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Authors: Elaine Cunningham

El bastión del espino (8 page)

—Es evidente que no lo consiguieron. Huí antes de que tus... amigos hiciesen su aparición. —Le dio un empujón impaciente—. ¿Te das cuenta de lo que has hecho?

Danilo levantó las cejas.

—Pensaba que sí, pero veo que tú tienes una opinión diferente, y el archimago sostiene un tercer punto de vista. Como estoy seguro de que compartirá conmigo sus pensamientos tarde o temprano, seguro que en total armonía, ¿por qué no nos concentramos en tu punto de vista?

Bronwyn se levantó de un brinco y se acercó a la ventana desde la que se contemplaba una panorámica de la ciudad.

—Yo mantengo las promesas que hago. Ésa es mi reputación y lo más valioso que poseo, y ésta es la primera vez que no cumplo un encargo. Has desbaratado más que un acuerdo puntual. ¿Lo entiendes ahora?

El silencio se prolongó durante un momento largo y tenso.

—Ese collar tiene un gran valor mágico y tiene que ser protegido convenientemente —intervino Khelben.

Bronwyn procuró controlarse. ¿Acaso el archimago no había escuchado una sola palabra? ¿O es que aquellos asuntos menores no tenían importancia? Al fin y al cabo, ¿qué respeto sentía un dragón por un ratón?

—Yo lo mantendré a buen recaudo —prometió ella en tono inflexible—. Danilo os contará qué protecciones mágicas se han invocado sobre él.

Su amigo se puso de pie y le apoyó una mano en el hombro.

—¿Qué precio te pagaron por el collar? Me ocuparé de que Malchior quede suficientemente compensado. Aunque eso no servirá para que quede satisfecho, al menos servirá para restablecer tu honor a sus ojos y ante los tuyos. Te debemos eso.

—Y más. —Echó la cabeza hacia atrás para contemplar a su amigo. Era un alivio no tener que ocultar su irritación—. Tendréis que perdonarme si prefiero proseguir esta reunión en otro momento.

Una fugaz sonrisa curvó las comisuras de los labios del bardo.

—Lord Arunsun, me temo que nos echan...

Bronwyn desvió la vista hacia el archimago.

—No pretendía...

—Claro que sí, y no sin razón —la interrumpió Dan con suavidad—. Descansa un poco. Las... negociaciones del día te habrán dejado exhausta. —Antes de que pudiera responder, los dos hombres dieron media vuelta y salieron de la habitación por la escalera trasera. Bronwyn se sentó de nuevo a contemplar el dintel vacío, consciente de que se había esfumado cualquier posibilidad de conciliar el sueño.

Mientras los Arpistas descendían por la escalera, Khelben inició una transformación. Su cuerpo corpulento se hizo más compacto y alargado para adoptar la forma de un hombre joven y su ropa pasó de ser negra a lucir una gama de tonos tostados y verdes. Las vetas plateadas desaparecieron de su cabello y barba, y su rostro adoptó las facciones propias de un elfo.

Danilo había asistido con tanta frecuencia a aquellas transformaciones que ya no les prestaba atención. El archimago no solía pasearse por la ciudad luciendo su aspecto real. De hecho, ninguno de ellos abrió la boca hasta que llegaron al callejón que pasaba por detrás de El Pasado Curioso.

—¿En qué estabas pensando para llevar el collar a la tienda de Bronwyn? Ahora ella está al corriente de que los Arpistas la están vigilando.

—Corrimos ese riesgo cuando enviamos hombres a la sala de fiestas —le espetó Danilo con brusquedad mientras un gato callejero salía de detrás de unas cajas y soltaba un maullido en señal de protesta. No cabía duda de que su aparición había echado por tierra las posibilidades de capturar una presa que acechaba desde hacía rato, como por ejemplo un ratón. Danilo, que no era muy aficionado a los roedores, aceleró el paso—.

Bronwyn no es tonta. Seguro que es consciente de que consiguió huir con demasiada facilidad y sospecha que alguien detuvo a los secuaces de Malchior.

Khelben alargó la zancada para seguirle el ritmo.

—Y ahora, gracias a tu gesto erróneo, lo sabe a ciencia cierta y, teniendo en cuenta que está implicado Malchior, se ha convertido en una situación delicada.

—Ilumíname.

Desembocaron en la calle de Selduth, que a aquella hora estaba en pleno ajetreo por la multitud que iba de taberna en taberna, así como las hetairas y los aspirantes a galanes que se reunían en las cercanías de la plaza del Bufón. En aquella zona la luz era más tenue, en deferencia a los borrachos y a un deseo por mantener flirteos discretos.

Khelben echó un rápido vistazo a su alrededor para comprobar que nadie prestaba demasiada atención a su conversación y luego torció hacia el oeste, rumbo a la calle de las Sedas. Dan notó que hasta el archimago buscaba instintivamente la seguridad de calles mejor iluminadas.

—Conoces a Bronwyn desde hace unos siete años, pero yo la llevo buscando desde hace más de veinte. Es la hija de un afamado paladín, Hronulf de Tyr, descendiente directo de Samular Caradoon, el paladín fundador de la orden conocida como los Caballeros de Samular. Por la expresión de tu rostro, doy por supuesto que reconoces esos nombres.

—He sido instruido en historia —repuso Danilo mientras esquivaba a un transeúnte ebrio que pasaba tambaleante—. Por favor, continúa.

—Entonces, también sabrás que se supone que la familia de Hronulf fue destruida en el transcurso de una incursión a su poblado hace más de veinte años. Hronulf cree que todos sus hijos fueron asesinados, pero yo tenía duda sobre ese particular y mantuve la búsqueda hasta que mis sospechas se vieron confirmadas. Uno de los niños, ahora un hombre hecho y derecho, se ha mantenido fuera de mi alcance, pero en cuanto a Bronwyn, puedo y debo influir en ella. No tiene conocimiento ninguno de su herencia, y hay razones para desear que nunca llegue a enterarse.

Danilo se detuvo de improviso y cogió al archimago del brazo.

—¿Tengo que entender que durante casi siete años tú has sabido que dos de los hijos de Hronulf seguían con vida, y él no? —preguntó en tono enojado.

—No juzgues aquello que no comprendes —lo amonestó Khelben—. Harías mejor en concentrarte en la tarea que tenemos entre manos. Tenemos que saber quién conoce el secreto de Bronwyn, si hay alguien que lo conozca, incluida la propia Bronwyn. Y ahí es donde tú intervienes.

Khelben siguió caminando mientras Danilo se quedaba de pie con la boca abierta de par en par y la mente recelosa. Resuelto a descubrir la verdad de todo aquel asunto, trotó hasta alcanzar a Khelben y acompasó sus pasos a los de él.

—Hace siete años me enviaste a Amn para reclutar a una posible agente, una mujer que no había cumplido los veinte años. Bronwyn y yo nos hicimos amigos.

—Eso me dijiste.

—El informe y la recomendación de un Arpista potencial incluye muchas cosas, como por ejemplo, tengo que confesar, si una persona tiene algún tipo de marca identificativa. —El tono de voz de Danilo era tenso y cuajado de una ira cada vez más intensa—. Y yo informé de la marca de nacimiento de Bronwyn, la marca identificativa, ¿no? La marca que confirmaba que era la hija de Hronulf.

—Sí, ¿y qué?

Danilo respiró hondo, inhalando el aire a través de los dientes contraídos.

—Me enviaste a Amn con la intención de que descubriera e informara sobre eso.

—Ambos erais jóvenes y sin compromiso. Era razonable suponer que la naturaleza seguiría un rumbo razonable —repuso Khelben—. Y tengo que añadir que tú eres también predecible en ese asunto.

El bardo soltó un juramento furioso por lo bajo.

—No puedo creerlo, ni siquiera de ti. ¿Acaso no existe ningún rincón de mi vida que quede fuera del alcance de los Arpistas? ¡Y tú! Que manipules de ese modo a aquellos que depositan en ti su confianza... es increíble.

—Cálmate. Eso sucedió hace mucho tiempo y no causó ningún daño. Incluso habéis seguido siendo amigos.

—¡Amigos, claro! —le espetó—. ¿Qué clase de amigo creerá Bronwyn que soy cuando descubra que utilicé y traicioné la confianza que ella depositó en mí? ¿Va a creer que lo hice sin intención o sin estar al corriente? ¿Me creerá cuando le diga que yo no participé en mantener su pasado y a su familia en secreto incluso para ella misma?

—Baja la voz. —Khelben echó una ojeada a un par de transeúntes que parecían interesados y condujo a Danilo a un callejón lateral—. Hace mucho tiempo que sucedió y es un asunto sin importancia. Olvídalo. No es la primera vez que utilizas tu encanto y tus dotes de persuasión para descubrir los secretos de una mujer, y dudo que sea la última.

—¿Eso crees? —Dan cruzó los brazos y contempló la frente arrugada de Khelben—. He asumido algunos compromisos personales. ¿Eso no significa algo?

—Tenías un compromiso previo con los Arpistas —señaló Khelben, ahora tan enfurecido como su sobrino, aunque con una ira mucho más fría que a ojos de Danilo parecía incluso inhumana—. Si tu Arilyn no puede aceptar eso, demostrará que no se merece el broche de Arpista que ostenta, así como tu constante preocupación por ella.

Danilo se consideraba a sí mismo un hombre pacífico, pero aquella conversación estaba llegando a límites que no permitía que nadie sobrepasara.

—Tendré que regresar trotando a casa como un potro —murmuró entre dientes—, pero por Mystra que habrá valido la pena.

Cerró el puño y arremetió directamente contra la mandíbula de Khelben.

El archimago se tambaleó, sorprendido por el primer ataque físico que había recibido desde hacía, sin duda, siglos. Durante un momento, el disfraz mágico que lo cubría se esfumó y Danilo vio que ya no estaba frente a un elfo joven y fuerte sino frente a un anciano hechicero. De hecho, parecía tan viejo que Danilo sintió por un instante una mezcla de culpa y pesar. Una cosa era golpear a un hombre que gracias a un disfraz mágico aparentaba su misma edad, y otra muy distinta contemplar el rostro aturdido de un hombre que podría haber sido su abuelo.

Pero pronto cesó el cambio y el poderoso archimago de Aguas Profundas se quedó de pie frotándose la mandíbula, con su aspecto habitual: severo, poderoso, y resuelto a hacer cumplir su voluntad en aquel asunto y en muchos más.

Danilo dio media vuelta y echó a andar, demasiado furioso y confuso para preocuparse por la venganza que podía fulminarlo como un rayo.

Ahora que se habían desvanecido todas las posibilidades de dormir, Bronwyn se vistió con rapidez con pantalones oscuros y camisa y bajó por la escalera trasera.

Alquiló un coche de caballos en la calle y dio al conductor una dirección en el distrito del Muelle, la zona más peligrosa y violenta de la ciudad, en el punto donde se unía al mar. Había un almacén en el callejón de la Quilla que albergaba una bodega subterránea, punto de reunión favorito para los habitantes procedentes de los reinos subterráneos. Cuando sus «amigos» duergars acudían a la ciudad, siempre acababan allí.

Bronwyn localizó el almacén sin problemas y se introdujo en el edificio. La planta era de grandes proporciones y se asemejaba a una ciudad en miniatura con calles estrechas pavimentadas de planchas de madera entre estructuras formadas por pilas de cajas, también de madera, y sacos. Albergaba tantos peligros como la ciudad que se extendía en el exterior de sus muros y al ver un par de ojos luminosos, entrecerrados en actitud desafiadora a un palmo del suelo, alargó el brazo para coger de forma instintiva un cuchillo. A través del aire polvoriento le llegó el sonido de un gruñido bajo y enojado, pero al reconocerlo se tranquilizó. Sólo era un gato descarnado, uno de esos que los dueños mantenían para limitar la infestación de ratas. El brillo sobrenatural de los ojos del animal no era más que el reflejo de la luz de un farol de la calle que se filtraba a través de una rendija en la pared.

Se abrió camino a través del laberinto de barriles y cajas hasta la parte trasera del almacén, donde había un barril de grandes proporciones y forma achaparrada. Levantó la tapa y se coló en el interior.

El barril no tenía fondo, sólo una escala de madera que le permitía a uno descolgarse hacia las profundidades de la bodega. En un hogar de piedra ardía un fuego pequeño y humeante, y la grasa que desprendía la pierna asada que giraba sobre él hacía que siseara y chisporroteara. La luz del fuego iluminaba varios rostros grisáceos.

Bronwyn contó cinco duergars, entre ellos los dos con quieres había tratado a primera hora de aquel mismo día. No estaba con ellos el joven duergar, pero los mayores no parecían muy apenados por su pérdida. El duergar silencioso masticaba tranquilo un pedazo de carne asada, mientras el cabecilla jugaba a dados con los demás y discutía en voz baja y enojada. La enorme jarra de cerveza vacía que tenía junto al brazo sugirió a Bronwyn su estrategia.

Ató un pedazo de cuerda delgada y robusta a la manecilla de un arcón apilado por encima de su cabeza y meneó un poco el bulto para que no quedara tan estable. Luego, se situó detrás de otra pila de cajas y esperó a que el duergar saliera. Según sus cálculos, el barril de cerveza se acabaría pronto y ni siquiera los inmundos enanos de las profundidades permitirían quedarse sin bebida en una bodega.

En efecto, al cabo de poco rato oyó el retumbo de las pesadas botas de acero sobre la desvencijada escalera. Cuando el duergar pasó frente a ella en su intento de llegar a la puerta que conducía al callejón, Bronwyn dio un salto, le pasó la mano por encima del hombro para agarrarle por la barba, echarle la cabeza hacia atrás y apoyar el filo de su cuchillo en la garganta desnuda. Con la mano libre, empezó a atar el cabo de la cuerda al cinturón del duergar.

—Ese collar que me vendiste —susurró—. ¿Dónde lo conseguiste?

El duergar empezó a forcejear, pero luego se lo pensó mejor.

—No decir —musitó—. No parte del trato.

—Lo añado como pago por los daños. ¿Quién te lo vendió? —Dio un ligero empujón al cuchillo para acelerar una respuesta.

—Un humano —confesó el duergar a regañadientes—. Barba corta, ancha sonrisa, un poco gordo, vestido de púrpura.

La imagen se formaba con toda claridad en la mente de Bronwyn, pero quiso asegurarse.

—¿Tiene nombre ese humano?

—Se hace llamar Malchior. Ahora suéltame y ve a importunarlo a él. Tengo cosas que hacer —se quejó el duergar.

Bronwyn bajó el cuchillo. Luego, propinó al duergar una patada que lo hizo caer de bruces al suelo..., debajo de la caja que estaba atada al otro extremo de la cuerda y varias más de abajo. Dio media vuelta y salió huyendo. Antes de que los demás duergars salieran a investigar lo sucedido, había puesto de por medio dos calles y una tienda.

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