No hago más que dar vueltas, pensó Valerie. Tenía el presentimiento de no conocer aún el verdadero móvil del asesinato de Fiona Barnes. Lo único que sabía era que esta había mantenido una disputa con Tanner durante la celebración del compromiso matrimonial, pero aquello no era suficiente. El asesinato había sido tan violento, tan brutal, que los ataques verbales envenenados de Fiona parecían insignificantes en proporción. Les había arruinado la velada a todos, pero no dejaba de ser una anciana que al año siguiente celebraría su octogésimo cumpleaños. ¿Quién seguía reconociéndole el poder de influir seriamente en la vida de otras personas e incluso de arruinarlas?
¿Y qué relación guardaba todo aquello con el crimen de Amy Mills?
Lo siguiente, pensó Valerie, es el informe de los forenses. Tengo que saber si fue la misma persona la que cometió los dos crímenes. En tal caso, la disputa de Fiona probablemente no tendría nada que ver con el desenlace.
Y tendría que volver a poner a Tanner en el punto de mira. Porque hasta entonces no conocía a nadie más que tuviera relación con los dos asesinatos, si bien Valerie debía admitir que el vínculo que lo relacionaba con el homicidio de Amy Mills era muy intrincado y bastante rebuscado.
Sería interesante saber si Amy Mills también había recibido llamadas anónimas. Y luego estaba Paula Foster. La que tal vez tenía que ser la verdadera víctima. Alguien podría haber sabido que acudía al establo cada noche. Del mismo modo que alguien sabía que cada miércoles, avanzada la noche, Amy Mills pasaba sola por el parque. Dos mujeres jóvenes no muy distintas la una de la otra. Visto así, la muerte de Fiona habría sido un accidente. ¿Porque había interferido en los planes de alguien? ¿Porque había tomado el camino del barranco en lugar de ir a la granja de los Whitestone? ¿O acaso se había topado con su asesino en la calle? Tal vez ella lo había reconocido y él había decidido que no podía dejarla escapar con vida. Sigue siendo una verdadera incógnita, pensó Valerie, porque alguien, aparte de Paula Foster, tendría que haber estado merodeando por allí a las diez y media de la noche. La rutina de Paula era completamente distinta.
Valerie se puso de pie y se dirigió hacia su coche. Tenía que hablar con los periodistas. Si encontraba el tiempo para ello, buscaría el nombre de Jennifer Brankley en la base de datos de la policía. Para el caso que la ocupaba quizá fuera del todo irrelevante, pero quería aclarar el contexto en el que había oído su nombre con anterioridad.
Abrió la puerta del coche. Estaba agotada. El rompecabezas parecía tener muchas piezas, todas apiladas hasta formar una montaña desordenada que temía no poder llegar a derribar jamás.
Se vio obligada a recordar la vieja regla básica que había aprendido tantos años atrás: no debía pensar en la montaña, sino en el paso más inmediato que debía dar a continuación. Y luego en el siguiente. Y el siguiente. Tenía tendencia a dejarse llevar por el pánico cuando se sentía superada por las circunstancias, cuando estas eran demasiado confusas, demasiado intrincadas.
Lo que más temía era fallar.
No era lo suficientemente buena para ese trabajo, tan solo esperaba que ninguno de sus colegas se diera cuenta de ello.
Valerie arrancó el coche y abandonó la granja.
—¿Doctora Cramer? ¿Puedo hablar un momento con usted? —Colin Brankley apareció por la puerta de la cocina. Llevaba un montón de papeles en la mano y miraba inquieto a su alrededor, como si quisiera asegurarse de que no había nadie cerca.
Leslie estaba frente al fregadero, llenando un vaso de agua. Tenía sed, estaba cansada y aturdida y, al mismo tiempo, agitada por completo. Tenía los nervios a flor de piel. Se preguntaba cuándo se echaría a llorar, a gritar o simplemente cuándo se derrumbaría. A los demás su aparente serenidad debía de parecerles muy extraña, tal vez incluso la consideraban impasible. Sin embargo sabía que todos los sentimientos relacionados con su abuela, con su violenta muerte, pero también con su vida, estaban haciendo mella en ella. No dejaba de rememorar imágenes, escenas, episodios, momentos, en los que no había pensado desde hacía una eternidad, que había olvidado y que ya ni siquiera eran verdad. Era como un delirio febril.
A buen seguro de ahí procedían sus ansias de beber agua, lo más fría posible.
—Leslie —respondió ella—, llámeme simplemente Leslie.
—De acuerdo. —Colin entró en la cocina—. Leslie. ¿Tiene un momento? —dijo mientras cerraba la puerta tras él.
—Sí, claro. —Se llevó el vaso a los labios y al hacerlo comprobó que le temblaba la mano, por lo que volvió a dejarlo sobre la encimera. No quería derramársela por encima delante de Colin Brankley, aunque no fuera más que agua—. Sin duda habrá mucho que hacer, pero no lo sé… —Se detuvo, vacilan te—. Ahora mismo no sé qué es lo que toca hacer —dijo en voz baja.
Colin la observó lleno de compasión.
—Lo entiendo perfectamente. Ha sido una conmoción terrible. Para todos nosotros, pero en especial para usted. A todos nos… nos cuesta asumirlo.
La amabilidad de Colin le hizo bien. Se dio cuenta de que algo le atenazaba la garganta y se forzó a tragar saliva. Lo que mejor le habría sentado sería un buen berrinche, pero no era el momento. No quería ponerse a llorar en aquella cocina, ni delante de Colin. Apenas conocía a aquel hombre. No quería derrumbarse en su presencia.
—¿Tiene algo para mí? —preguntó Leslie con el tono más neutro del que fue capaz mientras señalaba los papeles que Colin llevaba en la mano.
—Sí —respondió él. Tras un leve titubeo, Colin dejó el montón de papeles sobre la mesa de la cocina. Volvió a mirar a su alrededor como si esperara que pudiera entrar alguien en cualquier momento—. Es algo que… Bueno, de hecho esto debería estar en manos de la policía, pero…
—¿Pero?
—Pero creo que no me corresponde a mí decidirlo. Fiona era su abuela, usted sabrá lo que hay que hacer con esto.
—¿De qué se trata?
—Archivos de texto —dijo Colin en voz baja—. Documentos adjuntos a correos electrónicos que Fiona mandó en su momento a Chad Beckett.
Leslie lo miró sorprendida.
—¿Chad Beckett sabe manejar un ordenador? ¿Tiene dirección de correo electrónico?
—Manejarlo quizá no sería la palabra más apropiada. Pero sí, tiene una dirección. Según Gwen, fue Fiona quien insistió en que se creara una. La utilizaban para comunicarse con cierta frecuencia.
—¿Y?
Colin parecía no saber exactamente cómo formular lo que quería decir.
—Fiona y Chad se conocían desde que eran niños. Y llevada por la necesidad de explicarse a sí misma una vez más ciertos acontecimientos, Fiona escribió la historia de los dos. Al menos lo que para ella fueron los puntos más esenciales. Con un título curioso, cuyo enigma se resuelve durante la lectura. «El otro niño doc.» Se sumerge de nuevo en el pasado, describe el primer encuentro que tuvieron, ya sabe usted que fue evacuada de Londres, que vino a parar aquí a la granja de los Beckett…
Leslie lo escuchaba muy atenta, pero cada vez más desconcertada.
—Conozco la historia. Fiona me la contaba a menudo. Es conmovedor que volvieran a escribirse con Chad. Lo que no entiendo es… ¿cómo ha llegado esto a sus manos? ¿No son documentos que en principio estaban destinados solo a Chad?
—Sin duda, así es. Queda absolutamente claro cuando uno los lee. Es la historia de ellos dos. Cuando los lees, ves con claridad cómo era ella en realidad.
—¿Cómo era en realidad?
—Estoy bastante seguro —dijo Colin despacio— de que su abuela debió de contarle una versión censurada de los hechos. Del mismo modo que Gwen también los conocía solo de forma parcial. Igual que todos nosotros.
A Leslie se le ocurrió una cosa que, a pesar de todas sus preocupaciones, la hizo sonreír.
—¿Está intentando contarme que Fiona y Chad tenían una relación? ¿Describe mi abuela orgías salvajes en algún granero? Como es natural, nunca me lo había contado, pero debo decirle que yo siempre he estado convencida de que algo había entre ella y Chad. Eso no me sorprende en absoluto. Y no creo que saberlo pueda servir de ayuda a la policía.
Colin la miró extrañado.
—Léalo. Y luego decida lo que debe hacerse con ello.
Leslie clavó los ojos en él con frialdad.
—¿Cómo lo ha conseguido? ¿Cómo ha accedido al correo electrónico de Chad?
—Gwen —dijo él.
—¿Gwen?
—Ella utiliza el mismo ordenador que su padre. Y le dio por… espiar un poco. En cualquier caso, tampoco le costó mucho averiguar la contraseña con la que protege el correo electrónico. «Fiona.» Así de simple.
Leslie tragó saliva.
Chad la había amado. Leslie siempre lo había sospechado.
—Entonces ¿Gwen se dedicó a husmear en sus correos?
—Abrió los archivos adjuntos y leyó las historias. Cuando terminó estaba tan escandalizada que decidió imprimirlo todo. Se lo dio a leer a Jennifer poco después de que llegáramos a la granja la semana pasada. Ayer Jennifer me las dio a leer a mí con el consentimiento de Gwen. Sin embargo, en ese punto ninguno de nosotros sospechaba aún nada acerca del crimen. Yo lo leí ayer y durante la noche.
—Comprendo. Tres personas saben ahora que entre Fiona y Chad había algo, ¿no es así?
—Léalo —insistió Colin.
Leslie notaba cómo crecía en su interior la ira, pero también el desconcierto. Qué manera de traicionar a dos personas mayores mientras se asoman con nostalgia a su pasado. Que Gwen no hubiera podido contenerse y hubiera leído la historia de la vida de su padre tras haberla descubierto podía entenderlo. Pero ¿por qué había tenido que compartirlo con dos extraños? La amistad de Gwen con los Brankley podía remontarse muchos años atrás y haber sido muy intensa, pero al fin y al cabo ninguno de los dos pertenecía a la familia. Le habría gustado poder proteger a su abuela frente a aquello, si bien sabía que era demasiado tarde.
—No estoy segura de querer leerlo —dijo—. Siempre he respetado mucho la vida privada de Fiona, ¿sabe?
—Fiona ha sido víctima de un terrible crimen. Esta historia podría arrojar algo de luz sobre las circunstancias de su muerte.
—¿Por qué no se la dio a la inspectora Almond cuando vino?
—Porque la historia también arroja algo de luz sobre Fiona. Si lo que aquí se describe —dijo mientras señalaba el montón de papeles— se hiciera público, algo que debe tenerse en cuenta si llega a manos de la policía y se demuestra que tiene una relación directa con el asesinato de Fiona, entonces podría ser que en Scarborough acabaran recordando a Fiona de un modo no precisamente honroso.
Leslie decidió dejar de contener la ira y darle rienda suelta.
—¿Qué es lo que hizo? ¿Atracar un banco? ¿Era cleptómana? ¿Ninfómana? ¿Tenía tendencias perversas? ¿Había engañado a su marido? ¿Le puso los cuernos a la mujer de Chad? ¿Apoyaba al IRA? ¿Formaba parte de una organización terrorista? ¿Qué es, Colin? ¿Qué es lo que hizo?
—Léalo —repitió él por tercera vez—. Llévese estos papeles a casa. Gwen y Jennifer de momento no deben saber que los tiene usted.
—¿Y por qué no?
—Gwen no quiere que la policía conozca su contenido. Sobre todo por su padre. Jennifer se mantiene fiel a él, como siempre. Las dos se enfadaron mucho cuando les dije que quería mostrárselos a usted. Pero creo que…
—¿Qué cree? —preguntó Leslie, al ver que Colin no continuaba hablando.
—Creo que tiene derecho a saber la verdad —dijo Colin—. Y que usted y nadie más que usted tiene el derecho a decidir si debe hacerse pública esa verdad. Comprendería perfectamente que no quisiera. Pero quizá la resolución del crimen dependa de ello. Y eso también tiene que decidirlo usted: si el asesinato de su abuela finalmente debe quedar impune. Tal vez lo prefiera usted así.
A Leslie de repente le sobrevino el miedo. Sabía que no obtendría ninguna respuesta, aun así lo preguntó.
—Pero ¿qué, Colin? ¿Qué demonios cuentan esas páginas?
Él se abstuvo de volver a repetirle que lo leyera por cuarta vez.
Se limitó a observarla.
A Leslie le pareció que la miraba casi con compasión.
La vida en la granja de los Beckett al final no resultó ser tan mala. Más bien al contrario, poco tiempo después me acostumbré de un modo sorprendente.
Emma Beckett siguió siendo tan amable y afectuosa como lo había sido al principio, cuando llegamos a la granja. Era más afable que mi madre, y también más permisiva. Siempre podías sonsacarle algo bueno: un bocadillo de embutido de vez en cuando, un vaso de zumo de manzana casero, a veces incluso un poco de chocolate. Vivía convencida de que yo debía de estar muriéndome de añoranza, y yo dejaba que así lo creyera porque de este modo obtenía aún más cosas.
Pero Chad, su hijo, acabó por descubrirme.
—Estás hecha una buena pieza, tú —me dijo una vez—. Delante de mi madre te comportas como una mosquita muerta, pero en realidad no te apetece ni lo más mínimo volver a Londres.
No era del todo cierto que no me apeteciera ni lo más mínimo. Echaba de menos mi casa, la calle, a los niños con los que había jugado allí. A veces también echaba de menos a mamá, aunque siempre estuviera criticándome por todo. Pero después de la noche del bombardeo que nos dejó sin casa, mi hogar había quedado destruido de todos modos. Y tampoco tenía buenos recuerdos de la vida en casa de tía Edith, donde estuvimos conviviendo tanta gente. Sin embargo, recuerdo haber llorado desconsoladamente una noche porque me puse a pensar en mi padre. A pesar de que siempre iba borracho y de que no le daba dinero a mamá, a fin de cuentas había sido mi padre. A mamá volvería a verla, como también volvería a ver Londres, de eso estaba segura, pero a mi padre lo había perdido para siempre.
En el marido de Emma, Arvid, no encontré a un sustituto. No se mostraba directamente antipático conmigo, pero en esencia me trató siempre como si no existiera. Desde el principio tuve la impresión de que no compartía la idea de su esposa acerca de acoger a un niño evacuado, y cabía pensar que se había dejado convencer solo después de muchos esfuerzos. Tal vez lo hubiera persuadido al final el dinero que el gobierno le daría a cambio. El caso es que se encontró con un segundo niño, «el otro niño», que es como él solía llamar a Brian, que había ido a parar allí por error, y por el que no le pagaban nada. Eso no mejoró su opinión acerca del tema.