El Cortejo de la Princesa Leia (22 page)

Leia se preguntó cuánto duraría el ciclo nocturno de Dathomir, y cayó en la cuenta de que no sabía nada sobre la rotación del planeta, la inclinación de su eje y sus estaciones. Tenía la impresión de que ya no podía faltar mucho para que amaneciese.

Estaban corriendo cuesta arriba hacia dos columnas de piedra que se alzaban hacia el cielo como un par de caninos mellados. Chewbacca abría la marcha, pero se detuvo tan de repente que se tambaleó y estuvo a punto de caer. Llevaban algunos minutos corriendo en grupo, tan asustados que ninguno de ellos se había atrevido a dar un paso sin los demás, y eso resultó ser su perdición.

Detrás de las columnas de piedra había cuatro caminantes imperiales.

Los focos les cegaron, y los cuatro quedaron como paralizados donde estaban.

—¡Alto! —gritó una voz por el sistema de megafonía de un caminante, y la orden fue acompañada por el retumbar de los cañones desintegradores que lanzaron sus rayos delante de los pies de Chewie—. Tirad las armas y poned las manos encima de la cabeza.

Leia dejó caer su rifle desintegrador y se sintió casi aliviada al ver a los caminantes imperiales. Chewie y Han la imitaron. Un campamento de prisioneros siempre sería mejor que lo que vivía en aquellas montañas, fuera lo que fuese.

Dos caminantes rodearon las columnas. Los haces de sus reflectores se deslizaron por entre los árboles y después se volvieron hacia Leia y los demás.

—Androide, recoge las armas y tíralas al lado del camino.

Cetrespeó recogió las armas de Han, Chewie y Leia.

—Lamento terriblemente todo esto —se disculpó mientras iba amontonando las armas sobre sus brazos.

Después las llevó hasta el lado del camino y las arrojó entre la maleza.

Los ojos de Han echaban chispas mientras contemplaba a los caminantes. Los cuatro eran del modelo biplaza utilizado para misiones de exploración, el único que era lo suficientemente pequeño para poder maniobrar en aquel terreno tan montañoso.

—¡Daros la vuelta y volved por donde habéis venido! —gritó un piloto por el altavoz—. ¡Venga, moveos y no intentéis ningún truco! Si alguno de vosotros intenta echar a correr, dispararemos primero contra sus camaradas.

—¿Dónde nos lleváis? —preguntó Han—. ¿Qué derecho tenéis a detenernos? ¡Este planeta es mío, y tengo un título de propiedad para demostrarlo!

—Ahora está en territorio del señor de la guerra Zsinj, general Solo —dijo el piloto por su micrófono—, y todos los planetas de este sector pertenecen a Zsinj. Si no está conforme con esa situación y quiere presentar alguna protesta formal, estoy seguro de que a Zsinj le encantará discutirla durante su ejecución.

—¿General Solo? —preguntó Han—. ¿Crees que soy el general Solo? Oye, ¿qué iba a estar haciendo aquí si realmente fuera un general de la Nueva República?

—Nos encantará arrancarle ese tipo de respuestas, junto con las uñas de sus pies, durante su interrogatorio —dijo el piloto—. ¡Pero ahora daros la vuelta y empezad a caminar!

Un escalofrío helado recorrió el cuerpo de Leia, y empezaron a bajar por la pendiente hacia el bosque y los troncos de corteza plateada que brillaban con hermosos destellos bajo los rayos de la luna. La deslumbrante luz blanca de los focos de los caminantes, que subían y bajaban a cada paso de los vehículos, creaba un sendero irreal. Los restos de hojas podridas que pisaban parecían ondular y danzar.

Pasado un rato Leia se dio cuenta de que los hombres de Zsinj no habían concentrado toda su atención en sus prisioneros. Dos caminantes los mantenían cubiertos con sus desintegradores, y los otros dos no paraban de mover los haces de sus focos a los lados y sobre el camino por el que avanzaban. Las luces de sus paneles de control permitían que Leia pudiera distinguir los rostros de los pilotos y artilleros, y vio que parecían niños asustados. Sus ojos se movían velozmente en todas direcciones, y el sudor goteaba por sus frentes.

—Estos tipos están más asustados que yo —le susurró Han al oído mientras caminaban el uno al lado del otro.

—Quizá se deba a que saben algo que tú ignoras —replicó Leia.

Ya llevaban dos horas caminando cuando Leia empezó a preguntarse en qué momento amanecería. El roce del aire nocturno en su nuca era muy frío, y sentía como si tuviera los ojos llenos de arenilla. Las sombras de los árboles se alzaban a su alrededor como centinelas inmóviles.

Y entonces llegó el ataque: en un momento dado estaban caminando, y al siguiente Leia oyó las estruendosas pisadas de algo que se aproximaba muy deprisa a su espalda. Los dos caminantes de los flancos fueron sorprendidos desde atrás por criaturas que superaban con mucho los siete metros de altura de los vehículos imperiales. Los caminantes del centro giraron para hacer fuego con sus cañones desintegradores, y los disparos brillaron como relámpagos durante un momento.

Leia vio a una de las enormes bestias que habían lanzado el ataque por sorpresa, y tuvo un fugaz atisbo de caninos como sables que rasgaban el aire.

Algo inmenso destrozó un caminante detrás de Leia utilizando un gigantesco garrote, y después agarró el caminante que había estado disparando a su lado y arrojó las tres toneladas de su casco blindado contra una roca con tanta fuerza que el impacto las convirtió en un montón de metal retorcido. Un artillero siguió disparando al aire mientras una bestia atacaba su caminante con su garrote golpeándolo una y otra vez, y Leia pudo ver a la bestia con toda claridad gracias a los cegadores relámpagos actínicos azulados de los cañones y faltó poco para que su corazón dejara de latir. La criatura medía diez metros de altura y llevaba una especie de chaleco protector hecho con cuerdas entrelazadas a las que había unidos fragmentos de armaduras de las tropas de asalto; pero a pesar de su atuendo aquellos brazos extrañamente grotescos, los colmillos curvados y la postura medio encogida del cuerpo cubierto de verrugas con placas de hueso en la cabeza resultaban inconfundibles. Leia ya había visto un ser así con anterioridad. Aquél había sido más pequeño que los que tenía delante de los ojos y quizá fuera un espécimen joven, pero en aquellos momentos había parecido enorme incluso estando atrapado en la prisión oculta debajo del palacio de Jabba el Hutt. Eran rancors.

Han chilló, giró sobre sí mismo para echar a correr y tropezó. Chewbacca huyó a grandes saltos por el bosque, y un rancor dio tres pasos en su persecución y arrojó una red lastrada con pesos. La red acertó al wookie y le hizo caer al suelo. Chewbacca lanzó un rugido de dolor y permaneció donde había caído apretándose las costillas con los brazos.

Leia se había quedado inmóvil. Su corazón latía tan ruidosamente como un tambor y estaba paralizada de miedo, pero lo que la asustaba no era el espectáculo de aquellas bestias enormes y su feroz ataque.

Los desintegradores de los caminantes imperiales quedaron reducidos al silencio en menos de diez segundos, y las máquinas se convirtieron en ruinas humeantes a sus pies. Leia alzó la mirada hacia los tres rancors gigantes, cada uno de más de diez metros de altura. Había jinetes humanos sentados sobre los cuellos de las criaturas.

Un jinete se inclinó hacia el suelo y el gesto reveló que era una mujer. La claridad que brotaba de los caminantes que habían empezado a arder creó reflejos iridiscentes en su cabellera oscura. Llevaba una túnica de cuello alto hecha de relucientes escamas rojizas, y una capa flexible hecha de cuero o de una tela bastante gruesa encima de ella. Se cubría la cabeza con un yelmo con alas que se desplegaban a los lados, y cada ala estaba adornada con cuentas y abalorios que oscilaban a cada movimiento. Empuñaba una pica de Fuerza muy antigua de mango tallado y adornado con piedras blancas cuya vibro-hoja hacía bastante ruido y parecía estar necesitando un ajuste.

Por si la montura y el atuendo no fueran lo bastante impresionantes, la sola presencia de la mujer produjo en Leia un impacto tan físico y tangible como el de un disparo de desintegrador en las costillas. Aquella mujer parecía irradiar poder, como si su cuerpo fuese un mero cascarón bajo el que se ocultaba una criatura de luz deslumbrante y terrible. Leia comprendió que se hallaba en presencia de alguien con un gran conocimiento de la Fuerza. La mujer hizo girar su pica sobre la cabeza indicando a Leia y a los demás que permanecieran donde estaban, y gritó algo en una lengua desconocida.

-—¿Quién eres? —preguntó Leia.

La mujer se inclinó un poco más hacia las sombras del suelo y canturreó suavemente en su lengua, y después habló con cautela, como si estuviera escuchando su propia voz e intentara descifrar el significado de lo que decía.

—¿Es así como formas tus palabras, mujer de otro mundo?

Leia asintió, y comprendió que la mujer estaba utilizando la Fuerza para comunicarse.

Después dirigió breves órdenes a las otras dos mujeres. Una de ellas bajó de su rancor y empezó a recoger armas de los cadáveres de los soldados de Zsinj, mientras la otra hacía avanzar su rancor hacia Chewie. El rancor liberó al wookie herido de la red y lo alzó en vilo con una sola mano. Chewbacca gritó e intentó morder al rancor, pero Han se apresuró a calmarle.

—¡Todo va bien, Chewie! —gritó—. Son amigas..., espero.

La mujer de la pica se inclinó sobre Leia y señaló a Han y Cetrespeó.

—Haz que tus esclavos sigan caminando, mujer de otro mundo —dijo—. Te llevaremos ante las hermanas para que seas juzgada.

Capítulo 13

Isolder apretó los dientes y vio como el desierto venía hacia él haciéndose más y más grande mientras
Tormenta
continuaba su descenso hacia el planeta. No podía hacer nada para salvar su nave. Encender los motores sólo serviría para hacer inevitable su detección por las fuerzas de Zsinj, por lo que la única esperanza de Isolder era que pudiese eyectarse en el último instante y dejar que su paracaídas se abriera durante unos momentos y le llevara hasta el suelo, y esperar que eso reduciría la velocidad de su caída lo suficiente como para que no se rompiera ningún hueso.

A lo lejos, una pequeña ciudad iluminaba la oscuridad ochenta kilómetros hacia el oeste. Aparte de eso, no había ningún punto de claridad en el desierto, ni siquiera los faros de un vehículo dando una señal de que estuviera habitado.

Isolder deslizó una mano por debajo del panel de control de su caza y sacó un equipo de supervivencia. El paracaídas incorporado al asiento de eyección de Erredós se abrió por encima de Isolder, y tiró del androide hacia arriba. El caza X de Luke, ya casi totalmente destruido, seguía cayendo y dando tumbos a través de la atmósfera. Isolder desactivó los cierres de la burbuja de transpariacero de su caza y permitió que el viento se encargara de abrirla. Después se quitó el arnés de seguridad, comprobó la pequeña mochila que contenía su paracaídas para asegurarse de que estaba tenso y recogido adecuadamente, cerró la funda de su desintegrador y saltó de la nave precipitándose en caída libre hacia el planeta.

El viento silbaba por entre las ranuras de su máscara de oxígeno, y contempló cómo el suelo subía velozmente hacia él. La luz de dos pequeñas lunas le permitía distinguir con toda claridad cada roca, cada árbol de tronco retorcido por el viento, cada risco y cañada.

Isolder aguardó hasta que no pudo seguir esperando por más tiempo, y entonces activó el detonador que haría estallar las cargas explosivas que desplegarían su paracaídas.

Y no ocurrió nada. Tiró del cordón de emergencia y siguió cayendo. Movió frenéticamente los brazos, gritó..., y milagrosamente algún tipo de campo repulsor de elevación le envolvió de repente y redujo la velocidad de su descenso hasta hacer que cayera tan suavemente como una pluma. Isolder estaba tan desconcertado que su mente aturdida concibió la loca idea de que eran los movimientos de sus brazos los que le estaban sosteniendo, y no se atrevió a dejar de moverlos hasta que llegó al suelo. El casco destrozado del caza X cayó a varios centenares de metros de distancia y se estrelló contra el suelo convirtiéndose en una bola de fuego.

Cuando sus pies entraron en contacto con la roca, las rodillas le temblaban tanto que apenas era capaz de mantenerse en pie y el corazón le latía a toda velocidad. Isolder se quitó el casco de un manotazo, aspiró el cálido aire de la noche y contempló las rocas y los escasos árboles del desierto que le rodeaban.

Tormenta
también se había posado en el suelo sin hacer ningún ruido, pero aunque miró en todas direcciones Isolder no pudo ver ni rastro de ningún mecanismo repulsor de elevación, generadores o platos de antigravedad que apuntaran hacia el cielo. Escudriñó todo el desierto y acabó viendo algo sobre su cabeza: era Luke Skywalker sentado con las piernas cruzadas, los brazos doblados ante el pecho y los ojos cerrados, sumido en una profunda concentración, y estaba bajando lentamente hacia el suelo. «Skywalker... —pensó Isolder—. Quizá así es como sus antepasados llegaron a ser conocidos con ese nombre.»
[1]

El Jedi siguió bajando poco a poco hasta estar a unos centímetros del suelo, y entonces abrió los ojos y saltó como si se estuviera dejando caer del alféizar de una ventana.

—¿Cómo has conseguido hacer eso? —preguntó Isolder.

Tenía el vello de los brazos erizado. Hasta aquel momento nunca había sentido adoración hacia ninguna persona o cosa.

—Ya te dije que la Fuerza es mi aliada —replicó Luke.

—¡Pero estabas muerto! —exclamó Isolder—. ¡Lo vi en mis sensores! No respirabas, y tu piel estaba fría...

—Eso era un trance Jedi —dijo Luke—. Todos los Maestros Jedi aprenden a parar sus corazones y hacer bajar su temperatura corporal. Tenía que engañar a los soldados de Zsinj.

Luke recorrió el desierto con la mirada como si estuviera orientándose y acabó alzando los ojos hacia la noche. Isolder siguió la dirección de su mirada. Podía distinguir las naves a gran altura por encima de sus cabezas: los fogonazos de los desintegradores eran como alfilerazos luminosos, y las naves diminutas estallaban en llamas como estrellas lejanas que se convirtieran en novas.

—Cuando era un chico en Tattoine —dijo Luke—, me encantaba quedarme levantado hasta muy tarde con mis binoculares para observar a los gigantescos cargueros espaciales que llegaban al puerto. Vi mi primera batalla espacial desde el porche de la granja de humedad de mi tío Owen. Por aquel entonces ya sabía que allí había hombres que luchaban por sus vidas, pero no sabía que era la nave de Leia o que yo acabaría involucrado en esa misma lucha. Pero recuerdo lo emocionante que me pareció, y cómo anhelé estar allí arriba y poder tomar parte en la batalla.

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