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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

Dame la mano (17 page)

En la planta baja de la casa en la que vivía Dave Tanner, una cortina amarillenta se movió de forma casi imperceptible y Leslie dedujo que alguien se había percatado ya de su presencia. Casi enfrente, al otro lado de la calle, una joven salió rápidamente de su casa con un niño en brazos y miró a su alrededor con nerviosismo antes de tomar la calle peatonal que conducía a Saint Helen’s Square. Lanzó a Leslie una mirada de recelo.

O bien por esta calle se ven pocos extranjeros, pensó Leslie, o bien mi coche relativamente nuevo me da una imagen de lo más exótica.

Cuando se disponía a llamar al timbre, de reojo vio que se le acercaba alguien lentamente. Leslie se volvió en esa dirección.

Dave Tanner caminaba con parsimonia por la calle. Bastante relajado, o al menos esa era la impresión que daba. Nada más ver a Leslie, aceleró el paso.

—Mira por dónde —dijo al llegar a la altura de Leslie—. ¡Una visita tan importante en domingo! ¿Ha venido en representación de la familia Beckett? ¿Para comprobar las condiciones en las que vivo y mi entorno social?

Puesto que ni siquiera la había saludado, Leslie decidió imitarlo y abstenerse de desearle los buenos días.

—¿Por qué no responde a las llamadas de Gwen? —preguntó ella con bastante brusquedad.

Dave reaccionó con perplejidad y luego, de repente, sonrió.

—O sea ¿que ha venido por eso? ¿Para preguntarme eso?

—No. En realidad estoy buscando a mi abuela. Fiona Barnes.

Eso no lo dejó menos sorprendido.

—¿Aquí? ¿En mi casa?

—¿Ayer vino usted aquí directamente? —preguntó Leslie.

—¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? —respondió Dave en tono divertido.

—No, solo una pregunta.

—Vine directamente aquí, sí. Y no tengo ni idea de dónde está su abuela. Y para serle sincero, tampoco es que esté muy interesado en encontrarme con ella de nuevo. —Señaló la puerta del edificio en el que vivía—. Tal vez podríamos encontrar un lugar mejor para hablar que en medio de la calle. ¿Le apetece tomar un café?

Leslie había pedido un café en casa de Gwen, pero hasta entonces no cayó en la cuenta de que al final no había tenido tiempo de tomárselo. Ya casi eran las dos de la tarde y todavía no había ingerido nada en todo el día. Sentía debilidad en las piernas y tenía el estómago ligeramente revuelto.

—Un café me sentaría fenomenal —dijo, agradecida.

Dave bajó delante de ella los escalones que llevaban a la casa. Tras las cortinas de la ventana, Leslie pudo ver entonces con claridad la silueta de una persona. Dave también había reparado en aquella presencia.

—Es la casera —explicó—. Está tremendamente interesada en la vida de las otras personas, por decirlo del modo más positivo posible. —Abrió la puerta y cedió el paso a Leslie—. Por favor, entre.

Leslie entró en el estrecho y oscuro pasillo, y a punto estuvo de chocar con una anciana que justo en ese momento salía del salón. Debía de ser la casera. Examinó a Leslie de arriba abajo.

—¿Y bien? —preguntó—. ¿Visita?

Leslie le tendió la mano.

—Soy la doctora Leslie Cramer. Tengo que discutir brevemente unos asuntos con el señor Tanner.

—Willerton —dijo la casera—. Soy la dueña de la casa. Alquilo la habitación de arriba desde la muerte de mi marido.

Dave pasó como una exhalación junto a las dos mujeres en dirección a la escalera.

—Tenga cuidado con los escalones, doctora Cramer —dijo él—. Son empinados, están desgastados y la luz a duras penas ilumina nada.

—¡Pues búsquese una habitación en otra parte si esta le parece demasiado precaria! —gritó la señora Willerton, ofendida.

Leslie subió la escalera, que, en efecto, hacía honor a las advertencias de Dave, quien al llegar arriba abrió la puerta.

—Siento tener que pedirle que entre directamente en mi dormitorio —dijo—, pero no dispongo de más habitaciones aparte de esta.

La habitación era un verdadero caos. Había un armario, aunque si Tanner lo utilizaba, no debía de ser para guardar la ropa. Había pantalones y jerséis puestos de cualquier manera sobre los respaldos de las sillas y los sillones, o amontonados directamente en el suelo. Tenía la cama por hacer y muy revuelta. Al lado había una botella de agua mineral. Periódicos leídos y releídos, muy arrugados, cubrían la totalidad de la superficie de una pequeña mesa que estaba colocada en un rincón. Leslie descubrió una barra de labios sobre el alféizar de la ventana y unas medias negras enrolladas bajo la silla que había frente al escritorio. Le sorprendió ver signos tan inequívocos de que Gwen pasaba la noche allí a menudo, pero pensó también que su amiga, a pesar de su apariencia, al fin y al cabo tampoco podía ser una santa beata, que naturalmente tenía derecho a divertirse con su prometido. Cualquier otra cosa no podría haberse considerado normal. Sin embargo, lo que no habría imaginado era que Gwen utilizara barra de labios; de hecho nunca la había visto con los labios pintados. Aquellas medias tan finas de seda negra tampoco encajaban con su amiga. Pero Leslie pensó que tal vez Gwen se convertía en una mujer fatal durante sus encuentros con Dave y se dijo que al fin y al cabo esa era la solución al misterio que unía a dos personas tan distintas como ellos dos: el sexo. A lo mejor sus relaciones sexuales eran simplemente locas, fantásticas, sobrenaturales.

Pero aunque así fuera, Leslie tenía que confesar que, conociendo a Gwen como la conocía, le costaba imaginar algo así.

Dave quitó un par de camisetas que ocupaban una silla.

—Por favor, siéntese. Ahora le preparo un café.

En un lavamanos que estaba en una especie de cuarto húmedo junto a la puerta, vertió algo de agua en un hervidor, lo encendió y cogió un vaso del armario. Café soluble, pensó Leslie con resignación; me lo temía. Dave echó unas cucharadas del polvo marrón en dos tazas. Apartó los periódicos y dejó sobre la mesa un recipiente con leche en polvo y terrones de azúcar.

—Voilà!
—dijo—. ¡Ya está listo!

—¿Volvía de pasear cuando nos hemos encontrado? —preguntó Leslie.

Dave asintió.

—Hace demasiado buen tiempo para pasarse el día encerrado en esta habitación, ¿no cree?

—¿Anoche se acostó enseguida? Quiero decir, que después de todo lo sucedido, supongo que debió de quedar bastante tocado, ¿no?

—No. No me dejó tocado en absoluto. Y sí, me acosté enseguida. —Cogió la jarra y vertió agua hirviendo en las tazas—. Doctora Cramer, ¿qué es esto? No hace más que preguntarme cosas acerca de lo que hice ayer. ¿Por qué? ¿Qué le ha ocurrido a su abuela? ¿Y qué tengo que ver yo con ello?

—Anoche volví a casa sola. Me hizo enfurecer y no tenía ganas de hablar con ella. Mi abuela se quedó todavía un buen rato en la granja de los Beckett y pidió a Colin Brankley que llamara un taxi para que la recogiera en una granja que queda a unos quince minutos largos de la de los Beckett. Según Colin, estaba bastante alterada y quería caminar. Sin embargo, el taxista no encontró a nadie en el lugar acordado, estuvo dando vueltas por la zona durante un rato y al cabo volvió a Scarborough sin ella. Fiona aún no ha pasado por su casa y tampoco volvió a la granja de los Beckett. Simplemente ha desaparecido. Y ya empiezo a preocuparme.

—Comprendo. Pero ¿por qué piensa que yo tendría que saber dónde está?

Leslie tomó un sorbo de café y se quemó la lengua. El brebaje tenía un sabor horrible. Decidió añadirle azúcar, a pesar de que no solía hacerlo.

—Es solo que tenía la esperanza de que supiera algo. Cabía la posibilidad de que Fiona hubiera pasado a verle, después de haber metido la pata de manera tan flagrante. Tan solo era… un intento.

—Por desgracia, se lo digo de verdad, no tengo ni idea de dónde puede estar —dijo Dave.

¿Y por qué tendría que mentirme?, pensó Leslie. Estaba cansada y angustiada. Con todo, algo en su interior se negaba a considerar la posibilidad de que le hubiera ocurrido algo realmente serio a su abuela. Fiona no era de ese tipo de personas a las que les sucedían cosas. No obstante, enseguida se preguntó si había alguien así, gente a la que no le pasaba nunca nada. ¿Acaso no nos esperaba a todos el mismo destino fatal e inevitable, en algún momento y en algún lugar?

Su mirada vagó por la habitación mientras pensaba cómo un hombre adulto podía vivir de ese modo. Un estudiante sí, pero ¿un hombre de cuarenta años? ¿Qué había salido tan mal en la vida de Dave Tanner? Le pareció percibir cierto desasosiego en la mirada de él, tal vez incluso un asomo de desesperación. Dave odiaba aquella habitación, por lo que no había ninguna contradicción en el hecho de que no hiciera nada por arreglarla un poco y que la tuviera hecha un verdadero desastre. La habitación personificaba la rabia que sentía por la vida que llevaba, por aquella miserable y decrépita casa, por aquella casera impertinente, por ese coche que continuamente se negaba a funcionar, quizá también por su trabajo, que no podía satisfacerlo ni siquiera un poco. A Leslie le pareció un tipo inteligente y culto, ¿por qué no había aprovechado esas cualidades y había acabado en aquel agujero inmundo, compartiendo techo con una anciana insoportable como la señora Willerton?

—Creo que eran las ocho y media cuando salí de la granja de los Beckett —dijo Dave—, y debí de llegar aquí más o menos a las nueve. Estuve bebiendo un poco de vino y luego me metí en la cama. A Fiona Barnes ni la vi ni hablé con ella. Eso es todo.

—Debía de estar usted muy enfadado.

—Estaba enfadado, sí, más que nada porque me atacó en público. Porque arruinó la velada. Sus opiniones acerca de mí, no obstante, no son ninguna novedad, a pesar de que hasta entonces no las había manifestado de forma tan directa. Siempre he despertado recelos en ella.

—Se preocupa por Gwen.

—¿Con qué derecho?

—¿Qué quiere decir? —preguntó Leslie, sorprendida.

Dave removió el contenido de su taza con tanto brío que el café rebasó el borde y se derramó sobre la mesa.

—Lo que le digo. ¿Con qué derecho? No es ni la madre ni la abuela de Gwen. No son parientes. ¿A qué viene esa necesidad de entrometerse tanto en la vida de Gwen?

—Hace una eternidad que es amiga del padre de Gwen, y esta depende mucho de Fiona. Siempre ha visto a mi abuela como a una madre. Por eso es inevitable que Fiona demuestre ese sentimiento de responsabilidad. Por eso y porque recela de usted.

—¿Por qué?

Leslie intentó elegir las palabras con cuidado.

—Probablemente ya sabe que es usted un hombre bastante atractivo, Dave. Sin duda no debe de tener muchos problemas para relacionarse con mujeres jóvenes, guapas e interesantes. Entonces ¿por qué Gwen? Ella es…

Él la miró, expectante.

—¿Sí?

—No es que sea una belleza —dijo Leslie—, lo que no tendría por qué ser un problema siempre y cuando fuera una persona vital, divertida e ingeniosa. O si fuera tremendamente inteligente o tuviera una fascinante seguridad en sí misma, mucha ambición, sagacidad… algo. Pero en lugar de eso, es tímida, vive ajena al mundo que la rodea y no es que sea… no es que sea muy interesante. Mi abuela no comprende qué es lo que le atrae de ella.

—Su abuela lo comprende a la perfección. La granja. Todas esas hectáreas de magnífico terreno que en un futuro no muy lejano pasarán a ser de Gwen. Ya dijo bien claro que lo único que me interesa es eso. La propiedad.

—¿Y tiene razón? —preguntó Leslie provocadoramente.

—¿Usted qué cree? —replicó Dave.

—No me gustaría pecar de descortesía…

—Adelante, por favor.

—Muy bien. No puedo concebir que esté satisfecho con el tipo de vida que lleva. Creo que busca usted una oportunidad de escapar a todo esto —dijo Leslie mientras señalaba con un gesto de la mano la caótica habitación—. Usted es un hombre que tiene éxito con las mujeres pero que no cuenta con nada que ofrecerles, y eso limita considerablemente sus posibilidades de salir de su situación gracias al matrimonio. Cualquier mujer de su edad retrocedería asustada al ver esta habitación. Las jóvenes son menos asustadizas, pero por lo general no suelen tener patrimonio y, por consiguiente, no le sirven para salir del pozo. Visto así, Gwen es un golpe de suerte excepcional que no puede permitirse dejar escapar, ya que no será fácil que se le presente otra oportunidad como esa.

Dave la escuchó en silencio. Si las palabras de Leslie lo irritaron en algún momento, supo disimularlo de maravilla. Parecía absolutamente impasible.

—Le escucho —dijo él, al ver que Leslie se detenía—. Continúe, por favor, ahora que ya ha empezado.

—Gwen está sola —prosiguió Leslie, cada vez más segura—. A pesar del amor que siente por su padre, se siente sola. Nota que su vida, tal como ha ido hasta ahora, no tiene ninguna perspectiva. Sueña con la llegada de un príncipe azul, y sería capaz de renunciar a muchas cosas a cambio de encontrar a un hombre que la subiera a su caballo para cabalgar juntos hacia un futuro en común. Sería capaz de pasar por alto cosas que otras mujeres encontrarían extrañas y ante las que se mostrarían reticentes.

—¿Como por ejemplo?

—Su estilo de vida. Esta habitación realquilada. Su trabajo, que debería considerarse un trabajillo más que un verdadero empleo. El coche, que se avería a cada momento. Ya no es un estudiante. ¿Por qué sigue viviendo de esta manera?

—Tal vez me guste vivir así.

—No creo que eso sea cierto.

—En cualquier caso, no puede saberlo.

—Entonces se lo preguntaré de otro modo —dijo Leslie—. Pongamos que todo va bien en su vida, que Fiona se equivoca y que sus intenciones no tienen nada que ver con la granja de los Beckett. ¿Qué es lo que le atrae de Gwen? ¿Qué le gusta de ella? ¿Por qué la ama?

—¿Por qué ama usted a su marido?

Leslie se sobresaltó. Le molestó notar que se sonrojaba.

—Estoy divorciada —dijo.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que no salió bien?

Con un gesto airado, volvió a dejar la taza de café que estaba a punto de llevarse a los labios. Ahora también ella tenía un charco marrón alrededor de su taza.

—Creo que no es asunto suyo —dijo Leslie en tono cortante.

—Exacto —respondió Dave sin perder la calma—. Del mismo modo que no es asunto suyo, ni de nadie más incluida Fiona Barnes, cualquier cosa que pueda haber entre Gwen y yo. ¿Cómo se ha sentido usted cuando le he hecho la pregunta? Pues así es como me siento yo cuando alguien se mete en mis asuntos. No le concierne a nadie. Y una cosa más… —Su voz se tornó más grave—. Deberían permitir que Gwen hiciera su vida. Todos. Dejen que se haga mayor de una vez por todas. Dejen que tome finalmente sus propias decisiones. Incluso si es para equivocarse. Para casar se con el hombre equivocado. Da igual. Pero paren ya de sobre protegerla. Lo único que consiguen con ello es que viva cada vez más ajena al mundo y que sea cada vez más incapaz de llevar su propia vida. ¡Tal vez deberían detenerse a pensarlo!

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