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Authors: Elaine Cunningham

El bastión del espino (5 page)

Dag examinó el anillo a la luz de otro relámpago. En el interior del aro se leían marcas arcanas, unas marcas que había visto una sola vez de niño y que había supuesto que formaban parte del diseño. Ahora era capaz de leer las runas crípticas: «Cuando tres se unen con un único poder y propósito, se estremece la maldad».

—Tres —musitó Dag.

Sabía de la existencia de dos anillos. Mientras el plan tomaba forma en su mente, empezó a comprender por que Malchior, su mentor, se había sentido de repente tan interesado por la historia familiar de Dag. A éste le parecía probable que los recuerdos de infancia que él conservaba sobre la importancia de los anillos se basaran en poco más que leyenda, pero si Malchior quería meter las narices en el asunto, seguro que se podía conseguir un poder real. Por fortuna, el viejo sacerdote nada sabía del anillo. O quizá sí; pocos miembros de categorías superiores de zhentarim eran conocidos por su altruismo.

Seguramente Malchior no se tomaría la molestia de investigar el pasado perdido de Dag, o la localización de su aldea natal, por complacer a su acólito. Bueno, fuera como fuese, Malchior descubriría que él no era un utensilio dócil, ni estaba dispuesto a permitir que un poder de cualquier tipo se le escapara de las manos sin presentar sangrienta batalla.

Dag empezó a deslizarse el anillo familiar en el dedo índice, tal como lo había llevado en su día Byorn.

Una punzada de dolor, breve, intensa y lacerante, le atravesó el cuerpo. Atónito, lo alejó a toda prisa de su dedo. Se apartó el cabello empapado de lluvia de los ojos y sostuvo el anillo cuan lejos le permitía el brazo para contemplarlo con una mezcla de confusión y recelo. Él era un descendiente de Samular..., ¿cómo podía volverse en su contra el anillo?

La respuesta se le ocurrió de repente, mezclada con una oleada de cólera contra sí mismo. Tenía que haber previsto lo que iba a suceder porque probablemente lo sabía. El anillo debía de haber sido bendecido, consagrado a algún propósito sagrado en el que él, Dag Zoreth, no podía participar. Samular había sido un paladín de Tyr; Dag Zoreth era un cabecilla de guerra, un clérigo de Cyric.

Siguiendo un impulso, Dag cogió el medallón que llevaba colgado del cuello, un estallido de plata que rodeaba un diminuto cráneo esculpido, abrió el cierre con dedos que el barro y la lluvia y su propia sangre habían vuelto resbaladizos y deslizó el anillo en la cadena. Luego, trabó el cierre y volvió a situar el medallón en su sitio, colgando encima de su corazón. El anillo quedó oculto a salvo tras el símbolo de Cyric.

Que se hiciese la voluntad de Tyr, si algún día el dios de la justicia condescendía en vigilar a alguien como Dag Zoreth.

Silbó para que acudiera su caballo y montó con rapidez. El viaje de regreso tendría que ser breve, porque no podía permitirse llevar el anillo durante demasiado tiempo. Ahora sentía cómo la piel le ardía, a pesar de que lo separaban de su cuerpo capas de telas púrpuras y negras, y una fina cota de malla. No obstante, había otra persona que podría llevar el anillo en su lugar, una persona que era tan inocente como él mismo había sido en aquel lejano día en que un roble había llorado hojas carmesí sobre Byorn, el último hijo digno de un paladín de Tyr.

Lo mereciese o no, Dag pretendía utilizar el anillo. Al fin y al cabo, por sus venas corría sangre de Samular. Reclamaría su herencia a su modo, y para cumplir su propio objetivo.

2

Aunque existían otras fortalezas más grandes e impresionantes en Aguas Profundas, la torre de Báculo Oscuro era, sin lugar a dudas, el reducto más insólito y seguro de toda la ciudad.

Danilo Thann era un visitante frecuente de la torre desde que Khelben Arunsun lo había amparado bajo su tutela hacía veinte años. Últimamente, a Danilo le daba la impresión de que el archimago requería cada vez más a menudo su presencia y que las exigencias que imponía a su «sobrino» y antiguo alumno iban en aumento.

Aquel día caminó ostentosamente a través de las puertas invisibles que permitían el paso a través del negro muro de piedra que rodeaba el patio, y también accedió del mismo modo a la torre. Hasta ese punto, su actuación era normal, pero una vez allí, atravesó la puerta de madera del estudio del archimago sin molestarse en abrirla, como señal de desafío a cualquier medida de vigilancia que se hubiese colocado en ella.

Era un gesto arrogante, que ninguna otra persona en la ciudad se habría atrevido a hacer. Danilo confiaba en que Khelben interpretase aquellos actos como muestras de su intención de permanecer indiferente a los planes que el archimago pudiese tener para él, pero sospechaba que aquella despreocupación era en menor medida el motivo de su frecuente presencia en la torre de Báculo Oscuro.

Llegaba tarde, por supuesto, y se encontró al archimago en un estado de ánimo inusualmente deplorable. Khelben Báculo Oscuro Arunsun, archimago de Aguas Profundas, no solía caminar. Su poder y su influencia eran tales que los asuntos solían acontecer como a él le convenía. Pero en aquel preciso instante, caminaba arriba y abajo por su estudio como si fuera una pantera encerrada y extremadamente frustrada. En otras circunstancias, aquello habría divertido de veras a Danilo, pero el informe que había enviado a su mentor era lo bastante inquietante para alterar su propia compostura.

Khelben detuvo su paso para mirar con la frente arrugada al hombre que era su sobrino sólo de nombre. Existían pocas similitudes entre ellos, salvo el hecho de que ambos eran altos y de que los dos estarían dispuestos a matar sin dudar a quien fuera para proteger al otro. El archimago era un hombre recio, oscuro y de porte serio.

Siempre vestía ropajes sombríos y negros, mientras que Danilo llevaba siempre vestimentas de vividos tonos verdes y dorados, joyas como si estuviera siempre de fiesta y portaba una diminuta arpa élfica, pues, muy a pesar del archimago, había decidido llevar una vida de bardo, decisión que constituía una fuente constante de conflicto entre ellos, conflictos que no hacían más que corroborar las sospechas de Danilo de que el archimago todavía confiaba en que su sobrino pudiese ser su heredero como guardián de la torre de Báculo Oscuro. Danilo sabía que las aspiraciones de Khelben eran bastante razonables porque, a decir verdad, aunque por fortuna pocas veces tenía que planteárselo, hasta Danilo tenía que admitir que era más experto en el manejo de los hechizos que con el arpa o el laúd.

Depositó el instrumento sobre una mesilla y, tras ejecutar un fugaz y complejo movimiento con las manos, aquél empezó a tocar como por arte de magia una tonada ligera a la que Danilo era muy aficionado.

Aquello hizo que el archimago arrugara la frente.

—¿Cuántos juguetes musicales necesita un hombre? —rezongó—. ¡Te has pasado demasiado tiempo en esa maldita escuela de bardos, descuidando tus obligaciones!

El joven se encogió de hombros, impasible ante la reprimenda familiar. Se le ocurrió, divertido, que en todos los rincones de aquella habitación se mostraba el resultado de la inclinación artística particular del archimago. Khelben pintaba con frecuencia, apasionadamente y sin talento destacable. Colgados de las paredes o sobre caballetes se veían paisajes, retratos y marinas extrañamente sesgados, y en la pared del fondo se apilaban en hileras lienzos a medio terminar. La fragancia de la pintura y del aceite de linaza se mezclaba con el olor más picante de los componentes de los hechizos

que se almacenaban en una habitación contigua.

Danilo se acercó al aparador sobre el que estaba su pintura favorita, un retrato casi bueno de una hermosa semielfa de cabellos negros como el cuervo, y se sirvió un vaso de vino de la botella de vino élfico que él mismo había regalado a Khelben.

—La nueva escuela Olamn forma parte de mis obligaciones —recordó al archimago—. Me parece que hemos hablado del tema con anterioridad. La enseñanza y el apoyo a los bardos Arpistas es una tarea importante, en especial en la actualidad, cuando los Arpistas carecen de objetivo y de rumbo. Y, por cierto, tienes una mancha de pintura en la mano izquierda.

—Mmmm. —El archimago bajó la vista para mirarse la mano y frunció el entrecejo al ver la mancha, que desapareció con presteza. Luego, cogió el pergamino que había junto al arpa mágica y se lo lanzó a su sobrino.

Danilo lo cogió al vuelo y tomó asiento en la butaca favorita de Khelben. El archimago también se sentó, en una silla de madera tallada cuyas patas acababan en forma de garras de grifos apoyadas sobre bolas de ámbar. En respuesta directa al ánimo de Khelben, las garras de madera tamborilearon como si fueran dedos impacientes.

—¿Cuántos juguetes mágicos necesita un hombre? —remedó, jocoso, Danilo, antes de concentrarse en la información que se detallaba en el pergamino.

Transcurrieron unos minutos mientras leía y descifraba el mensaje codificado, y sus facciones se endurecieron.

—Malchior es un jefe de guerra, comandante de los sacerdotes de guerra de la fortaleza zhentarim conocida como Fuerte Tenebroso —resumió con expresión ceñuda—. ¡Maldita sea! Bronwyn había tratado con personajes sospechosos antes, pero esta vez se ha superado.

—Malchior no puede tener ese collar —repuso con firmeza Khelben—. Debes detener la venta y traerme las piedras.

El bardo alzó las cejas y observó al archimago vestido de negro de arriba abajo.

Los únicos adornos que se permitía Khelben eran las hebras plateadas que le salpicaban la cabeza y el distintivo mechón de pelo blanco que destacaba en el centro de su cuidada barba.

—¿Desde cuándo eres aficionado a la joyería antigua y de lujo? —preguntó Danilo, jocoso.

—¡Piensa un poco, muchacho! Incluso en su forma más humilde, el ámbar es más que una piedra preciosa, es un conductor natural del Tejido. Ese ámbar procede de Anauroch, de unos árboles que murieron de forma súbita y violenta. Imagina el poder que fue necesario para convertir el antiguo bosque de los Micónidos en una tierra yerma y desértica. Si queda siquiera un rastro de esa magia en el ámbar, sea como fuere que se haya utilizado y concentrado, ese collar tiene un enorme potencial mágico. También puede reunir y transferir energía mágica. —Khelben se interrumpió, ligeramente sobresaltado, como si de repente estuviera considerando las cosas bajo un nuevo prisma.

Se puso de pie y siguió caminando de un lado a otro—. Según parece, vamos a tener que mantener vigilado a Malchior y sus ambiciones.

—En nuestro copioso tiempo libre —murmuró Danilo, mientras alzaba una ceja— 23. Acabo de tener un pensamiento divertido. Cuando empleas el plural, ¿es acaso el plural mayestático, que excluye a tu humilde sobrino y colaborador?

Khelben estuvo a punto de echarse a reír.

—Sigue pensando así. Dicen que soñar es saludable.

—Tío, ¿puedo hablarte con franqueza?

Esta vez, el archimago parecía genuinamente divertido.

—Por mí no te detengas.

—Estoy preocupado por Bronwyn. Deja ya de fruncir el entrecejo, nada se ha salido de lo normal y todo se ha llevado a cabo según tus instrucciones. Me las he arreglado para que sea vigilada y protegida, he promocionado incluso su local como el lugar idóneo para adquirir gemas y demás rarezas, he procurado que sus adquisiciones sean contempladas por aquellas personas que moldean las vicisitudes de la moda, me he asegurado de que reciba invitaciones sociales que le permitan formarse una reputación y ampliar su lista de clientes. En definitiva, la he mantenido entretenida, feliz y anclada en Aguas Profundas.

»Y, sin embargo, que me aspen si conozco la razón para hacer todo eso, y que me maldigan tres veces si puedo sentirme orgulloso de haber colaborado en la manipulación de una amiga y compañera Arpista.

—Considéralo como «órdenes de la dirección» —repuso Khelben—, si es que la palabra manipulación te desagrada.

Danilo se encogió de hombros.

—Por mucho que llames a los goblins de otra manera, seguirán siendo verdes.

—Una trivialidad encantadora. ¿Es eso lo que te enseñan en la escuela de bardos?

—No cambies de tema, tío.

El archimago levantó ambos brazos.

—Perfecto. Yo también te hablaré con franqueza. Tus palabras desprenden más ingenuidad de la que cabía esperar de ti. Es evidente que los Arpistas necesitan que los dirijan porque las decisiones que los agentes se ven obligados a tomar en ocasiones son demasiado importantes, y su alcance demasiado amplio, para dejarlas por entero en manos de una sola persona.

—A menos, por supuesto, que esa persona seas tú.

Khelben detuvo sus pasos y se volvió lentamente, con una expresión que rezumaba en forma condensada la ira y el poder de un dragón furioso.

—Mide tus palabras —repuso con voz grave y amenazadora—. Existen límites que ni siquiera a ti se te pueden permitir.

Danilo se mantuvo firme, a pesar de que comprendía el verdadero alcance del poder de Khelben mejor que la mayoría de las personas que respetaban al gran archimago.

—Si te he ofendido, te pido disculpas, pero sólo digo la verdad tal como la veo.

—Una costumbre peligrosa —gruñó Khelben, pero se apaciguó y se dio la vuelta mientras unía las manos a la espalda para mirar por la ventana, una ventana que cambiaba de posición al azar y que nunca era visible desde el exterior de la torre.

Danilo vio que la panorámica actual era realmente impresionante: destacaba el lujo del distrito del Castillo, coronado por la cima majestuosa del monte de Aguas Profundas. Un trío de grifos acababa de alzar el vuelo desde un nido situado junto a la cima de la montaña y sus siluetas delgadas se recortaban en las nubes del crepúsculo teñidas de tonos rosa brillante y amatista. Danilo vio cómo trazaban un círculo y desaparecían mientras esperaba a que el archimago hablara.

—Sin duda te habrás preguntado por qué mantenemos una vigilancia tan estrecha sobre Bronwyn, una joven Arpista cuyas misiones en la actualidad son portar mensajes.

—Sí —respondió Danilo de forma escueta, mientras cruzaba los brazos y estiraba sus largas piernas—. ¿Qué te ha impulsado a hacer eso? Muchas veces he pedido saber por qué se me ha convertido en mastín para mantener en el rebaño a esa oveja en particular.

—No seas sarcástico —lo regañó Khelben—. No te haría tanta gracia si comprendieras el posible interés de Malchior en Bronwyn.

—Dímelo, entonces. —Danilo se llevó la mano al corazón, un gesto típico de niño haciendo una promesa a otro—. Seré el rey de la discreción.

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