Read El Cortejo de la Princesa Leia Online
Authors: Dave Wolverton
—No —protestó Augwynne, y le apartó la mano—. Todavía no nos lo hemos ganado.
—Bueno, pues entonces guárdalo para que esté seguro hasta que te parezca que te lo has ganado —dijo Han.
Augwynne sostuvo el cubo en sus manos y lo contempló con adoración.
—Algún día... —murmuró. Han suspiró. Se acordó de las explosiones que se sucedían mientras los navíos de guerra machacaban a la fragata caída junto al lago desde sus órbitas, destruyendo todo lo que quedaba de ella. Si dispusiera de todo lo necesario —cableado, refrigerante y un ordenador de navegación—, él y Chewie probablemente podrían reparar el
Halcón
en unas cuantas horas, pero ese
si
estaba empezando a parecer más enorme a cada momento que pasaba. Podía obtener el cableado de cualquier parte, y un par de caminantes imperiales medio aplastados le irían a la perfección para ello. Han jugueteó con la idea de sacar el líquido refrigerante de los mecanismos hidráulicos de los caminantes, pero acabó decidiendo que el riesgo era demasiado grande: la mezcla podía no ser capaz de llevar a cabo una tarea tan complicada como enfriar un generador de hiperimpulso de una nave espacial. Aun así, si la prisión contaba aunque sólo fuese con un astillero muy modesto, entonces ese astillero debería disponer de un par de barriles de líquido refrigerante, y quizá también de un cerebro de astrogación de repuesto o incluso de una unidad R2.
—Inspeccionaré mi nave en cuanto haya amanecido y averiguaré hasta dónde llega la gravedad de las averías —dijo—, pero ya sé que necesitaré algunos componentes. Mañana tendremos que ir a la prisión para ver qué encontramos allí. ¿Puedes enviar a alguien con nosotros para que nos guíe, Augwynne?
Augwynne le contempló en silencio durante unos momentos. Las llamas que saltaban y oscilaban de un lado a otro se reflejaban en sus ojos oscuros y su cabellera canosa.
—Creo que ha llegado el momento de que descanséis —dijo—. Puedes inspeccionar tu nave y hacer tus planes por la mañana.
Han bostezó y se estiró. Leia estaba al lado del fuego y tenía los ojos clavados en el suelo. Al principio Han creyó que estaba pensando, pero pasados unos instantes comprendió que estaba exhausta y medio dormida, y que se limitaba a dejar vagar su mente a la deriva. Han se levantó, le quitó el casco de la cabeza y se sorprendió al descubrir que en realidad pesaba bastante poco.
—Venga, vamos a la cama...
Leia alzó la mirada hacia él y le contempló con el rostro inexpresivo y una sombra de ira o confusión en los ojos.
—¡No voy a acostarme contigo!
—Yo sólo quería decir que... Bueno, pensé que quizá te gustaría que te preparase una cama para que pudieras acostarte.
Leia desvió la mirada con una mueca de irritación.
—Oh —dijo.
—Todos parecéis cansados —dijo Augwyinne—. Os llevaré hasta vuestra habitación.
Encendió una vela en el fuego y después ella, Han, Leia, Chewie y Cetrespeó dejaron al resto de ruidosos comensales en la sala y subieron por la escalera llena de corrientes de aire hasta llegar a un dormitorio de grandes dimensiones. Una abertura en la pared daba acceso a un parapeto de piedra desde el que se dominaba el valle. La habitación contenía docenas de catres improvisados con paja esparcida sobre el suelo cubierta con gruesas mantas. Los sirvientes de Augwynne encendieron el fuego en una pequeña chimenea mientras Augwynne salía al parapeto unos momentos para contemplar los relámpagos que brillaban en la lejanía y cantaba un hechizo en voz baja y suave.
—Gethzerion está inquieta, y ha apostado a varias Hermanas de la Noche muy cerca de la fortaleza —dijo cuando volvió a entrar en el dormitorio—. Aumentaré las guardias esta noche. Que durmáis bien.
—Gracias —dijo Cetrespeó, y le dio una palmadita en la espalda mientras se iba—. Bueno, parece una mujer muy hospitalaria... —observó después de que Augwynne hubiera salido del dormitorio—. Me pregunto qué usarán como aceite en este lugar.
El androide empezó a recorrer la habitación inspeccionando cuanto le rodeaba.
Leia se quitó la capa, desenfundó su desintegrador y lo colocó debajo de su manta y se acostó sobre la paja para dormir. Chewbacca fue a un rincón del dormitorio, pegó la espalda a una pared y después se sentó en el suelo con su arco de energía en la mano, inclinó la cabeza y cerró los ojos. Han recorrió el dormitorio con la mirada y acabó escogiendo un catre de paja cerca de la ventana por donde entraba el aire fresco de las montañas. Sus senos nasales le estaban molestando cada vez más. «Estupendo —pensó—. Gano un planeta en una partida de cartas, y luego resulta que soy alérgico a él...» Aún podía oír el retumbar del trueno en el exterior, las canciones que entonaban las brujas en la gran estancia de abajo y el agua goteando sobre el parapeto que se extendía junto a la ventana.
El dormitorio había quedado sumido en el silencio, y Han no conseguía conciliar el sueño. Cetrespeó estaba paseando nerviosamente de un lado a otro.
—Princesa Leia, ¿le gustaría oír un poco de música relajante para que la ayudara a dormir? —preguntó de repente.
—¿Música? —preguntó Leia.
—Sí. Acabo de componer una canción —dijo Cetrespeó— y pensé que podía complacerle que se la cantara.
Su tono indicaba que se ofendería gravemente si Leia se negaba a escuchar la canción.
Leia frunció el ceño y Han casi sintió compasión por ella. Nunca había oído cantar a Cetrespeó, pero se imaginaba que no debía ser ningún genio del canto.
—Eh... Sí, claro —respondió Leia con voz vacilante—, pero... Bueno, quizá sólo la primera estrofa.
—¡Oh, muchas gracias! —dijo Cetrespeó—. Mi canción lleva por título «Las virtudes del rey Han Solo».
Una introducción musical de viento y cuerdas empezó a sonar, y Han se sintió un poco sorprendido al oírla. Sabía que Cetrespeó podía imitar otras voces, y había oído cómo el androide producía unos cuantos efectos de sonido bastante buenos cuando contaba historias a los ewoks, pero nunca había oído música que saliera de su altavoz. Cetrespeó estaba consiguiendo una imitación bastante convincente de una orquesta sinfónica al completo.
Después empezó a girar sobre sí mismo en una serie de pasos de baile cuyos crujidos y roces con el suelo de piedra crearon ecos ahogados, y el androide cantó con una voz de bajo tremendamente parecida a la de Jukas Alim, uno de los cantantes más populares de la galaxia.
Tiene su propio planeta,
aunque es un poquitín salvaje.
Los wookies le adoran.
Los wookies le adoran.
¡Tiene una sonrisa irresistible!
Quizá parezca frío y arrogante, pero es más sensible de
lo que parece.
Estribillo cantado en acompañamiento por tres mujeres con la voz idéntica a la de Leía)
¡Han Solo,
menudo hombre! Solo.
¡Es el sueño de todas las princesas!
Cetrespeó terminó con un estallido de trompetas y tambores y un zapateado de claque, y después se inclinó ante Leía. Leia se limitó a contemplarle en silencio con una expresión a medio camino entre la perplejidad y el horror.
—Eh, es bastante buena —dijo Han—. ¿Cuántas estrofas más has compuesto?
—De momento sólo llevo quince —dijo Cetrespeó—, pero estoy seguro de que podré componer más.
—¡Ni se te ocurra! —gritó Leia, y Chewíe la apoyó con un rugido.
—¡Oh, vaya! —murmuró Cetrespeó en un tono muy ofendido, y redujo su nivel de energía para la noche.
Han se recostó sobre la paja y sonrió. El estribillo
«Han Solo, ¡menudo hombre! Solo»
seguía resonando en su mente como suele ocurrir con todas las cancioncillas estúpidas, y saber que Cetrespeó se había esforzado tanto para componerlo hizo que sintiera una extraña especie de placer.
Escuchó la respiración lenta y profunda de Chewbacca que le indicó que el wookie se había quedado dormido, pero Han seguía removiéndose sin poder conciliar el sueño.
—Han... —susurró Leia de repente.
—¿Sí?
—Hiciste bien ofreciéndole el planeta.
—Oh, no fue nada —dijo Han, y casi se atragantó para poder pronunciar las palabras.
—A veces resultas muy agradable —dijo Leia.
Han enarcó una ceja y se volvió hacia el extremo del dormitorio en el que Leia estaba acostada sobre su catre de paja, tapada con la manta hasta la garganta.
—Entonces... Eh... ¿Eso quiere decir que me amas?
—No —replicó Leia con jovialidad—. Sólo quiere decir que a veces resultas muy agradable.
Han volvió a echarse sobre la paja, sonrió y respiró el fresco y limpio aire de la noche.
Cuando Augwynne volvió a su cámara de los consejos, los niños y los hombres seguían allí, pero las hermanas de su clan habían formado un círculo.
—Bien —les dijo a las hermanas, sintiéndose algo nerviosa debido a la presencia de los hombres y niños a los que había jurado proteger—, todas habéis visto qué es lo que ofrecen las gentes de otro mundo. Ahora debemos decidir cuál es la mejor manera de pagar el precio que piden.
—Hace unos momentos citaste el
Libro de la Ley
y dijiste que no debemos rendirnos ante el mal ni hacerle concesiones —dijo la anciana Tannath—. Pero ¿acaso ha habido algún momento en el que las hermanas del clan de la Montaña del Cántico no hayamos hecho precisamente eso? Gethzerion es poderosa porque los clanes llevamos demasiado tiempo sin atrevernos a desafiarla. Hubiésemos podido acabar con ella muy fácilmente cuando empezó a seguir su oscuro camino.
—¡Calla! —dijo Augwynne—. Eso ocurrió hace mucho tiempo, y el error ya no puede borrarse. Obramos bien albergando la esperanza de que se apartaría de ese camino.
—Violó todas nuestras leyes —dijo la anciana Tannath—. Se supone que quienes cometen actos malvados deben ir a las tierras salvajes para buscar la expiación y purificarse, pero en vez de hacer eso, ella buscó a todas las que habían sido expulsadas y creó el clan de las Hermanas de la Noche. Podríamos haberlas matado a todas cuando eran menos de una docena. Después, cuando ella y sus cohortes fueron a trabajar para los imperiales, al menos podríamos haber advertido a las gentes de otros mundos; pero ni siquiera entonces nos enfrentamos a ella. Admítelo, Augwynne: has querido demasiado a Gethzerion, y nosotras la hemos temido demasiado. Deberíamos haberla matado hace años.
—No cuestiones las decisiones del pasado en esta cámara, Tannath —dijo Augwynne, permitiendo que su tono de voz revelara la ira que sentía—, y menos en presencia de hombres y niños. No queremos trastornarles ni ponerles nerviosos.
—¿Por qué no? ¿Es que mis palabras les trastornarán menos que los ataques de Gethzerion? —preguntó Tannath—. «Nunca te rindas ante el mal, y no le hagas concesiones.» Pido que el consejo obedezca la ley que él mismo dictó.
—Todas hemos estado de acuerdo en ello esta tarde —dijo Augwynne—. Todas hemos acordado ayudar a Leia y a las gentes de otros mundos.
—Tú te mostraste de acuerdo con la idea de ayudarles, pero ¿estás dispuesta a pagar todo el precio pedido? Aun suponiendo que podamos ayudarles a reparar su nave y a escapar, ¿crees que Gethzerion nos permitirá obtener esa pequeña victoria? No, buscará venganza...
La cámara de los consejos quedó sumida en el silencio más absoluto mientras las brujas contenían la respiración y pensaban. Si una hermana de otro clan robaba un esclavo para tomarlo como esposo, no estaba bien visto que la propietaria del hombre lo recuperase, y se consideraba que la manera correcta de obrar era admitir la victoria de la otra hermana. Pero Augwynne podía ver que Tannath comprendía demasiado bien a las Hermanas de la Noche. Las Hermanas de la Noche no permitirían que el clan de la Montaña del Cántico obtuviera ninguna victoria, ni aunque fuese una tan pequeña como aquélla.
La hermana Shen estaba atendiendo a su bebé y alzó la mirada, repentinamente asustada.
—Tendremos que prepararnos para escapar —dijo la joven—. Podemos evacuar a los niños y los ancianos ahora mismo, podemos enviarlos al clan del Río Enfurecido... Deberíamos prepararnos para la retirada por si somos atacadas.
—¿Y dejar la nave en manos de las Hermanas de la Noche? —preguntó Tannath.
—Sí —respondió otra hermana—. Si Gethzerion se fuera del planeta, entonces nos veríamos libres de ella.
—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó la hermana Azbeth—. Su mente está llena de sueños de poder y gloria, pero eso no la hará olvidar que somos sus enemigas. No, Gethzerion nunca nos dejaría en paz... Al final no habríamos conseguido nada. No, debemos enfrentarnos a ella.
—Pero si huimos... —dijo una de las hermanas.
—Entonces las Hermanas de la Noche nos perseguirían y lucharíamos en campo abierto, allí donde no tenemos ninguna ventaja —dijo Tannath—. No, debemos prepararnos para librar la batalla aquí, en la Montaña del Cántico, donde nuestras armas y fortificaciones nos serán de alguna utilidad.
—¡Estáis hablando de la guerra, hermanas! —gritó una bruja en un extremo de la gran sala.
—¿Y qué otra elección tenemos en realidad? —preguntó la anciana Tannath.
—Pero me temo que es una guerra que no podemos ganar —dijo Augwynne.
—Si decidimos no luchar, entonces sólo habremos elegido el perder sin combatir —respondió la anciana—. Yo estoy dispuesta a luchar. ¿Quién está conmigo?
La anciana bruja recorrió la cámara de los consejos con la mirada y el clan guardó silencio, y ni siquiera pudo oírse el sonido de las respiraciones. Augwynne contempló aquellos rostros tensos y los ojos pensativos de las mujeres, y pudo ver que lamentaban tener que adoptar aquella decisión. Era una decisión que habían retrasado durante demasiado tiempo.
La hermana Shen se puso el bebé en el otro pecho.
—Estoy contigo —dijo.
—Estoy contigo —dijeron otras dos hermanas desde el fondo de la cámara, y sus voces débiles y vacilantes cayeron en el silencio como las primeras piedras que anuncian una avalancha.
El lejano sonido de los truenos despertó a Han cuando habían pasado varias horas. Abrió los ojos a la luz de la luna y olió un perfume delicioso. El fuego se había apagado en la chimenea, y cuando se volvió hacia la ventana pudo ver a Leia, inmóvil en el parapeto de cara a él. Los pliegues de su larga túnica caían sobre la piedra, y la claridad dispersa de los rayos de luna convertía su cabellera en una aureola.
—Ven aquí, Han —dijo.