durante unos momentos y después volvió a inclinarse lentamente hacia atrás—. Prometedlo... —jadeó—. ¡Prometed que me despertaréis!

Leia se dio cuenta de que había algo más que mera convicción en sus palabras. Acababa de percibir algo muy poderoso en Luke, algo oculto bajo la superficie de su ser, como si Luke fuera una gran hoguera. Una nueva esperanza empezó a arder en ella.

—Te despertaré —prometió.

Retrocedió un par de pasos y contempló el cuerpo maltrecho de Luke acostado sobre la camilla improvisada con paja y unos palos en la que le habían traído los campesinos, y comprendió que no podía engañarse a sí misma. Dentro de unos cuantos días o de una semana, Luke quizá estaría preparado para enfrentarse a Gethzerion, pero no antes.

Isolder tapó a Luke con una manta.

—Teneniel y yo podemos llevarle a una litera —dijo.

Leia asintió.

—¿Y la ventanilla de los sensores? —preguntó—. ¿Ya está colocada?

—Sí —respondió Isolder—, pero todavía tengo problemas con los detectores de largo alcance.

Leia pensó frenéticamente. Todo su ser le gritaba que fuese a rescatar a Han, pero no disponían del tiempo suficiente. Si utilizaba rancors, sería un viaje de dos días. Si intentaban ir en el
Halcón
aunque fuera a la velocidad máxima, incluso teniendo muchísima suerte apenas conseguirían recorrer la mitad del trayecto antes de que los destructores que había sobre sus cabezas detectaran la presencia de sus sistemas electrónicos y borraran la nave del cielo mediante una andanada de torpedos. Siguió pensando, y de repente se le ocurrió una idea.

—¡Erredós, Cetrespeó, venid aquí! —gritó volviéndose hacia la nave.

Cetrespeó salió corriendo del
Halcón.

—Sí, princesa... ¿En qué puedo ser útil?

Erredós rodó cautelosamente pasarela abajo vigilando los bordes con su ojo electrónico.

—Erredós, ¿puedes contar los Destructores Estelares que hay ahí arriba? —preguntó Leia.

Erredós titubeó durante unos momentos, y después una pequeña escotilla se abrió de repente y el androide extendió su plato sensor. Erredós movió el disco en un arco que abarcó todo el cielo, y después empezó a emitir una serie de pitidos y chasquidos electrónicos.

—Erredós informa de que no puede conseguir una lectura referente a ningún objeto extraorbital mediante ninguno de sus sensores aparte de las ondas de radio —dijo Cetrespeó—. Al parecer, la capa de noche orbital está bloqueando la luz en casi todas las longitudes de onda e incluso en las gamas ultravioleta e infrarroja; pero puede verificar las fuentes de veintiséis emisiones radiofónicas, y basándose en recuentos anteriores sospecha que hay cuarenta Destructores Estelares en órbita.

Isolder lanzó una mirada pensativa a Leia.

—Bueno, ya no me extraña que no haya conseguido reparar los detectores de larga distancia —dijo—. No les ocurre nada malo.

—Exacto —dijo Leia.

—Eso quiere decir que mientras volemos bajo la capa de noche orbital y mantengamos silencio radiofónico, seremos una nave indetectable.

—¡Exacto! —exclamó Leia.

Isolder asintió y alzó la mirada hacia los torpedos convencionales y protónicos del
Halcón.

—Bien, vamos a hacer volar por los aires a esas brujas y averiguaremos si podemos rescatar a Han.

—¡No! —dijo Leia, y bajó la mirada hacia Luke, que seguía inconsciente sobre la paja de su camilla—. Luke quiere que le esperemos...

Han permanecía inmóvil y en silencio entre las Hermanas de la Noche mientras el aerodeslizador avanzaba esquivando los gigantescos troncos de los árboles iluminados únicamente por sus faros delanteros. El aerodeslizador contenía a veinte Hermanas de la Noche, una apretada masa de cuerpos pestilentes envueltos en telas negras.

Le habían atado las manos delante del estómago con una cuerda de piel de whuffa, y las Hermanas de la Noche estaban tan seguras de que Han no podía hacer nada contra ellas que ni siquiera se habían tomado la molestia de registrarle.

El aerodeslizador llegó a la cima de una colina y descendió bruscamente con una sacudida lo bastante fuerte como para revolverle el estómago, y de repente se encontraron fuera del bosque y avanzaron a toda velocidad sobre el vacío del desierto dirigiéndose hacia las luces de la ciudad.

Han cerró los ojos y pensó en lo que debía hacer. Tenía que esperar. Podía hacer estallar el detonador en cualquier momento, pero quería acabar con Gethzerion. No sólo lo deseaba con todas sus fuerzas, sino que era preciso que acabara con Gethzerion.

Entraron en la ciudad y las Hermanas de la Noche saltaron del aerodeslizador y fueron corriendo a sus torres. Dos de ellas se quedaron con Han, le llevaron hasta las pistas abandonadas y le hicieron entrar en un viejo hangar de espaciopuerto cuyo techo había desaparecido, con lo que las paredes de la cúpula se alzaban a su alrededor como una valla imposible.

—Espera junto a la pared de atrás —dijo una de las mujeres.

Le dejaron allí, fueron hasta la puerta y empezaron a hablar en voz baja.

Han descubrió que su corazón estaba latiendo a toda velocidad, y se sentó sobre un cascote entre las sombras para esperar la llegada de Gethzerion. Apoyó los pulgares sobre la hebilla de su cinturón, cubriendo el detonador térmico con las palmas de las manos.

Gethzerion no apareció. La temperatura no dejó de bajar ni un momento durante las horas siguientes, hasta que el suelo quedó cubierto por una delgada capa de escarcha. El plazo de cuatro horas para la entrega fijado por Zsinj llegó y pasó. Las lanzaderas no se presentaron, y Han empezó a preguntarse si Gethzerion estaría jugando con el señor de la guerra, y pensó que quizá intentaba regatear para conseguir un trato más beneficioso.

Como para demostrar que sus preocupaciones encerraban una parte de verdad, el aerodeslizador de Gethzerion hizo otros dos viajes a las pistas, cada uno de ellos separado por casi dos horas. Era el tiempo justo que se necesitaba para traer Hermanas de la Noche desde la Montaña del Cántico.

Después del tercer viaje un par de estrellas aparecieron de repente en la negrura del cielo y empezaron a descender hacia la prisión. Los transportes desplegaron sus alas, y después se posaron suavemente deslizándose mediante sus mecanismos antigravitatorios hasta detenerse al lado de la torre. Han pudo ver las enormes aletas estabilizadoras de las naves asomando por encima de los restos del muro.

—Venga, general Solo —siseó una Hermana de la Noche—. Es la hora.

Han tragó saliva, se levantó y fue hacia la salida. Las luces de los transportes cayeron sobre él dejándole cegado. Han fue lentamente hacia las luces, flanqueado por las dos Hermanas de la Noche. No podía ver demasiado bien las torres. La pista estaba repleta de soldados de las tropas de asalto de Zsinj que llevaban la vieja armadura imperial. Han entrecerró los ojos intentando ver algo más allá de ellos, y escrutó las sombras que había al otro lado de los transportes. Si hacía estallar la bomba en aquel momento, podía tener la seguridad de que acabaría con todos los soldados y probablemente causaría graves averías a uno de los transportes, pero no había manera de saber con seguridad si las brujas estaban allí y si se encontraban desprotegidas.

—¡Ya es suficiente! —gritó un soldado.

Las brujas agarraron a Han por los brazos y se detuvieron.

Un oficial bajó de la nave. Era un general muy alto con relucientes uñas de platino, el general Melvar. Fue hacia Han, se detuvo a un metro de él y estudió su rostro durante unos momentos. Después colocó una uña de platino debajo del ojo de Han como si fuera a sacarlo de la órbita, y bajó lentamente la uña arañándole la mejilla.

—He obtenido una identificación visual —dijo por el micrófono de su hombro—. Han Solo está aquí.

Melvar escuchó en silencio durante unos momentos, y sólo entonces se fijó Han en las mini-conexiones de micrófonos que había detrás de sus orejas.

—Sí, señor —dijo Melvar—. Le llevaré a bordo inmediatamente.

El general agarró a Han sin miramientos hundiendo sus uñas de platino en su bíceps.

—Eh, amigo, no seas tan duro con la mercancía —dijo Han—. Quizá lo lamentes luego...

—Oh, no creo que vaya a lamentarlo —dijo Melvar—. Verás, causar dolor a otros es... Bueno, para mí es algo más que un simple pasatiempo, ¿comprendes? Trabajo para Zsinj, y el causar dolor ha llegado a convertirse en una responsabilidad muy querida para mí.

Hundió la garra de su meñique en un centro nervioso del hombro de Han y la hizo girar. Un chorro de fuego recorrió el brazo de Han abriéndose paso desde la muñeca y siguió avanzando hasta el centro de su espalda, obligándole a lanzar un jadeo de dolor.

—Ah.... Sí, no cabe duda de que has desarrollado todo un talento —admitió.

—Bien, estoy seguro de que podré convencer al Señor de la Guerra Zsinj de que me permita demostrar mis talentos de una manera más completa y con más calma —dijo Melvar sonriendo—. Y ahora, ven conmigo... No debemos hacer esperar a Zsinj.

Llevó a Han hasta la pasarela del transporte avanzando por entre los soldados, y durante un momento Han se preguntó si llegaría a ver alguna vez a Gethzerion.

Estaba a mitad de la pasarela cuando las brujas gritaron «¡Alto!».

El general Melvar se detuvo y volvió la cabeza para mirar por encima del hombro. Gethzerion acababa de aparecer entre las sombras que rodeaban la base de la torre, flanqueada por una docena de Hermanas de la Noche. La anciana bruja se envolvió en los pliegues negros de su atuendo y fue hacia el transporte. Han examinó las pistas. Su detonador destruiría el transporte armado junto con el general Melvar y Gethzerion, y como mínimo la explosión también mataría a las Hermanas de la Noche que había fuera del edificio. Había esperado un resultado mejor, pero comprendió que el destino no le iba a ofrecer nada mejor.

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