El Cortejo de la Princesa Leia (50 page)

Se despidió de ella con la mano y corrió, alejándose de Leia para ir hacia el lugar donde las sombras eran más negras.

Leia siguió oyendo el ruido de sus pasos durante unos momentos después de que Han hubiera desaparecido. Luego se sentó sobre la hierba dentro del rayo de luz que brotaba de la escotilla de la nave y lloró. Chewbacca y Cetrespeó salieron del
Halcón,
y Chewie le puso una manaza peluda en el hombro. Leia esperó a que Cetrespeó dijera algo. El androide siempre tenía alguna mentira reconfortante para las situaciones desesperadas, pero Cetrespeó permaneció en silencio.

«Oh, Luke —pensó Leia—. Te necesito, Luke...»

Capítulo 25

Un suave zumbido invadió los oídos de Luke mientras la vida iba abandonando su cuerpo. Sus músculos se relajaron como nunca lo habían hecho antes. Los rancors seguían arrojando peñascos en lo alto. Luke vio un destello cegador cuando un peñasco chocó con un caminante imperial, y la máquina se partió en dos mitades desprendiendo un tremendo resplandor actínico al estallar.

Una parte de la montaña explotó y salió despedida hacia fuera desplegándose por encima de su cabeza. Luke pudo ver Hermanas de la Noche que trepaban por los abruptos acantilados, medio suspendidas mediante el uso de la Fuerza, como enormes arácnidos negros que colgaban de sus telarañas.

Un dolor muy agudo palpitó en sus sienes, y Luke rodó hasta quedar de lado. Un peñasco cayó junto a su brazo y se hizo añicos, y Luke aún podía oír gritos lejanos mezclados con la voz de Teneniel.

—Los Jai nunca mueren —dijo la joven—. La naturaleza les ama. La naturaleza...

Un cuerpo cayó junto a él con un golpe sordo. Era el cadáver de una hermana de clan. Su casco de metal había quedado ladeado en su cabeza, y los cráneos y gemas diminutas oscilaban de un lado a otro. Mientras contemplaba la sangre de un color rojo oscuro que brotaba de la boca de la hermana, Luke se dio cuenta de que el sol brillaba un poco más que antes.

La sensación que estaba experimentando Luke no era tanto la de que se estaba muriendo como la de que se expandía. Podía oír ruidos rodeándole por todas partes, los débiles sonidos de excavación que producía una salamandra arañando la tierra debajo de las rocas, a los gusanos que horadaban sus túneles bajo su cabeza y a un arbusto que arañaba una roca mientras era agitado por el viento. Había vida por todas partes y Luke podía sentirla por todas partes, y podía ver la luz de la Fuerza brillando a su alrededor, en los árboles, en las rocas, en las guerreras que combatían en la ladera que había sobre él...

La salamandra alzó su cabeza por encima del suelo, y la cabeza brilló con el aura luminosa de la Fuerza. «Hola, mi pequeña amiga», pensó Luke. La salamandra tenía la piel verde y unos relucientes ojillos negros. Abrió la boca, y una neblina blanca brotó de ella y acarició a Luke como si fuera un dedo, y Luke comprendió que no sólo estaba sintiendo la Fuerza sino que también la veía. «Un regalo —murmuró el lagarto—. Es un regalo para ti...» La delicada claridad se deslizó sobre él y reforzó la cada vez más debilitada Fuerza de Luke. El arbusto que arañaba las rocas por encima de él pareció retorcerse de repente, y pequeños tallos de luz se inclinaron para acunar la cabeza de Luke. «Toma, aquí está —susurró el arbusto—. Es vida, tómala...» Una roca cercana se iluminó con un resplandor blanco, y en las llanuras lejanas un miembro del Pueblo Azul del Desierto alzó la cabeza mientras se estaba alimentando en los cañaverales junto al río, y la mirada de su ojo rojizo cruzó las leguas. «Amigo», dijo, y le ofreció su ayuda.

Luke creyó volver a oír las palabras de Teneniel —«La naturaleza les quiere»— y no supo si controlaba subconscientemente la Fuerza o si la vida que había a su alrededor realmente intentaba curarle, pero podía ver la Fuerza rodeándole por todas partes, y logró agarrar aquellas hebras con más facilidad de lo que jamás había podido hacerlo en el pasado.

Controlar la Fuerza y utilizarla no era una labor tan violenta como se había imaginado hasta entonces. La Fuerza estaba en todas partes y era más abundante que la lluvia o el aire, y siempre se ofrecía a sí misma. Luke había albergado la esperanza de que algún día llegaría a ser un Maestro Jedi, pero en aquel momento comprendió que existían niveles de control que jamás había imaginado y que se hallaban más allá de cuanto hubiese podido llegar a soñar.

Aquel poder delicado y maravilloso fluyó hacia él, y Luke no supo si lo controlaba o si era controlado por él. Sólo sabía que estaba sintiendo cómo algo se curaba dentro de su cabeza a medida que las venas reventadas volvían a formarse, y después la visión terminó.

Permaneció inmóvil con los ojos cerrados durante largo tiempo, incapaz de hacer algo más que respirar y aguardar a que la Fuerza le fuera devolviendo más energías.

Leia pronunció su nombre y Luke abrió los ojos. El cielo se había vuelto de un negro tan puro e impresionante que parecía como si una noche perfecta hubiera caído sobre Dathomir. Ya no había más sonidos caóticos de batalla. Luke pudo ver luces en las montañas, linternas sostenidas por las manos de aldeanos, y a una persona que bajaba por el traicionero camino de la montaña con una linterna en la mano.

—Leia... —llamó, pensando que debía estar ahí arriba—. ¿Leia?

La silueta de la linterna la alzó sobre su cabeza y se acercó al borde para contemplar el fondo del abismo.

—¿Luke? —gritó Han—. Luke, ¿eres tú?

—Han... —respondió Luke con un hilo de voz.

Volvió a recostarse entre la negrura, buscó a tientas su espada de luz y logró reunir la energía suficiente para presionar el interruptor con la esperanza de que Han vería su resplandor.

Unas voces distantes llegaron confusamente hasta él. Alguien le agarró por los hombros y le sacudió, y una luz muy brillante cayó sobre sus ojos.

—¡Luke! ¡Luke! —gritó Han—. ¡Estás vivo! Aguanta. Aguanta, no te mueras...

Han se sentó un momento a su lado sin soltarle la mano que le había cogido, y Luke percibió su terror.

—Oye, amigo, he de irme —dijo Han—. Leia te está esperando arriba... Cuida de ella por mí. Por favor, Luke, cuida de ella...

Han intentó apartarse, y Luke captó el terror y la desesperación que hervían en su interior.

—¿Han? —preguntó mientras le agarraba por la muñeca.

—Lo siento, amigo —dijo Han—. Esta vez te encuentras demasiado enfermo para poder ayudarme...

Han se levantó, y Luke sintió como si se estuviera hundiendo en un remolino de oscuridad.

Alguien le agarró después de lo que parecía una eternidad y le levantó del suelo. Luke consiguió abrir los ojos, pero sólo pudo mantenerlos abiertos durante un momento. Estaba siendo sostenido por un grupo de campesinos, una docena de hombres de rostros curtidos que vestían toscas túnicas de cuero y sostenían antorchas sobre sus cabezas.

—¡Sacadle de aquí enseguida! —les ordenó Han con la voz enronquecida por la preocupación—. ¡Llevadle al
Halcón Milenario!

Las voces resonaron dentro de la cabeza de Luke con un zumbar de preguntas.

—Sí, sí, al
Halcón,
a mi nave espacial —dijo Han—. Llevadle allí. ¡He de irme!

Después las manos levantaron a Luke y los campesinos se lo llevaron, y Luke permitió que la inconsciencia se adueñara de él.

Capítulo 26

Isolder entró en la cámara del último nivel de la fortaleza y encontró la ventanilla de los sensores allí donde la había dejado. Los cadáveres de las Hermanas de la Noche yacían esparcidos por el suelo, y eso, o la oscuridad total que reinaba en la habitación, le puso bastante nervioso.

Se inclinó para coger la ventanilla, oyó un leve roce en un rincón, enfocó el haz luminoso de su linterna en esa dirección y desenfundó su desintegrador en un solo movimiento lleno de fluidez. Era Teneniel Djo, y estaba sentada en la ocuridad. La joven le miró y después desvió la mirada. Sus mejillas estaban humedecidas por el llanto.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Isolder—. Quiero decir que... ¿Todavía te sientes débil? ¿Hay algo que pueda hacer por ti? ¿Necesitas algo?

—Estoy estupendamente —respondió Teneniel en un tono un poco áspero y enronquecido—. Sí, supongo que estoy estupendamente... ¿Te estás preparando para marcharte?

—Sí.

Isolder apartó el haz de la linterna para que no le diera en los ojos. Todavía no estaba muy seguro de cuáles eran los planes de Han, pero dada la situación el único plan que tenía algo de sentido era que todos se fueran de aquella roca lo más deprisa posible. Teneniel se había quitado el casco y las ropas exóticas, y sólo llevaba botas y una sencilla túnica de piel anaranjada similar a la que llevaba puesta durante su primer encuentro. La joven volvió la mirada hacia el cielo vacío de estrellas. Los incendios que habían estado ardiendo debajo de la fortaleza ya se habían extinguido, pero el parpadeo de las antorchas de los aldeanos todavía proyectaba una suave claridad entre amarilla y anaranjada sobre los alrededores.

—Yo también me voy —dijo la joven.

—Oh... ¿Y adonde vas? —preguntó Isolder.

—Vuelvo al desierto para meditar —respondió Teneniel.

—Creía que querías quedarte aquí con tu clan. Pensaba que te sentías sola...

Teneniel se dio la vuelta. Había muy poca luz, pero aun así Isolder pudo ver el morado de su mejilla.

—Todas las hermanas de clan están de acuerdo —dijo—. He matado impulsada por la ira, he violado mis juramentos... Ahora debo purificarme, o correr el riesgo de convertirme en una Hermana de la Noche. Voy a ser expulsada. Cuando hayan transcurrido tres años y si todavía deseo volver, entonces me aceptarán.

Teneniel se rodeó las rodillas con los brazos.

Su cabellera estaba peinada hacia atrás y caía sobre su espalda formando una masa de pequeñas ondulaciones. Isolder permaneció de pie un momento sin saber si debía despedirse o tratar de ofrecerle algunas palabras de consuelo, o si sería mejor que se limitara a coger la ventanilla para volver corriendo a la nave.

Acabó decidiendo sentarse junto a ella y le dio unas palmaditas en la espalda.

—Oye, eres una mujer muy dura —le dijo—. Todo te irá bien, ya lo verás...

Pero sus palabras le sonaban a hueco. ¿Qué podía esperar Teneniel del futuro? La flota de Hapes llegaría dentro de tres días y haría pedazos a las fuerzas de Zsinj, pero cuando eso ocurriera Dathomir ya estaría bastante lleno de hielo. Como mínimo, las cosechas de verano se perderían irremisiblemente; pero Isolder suponía que además de eso habría un derrumbe general de los ecosistemas, y que especies enteras de plantas y animales perecerían por completo. Aun suponiendo que la capa de noche orbital fuese eliminada dentro de tres días, el planeta quizá nunca llegaría a recuperarse por completo de sus efectos.

Y, naturalmente, también estaban las Hermanas de la Noche. El clan de la Montaña del Cántico había perdido a muchas mujeres, y las que quedaban no podrían resistir un nuevo ataque de las Hermanas de la Noche.

Quizá aquellos mismos pensamientos se estuvieran abriendo paso por la mente de Teneniel, pues su respiración se volvió más rápida y entrecortada. Su labio inferior empezó a temblar e intentó contener un sollozo ahogado.

—Oye, un carguero ligero de Corellia como el de Han puede transportar hasta seis pasajeros —dijo Isolder—. Eso quiere decir que hay una litera vacía, si deseas ocuparla.

—Pero ¿adonde iría? —preguntó Teneniel.

—A todas esas estrellas que hay ahí fuera —respondió Isolder—. Basta con que elijas una de entre las que ves en el cielo, y si quieres puedes ir allí.

—No sé qué hay ahí fuera —dijo Teneniel—. No sabría dónde ir...

—Podrías venir a Hapes conmigo —dijo Isolder.

Isolder comprendió que era lo único que deseaba apenas hubo pronunciado aquellas palabras. Contempló la larga cabellera rojiza de Teneniel y sus piernas desnudas. En aquel momento e incluso con toda la locura y la muerte que acechaban en aquel mundo, nada de cuanto pudiera ocurrir en Dathomir le importaba más que el dolor de Teneniel. En ese momento y aunque creía estar comprometido con Leia, Isolder sólo anhelaba rodear a Teneniel con sus brazos.

Teneniel le lanzó una mirada de irritación y sus ojos parecieron echar chispas.

—Y si voy contigo a Hapes, ¿en calidad de qué iría allí? —preguntó—. ¿Sería una rareza, esa mujer tan extraña llegada del bárbaro y atrasado Dathomir?

—Podrías venir como guardaespaldas —dijo Isolder—. Con la Fuerza como tu aliada, podrías... —La mera idea bastó para que Teneniel frunciera el ceño—. O podrías venir como asesora, como consejera de confianza —se apresuró a decir Isolder mientras pensaba a toda velocidad—. Tus poderes te convertirían en mi mayor recurso. La Fuerza te permitiría descubrir todas las sutilezas de las conspiraciones de mis tías, frustrar sus planes...

Isolder no había pensado en ello antes, pero de repente comprendió que Teneniel realmente sería muy valiosa para su pueblo. La necesitaba.

—¿Y qué otra cosa sería aparte de eso? —preguntó Teneniel—. ¿Tu amiga? ¿Tu amante?

Isolder tragó saliva. Sabía lo que quería de él. Cuando estuviera en Hapes, Teneniel sería considerada como una más del pueblo, una persona sin título ni herencia. Si se casaba con ella, las consecuencias serían la humillación pública y una situación muy incómoda. Isolder tendría que renunciar a su título y permitir que una de sus terribles primas ocupara el trono. El bienestar de los mundos de Hapes dependía de su decisión.

Le puso la mano en la espalda y se despidió de ella con un abrazo.

—Has sido una buena amiga —dijo, y después se acordó de que según la ley del pueblo de Teneniel todavía era su esclavo— y una buena ama. Deseo que en tu vida sólo haya felicidad.

Isolder se puso en pie, cogió la ventanilla de los sensores y desvió la mirada. Teneniel había permanecido inmóvil y no apartaba la mirada de él, e Isolder tuvo la inquietante sensación de que estaba viendo en su interior y de que leía sus pensamientos.

—¿Cómo puedo ser feliz si me dejas? —preguntó Teneniel.

Isolder no respondió. Giró sobre sí mismo y se dispuso a marcharse.

—Siempre has sido tan valiente... —murmuró Teneniel—. ¿Qué pensarás de ti mismo ahora si das la espalda a la mujer a la que amas?

Isolder se detuvo y se preguntó si le había leído la mente o si sólo estaba captando sus emociones. «¿Puedes oírme?», preguntó sin abrir la boca, pero Teneniel no respondió.

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