El Cortejo de la Princesa Leia (17 page)

Durante un momento Luke se preguntó si todo aquello no sería una farsa, y sondeó un poco más la Fuerza de la recién llegada. Las acciones de sus hombres no la habían sorprendido ni escandalizado, pero eso le decía muy poco a Luke. Los líderes tienden a endurecerse y a perder la sensibilidad.

—He contraído una deuda de gratitud contigo por tu intervención —le dijo la Reina Madre.

Movió una mano y dos de sus guardias corrieron hacia la drackmariana derrumbada encima de la mesa y se aseguraron de que su respirador estaba bien encajado sobre su hocico. Omogg todavía jadeaba, pero parecía estar recuperándose por momentos. Movió los brazos, y su cola osciló débilmente de un lado a otro. Los guardias la levantaron dejándola sentada sobre la mesa, ajustaron las válvulas de su mochila y aumentaron la cantidad de metano que llegaba a su casco. Omogg tragó una honda bocanada de gases.

—Lo lamento muchísimo —dijo la Reina Madre volviéndose hacia la drackmariana—. Soy la Ta'a Chume, reina de Hapes, y pedí a mis hombres que dieran contigo, pero no les ordené que te interrogaran de esta manera. Ya están arrestados. Di qué castigo te parece más justo para ellos.

—Haaaz que rrrespirren metaaaano —siseó Omogg.

La Reina Madre inclinó levemente la cabeza en señal de aceptación.

—Se hará —dijo, y guardó silencio durante unos momentos antes de seguir hablando—. Ya sabes por qué he venido. Necesito averiguar dónde está Han Solo. Se dice que estás organizando un grupo privado para seguir su rastro. Pagaré cualquier precio razonable que me pidas. ¿Sabes dónde está?

Omogg estudió a la Ta'a Chume durante un momento. Los drackmarianos eran famosos por su generosidad, pero eran un pueblo independiente y no se les podía obligar a que hicieran nada en contra de su voluntad. Habían sido intrépidos oponentes del Imperio, y después de su derrota sólo se les podía considerar aliados de la Nueva República de nombre. Eran capaces de resistir las presiones hasta la muerte. Omogg miró a Luke.

—¿Tú también quierrressss essssto?

—Sí —respondió Luke.

La drackmariana vaciló, y Luke comprendió enseguida el motivo por el que dudaba. Le diría donde había ido Han, pero no quería hablar en presencia de la Ta'a Chume. A pesar de eso, Luke podía captar una emanación emocional procedente de la Reina Madre. ¿Confianza? Si Omogg realmente planeaba enviar un grupo en persecución de Han —y la Nueva República ofrecía una recompensa lo suficientemente elevada como para justificar esa acción—, entonces la Ta'a Chume probablemente ya había hecho algunas investigaciones preliminares. Sabría en qué nave viajaría Omogg, y quizá incluso había interrogado a algunos miembros de la tripulación e instalado algún localizador en la nave para poder seguirla.

—Como recompensa, te pido que me dejes ocuparme del general Han Solo y que no reveles el nombre del planeta a nadie, sino que me mires a los ojos y pienses el nombre.

Omogg alzó la mirada y los globos oscuros de sus ojos brillaron detrás de las nubéculas verdosas de metano que flotaban en el interior de su casco. Luke dejó que la Fuerza le uniera a ella, y oyó con toda claridad el nombre del planeta en su mente. «Dathomir...»

El nombre despertó ecos en su memoria, y durante un segundo se acordó del holograma en el que aparecía un Yoda con un color de piel verde más claro y juvenil, y volvió a oír sus palabras. «Chu'unt-hor en Dathomir... Lo intentamos»

—¿Qué sabes de ese lugar? —preguntó Luke.

—Tiene mmmmmuy poco valor para un sssser que rrrrrespira mmmmmetano —dijo Omogg.

—Gracias, Omogg —dijo Luke—. Veo que la reputación de generosidad de que gozan los drackmarianos es más que merecida. ¿Necesitas un médico, alguna cosa...?

Omogg movió una mano rechazando su ofrecimiento y empezó a toser de nuevo.

La Ta'a Chume estudió a Luke de una manera tan franca y desapasionada como si fuera un esclavo y estuviera pensando en comprarlo, y Luke acabó captando su nerviosismo. La Reina Madre quería algo de él.

—Gracias por haber aparecido cuando lo hiciste —le dijo por fin—. Supongo que eres alguna clase de cazador de recompensas y que andas buscando ganar dinero, ¿no?

—No —replicó Luke poniéndose a la defensiva—. Se podría decir que soy amigo de Leia..., y de Han.

La Reina Madre asintió. Parecía no querer separarse de él.

—Nuestra flota partirá esta noche... —sus ojos recorrieron la habitación en la que sólo estaban ella, sus guardias, Luke y Omogg— con rumbo a Dathomir. —Debió percibir la sorpresa de Luke cuando pronunció el nombre, pues cuando volvió a hablar había un nuevo matiz de confianza en su voz—. Omogg cometió el error de hacer una comprobación de curso en su ordenador de navegación. En cuanto nos enteramos de que planeaba hacer ese viaje, no tuvimos ninguna dificultad para averiguar dónde podía ir; pero no veo ninguna razón para que Han escogiera ir a un mundo como Dathomir.

—Quizá encierre un..., un valor sentimental para él —dijo Luke.

—Por supuesto —dijo la Ta'a Chume—. Una elección muy probable para un enamorado enloquecido que acaba de secuestrar a una compañera... Bien, ¿estás de acuerdo conmigo en que las probabilidades de que esté allí son lo bastante elevadas como para ir a Dathomir?

—No estoy seguro —dijo Luke.

—Iré allí y averiguaré si Han Solo está en Dathomir —dijo la Ta'a Chume con voz pensativa—. No había visto a un Jedi desde que era pequeña, e incluso entonces el Jedi al que conocí era un anciano que se estaba quedando calvo. No se parecía en nada a ti..., pero me interesas. Me gustaría que vinieras a mi nave dentro de un par de horas para cenar conmigo. Vendrás esta noche.

Su tono no invitaba a rechazar la oferta, aunque Luke se dio cuenta de que estaba permitido rechazarla. Pero también se había dado cuenta de otra cosa que le había impresionado, y era la despreocupación con la que aquella mujer permitía seguir viviendo o imponía la muerte, y la forma en que aceptaba la ejecución de sus propios hombres. Aquella mujer era peligrosa, y Luke quería saber algo más sobre lo que se ocultaba en su mente.

—Me sentiría muy... honrado —dijo Luke.

Capítulo 10

El
Halcón Milenario
seguía precipitándose hacia Dathomir. Chewbacca lanzó un rugido de miedo y se agarró a su asiento. Los continuos giros de la nave estaban haciendo que Leia empezara a marearse, pero el wookie se había criado en los árboles, y la caída libre quizá le resultara todavía más inquietante que a ella.

—Está empezando a hacer mucho calor aquí dentro —dijo Leia, expresando lo obvio en voz alta. Ya habían entrado en contacto con la atmósfera, y la carencia casi absoluta de escudos atmosféricos haría que la gran fragata no tardara en arder—. ¡Han, no sé cómo pude permitir que me convencieras para ir contigo! ¡No me importa que vayas a la cárcel, pero llévame a casa ahora mismo!

Han se inclinó sobre su panel de control.

—Lo lamento, princesa, pero me parece que Dathomir va a ser tu nuevo hogar..., al menos hasta que consiga arreglar este trasto.

Han pulsó el botón que conectaba el compensador de aceleración del
Halcón
y la sensación de caída desapareció de repente. Después empezó a pulsar más botones y tiró de varias palancas. Los motores cobraron vida con un rugido.

—Salgamos de aquí —dijo.

El
Halcón
fue subiendo poco a poco y se oyeron estrepitosos crujidos y chirridos cuando algo metálico arañó el techo. Han empezó a avanzar en reversa, sacando el
Halcón
de la fragata con un continuo acompañamiento de ruidos de metal que se rompía.

—No hay ningún motivo de preocupación —dijo—. Sólo son nuestras antenas, que están siendo arrancadas una detrás de otra... Tenemos que salir muy despacio y mantenernos cerca de la fragata para que no puedan captar el rastro de nuestras emisiones de energía. Creo que cuando la fragata haga impacto, el calor de la explosión bastará para escondernos prácticamente del todo durante un momento. Aun así, tendremos que posarnos cerca.

El
Halcón
emergió de la masa metálica de la fragata, y Leia vio que aún se encontraban a varios miles de kilómetros por encima del suelo. El
Halcón
siguió dando vueltas sobre sí mismo mientras descendía, y durante un momento podían ver las estrellas y los planetas que parecían muy lejanos, y al siguiente volvían a divisar el planeta.

Abajo era de noche. «Bueno, por lo menos estamos bajando hacia una masa de tierra en vez de caer hacia el agua», pensó Leia. Se encontraban encima de lo que parecía una zona de clima templado, una inmensa área de colinas y montañas que se ondulaban junto a un mar de dunas. No parecía demasiado hospitalaria, pero quizá se pudiera sobrevivir en ella. Las montañas estaban oscurecidas por el arbolado. Leia había sobrevolado centenares de planetas, y los que eran como Dathomir siempre le daban escalofríos. Sin la alegre animación de las luces de las ciudades todo parecía tan oscuro, tan solitario...

El ver lo desolado que era aquel lugar hizo que sintiera un escalofrío que recorrió todo su cuerpo.

—Han, estabilízanos antes de que sigamos bajando —dijo Leia— y consigue una lectura de los sensores. Busca cualquier señal de vida.

Han pulsó unos cuantos botones.

—No nos queda ni un solo sensor —dijo.

—¡Debemos tener sensores! —gritó Leia—. ¿De dónde vas a sacar los repuestos necesarios para reparar este cacharro?

—¡Ahí! —gritó Cetrespeó de repente—. ¡Veo una ciudad por ahí!

—¿Dónde? —preguntó Leia.

Siguió el vector del dedo de Cetrespeó con la mirada. Había algo en el horizonte, una débil luminosidad que se encontraba a unos ciento cincuenta kilómetros de distancia.

—¡Llévanos en esa dirección! —gritó Leia.

—¡No puedo volar hasta ahí! —replicó Han—. Tenemos que posarnos a medio kilómetro del lugar del impacto como máximo, o de lo contrario los detectores infrarrojos de esos Destructores Estelares captarán nuestra presencia.

—¡Pues entonces llévanos medio kilómetro en esa dirección! —gritó Leia.

Han dejó escapar un gruñido ahogado y masculló algo sobre las malditas princesas que siempre estaban dando órdenes. El suelo subía a toda velocidad hacia ellos, y unos segundos después ya estaban cayendo por entre los picachos de unas montañas increíblemente altas. El cielo nocturno estaba despejado, y las lunas daban la claridad suficiente para que Leia pudiera distinguir bosques de árboles muy altos y de formas retorcidas.

Ya casi estaban al nivel del suelo cuando Han interrumpió su caída. El cielo se llenó de un brillante resplandor blanco cuando la fragata chocó con la superficie de Dathomir, y el
Halcón
se deslizó sobre las copas de los árboles durante una fracción de segundo, pasó por encima de un lago de montaña y descendió metiéndose bajo el dosel del bosque. La nave resbaló sobre una gruesa capa de vegetación y acabó deteniéndose entre sacudidas y vibraciones. Una bola de fuego se alzó detrás de ellos y desparramó su luz por encima del lago.

Han volvió la cabeza hacia la pantalla y contempló los árboles.

—Bueno, éste es el lugar —dijo, y empezó a desactivar los sistemas del
Halcón.

—Oh, Han —dijo Leia—. Aunque consigamos piezas para reparar el
Halcón,
ya has visto todos esos circuitos quemados... ¿Cómo vamos a transportar las piezas hasta aquí?

—Para eso están hechos los androides y los wookies, ¿no? —replicó Han.

Chewbacca soltó un gruñido y lanzó una mirada feroz a Han.

—Estoy totalmente de acuerdo —le dijo Cetrespeó a Chewbacca—. Nadie culparía a un wookie por comerse a un piloto perezoso.

—¿Crees que lo hemos conseguido? —preguntó Leia—. ¿Estás seguro de que no nos han detectado en sus pantallas?

—No estoy seguro de nada —dijo Han—. Pero si los hombres de Zsinj siguen las reglas de campaña imperiales, bajarán al planeta para echar un vistazo al montón de metal fundido en que se ha convertido la fragata apenas se haya enfriado un poco. Tendremos que salir y borrar las señales que hemos dejado, esconder el
Halcón
y...

—Discúlpeme, señor —le interrumpió Cetrespeó—, pero quizá debería observar que los hombres de Zsinj no son imperiales, al menos no en el sentido estricto del término, ya que el Imperio ha sido vencido y ya no gobierna la galaxia.

—Cierto, cierto —Han torció el gesto, y no insistió en algo tan obvio como que la gran mayoría de los hombres de Zsinj habían sido adiestrados por el Imperio—. Pero míralo de esta forma, Cetrespeó: ¿qué piloto espacial podría pasar por alto la oportunidad de bajar a un planeta y echar un vistazo a unos restos tan magníficos? Créeme, no tardaremos en tener montones de compañía, y a menos que quieras ofrecerles una merienda campestre será mejor que nos pongamos a trabajar.

Bajaron a la bodega y sacaron las redes de camuflaje de su compartimento. Las redes funcionaban en dos fases: una red metálica muy delgada cubriría el
Halcón
para ocultar sus sistemas electrónicos de la detección por los sensores, y después una segunda red de camuflaje sería colocada encima de la primera red para ocultar la nave de la inspección visual.

Salieron de la nave. El aire estaba más caliente de lo que Leia había esperado, y las estrellas destellaban en el cielo. La noche parecía tener una extraña cualidad casi líquida, como si pudiera derretir los nudos que se habían ido formando en los tensos músculos de la espalda y el cuello de Leia. El bosque estaba sumido en el silencio más absoluto. Podían oír el chisporroteo de las llamas en los restos de la fragata al otro lado del risco, pero no había llamadas de pájaros ni gritos ahogados de animales acosados. El olor de las hojas, los liqúenes y la savia viva era muy potente e impregnaba sus fosas nasales. En conjunto, Dathomir no parecía un sitio muy desagradable.

Desplegaron rápidamente la red metálica y la colocaron sobre el
Halcón,
y después cogieron la red de camuflaje. La red medía treinta y cinco metros de longitud y estaba unida a una tira activadora. Arrancaron la tira activadora, y luego extendieron la red sobre el suelo lleno de hojas durante un minuto para que registrara una imagen del terreno. Después desplegaron la red sobre el
Halcón.
Generalmente, la capacidad camaleónica de la red bastaría para ocultar la nave incluso si era sobrevolada desde muy cerca. Incluso se habían dado casos en los que los miembros de un grupo de búsqueda habían trepado por una nave posada en una depresión del terreno, sin darse cuenta en ningún momento de que se encontraban encima de lo que andaban buscando.

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