El Cortejo de la Princesa Leia (16 page)

Han tragó una honda bocanada de aire y rezó en silencio.

—Adelante, Chewie —dijo—. Vuelve a conectar el ordenador de navegación. Venga, demuéstrale que sé lo que me hago...

Chewie gruñó, lanzó una mirada feroz a Han y movió el interruptor. La pantalla permaneció apagada, y Chewie empezó a probar suerte frenéticamente con otros interruptores. El motivador del impulso hiperespacial se negó a funcionar, al igual que los escudos deflectores de popa. Cetrespeó había estado observándolo todo desde detrás del sillón de pilotaje y empezó a gesticular nerviosamente, pero se abstuvo de hablar hasta que vio que los motivadores no se encendían.

—¡Estamos condenados! —gritó entonces.

Han se levantó de un salto.

—No pasa nada, no pasa nada... Que nadie se deje dominar por el pánico, ¿entendido? Tenemos un pequeño problema de circuitos quemados, nada más. Lo arreglaré enseguida.

Apartó a Cetrespeó de un empujón, fue corriendo por el pasillo hasta el control de ingeniería y levantó una placa para tener acceso a los circuitos del motivador. Han podía vivir sin el ordenador de la nave..., durante diez minutos. Lo único que necesitaba era un salto rápido para salir de aquel sistema solar, y después unos cuantos días para arreglar los circuitos con calma y sin apresurarse en las frías inmensidades del espacio. Pero para eso necesitaba los motivadores, y esa necesidad era inmediata.

Se sacó el chaleco, se envolvió el puño con él y tiró de la placa. Un diluvio de chispas y llamitas brotó del metal fundido en el interior de la caja, y Leia apareció detrás de Han con un extintor en la mano. Empezó a rociar los circuitos con espuma, y Han comprendió que no había forma de repararlos y retrocedió un paso.

—No pasa nada, no pasa nada... —murmuró, y volvió corriendo a la cabina. Activó todos los circuitos y dejó que el ordenador de diagnóstico empezara una lectura general. Los sensores de proa habían quedado aplastados por la colisión—. Bueno, no importa... No necesito sensores mientras pueda ver dónde voy —dijo, y su voz casi parecía un gemido.

El escudo antiimpactos no funcionaba. Los platos de la parte superior de la nave habían sido arrancados de cuajo. Dejando aparte eso, casi todo lo demás tenía bastante buen aspecto. Si el diagnóstico del ordenador era correcto, podían salir de la fragata..., suponiendo que consiguieran librarse del amasijo de restos metálicos en que se habían convertido los mamparos como resultado del choque, suponiendo que nadie disparara contra ellos o les alcanzase, y suponiendo que no intentaran alejarse del planeta, naturalmente.

Han sintió que le empezaba a dar vueltas la cabeza, y comprendió que la fragata debía estar girando sobre sí misma mientras caía hacia Dathomir.

—Aguantad, chicos —murmuró—. ¡Me temo que vamos a tener un descenso un poquito movido!

Se volvió hacia Leia, y vio que no estaba enfadada y que no le estaba lanzando reproches o insultos. Su rostro estaba muy pálido y lleno de miedo, y tenía los ojos muy abiertos. Se le habían puesto los pelos de punta. Han nunca la había visto tan asustada.

—¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? —preguntó mientras examinaba frenéticamente la pantalla de diagnóstico.

—Siento algo ahí abajo —dijo Leia—. Está en el planeta... Algo que...

—¿Qué? —preguntó Han.

Leia cerró los ojos. Aún no poseía la sensibilidad de Luke, pero Han sabía que tenía el potencial necesario para alcanzarla algún día.

—Veo... gotas de sangre sobre un mantel blanco. No... Son más bien como manchas solares, negrura sobre un fondo de claridad. Pero los puntos negros son como más sucios..., son aborrecibles, repugnantes...

Leia frunció el ceño en un gran esfuerzo de concentración, y tragó aire en una serie de aspiraciones profundas y entrecortadas. Le temblaba el labio inferior.

Después abrió los ojos de repente, y su rostro volvía a estar muy pálido y lleno de terror.

—¡Oh, Han, no podemos bajar a ese mundo!

Capítulo 9

Luke tocó las paredes del apartamento de Han en Coruscant. Era un apartamento extraño, sin adornos y sin calor, la clase de sitio que una persona habita de vez en cuando, pero en el que no vive. El edificio había sido saqueado. Los uniformes militares de Han estaban esparcidos sobre el suelo entre un colchón desgarrado y almohadas rotas. Había montones de cosas tiradas por el suelo de las habitaciones. El apartamento ya había sido registrado y examinado por docenas de personas, pero no de la manera en que Luke planeaba hacerlo.

Puso las manos sobre la almohada y cerró los ojos. Podía sentir la desesperación de Han en la almohada, y algo más antiguo y extraño que la desesperación: una huella casi imperceptible de alegría salvaje y de esperanza.

Luke se puso en pie. Las emociones que son tan potentes están impregnadas de un aroma único, y Luke deslizó los dedos a lo largo de la pared, captó todo lo que había en ellas, y fue siguiendo el rastro del olor por las largas avenidas de Coruscant. De vez en cuando el olor se le escapaba en una esquina, y entonces Luke se detenía durante unos momentos y se concentraba.

Después de haber pasado horas siguiendo el sabor de aquella esperanza frenética, se encontró en las capas superiores del submundo, en una vieja sala de juego. Se quedó inmóvil y contempló la mesa en la que un trío de roedores jugaban al sabacc mientras un androide dejaba caer cartas en sus manos.

Fue a ver al encargado, un ri'dar con aspecto de murciélago que estaba observando su dominio con los ojos entreabiertos mientras se agarraba a un cable colocado encima de él con los dedos de los pies.

—¿Hay algún tipo de registro visual de las partidas para asegurarse de que no se hacen trampas? —preguntó.

—¿Por qué me pregunta essssso? —replicó el ri'dar—. Dirijo un essstablecimiento honesssto. ¿Essssstá intentando sssssugerir que missss androidesssss hacen trampassss?

Luke sintió la tentación de reaccionar a las palabras del ri'dar poniendo los ojos en blanco. La paranoia era algo típico en su especie, y podía acabar provocando graves problemas si Luke no aplacaba rápidamente a la criatura.

—Por supuesto que no —dijo—. Le aseguro que esa idea jamás se me ha pasado por la cabeza, pero tengo razones para creer que un amigo mío estuvo aquí hace poco y que jugó a las cartas en la mesa del rincón. Si hay grabaciones de vídeo disponibles, me gustaría verlas. Podría pagarle.

Un destello fugaz ardió en los ojos oscuros del ri'dar y miró furtivamente a su alrededor. Después extendió un ala terminada en una mano, se agarró al cable y se dejó caer al suelo.

—Por aquí.

Luke le siguió hasta una habitación en la parte de atrás del local, y el ri'dar le contempló con suspicacia.

—Primero el dinero —dijo.

Luke le entregó una ficha de cien créditos. El ri'dar se la guardó en un bolsillo oculto de su chaqueta, y mostró a Luke cómo se manejaba la unidad de vídeo, que debía tener un mínimo de cien años de antigüedad. Estaba empezando a oxidarse y se encontraba cubierta por una gruesa capa de polvo seco, pero podía rebobinar a una velocidad increíble. Luke dio con lo que buscaba en unos momentos, paró la cinta, la hizo avanzar a la velocidad normal y vio cómo Han ganaba su planeta. No había sonido, sólo el holograma del planeta resplandeciendo sobre la mesa. Así que ésa era la fuente de su alegría.

—¿Quién es la drackmariana? —preguntó Luke.

El ri'dar contempló a la drackmariana, y sus ojos fueron velozmente de la imagen a Luke y de nuevo a la imagen.

—Essss difícil decirlo... Todossss me parecen igualessss.

Luke sacó otra ficha de crédito.

—Sssssí, ahora me acuerdo —dijo el ri'dar—. Es la señora de la guerra Omogg.

Luke conocía el nombre.

—Claro. Sólo ella podría llegar a perder un planeta en una partida de cartas... ¿Dónde puedo encontrarla?

—Essssstará jugando y haciendo apuessstassss —dijo el ri'dar—. Cuando no esssstá aquí, juega en otro ssssitio. Los drackamarianossss no duermen.

Luke obtuvo los nombres de los locales de juego que frecuentaba Omogg, cerró los ojos y dejó que su dedo índice fuera bajando por la lista. El dedo se detuvo en el tercer nombre, un local que estaba cerca de allí y que se encontraba cuatro niveles más abajo.

Luke se envolvió en su capa y acarició la espada de luz que colgaba junto a su costado. Algo indefinible que flotaba en el aire le advirtió de que debía estar preparado, y Luke sacó la espada del cinturón y se la guardó en un bolsillo.

El trayecto sólo le exigió unos cuantos minutos, pero en cuanto llegó allí fue como si hubiera entrado en un mundo distinto. La atmósfera de aquel nivel olía a rancio y las luces eran más tenues que arriba. Centenares de niveles más abajo había lugares del submundo en los que ni siquiera los humanos más valientes se atrevían a poner los pies. En aquel nivel ya vivían alienígenas de razas que Luke no había visto jamás: un enorme anfibio bioluminiscente de color azul turquesa pasó junto a él contoneándose sobre sus pies palmeados mientras su gran boca masticaba lo que parecía alguna clase de fungosidad. Algo inmenso con tentáculos se deslizó sobre los adoquines mojados. Luke no sabía si era consciente o si se trataba de alguna variedad de alimaña. Encontró el lugar que estaba buscando gracias a la débil luz que brillaba sobre su puerta y permitía entrever el cartel con su nombre, «El Almacén».

Luke cruzó el umbral y entrecerró los ojos intentando distinguir algo en la penumbra. La única luz que había en el local procedía de los reflectores de la cabeza de un androide de limpieza y de anfibios bioluminiscentes como el que Luke había visto en la calle. Los seres vivos no utilizaban las luces artificiales a esas profundidades.

Y de repente Luke oyó sollozos ahogados que sólo podían ser gritos de agonía resonando entre las sombras.

Sacó su espada de luz del bolsillo, la activó y su brillante resplandor azulado se abrió paso a través de las sombras. Docenas de alienígenas gritaron y se taparon los ojos mientras hacían muecas de dolor, y muchos lanzaron alaridos de sorpresa y corrieron hacia la puerta. Una docena de seres-rata echó a correr y se escondió en las sombras para observar la inminente pelea con sus ojillos relucientes.

En el otro extremo de la sala de juegos había una mesa y tres hombres que se alzaban sobre la drackamariana caída encima de ella. Dos de ellos la mantenían inmovilizada con la espalda pegada a la mesa, y el tercero hacía desesperados esfuerzos para arrancarle el casco y exponerla a la atmósfera de oxígeno que era veneno para ella. La drackmariana se resistía hundiendo sus garras en los brazos que la sujetaban y haciéndolos sangrar, intentando darles patadas con las uñas de sus pies y golpeándoles con su cola. Ya había dos humanos caídos en el suelo, pero la drackmariana se estaba quedando sin fuerzas. Los hombres por fin consiguieron dominarla del todo. Los tres llevaban gafas infrarrojas, lo cual indicaba que no estaban acostumbrados a la vida en el submundo.

—Soltadla —les ordenó Luke.

—No te metas en esto —dijo uno de los hombres en básico, usando un acento muy extraño que Luke no había oído nunca con anterioridad—. Tiene información.

Luke dio un paso hacia adelante, y el interrogador que había estado tirando del casco de Omogg para arrancárselo desenfundó un arma y disparó contra él. Un chorro de chispas azules brotó del arma y envolvió a Luke, y durante una fracción de segundo Luke sintió que se le quedaba la mente en blanco. Era como si le hubieran sumergido la cabeza en un cubo lleno de agua helada. Parpadeó y dejó que la Fuerza fluyera a través de él. Los tres hombres habían vuelto a concentrar su atención en Omogg, aparentemente seguros de que la confrontación con Luke había terminado.

—Soltadla —repitió Luke en voz más alta.

El interrogador alzó la mirada hacia él con evidente sorpresa y volvió a desenfundar su arma. Luke movió una mano y usó la Fuerza para arrancársela de los dedos.

—Marcharos de aquí ahora mismo —les advirtió.

Los hombres permanecieron inmóviles durante unos momentos y después retrocedieron un paso alejándose de la drackmariana. Omogg yacía sobre la mesa y jadeaba intentando superar los efectos del oxígeno que había logrado atravesar los cierres de su casco.

—Esta criatura tiene información que podría llevarnos hasta una mujer que ha sido secuestrada —dijo uno de los hombres—. Obtendremos esa información.

—Esta mujer es una ciudadana de la Nueva República —replicó Luke— y si no le quitáis las manos de encima, os dejaré sin manos.

Luke movió la espada de luz en un círculo amenazador.

Los hombres se miraron nerviosamente los unos a los otros y empezaron a retroceder. Uno de ellos sacó un comunicador de un bolsillo y empezó a hablar rápidamente en un lenguaje desconocido para Luke. Estaba claro que pedía refuerzos. Los roedores del rincón decidieron que la situación se había vuelto demasiado peligrosa y se marcharon a toda prisa, y la habitación pareció quedar extrañamente silenciosa, con el zumbido ahogado de los procesadores de comida que había al fondo como único sonido audible.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó una voz femenina detrás de Luke diez segundos después.

Los tres hombres que habían atacado a Omogg cruzaron los brazos delante del pecho e inclinaron la cabeza.

—Gran Reina Madre, hemos encontrado a la señora de la guerra drackmariana tal como nos habías pedido que hiciéramos, pero no ha querido responder a nuestras preguntas. No hemos podido obtener ninguna información de ella.

Luke se volvió hacia la líder de los tres hombres. Era una mujer alta con un tiara de oro y un velo dorado que le ocultaba el rostro, y hasta el último centímetro de su persona hablaba de majestuosidad y riqueza. Llevaba un vestido largo de grandes pliegues que no conseguían ocultar su hermosa figura. Detrás de ella había por lo menos una docena de guardias armados, con sus desintegradores desenfundados preparados para hacer fuego.

—¿Habéis torturado a una dignataria extranjera? —preguntó la Reina Madre.

Sus ojos echaban chispas detrás del velo. Luke pudo sentir su ira, pero no estuvo seguro de si iba realmente dirigida hacia sus hombres o si estaba irritada porque habían fracasado.

—Sí —murmuró uno de los hombres—. Nos pareció que era lo más adecuado.

La Reina Madre dejó escapar un leve gruñido de disgusto.

—Salid de aquí..., los tres. Consideraos bajo arresto.

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