El Cortejo de la Princesa Leia (34 page)

—De unos ochenta destructores —dijo Isolder.

La mandíbula inferior de Han se aflojó de repente y contempló a Isolder con la boca abierta, pero Leia no parecía muy satisfecha.

—Siete días es demasiado tiempo —dijo—. A menos que Augwynne se equivoque, las Hermanas de la Noche atacarán dentro de tres días.

Isolder rodeó a Leia con el brazo.

—Mi androide de astrogación puede pilotar la nave durante un salto —dijo—. Podríamos enviar a Leia a casa.

—No lo creo —dijo Leia—. No estoy dispuesta a irme de aquí sin vosotros. Han, ¿cuánto tiempo tardarías en reparar el
Halcón
si dispusieras de todos los componentes y repuestos que necesitas?

Han hizo unos rápidos cálculos. Taponar la brecha para evitar nuevas pérdidas de líquido refrigerante sólo le exigiría unos cuantos minutos, e incluso se podía echar el refrigerante en los depósitos después de haber despegado. La unidad R2 podía conectarse en un momento para que se encargara de la navegación. Instalar unos generadores de campo antiimpactos nuevos podía exigir dos horas de trabajo. La parte más sencilla sería colocar una nueva ventanilla de conjunto sensor. Eso daba un total de dos horas, si todo el mundo ayudaba y todos trabajaban lo más deprisa posible.

—Dos horas —respondió Han.

—Sugiero que cojamos todo lo que nos hace falta de la nave de Isolder —dijo Leia—, que reparemos el
Halcón
y que salgamos de aquí a toda velocidad.

Isolder contempló el
Halcón
con evidente escepticismo. Comparado con su caza, el
Halcón
resultaba muy grande: tenía cuatro veces su longitud, y con todos aquellos escudos extra y el espacio para la carga debía tener como cuarenta veces la masa de su caza.

—¿Qué clase de generadores de campo antiimpactos estás utilizando? —preguntó.

—Tengo cuatro grupos generadores Nordoxicon del treinta y ocho, y no hay ni uno que pueda funcionar. ¿Qué utilizas tú?

—Tres Taibolt del doce.

Chewbacca soltó un rugido.

—Sí, eso es un auténtico problema —admitió Han—. Bien, ¿qué hay de tu ventanilla de sensores?

—Mide cero coma seis metros de un extremo a otro —respondió Isolder.

—Un poco demasiado pequeña para nosotros —murmuró Han torciendo el gesto—, pero si no queda más remedio siempre podemos soldar unas cuantas placas encima de mis sensores para eliminar una parte del espacio que ha de cubrir la ventanilla. Eso reduciría un poco la capacidad de nuestros sensores, claro está.

—Sí, creo que funcionaría —dijo Isolder—. Pero ¿de dónde vamos a sacar un generador de campo lo bastante grande?

—¿Podríamos volar sin él, señor? —preguntó Cetrespeó.

—Resultaría demasiado peligroso —replicó Han—. Los ataques con proyectiles no son lo único de lo que debemos preocuparnos: también tenemos que repeler los micrometeoritos. Si un micrometeorito atravesara los sensores, podría acabar con un montón de instrumental altamente sensible.

»Bueno, quizá haya alguna clase de generadores de campo en la prisión —siguió diciendo Han, y alzó las manos hacia el techo—. Un emplazamiento de cañones blindado, los restos de una nave..., algo. Tendré que ir allí a echar un vistazo.

—Si conseguimos encontrar unos generadores, sacarlos de allí será un trabajo para cuatro hombres y quizá necesitemos un centinela para que nos avise por si surgen dificultades —dijo Isolder—. Después también está el problema de transportarlos. Estamos hablando de casi dos toneladas métricas de equipo.

—Siempre podemos preocuparnos de trasladarlo en cuanto los tengamos —dijo Han—. Como mínimo la prisión debería tener algunos trineos antigravitatorios, ¿no?

—Puedes incluirme en la misión —dijo Luke.

—Yo ya estoy incluida —dijo Leia.

Isolder pensó durante unos momentos. No podrían llevarse al wookie a la ciudad, ya que lo más probable era que nadie hubiese visto nunca a uno en aquel planeta aparte de los soldados. Con Cetrespeó ocurría lo mismo, y eso les dejaba escasos de manos. La idea de que Leia se colocara en una situación tan arriesgada no le gustaba nada, pero se les agotaban las opciones. Se volvió hacia Teneniel y le lanzó una mirada suplicante. La bruja parecía estar bastante asustada, pero también parecía haber tomado una decisión.

—Os guiaré hasta la prisión —dijo—, pero nunca he estado dentro. No sé qué buscáis, y no sé dónde encontrarlo.

—¿Y tus hermanas de clan? —preguntó Luke—. ¿Sabes si alguna de ellas ha estado dentro de la prisión?

Teneniel se encogió de hombros.

—Augwynne puede responder a esa pregunta mucho mejor que yo. Iré a buscarla.

Teneniel se fue y volvió unos minutos después acompañada por la anciana.

—Nadie de nuestro clan ha estado dentro de la prisión —dijo Augwynne—, salvo aquellas que se han convertido en Hermanas de la Noche.

Después guardó silencio durante unos instantes que parecieron hacerse muy largos.

—¿Y qué hay de la hermana Barukka? —preguntó Teneniel con voz vacilante—. He oído decir que había renegado.

Augwynne titubeó visiblemente antes de responder, y acabó alzando la mirada hacia Leia.

—Una mujer de nuestro clan se unió a las Hermanas de la Noche, pero las dejó hace poco pagando un gran precio por ello —dijo—. Ahora vive como una de las que han renegado, y ha solicitado volver a unirse a nuestro clan. Quizá podría ayudaros, y deciros dónde se puede encontrar lo que andáis buscando.

—No pareces muy decidida a recomendarnos que la utilicemos como guía —dijo Leia—. ¿Por qué?

—Está luchando para purificarse —respondió Augwynne en voz baja y suave—. Ha cometido atrocidades indecibles que han dejado una gran señal en ella. Ha renegado. Esas personas son... Son inestables, y no se puede confiar demasiado en ellas.

—Pero ¿ha estado dentro de la prisión? —preguntó Han.

—Sí —respondió Augwynne.

—¿Y dónde está ahora?

—Barukka vive en una caverna llamada Ríos de Piedra. Si lo deseáis, puedo enviar a una de nuestras guerreras para que os guíe hasta ella.

—Yo les guiaré, abuela —se ofreció Teneniel poniendo una mano sobre el hombro de Augwynne—. Quizá sería mejor que les llevaras hasta la sala de guerra y ordenases que preparen un almuerzo. Podrías enseñarles el mapa y planear la ruta que seguiremos. Yo haré que algunos niños se ocupen de las monturas. —Se volvió hacia Isolder y le cogió de la mano—. Acompáñame, por favor... —dijo—. Me gustaría hablar contigo.

Teneniel tiró de Isolder como si esperase que le siguiera de buena gana.

Le hizo bajar un tramo de escalones y le llevó por un laberinto de corredores. Se detuvo un momento para coger una jarra de agua, y después le llevó hasta una habitación de pequeñas dimensiones en la que sólo había un catre y un arcón. Un gran espejo de plata colgaba de una pared, con un aguamanil debajo de él.

—Cuando vivía aquí con el clan de la Montaña del Cántico, ésta era mi habitación —dijo Teneniel. Abrió el arcón y sacó de él una túnica de piel de lagarto roja muy flexible y otra verde, y las sostuvo delante de su cuerpo—. ¿Cuál crees que le gustará más a Luke?

Isolder no se atrevió a decirle que la mera idea de vestir pieles de lagarto le parecía francamente bárbara.

—La verde armoniza más con el color de tus ojos.

Teneniel asintió, se quitó la túnica sucia y llena de desgarrones que llevaba con tanta despreocupación como si estuviera sola, se quitó las botas y se puso delante del espejo. Después cogió un trozo de tela y se lavó usándolo como esponja. Isolder tragó saliva. Sabía que los humanos de algunos planetas tenían un concepto del pudor bastante diferente, y la tranquila rapidez con la que se estaba lavando Teneniel parecía indicar que no intentaba exhibirse o excitarle con su desnudez.

—No entiendo tus costumbres —dijo Teneniel mientras se aseaba—. Cuando te capturé ayer por la mañana, pensé que me deseabas y me sentí muy halagada. Te di todas las oportunidades de escapar posibles, y después cogiste la cuerda de la captura con tu mano. Sabía que habías venido en busca de una mujer. Podía sentirlo en ti... —Frunció el ceño y volvió la cabeza para mirarle por encima del hombro—. Pero ahora comprendo que es a Leia a quien tú quieres.

—Sí —dijo Isolder.

Isolder contempló el relieve de los músculos en su espalda. Según los patrones de Hapes, Teneniel no era una mujer hermosa —de hecho, era más bien poco atractiva—, pero Isolder acabó llegando a la conclusión de que poseía una musculatura fascinante. La joven era decididamente atlética. Isolder había visto muy pocas hapanianas con una constitución semejante: Teneniel no tenía los músculos compactos y de gran tamaño de una culturista, y tampoco la esbeltez musculosa de una corredora o una nadadora, y su físico era de una variedad más bien intermedia.

—¿Te gusta escalar? —preguntó Isolder.

Teneniel volvió la cabeza y le sonrió.

—Sí —dijo—. ¿Y a ti?

—Nunca lo he probado.

Teneniel se secó con una toalla, se puso la túnica verde, deslizó su larga melena por la abertura del cuello y empezó a peinar sus gruesos rizos.

—Me gusta la sensación de escalar las rocas —dijo—, y el ir quedando cubierta de sudor. Cuando llegas a la cima de la montaña, si hace buen tiempo puedes quitarte las ropa y bañarte en la nieve.

Isolder no se sentía realmente atraído por la chica, pero comprendió que cuando llegara la noche tendría que estar muy cansado para no soñar con ella.

—Sí, supongo que se puede hacer...

Teneniel terminó de peinarse, se ciñó la cabellera con una banda de tela blanca, se volvió hacia él y le sonrió.

—Te devolvería tu libertad ahora mismo, Isolder, pero eso sólo serviría para que fueses capturado de inmediato por alguna otra hermana. Por eso, y hasta que te vayas, creo que será mejor que te devuelva la libertad en todo salvo en las apariencias.

Isolder sabía que Teneniel estaba intentando ser amable con él.

—Eres muy generosa —dijo.

Teneniel le dio un beso de amiga en la frente, volvió a cogerle de la mano y le llevó hasta la sala de guerra.

Leia y los demás formaban un círculo alrededor de un gran mapa moldeado con arcilla y pintado que había sido colocado sobre el suelo. Una hermana de clan estaba trazando una ruta a través de las montañas que les mantendría bastante alejados de los senderos de uso más corriente que podían estar siendo vigilados por las espías de Gethzerion. La ruta les llevaría en una trayectoria tortuosa a lo largo de ciento cuarenta kilómetros de jungla y montañas, y terminaría en el comienzo del desierto donde se encontraba la prisión. Sólo los rancors más fuertes serían capaces de hacer un viaje semejante en tres días.

Isolder miró a Leia. Seguía sin saber muy bien qué pensar. Se preguntaba si Leia estaba realmente bien, y si realmente había sido secuestrada por Han. No parecía estar enfadada con Han o tenerle miedo, pero Isolder no podía imaginarse que Leia fuera capaz de escaparse con Han meramente porque le había apetecido de repente. Se juró solemnemente que si había escogido a Han, la recuperaría de alguna manera. Fue hacia Leia y le cogió la mano. Leia alzó la mirada hacia él, le sonrió y le contempló con ternura, y aunque estuvieron allí diez minutos mientras la bruja iba marcando su ruta, durante esos diez minutos Isolder sólo fue consciente de la curva del cuello de Leia, del color de sus ojos y de la fragancia de su cabellera.

Después de que hubieran comido, Augwynne llevó a Isolder y Luke a un dormitorio en el que estaba sentada una anciana desdentada con finos mechones de cabellos blancos. Estaba envuelta en una manta y roncaba, y su asiento era un cubo de piedra sobre la que había un almohadón. Dos mujeres ya bastante mayores cuidaban de ella.

—Madre Rell... —le susurró Augwynne poniéndole una mano en el hombro—. Hay dos visitantes que quieren conocerte.

Rell suspiró, abrió los ojos y contempló a Luke con los párpados a medio cerrar. Su piel reseca y marchita estaba salpicada de las manchas púrpuras de la vejez, pero sus ojos brillaban como estanques marrones. La anciana tomó la mano de Luke entre sus dedos con una gran ternura.

—Vaya, pero si es Luke Skywalker —dijo, y sonrió al reconocerle—, el que creó la academia Jedi hace tantos años... —Luke se estremeció, ya que nadie le había dicho su nombre a la anciana—. ¿Qué tal están tu esposa y tus hijos? ¿Se encuentran bien?

—Todos es-estamos muy bi-bien —tartamudeó Luke.

El vello de la nuca de Isolder se había erizado, y experimentó la extraña sensación de estar contemplando una luz muy brillante.

La anciana sonrió como si hubiese esperado aquella respuesta y asintió con la cabeza.

—Estupendo, estupendo... Si tienes salud, ya tienes mucho. ¿Has visto al Maestro Yoda últimamente? ¿Cómo está el viejo rompecorazones?

—Llevo algún tiempo sin verle —respondió Luke.

Los dedos de Rell se aflojaron de repente y sus ojos se opacaron. Parecía haber olvidado que Luke estaba en pie delante de ella.

Augwynne dirigió la atención de la anciana hacia Isolder.

—Luke ha traído a otro amigo para que te vea —dijo Augwynne, y puso los dedos delgados como patas de araña de la anciana sobre la mano de Isolder.

—Oh, es el príncipe Isolder —dijo la anciana, y se inclinó hacia adelante para verle mejor—. Pero creía que Gethzerion te había matado. Si estás vivo, entonces... —Le observó en silencio durante unos momentos, y después su rostro se nubló con una repentina comprensión y alzó la mirada hacia Augwynne—. He vuelto a soñar, ¿verdad? ¿En qué siglo estamos?

—Sí, Madre Rell, has vuelto a soñar —replicó Augwynne con cariñosa afabilidad.

Le dio unas palmaditas en la mano, pero Rell siguió sujetando la mano de Isolder entre sus dedos. Sus pupilas parecieron velarse.

—La Madre Rell tiene casi trescientos años —les explicó Augwynne—, pero su espíritu es tan fuerte que no deja morir a su cuerpo. Cuando yo era pequeña, la Madre Rell solía decirme que algún día llegaría un Maestro Jedi con su discípulo, y que cuando eso ocurriera debía llevarles en seguida ante ella. Me decía que tendría un mensaje para ti, pero en estos momentos no se encuentra muy lúcida. Lo siento.

Augwynne parecía estar un poco tensa e intentó liberar la mano de Isolder de la presa de la anciana. Rell les sonrió a todos, y su blanca cabeza subió y bajó lentamente como una boya en el agua.

—Me ha gustado mucho verte —le dijo a Isolder—. Ven a visitarme otra vez. Eres una chica encantadora, o un chico, o lo que quiera que seas...

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