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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

Dame la mano (7 page)

—Tampoco me atrevería a probarlo. —Stan se echó a reír.

—Me gustan mucho los perros —susurró Ena.

Jennifer pensó que Ena era justo el tipo de persona que esperaba encontrar en un programa de formación como ese. Stan Gibson, en cambio, no encajaba en absoluto. No era un hombre especialmente guapo, pero era simpático y abierto y no parecía tener problemas de timidez y de angustia. ¿Qué debía de estar buscando en aquel curso durante los últimos meses?

Como si le hubiera leído la mente, Gwen se apresuró a aclararlo.

—Por cierto, Stan no estaba en nuestro curso. Durante los meses de agosto y de septiembre han tenido que reformar algunas aulas, y Stan trabaja para la empresa que se encarga de ello. Estaba aquí cada miércoles desde que empezó el curso, así es como lo conoció Ena.

Ena bajó la mirada hacia el suelo.

Toda una agencia de relaciones, esta Friarage School, pensó Jennifer. Gwen había encontrado allí al hombre de su vida. Ena Witty se había echado novio… ¡Si esto sigue así, la dirección podrá plantearse empezar a ganar dinero con ello!, se dijo.

—Puesto que ahora Ena y yo salimos juntos, me han dejado venir a la fiesta de despedida —dijo Stan—, y en las últimas semanas hemos charlado mucho también con Gwen. Bueno, Ena, podríamos invitar a Gwen y a Jennifer para que vengan algún día a nuestra casa, ¿no?

—¿A nuestra casa? —preguntó Ena, sorprendida.

—Cariño, ya puedes abrir los ojos cuanto quieras. Creo que está claro que algún día vivirás conmigo, y entonces, como es natural, podremos invitar a nuestras amistades a casa. ¡A nuestra casa! —Se rió en voz alta y con ganas antes de dirigirse a las otras dos mujeres—. Para Ena puede que todo esto esté yendo demasiado rápido. Mañana a primera hora nos marcharemos a Londres y pasaremos allí el fin de semana en casa de mis padres. Quiero que conozcan a Ena.

Gwen y Jennifer intercambiaron una mirada fugaz. Las dos compartían la impresión de que a Ena no acababa de gustarle el plan que proponía Stan si bien no se atrevía a manifestar su desacuerdo.

Sin embargo, se arrancó con una sonrisa.

—Está bien eso de ya no estar sola —dijo ella, y Jennifer vislumbró la soledad de aquella mujer y comprendió que era eso lo que habían estado tratando en las clases, mucho más que problemas de timidez, de indecisión o de algunas fobias.

En realidad las personas que se encontraban en cursos como aquel, pensó, estaban desesperadas principalmente a causa de la soledad. Eran mujeres solas como Ena, porque nadie reparaba en ellas y no habían aprendido a mostrarse ante el mundo con todos sus talentos, aptitudes y cualidades. Mujeres como Gwen, cuya vida había quedado varada y que esperaba que esta volviera a arrancar algún día. Ansiaban escapar de esos largos y melancólicos fines de semana y de las noches interminables que pasaban con el televisor como único compañero.

—Os llamaremos para invitaros —dijo Stan.

Después de despedirse, Jennifer y Gwen se dirigieron al puesto de libros. La comida para perros pesaba bastante, no obstante Gwen, que la ayudaba a llevar las bolsas, no se quejaba. Podrían haber cogido el coche de Chad o el de Colin, pero a pesar de que Gwen tenía carnet, no le gustaba conducir y solo se sentaba ante un volante en caso de extrema necesidad.

Y Jennifer…

—¿Por qué no vuelves a intentarlo? —le había preguntado Colin a mediodía—. ¡Quién sabe!, tal vez te va mejor de lo que crees.

—No —había respondido ella negando a la vez con la cabeza—. No puedo. No lo conseguiría. Es que… es que simplemente ya no confío en mí misma y son tantas cosas las que pueden llegar a ocurrir…

Colin no había insistido. Jennifer sabía que a su marido le gustaría que se esforzara en recuperar la confianza perdida, pero a veces tenía la sensación de que ya había dejado pasar demasiado tiempo y que no lograría reunir el valor para intentarlo de nuevo. Además, se había dado cuenta de que finalmente podía llevar una vida aceptable. Había perdido la confianza en sí misma cuando se trataba de ponerse frente al volante, y se mostraba algo huraña y desconfiada, pero no estaba sola. Tenía a Colin y a los perros. Las vacaciones en casa de Chad y de Gwen. Con eso ya estaba contenta. Tenía controlada la depresión. Y si alguna vez notaba que se avivaba de algún modo, se tomaba una pastilla, aunque eso no sucedía más de una vez por semana. Ya no era adicta a los medicamentos.

Pero no se permitía pensar en todo lo malo que había tenido que soportar. Eso ya había pasado. Hacía mucho tiempo, en otra vida.

Había encontrado un nuevo lugar para sí misma.

Lo único que tenía que conseguir era acabar de desprenderse del todo de la depresión. No intentar transfigurarla o pensar en aquellos tiempos con nostalgia. Esas cosas no funcionaban de la noche a la mañana, como había podido comprobar muy a su pesar. Aun así, algún día lo lograría.

Y entonces todo sería mejor.

2

—Tiene visita en su habitación —dijo la señora Willerton, la dueña de la casa en la que Dave vivía realquilado. Apenas había cerrado la puerta tras él y había cruzado el estrecho pasillo con las paredes repletas de cursis dibujos de animales—. Es la señorita Ward, su… bueno… ahora ya es su ex novia, ¿no?

—Le dije que no quería que dejara entrar a nadie en mi habitación en mi ausencia —replicó Dave, enfadado, y subió los empinados escalones de dos en dos antes de que la señora Willerton pudiera hacerle más preguntas.

Eso ya era lo último. Encima de vivir realquilado, tenía que pasar continuamente por delante de la cotilla de su casera. La señora Willerton sentía una enorme curiosidad por la vida amorosa de Dave, y este pensaba que probablemente era debido a que la de ella había quedado enterrada en el pasado, hacía varias décadas. Una vez le confesó, avergonzada, que el señor Willerton la había dejado por una novia que se había echado antes de los veinte en un club de fans de Harley-Davidson y no había vuelto a verlo.

A Dave no le había costado nada entender el porqué.

Estaba cansado. Acababa de dar una larga clase de francés de dos horas en la que había tenido que soportar la estremecedora pronunciación de una docena de amas de casa de mediana edad del norte de Yorkshire que se dedicaban a maltratar ese idioma cuya sonoridad y melodía tanto le gustaban. Anhelaba cada vez más que llegara el día en que pudiera dejar todo aquello. En ese momento su vida era demasiado agotadora, complicada y disparatada, lastrada además por las continuas cavilaciones acerca de si no sería un tremendo error lo que estaba a punto de hacer. Karen Ward, la estudiante de veintiún años con la que había tenido una relación de dieciocho meses, era la última persona a la que necesitaba ver esa noche.

Entró en su habitación. Como de costumbre, la había dejado bastante desordenada, con la cama por hacer y algo de ropa apilada descuidadamente sobre la silla. Sobre la mesa que estaba frente a la ventana habían quedado los restos de su almuerzo, una caja de cartón con las sobras de un plato de arroz del puesto de comida paquistaní para llevar y, al lado, una botella de vino blanco que había dejado descorchada, todavía medio llena. Karen siempre se enfadaba porque a veces bebía alcohol ya a mediodía. Al menos en el futuro se libraría de ese tipo de discusiones.

Encontró a Karen sentada en un taburete que estaba a los pies de la cama. Llevaba puesto un jersey de cuello vuelto de color verde oscuro y había enfundado sus largas y bonitas piernas en unos vaqueros muy ajustados. Los mechones de pelo rubio claro le caían desenfadadamente sueltos por encima de los hombros. Dave la conocía lo suficiente para saber que por la mañana necesitaba mucho tiempo para conseguir ese aspecto tan natural. No llevaba ni un pelo fuera de lugar, lo había querido exactamente de ese modo. También el maquillaje, aparentemente inexistente, era el resultado de un arduo trabajo.

Antes lo tenía fascinado por completo, había quedado prendado de su aspecto, pero ya no. Aunque era evidente que eso no había bastado para que su relación llegara a ser realmente larga.

Además, Karen era demasiado joven.

Dave cerró la puerta tras él. Habría apostado cualquier cosa a que la señora Willerton estaba justo debajo de ellos, aguzando el oído.

—Hola, Karen —dijo él, con la máxima soltura de la que fue capaz.

Ella se había levantado del taburete, claramente tenía la esperanza de que Dave se le acercara y la rodeara entre sus brazos, aunque solo fuera por un instante, pero él no hizo ademán alguno de complacerla. En lugar de eso, se quedó junto a la puerta y ni siquiera se quitó la chaqueta. No quería darle ningún indicio en absoluto de que la conversación fuera a ser larga.

—Hola, Dave —replicó ella finalmente—, perdona que haya venido así de… —Dejó la frase inacabada, suspendida en el aire.

Dave no le hizo el favor de aceptar las disculpas por haberse presentado sin avisar, sabía que aquello no era más que una fórmula de cortesía. Se quedó en silencio.

Con una expresión de desamparo en el rostro, la chica dejó que su mirada vagara por aquella habitación tan poco acogedora.

—Este lugar está peor que la última vez que lo vi —comentó.

Típico. Siempre tenía que criticarlo todo. Que si bebía demasiado vino, que si apenas ordenaba su cuarto, que si dormía en exceso o no era lo suficientemente ambicioso, que si, que si, que si…

—Ha pasado tiempo desde que viniste por última vez —replicó él—. Y desde entonces no ha habido nadie que me exigiera mantener un orden.

Y lo celebro, añadió para sí mentalmente.

Su respuesta había sido un error y se había dado cuenta de ello enseguida, nada más oír la réplica mordaz de Karen.

—Según como se mire, Dave. Si no recuerdo mal, estuve aquí la semana pasada.

Era un idiota, eso es lo que era. La semana anterior había vuelto a cometer una estupidez, a pesar de que se había propuesto no volver a hacerlo. Se había encontrado con Karen a altas horas de la noche en un pub del Newcastle Packet, en el puerto, donde ella trabajaba desde hacía poco como camarera. Había esperado hasta que acabara su turno, se había tomado un par de copas con ella y habían acabado la noche en aquella habitación. Recordaba vagamente haberse acostado con Karen de forma bastante salvaje y desinhibida. Desde que hubo cortado con ella a finales de julio, se habían visto un par de veces simplemente por eso, porque era alguien con quien le gustaba hablar, reír y acostarse, y porque a veces había necesitado distraerse para olvidar los tediosos encuentros con Gwen. Pero no había sido justo con Karen y no quería volver a caer en la misma debilidad. No le extrañaba nada que ella tuviera esperanzas de retomar la relación.

—Bueno, ¿por qué has venido aquí a esperarme? —preguntó Dave a pesar de saberlo perfectamente.

—¿No se te ocurre ningún motivo?

—Para ser sincero, no —ella lo miró tan ofendida como si hubiera recibido un bofetón y Dave tuvo que hacer un esfuerzo por dominarse—. Karen… siento lo de la semana pasada. Si es que… bueno, si es por eso por lo que has venido. Llevaba un par de copas de más. Pero no ha cambiado nada. Nuestra relación ha terminado.

Ella se sobresaltó un poco al oír las palabras de Dave, pero consiguió controlar su reacción.

—Desde que me dejaste a finales de julio hasta hoy solo he querido saber una cosa. ¿Recuerdas? Quería saber si había otra mujer.

—Sí. ¿Y?

—Me has dado a entender que no había nadie. Que el hecho de que lo dejáramos solo tenía que ver con nosotros.

—Ya sé lo que te dije. ¿Por qué tienes que salir otra vez con eso?

—Porque… —Dudó un poco—. Porque últimamente me han llegado voces de que hay alguien más en tu vida. Te han visto varias veces con otra mujer durante las últimas semanas. Y por lo que me han dicho, no es ni joven ni guapa.

Dave odiaba ese tipo de conversaciones. Tenía la sensación de encontrarse ante un interrogatorio.

—Y si es así, ¿qué? —replicó él con agresividad—. ¿Dónde está escrito que después de que me enrollara contigo no pueda volver a estar con otra mujer?

—Un año y medio de relación es algo más que enrollarse.

—Llámalo como quieras. En cualquier caso…

—En cualquier caso no te creo, no creo que… que la hayas conocido hace tan poco. Me dejaste el veinticinco de julio y hoy es diez de octubre.

—Sí, han pasado casi tres meses.

Karen parecía expectante. Dave se sintió entre la espada y la pared y se dio cuenta de que cada vez estaba más furioso. Después de todo lo que tenía que aguantar, encima eso… como si su vida no fuera ya bastante fastidiosa.

—No tengo por qué darte explicaciones —dijo fríamente.

A ella empezaron a temblarle los labios.

No la hagas llorar, por Dios, pensó Dave cada vez más enervado.

—Después de lo de la semana pasada… —empezó a decir Karen con la voz cada vez más quebrada. Él la interrumpió de golpe.

—¡Olvídate de lo de la semana pasada! Estaba borracho. Ya te he dicho que lo siento. ¿Qué más quieres que te diga?

—¿Quién es? Me han comentado que es bastante mayor que yo.

—¿Quién lo dice?

—La gente que te ha visto con ella. Compañeros de clase.

—Ya, ¿y qué? Simplemente es mayor que tú.

—Pero ¡debe de rondar casi los cuarenta!

—¿Y qué? Encaja conmigo. Yo también estoy llegando a los cuarenta.

—O sea, que es cierto.

Él no dijo nada.

—Siempre habías tenido novias más jóvenes —dijo Karen, desesperada.

Juventud. Era lo único que Karen podía ofrecerle.

—Tal vez esté en pleno proceso de cambiar mi vida —replicó él.

—Pero…

Dave lanzó sobre la mesa de mala manera la cartera que había estado sosteniendo durante todo el rato.

—Déjalo, Karen. Deja de humillarte. Porque mañana lamentarás haberlo hecho. Lo nuestro ha terminado. Son incontables los hombres que se volverían locos por una chica guapa como tú. Simplemente olvídame y no le des más vueltas.

Las primeras lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de Karen cuando volvió a dejarse caer sobre el taburete en el que había estado esperándolo.

—No puedo olvidarte, Dave. No puedo. Y creo… creo que tú tampoco puedes olvidarme a mí, a decir verdad. De lo contrario la semana pasada no me habrías…

—¿Qué? ¿Follado, quieres decir? ¡Al diablo, Karen, ya sabes cómo son estas cosas!

—Tu nueva novia no tiene ningún atractivo en absoluto. Tal vez no te guste tanto acostarte con ella como conmigo.

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