Read El Cortejo de la Princesa Leia Online
Authors: Dave Wolverton
Saber que estaba a punto de morir hacía que se sintiera bastante extraño. Había esperado sentir un vacío en el estómago y un nudo en la garganta, pero no era así. Lo único que sentía era abatimiento, un gran cansancio y una vaga confusión. Después de la vida que había llevado, parecía un final francamente decepcionante y nada espectacular.
Gethzerion se detuvo al pie de la pasarela, a sólo un brazo de distancia, y alzó la mirada hacia Han. Su rostro marchito de piel correosa seguía estando oculto por el capuchón. Han percibió el olor de las especias en su aliento, y una vaharada de vino avinagrado.
—Bien, general Solo... —dijo Gethzerion—. Me ha dado muchos quebraderos de cabeza. Espero que haya disfrutado de su estancia en Dathomir.
Han clavó la mirada en la anciana.
—Sabía que no serías capaz de resistir la tentación de venir aquí para disfrutar de mi captura —dijo con sombría satisfacción mientras deslizaba los pulgares debajo del cinturón—. ¡Bueno, a ver si disfrutas mucho con esto!
Sacó el detonador térmico y presionó el botón. El general Melvar retrocedió tambaleándose, al igual que sus guardias. Melvar tropezó con el soldado que tenía detrás, y los dos hombres cayeron al suelo en un confuso montón de miembros.
El detonador no estalló. Han bajó la mirada hacia él y vio que el percutor estaba roto.
—¿Tiene algún problema con su artefacto explosivo? —Gethzerion abrió mucho los ojos y sonrió—. La hermana Shabell ya había detectado su presencia antes de que subiera al aerodeslizador, y lo inutilizó sin decir ni una palabra. ¡Estúpido presuntuoso y fanfarrón! ¡Nunca ha supuesto una amenaza para mí o para mis Hermanas de la Noche! Cómo osa... —Extendió la mano y la tensó en un gesto de agarrar, y el detonador salió disparado de los dedos de Han, voló por los aires y acabó posándose en su palma. Gethzerion se lo ofreció a Melvar—. Será mejor que se encargue de esto, general. Todavía encierra cierto peligro, y me ha parecido mejor eliminar esa pequeña amenaza oculta antes de que se vaya.
Melvar se levantó, intentó recuperar su dignidad y cogió el detonador.
—Gracias —gruñó.
—¡Ah, y permítame que le haga un favor más! —susurró Gethzerion dando un paso hacia adelante—. El favor consiste en regalarle... —Sus ojos parecieron convertirse en dos círculos de fuego, y Gethzerion movió el dedo índice como si arañase el aire. El general emitió un jadeo ahogado, se llevó la mano a la sien y dio un tambaleante paso hacia Gethzerion—. ¡Una muerte sencilla! —concluyó Gethzerion con una risita cascada.
Cien soldados se derrumbaron de manera similar alrededor de Han. Algunos de ellos lograron dar uno o dos pasos vacilantes antes de caer, y unos cuantos dispararon sus rifles desintegradores al aire haciendo que Han se encogiera instintivamente. Tres segundos después todos los soldados yacían en el suelo, tan inmóviles como pájaros drogados. Han alzó la mirada hacia el transporte esperando ver cómo los artilleros de la nave abrían fuego de un momento a otro.
Pero no ocurrió nada. La nave siguió sumida en el silencio más absoluto.
Varias Hermanas de la Noche vinieron corriendo desde su torre, pasaron a toda velocidad junto a Han y subieron al transporte junto con las docenas de prisioneros imperiales que habían traído para que se encargaran de pilotar la nave. Una Hermana de la Noche apartó a Han de un empujón que le sacó de la pasarela. Oyó gritos dentro de la nave, y eso le permitió deducir que la tripulación del transporte estaba ofreciendo alguna clase de resistencia a pesar de que los artilleros no habían llegado a hacer ni un solo disparo. Han supuso que debían haber muerto junto con las tropas de asalto del exterior. Descubrió que en realidad no le sorprendía que las brujas hubieran atacado la nave. Gethzerion no podía ser tan estúpida como para tratar de huir del planeta a bordo de una nave desprovista de armamento y sin escudos..., no con los Destructores Estelares de Zsinj tan cerca y preparados para actuar.
Han esperó junto a la rampa y vio venir a Gethzerion. La anciana le señaló con un dedo y sonrió. Han lanzó una rápida mirada a un desintegrador que había caído al suelo cerca de su mano, pero sabía que moriría de todas formas aun suponiendo que pudiera cogerlo.
—Bien, general Solo, ¿qué voy a hacer con usted ahora? —preguntó Gethzerion.
—Eh, no tengo nada contra ti —dijo Han alzando las manos—. De hecho, si te tomas la molestia de recordarlo, verás que he pasado los últimos días haciendo todo lo posible para que no nos encontráramos... ¿Por qué no nos damos la mano y nos vamos cada uno por nuestro lado?
Gethzerion se detuvo al pie de la rampa, le miró a los ojos y se rió.
—¿Cómo? ¿Acaso no le parece que es de justicia que ahora yo le trate tan mal como usted me ha tratado a mí?
—Bueno, yo...
Gethzerion movió el dedo y Han sintió que algo tiraba de él hacia arriba, y se encontró con los pies colgando en el aire, sostenido por una cuerda invisible que le rodeaba la garganta. Gethzerion clavó la mirada en él, y empezó a canturrear mientras se balanceaba de un lado a otro. Han sintió cómo el nudo corredizo invisible que le rodeaba el cuello se iba tensando poco a poco.
Han tosió y jadeó, dio patadas e intentó liberarse.
—Me pregunto qué me habría hecho su detonador térmico —dijo Gethzerion con voz pensativa sin dejar de balancearse de un lado a otro—. Sospecho que me habría arrancado la carne a tiras, que habría destrozado mis huesos y que me habría consumido..., todo eso al mismo tiempo, por supuesto. En consecuencia, creo que le haré todas esas cosas, pero no tan apresuradamente y no de manera simultánea. Sí, me parece que empezaremos desde dentro hacia fuera... Primero le romperé los huesos uno por uno. ¿Sabe cuántos huesos hay en el cuerpo humano, general Solo? Bueno, pues si lo sabe multiplique la cifra por tres, y entonces sabrá cuántos huesos tendrá en cuanto haya terminado con usted.
»Empezaremos con su pierna —dijo Gethzerion—. ¡Escuche con atención!
Movió el dedo, y la tibia de la pierna derecha de Han empezó a crujir. Un espasmo de dolor fue subiendo hacia su cadera.
—¡Aaaaghhh! —gritó Han... y vio algo en el desierto.
Lo que acababa de ver eran las luces de navegación del
Halcón Milenario
que venía a toda velocidad hacia ellos volando a pocos metros por encima del suelo. La nave se encontraba a unos dos kilómetros de las pistas.
Los labios de Gethzerion se curvaron en una sonrisa de satisfacción.
—Ahora tiene tres huesos donde antes sólo tenía uno —dijo.
Han intentó ganar tiempo y pensar en algo, lo que fuera, que le permitiese retrasarla unos momentos.
—Eh... Oye, no pensarás hacerle esto a mis dientes, ¿verdad? —logró balbucear después de que no se le ocurriera ninguna otra cosa que decir—. Quiero decir que... ¡Oh, cualquier cosa menos los dientes!
Recorrió las pistas con la mirada. Varias Hermanas de la Noche estaban saliendo de las torres.
—Oh, sí, los dientes... —dijo Gethzerion, y movió el índice.
La última muela del lado derecho de la mandíbula superior de Han estalló con un chasquido, y el dolor se abrió paso como una cuchillada por su oído y toda la parte superior de su rostro, hasta que sintió como si Gethzerion le hubiera agarrado el ojo dentro de la órbita y estuviera decidida a sacarlo a tirones atravesando su paladar. Han se maldijo en silencio a sí mismo por haberle sugerido semejantes ideas. El
Halcón
no se acercaba lo bastante deprisa, y Han meneó la cabeza.
—¡Espera! —gritó—. ¡Hablemos de esto!
Gethzerion volvió a mover el índice. La última muela del lado izquierdo de la mandíbula superior de Han se rompió, y de repente se oyó un siseo estridente cuando el
Halcón
disparó sus cohetes. La base de una torre estalló lanzando brujas por los aires en un torbellino de tela negra. La torre empezó a inclinarse hacia un lado y se fue derrumbando lentamente.
Gethzerion se dio la vuelta, y Han cayó al suelo al quedar repentinamente liberado de la cuerda invisible. El dolor llameó en su pierna herida. Una ráfaga de rayos desintegradores salió disparada de las torretas dorsales del
Halcón
con una precisión impecable. Gethzerion se agazapó una fracción de segundo antes de que un rayo desintegrador hendiera el aire allí donde había estado su cabeza. Saltó alejándose de la nave, y se retorció en el aire y volvió a saltar cuando otra ráfaga estalló debajo de ella.
Han estaba empezando a sentirse un poco inquieto. Nadie podía disparar los cañones desintegradores de una nave en vuelo con semejante precisión. Rodó bajo la pasarela buscando un refugio de los restos que llovían del cielo. Los androides centinelas fuertemente blindados de las seis torres de la prisión hicieron girar sus torretas y abrieron fuego contra el
Halcón,
dirigiendo todos los rayos de sus cañones hacia él.
El
Halcón
pasó a toda velocidad sobre la prisión mientras llevaba a cabo una compleja rotación cuádruple sobre su eje que, de una manera inexplicable, sirvió para que esquivara todos los rayos desintegradores. Han nunca había visto pilotar a nadie de esa manera..., ni a Chewie ni a él mismo. Fuera quien fuese la persona que estaba sentada ante los controles, tenía que ser un as del pilotaje de cazas en combate, y Han supuso que debía de ser Isolder. El
Halcón
trazó un rizo invertido con tan poco radio que parecía casi imposible de conseguir a un kilómetro de distancia de la prisión y volvió a toda velocidad hacia ella, con la cabina hacia abajo y todos sus cañones disparando.
Los androides centinelas estallaron y se convirtieron en nubes de fuego bajo el impacto de los cañones desintegradores. El transporte desarmado recibió un impacto, quedó reducido a una bola de metal arrugado y empezó a arder. El
Halcón
pasó silbando por encima de él y viró para dar otra pasada.
Gethzerion debía haber comprendido que permanecer en tierra para luchar no serviría de nada, pues saltó hacia la rampa de la nave imperial y subió por ella corriendo más deprisa de lo que Han jamás hubiese creído posible. Las turbinas del transporte cobraron vida con un zumbido antes de que la pasarela hubiera sido levantada, y el aire se volvió de color azul alrededor de la nave al quedar activados los escudos. La nave era un transporte de personal imperial con todo su armamento y escudos en condiciones de funcionar, con lo que el
Halcón
se enfrentaba a un enemigo formidable.
Si Han permanecía debajo del transporte mientras despegaba, acabaría calcinado; pero aun suponiendo que su pierna no estuviera rota, echar a correr habría significado exponerse al fuego del
Halcón.
Han decidió arrastrarse y empezó a cruzar el patio tan deprisa como podía hacerlo con una pierna rota, y después cayó más que saltó sobre un cascote desprendido de la torre esperando que las Hermanas de la Noche salieran de allí tan deprisa que no tuviesen tiempo de disparar contra él.
El
Halcón
disparó sus cañones iónicos y relámpagos azulados chispearon y parpadearon alrededor del casco del transporte, pero los escudos aguantaron. El transporte se alzó con un retumbar ensordecedor mientras sus toberas dejaban escapar chorros de llamitas blancas.
El
Halcón
contorneó una colina, hizo un agujero en los muros de la prisión y se detuvo a seis metros de Han. La escotilla inferior se abrió.
—¡Vamos, vamos! —gritó Leia.
Augwynne salió a toda prisa seguida por dos hermanas de su clan. Las tres llevaban sus cascos y sus túnicas, y Han empezó a compadecer a los guardias de la prisión apenas vio el brillo amenazador de sus ojos.
Se arrastró hacia el
Halcón,
pero Isolder salió por la escotilla, le agarró del hombro y lo llevó casi en vilo hasta la nave. Han le miró, sintiéndose cada vez más confuso.
—¿Quién está... pilotando?
—Luke —respondió Leia.
—¿Luke? —replicó Han—. ¡Luke no es tan buen piloto!
—Ningún piloto puede ser tan bueno —dijo Isolder, y le dio una palmada en el hombro—. ¡He de ver esto!
Bajó corriendo por el tubo de acceso y fue hacia la sala de control.
Leia se volvió hacia Han y le miró a los ojos. Después tomó su rostro entre las manos y le besó. Una llamarada de dolor brotó de sus muelas rotas y Han estuvo a punto de gritar, pero en vez de gritar lo que hizo fue abrazar a Leia, cerrar los ojos y disfrutar de aquel delicioso momento.
La nave tembló y osciló mientras Luke hacía maniobras que ni siquiera los compensadores de aceleración podían neutralizar, y Chewbacca lanzó un rugido aterrorizado en la cabina. Han entró cojeando en el
Halcón,
agarrándose a Leia para no perder el equilibrio. Se dejó caer en un sillón, se puso el arnés y después alargó la mano, cogió el equipo médico de emergencia del compartimento que había encima de su cabeza y se puso un parche analgésico en el brazo. La batería cuádruple de cañones desintegradores dorsal abrió fuego, y Han miró a su alrededor. Chewbacca, Isolder, Teneniel y los androides estaban en la cabina viendo lo que hacía Luke.
—¿Quién está ahí arriba disparando los cañones desintegradores? —preguntó Han.
—Luke —dijo Leia.
Han se volvió hacia el pasillo sintiéndose más confuso que nunca. Los desintegradores podían ser disparados desde la cabina, desde luego, pero cuando se utilizaba ese sistema de tiro la precisión quedaba enormemente reducida, ¡y aun así Luke casi había conseguido dejar sin cabeza a Gethzerion, con Han a menos de un metro de distancia, mientras pilotaba aquel montón de chatarra haciéndolo avanzar a la velocidad de ataque máxima! Todo aquello resultaba condenadamente extraño y un poquito aterrador.
Luke estaba sudando a causa del gran esfuerzo que le exigía pilotar el
Halcón.
Las palancas y los botones del panel de control de Chewie parecieron cobrar vida en cuanto Luke empezó a manipularlas mediante la Fuerza. El Jedi estaba haciendo el trabajo de tres personas: piloto, copiloto y artillero. Luke lanzó una andanada de cohetes sin desactivar los escudos antipartículas, y Chewie soltó un rugido de terror y se tapó la cara con las manos.
Pero Luke desactivó los escudos en cuanto los cohetes llevaban recorridos cincuenta metros y volvió a activarlos enseguida, con lo que estuvieron sin funcionar menos de una fracción de segundo. Han nunca había visto a nadie con unos reflejos tan increíblemente veloces.