El Cortejo de la Princesa Leia (49 page)

Leia empezó a llorar con sollozos desgarradores.

—No está aquí —dijo—. No puedo sentir su presencia... Ya no está aquí.

—Eh, eh... —dijo Han.

Quería ofrecerle algunas palabras de consuelo, pero sabía que no había nada que pudiese decir. La capacidad de percibir la presencia de Luke y de captar sus emociones y conocer sus pensamientos que poseía Leia era tan grande que no podía dudar de lo que acababa de decirle. Leia empezó a temblar, y Han le besó la frente.

—Todo se arreglará —dijo—. Yo... Yo...

Han no veía ninguna salida, y pensó que ya no había nada que pudiera hacer.

Y de repente algo se abrió paso por la fuerza en su conciencia, como si una mano invisible acabara de atravesar su cráneo. Fue una sensación muy extraña que le dejó mareado y aturdido, como si la parte más íntima de su ser acabara de sufrir una violación indefinible. Una imagen muy nítida se formó en la mente de Han, y vio a docenas de hombres y mujeres vestidos con monos anaranjados inmóviles en una sala muy bien iluminada. Todos alzaban la mirada con expresiones de curiosidad y contemplaban las pasarelas que había encima de ellos. En las pasarelas había soldados armados con rifles desintegradores. Han reconoció la prisión.

Bien, general Solo,
dijo la voz de Gethzerion reptando por entre sus pensamientos,
espero que lo encuentre divertido. Como
ve,
estoy en la prisión con docenas de los suyos debajo de mí. Confío en que sea un hombre compasivo, un hombre que se preocupa por lo que les puede ocurrir a los demás... Sospecho que lo es.

Como sabe, he utilizado varios medios para conseguir que viniera a mí. Puede que éste le convenza.

Una mano parcialmente oculta por los pliegues de una capa negra se movió delante de su rostro, y Han comprendió que estaba viendo la escena en la prisión a través de los ojos de Gethzerion. Los soldados miraron la mano que acababa de moverse y empezaron a disparar contra la multitud. Hombres y mujeres gritaron y se dispersaron intentando huir de los rayos desintegradores, pero las puertas que daban acceso a los bloques de celdas habían sido cerradas, y no podían escapar.

Han se tapó los ojos con un brazo intentando cegarse a aquellas atrocidades, pero la visión siguió allí. No podía cerrar los ojos contra ella, pues la visión perduraba incluso cuando tenía cerrados los ojos. Tampoco podía darle la espalda, pues las imágenes le seguían. Vio a una mujer que corría por debajo del parapeto sin dejar de gritar ni un momento, y vio subir la mano de Gethzerion y al desintegrador alzándose como si fuera Han quien estaba tomando puntería a través de la mira láser, y Gethzerion disparó contra la espalda de la mujer. La víctima de Gethzerion giró sobre sí misma debido al impacto del rayo, y después se derrumbó, aturdida, mientras Gethzerion volvía a disparar. Un hombre alzó las manos como en una oración al lado de la mujer que agonizaba, suplicando a Gethzerion que les perdonase la vida. La bruja le disparó en la pierna derecha, y el prisionero se desplomó para agonizar lentamente mientras se desangraba hasta morir. La voz de Gethzerion volvió a resonar en la mente de Han mientras le obligaba a contemplar todos aquellos asesinatos.

Estas cincuenta personas ya han muerto. Mueren debido a su tozudez, general Solo... Cuando mis soldados hayan acabado con ellas, reuniré a quinientas personas más y las traeré a esta sala para que mueran.

Pero usted puede salvarlas, general Solo. Enviaré una Hermana de la Noche en mi aerodeslizador personal para que le recoja al pie de la fortaleza. Si no está allí dentro de una hora para reunirse con ella, entonces esas quinientas personas morirán y usted tendrá el privilegio de presenciarlo. Si no se entrega después de eso, presenciará las muertes de quinientas personas más, y luego de otras quinientas... Así hasta
que usted decida. Como le he dicho hace unos momentos, confío en que sea un hombre compasivo.

Cuando Han retrocedió tapándose los ojos con un brazo, al principio Leia creyó que estaba llorando, pero después le oyó jadear intentando tragar aire y vio que se le envaraban los músculos. Han recorrió la habitación con la mirada sin ver nada, y Leia se dio cuenta de que nunca había visto una expresión de desolación y abatimiento tan absolutos en sus ojos.

—¡Han, Han! —exclamó cogiéndole la mano—. ¿Qué está pasando?

Pero Han no le respondió.

—Es un envío mental —dijo Augwynne—. Gethzerion le está hablando.

Leia se volvió hacia la anciana bruja. Augwynne se había quitado el tocado y estaba sentada en un escabel junto al fuego, pareciendo una abuela de lo más normal.

Han volvió a jadear, bajó las manos y se quedó inmóvil en el centro de la habitación.

—Tengo que irme —dijo—. He de salir de aquí...

Giró sobre sí mismo, echó a correr y bajó por la escalera saltando los peldaños de cuatro en cuatro.

—¡Han, espera! —gritó Leia.

Echó a correr detrás de él siguiendo los débiles ecos de sus pasos sobre los peldaños. Erredós les silbó que esperasen, pero Leia no hizo caso del androide. Han salió corriendo de la fortaleza, se abrió paso a empujones por entre la multitud de personas sin poderes que se había congregado ante las puertas, y siguió corriendo a toda velocidad.

Leia se detuvo un momento en la explanada de piedra y le vio desaparecer engullido por las sombras. Isolder salió de la fortaleza con una linterna y enfocó su potente haz sobre la espalda de Han.

—¿Adonde va? —preguntó.

—Al
Halcón
—dijo Leia, y le siguió.

No lograron alcanzarle hasta que llegaron al
Halcón.
Han ya estaba debajo de la protuberancia delantera derecha, trabajando codo a codo con Chewie para montar el último generador. Cuando vio a Isolder y Leia, alzó la mirada hacia ellos durante un momento.

—Necesito tu ayuda, Isolder —dijo—. Tenemos que hacer despegar esta nave y salir de aquí a toda velocidad... Vuelve a la fortaleza y trae la ventanilla de los sensores. —Isolder permaneció inmóvil un momento como si esperase recibir más instrucciones—. ¡Ahora, maldición! —gritó Han.

Isolder cogió su linterna y echó a correr por entre la oscuridad.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Leia—. ¿Qué ocurre?

—Gethzerion acaba de subir las apuestas —dijo Han—. Está matando prisioneros inocentes... —Han acabó de atornillar el último generador y arrojó la herramienta al suelo—. ¡Siento mucho haberte traído aquí, créeme! Tenías toda la razón... Si no hubiera venido aquí, Zsinj nunca habría utilizado su capa de noche orbital y Gethzerion no estaría matando a sus prisioneros. Zsinj, Gethzerion... Esas personas ni siquiera me conocen. ¡Están luchando contra el general Han Solo de la Nueva República y contra todo lo que representa la Nueva República!

—¿Y qué estás haciendo? —preguntó Leia mientras Han entraba corriendo en el
Halcón
—. ¿Vas a huir? ¿Es ésa tu respuesta? El pueblo de Augwynne está desesperado. Se supone que eres todo un genio militar, ¿no? ¡Pues entonces quédate y pelea! Te necesitan, y también necesitan tus desintegradores.

Leia le siguió por la pasarela y Han guardó silencio, pero en vez de ir al compartimento de las herramientas como Leia esperaba que hiciera, fue corriendo a la consola de mandos y sintonizó la radio de la nave en la frecuencia imperial.

—¿Gethzerion? —preguntó.

—Aquí Control de la Prisión —respondió una voz desconocida—. ¿Tiene algún mensaje que transmitir a Gethzerion?

—Sí —dijo Han. Tenía el rostro cubierto de sudor—. Aquí el general Han Solo, y tengo un mensaje urgente para ella. Dígale que voy hacia allá para rendirme. ¿Me ha entendido? Dígale que no mate ni un solo prisionero más. Me reuniré con su enviada al pie de la escalera de la fortaleza, tal como me ha pedido.

—Aquí Control Uno, general Solo. Le recibimos... ¿Qué hay de sus compañeros? Zsinj ha estado pidiendo información sobre cualquier acompañante que haya podido traer consigo en su viaje.

—Han muerto —dijo Han—. Todos murieron en la batalla, no hace más de una hora.

Han arrojó el micrófono al suelo, pasó junto a Leia sin mirarla y fue corriendo por el tubo de acceso. Leia permaneció inmóvil durante un momento con los ojos clavados en su espalda, demasiado confusa y sorprendida para poder hablar.

—Espera un momento —logró decir por fin—. ¡No puedes hacer eso! ¡No puedes ir ahí! Zsinj no te quiere vivo. Quiere verte muerto, Han...

Han meneó la cabeza.

—A mí tampoco me hace ninguna gracia, créeme —dijo—, pero tenía que ocurrir más tarde o más temprano.

Dobló la esquina, fue a su catre y apartó el colchón de un feroz manotazo, revelando un compartimento para armas que Leia no había visto nunca. El espacio contenía un amenazador surtido de rifles láser, desintegradores, viejos modelos de armas lanzaproyectiles e incluso un cañón láser portátil. Todas las armas eran altamente ilegales, especialmente en el territorio de la Nueva República. Han deslizó la mano debajo de uno de los rifles presionando un botón, y el fondo del compartimento subió revelando un segundo compartimento oculto lleno de granadas de las modalidades mas diversas. Han cogió una de un modelo muy pequeño pero muy letal: un detonador térmico talesiano lo bastante poderoso como para destruir un edificio de pequeñas dimensiones. La granada tenía el tamaño justo para quedar oculta en la palma de su mano.

—Bueno, con esto debería bastar —dijo Han mientras se la guardaba debajo del cinturón.

Aquel tipo de detonadores sólo eran utilizados por los terroristas, para quienes su vida tenía un valor muy inferior al que daban a la destrucción de sus enemigos. Han no podía mover el detonador térmico sin provocar su propia muerte. Leia vio cómo se sacaba la camisa para que los faldones colgaran encima del detonador dejándolo totalmente oculto.

—Bien, ¿qué tal estoy? —preguntó con mucha calma.

Leia no podía ver ni rastro del detonador, y de no ser porque había visto cómo se lo colocaba debajo del cinturón nunca hubiese imaginado que Han lo llevaba encima; pero se sintió incapaz de responderle. El corazón le latía a toda velocidad, y era como si hubiese perdido la voz. Leia le contempló a través de un velo de lágrimas.

—Eh, no te lo tomes tan a la tremenda —dijo Han—. Tú fuiste la que dijo que debía crecer de una vez y asumir las responsabilidades de lo que soy, ¿no? Bien, pues soy el general Han Solo, el héroe de la Alianza Rebelde. Supongo que si sé jugar mis cartas lo bastante bien, puedo acabar con Gethzerion y con todas sus malditas viejas de un solo golpe. En cuanto a lo de hacer algo con respecto a Zsinj, tendré que dejarlo en manos de Isolder... Es un buen hombre. Hiciste una buena elección, de veras.

Leia oyó las palabras como si llegaran desde muy lejos, y comprendió con un repentino sobresalto lo extrañas que le sonaban. Hacía tres días que no pensaba en su relación con Isolder, y en realidad no creía que hubiera llegado a hacer una elección. No había hecho ninguna elección porque no era necesario, ya que en lo más hondo de su corazón Leia aún había estado esperando averiguar si amaba a Han.

Y sin embargo, Leia sabía que eso no era verdad. Había elegido a Isolder por pura necesidad. Su pueblo necesitaba que Leia se casara con los mundos de Hapes, y Leia había respondido a esas necesidades. Mientras el Imperio siguiera siendo una amenaza, Leia no podía ver ningún otro camino abierto ante ella.

Bajó la mirada hacia el cinturón de armas y herramientas de Han, y cuando habló intentó que su voz sonara lo más tranquila y controlada posible.

—Sí —dijo—. Debería bastar. Bueno, debo decir que llevar una bomba encima hace que estés realmente muy guapo...

Han se inclinó sobre ella y la besó con salvaje pasión. El pulso atronó en los oídos de Leia, y entonces comprendió de repente lo mucho que había echado de menos aquello, cómo había echado de menos el sentir un fervor tan puro y elemental hacia un hombre. Miró por encima de su hombro. Chewbacca estaba guardando las herramientas. El wookie le lanzó una mirada melancólica y abatida, y Leia cerró los ojos y se apoyó en Han, y le devolvió el beso con una pasión todavía mayor.

Han se separó de ella unos minutos después, jadeando y con la respiración entrecortada.

—Han... —empezó a decir Leia, pero Han levantó un dedo.

—No digas nada —murmuró—. No hagas que lamente todo esto más de lo que ya lo estoy lamentando...

Han fue hacia Chewbacca, habló en voz baja con el wookie durante un momento y lo estrechó entre sus brazos. Leia se sentó sobre el tablero de hologramas y empezó a sollozar mientras hacía un esfuerzo desesperado para controlar sus emociones. Podía oír la voz nerviosa y preocupada de Cetrespeó. El androide hablaba en un tono demasiado alto, y trataba de convencer a Han de que no hiciera lo que había planeado. Han acabó volviendo a la sala, fue hacia Leia y le cogió la mano apretándosela suavemente para despedirse.

—He de irme —dijo, y salió de la nave.

Leia intentó quedarse un momento más en la sala, pero no pudo contenerse y fue hacia la escotilla. Siguió a Han por la pasarela y se quedó inmóvil bajo la luz que salía de la nave. Casi todos los pequeños incendios de los alrededores del valle se habían ido consumiendo hasta apagarse, y el cielo era de una negrura total y perfecta más oscura que cualquier noche que Leia hubiera podido llegar a imaginarse jamás. Un viento frío silbaba por entre las montañas y Leia se rodeó con los brazos, y se dio cuenta de que el aire estaba lo bastante frío como para que pudiera ver su aliento.

Clavó la mirada en la espalda de Han mientras se alejaba e iba desapareciendo poco a poco en la oscuridad.

—¡Han! —gritó de repente.

Han se dio la vuelta y la miró. A esa distancia Leia apenas podía ver su rostro, y Han era una silueta oscura que parecía carecer de sustancia, casi una aparición.

—Hay algunas cosas de ti que me gustan —dijo Leia—. Me gusta cómo te quedan los pantalones.

Han sonrió.

—Lo sé.

Giró sobre sí mismo y echó a caminar de nuevo.

—¡Han! —gritó Leia.

Quería decirle que le amaba, pero no quería hacerle daño y no quería decirlo en aquel momento, y sin embargo no podía soportar la idea de que aquellas palabras nunca llegarían a ser pronunciadas en voz alta.

Han se volvió hacia ella y sus labios se curvaron en una débil sonrisa.

—Lo sé —-le dijo en voz baja y suave—. Me amas. Siempre lo he sabido.

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