—Bien hecho —lo elogió Valerie. Con los brazos intentaba protegerse del frío, tenía el cuerpo helado. El viento soplaba cada vez más gélido, barría la meseta sin árboles y silbaba a su paso por el barranco.
Justo después de haberlo hallado, el cadáver ya tenía nombre y apellidos. Había sido más rápido y sencillo que de costumbre. A menudo pasaban semanas hasta que conseguían averiguar la identidad de un cadáver. Pero Valerie no cometió el desliz de dejarse llevar por el optimismo. Tampoco habían tardado mucho en identificar a Amy Mills y, sin embargo, hasta ese día no habían hecho ni el más mínimo progreso en el caso.
—Entonces me gustaría ver cuanto antes a la nieta de esta mujer —dijo Valerie.
El joven agente de policía se alegró al caer en la cuenta de que sería él quien tendría que llevar a su jefa en coche. Porque el sargento Reek seguía inmerso en la ardua búsqueda de una oveja herida en medio de la oscuridad.
A veces se trataba solo de tener un poco de suerte.
—¿Estás despierta? —susurró Jennifer mientras asomaba la cabeza por la puerta de la habitación de Gwen—. He visto luz…
Gwen no estaba tendida en la cama. Ni siquiera se había quitado la ropa. Estaba sentada en un sillón junto a la ventana, con la mirada perdida hacia la oscuridad que reinaba aún sobre los campos. Eran las cuatro y media de la madrugada. Todavía no se anunciaba siquiera el inicio de un nuevo día.
Cal y Wotan pasaron junto a Jennifer, se acercaron a Gwen y le lamieron las manos. Ensimismada, Gwen acarició aquellas dos grandes cabezas.
—Entra, tranquila —dijo—. No he podido dormir ni un momento esta noche.
—Yo tampoco —afirmó Jennifer antes de entrar en la habitación y cerrar la puerta sin hacer ruido.
Estaban conmocionados. Todos los que se alojaban en la granja. Desde que Leslie había llamado a última hora de la tarde del día anterior. Después de que hubiera ido a verla una agente de policía.
Chad se había encerrado en su dormitorio sin mediar palabra y había echado el cerrojo.
Colin no había hecho más que ir y venir del salón a la cocina y de la cocina al salón.
—No es posible —no había dejado de repetir, una y otra vez—. ¡No puede ser verdad!
Gwen y Jennifer se habían quedado sentadas en el sofá, petrificadas, desconcertadas, mudas.
Fiona estaba muerta. La habían asesinado cruelmente. Al borde de un barranco, no muy lejos de la granja de los Beckett, pero en un lugar apartado del camino que Fiona había querido tomar aquel sábado por la noche. Nadie tenía ni idea de cómo había ido a parar allí.
Allí estaban, mucho después de medianoche, en la habitación de Gwen. Pero aparentemente nadie había podido pegar ojo.
—Quería hablar de algo contigo —dijo Jennifer.
Parecía tensa, pero a Gwen eso no le sorprendió en absoluto. Ella también tenía la sensación de tener el cuerpo sometido a tensión, de los pies a la cabeza. Los párpados le pesaban debido al cansancio, pero de todos modos estaba absolutamente desvelada. Sudaba y tiritaba por igual. Era como tener la gripe. Aunque peor, mucho peor.
—¿Sí?
Jennifer se sentó en la cama.
—He estado pensando… —empezó a decir, con prudencia—. Puede que te extrañe que haya pensado en esto, y más ahora, pero… sé lo desgraciada que te sientes…
Gwen tenía un nudo en la garganta. Le costaba mucho hablar.
—Es que no puedo creerlo —dijo, no sin dificultad—. Es como si… como una pesadilla. Fiona siempre había sido… imparable. Fuerte. Era… —Buscó las palabras apropiadas para describir lo que Fiona había sido para ella, pero no se le ocurría una manera fiel de expresarlo—. Siempre ha estado ahí —dijo finalmente—, siempre ha estado ahí y tenías la sensación de que siempre lo estaría. Eso infundía tanta… seguridad.
—Lo sé —dijo Jennifer con ternura mientras le acariciaba suavemente un brazo—. Sé lo que significaba para ti. Y también sé que preferirías que te dejara en paz, pero tenemos que hablar de algo. Es importante.
—¿Sí? —preguntó Gwen con indolencia.
—Hoy vendrá por aquí la policía y nos interrogará a todos para saber lo que ocurrió durante la velada del sábado —dijo Jennifer—. Querrán saber qué sucedió con exactitud. Y nosotros deberíamos pensar bien lo que les decimos.
A pesar del letargo en el que estaba sumida, Gwen se irritó.
—¿Por qué? Simplemente podemos contar lo que sucedió.
Jennifer siguió hablando con calma, eligiendo con sumo cuidado las palabras.
—El problema es la riña entre Fiona y Dave. Al fin y al cabo fue bastante intensa.
—Sí, pero…
—La policía se aferrará a eso. Mira: Fiona atacó a Dave tan ferozmente que él abandonó la casa hecho una furia a pesar de que la cena había tenido lugar para celebrar su compromiso matrimonial. Pocas horas más tarde ella apareció muerta. Asesinada. Eso les dará que pensar.
Gwen se incorporó.
—¿Quieres decir…?
—Puedes estar segura de que el principal sospechoso acabará siendo Dave. ¿Y acaso sabemos si se fue a casa enseguida? Bien podría haberse quedado merodeando por ahí fuera. Podría haber salido al paso a Fiona cuando esta se marchó en dirección a la granja de los Whitestone.
—Pero ¡eso es absurdo! ¡Jennifer, conozco a Dave! Sería incapaz de hacer algo así. ¡Jamás!
—Lo único que digo es lo que la policía pensará —subrayó Jennifer—. Dave tenía motivos para hacerlo, ¿comprendes? Podría haber cometido, por así decirlo, un crimen pasional y haberla matado tras dejarse llevar por la ira. Puede que no lo hubiera planeado en absoluto. Tal vez tuvo miedo de que Fiona pudiera estropearle los planes. De que siguiera sembrando la duda en ti. Se había entrometido en el camino que él se había propuesto seguir. ¡Tenía motivos más que suficientes para querer cerrarle el pico para siempre!
—Hablas como si… como si ya le hubieras colgado la etiqueta de asesino.
—Nada de eso. Pero tanto él como tú debéis prepararos para oír esos razonamientos por parte de la policía.
—¿Nosotros?
—También puede ser que sospechen de ti —dijo Jennifer lentamente.
Gwen la miró, escandalizada.
—¿De mí?
—Bueno, pues sí. Naturalmente, también tú estabas furiosa con Fiona. Y también tú tenías miedo de que pudiera destrozar tus sueños de futuro. ¡Hasta ahora no tienes ni idea de si Dave se enfadó tanto que no volverá a aparecer por aquí!
—Pero, Jennifer, por eso mismo no he ido a verlo y… ¡Todo esto no tiene sentido!
—¿Qué hiciste después de que Dave se marchara? —preguntó Jennifer.
Gwen la miró, un tanto perpleja. Parecía como si los razonamientos de su amiga hubieran tenido un efecto paralizante en ella.
—Ya lo sabes. Estuvimos sentadas las dos juntas en esta habitación. Yo estuve llorando mientras tú me consolabas.
—Pero luego, más tarde, yo salí a pasear con los perros y tú no quisiste venir conmigo.
—No, pero…
—Oye, Gwen, solo es un consejo. Por supuesto, no tienes por qué hacerme caso, pero… ¿por qué no decimos simplemente que me acompañaste? Decimos que fuimos a dar un paseo juntas, con los perros. De ese modo dispondrás de una coartada para esos momentos decisivos y no tendrás que defenderte ante ninguna insinuación.
—¡Pero yo no necesito ninguna coartada! —dijo Gwen, airada.
—No, pero tampoco te vendrá nada mal tener una. —Jennifer se levantó y fue hacia la puerta—. Puedes pensarlo un rato. Voy dar un paseo con Cal y Wotan. Cuando vuelva, dime qué has decidido. Si decides seguir mi consejo, tendremos que ponernos de acuerdo acerca de dónde estuvimos paseando durante ese tiempo en cuestión.
Abrió la puerta y salió al pasillo.
—¿Todo claro?
Gwen no daba la impresión de tenerlo muy claro.
—Sí —respondió de todas formas—, lo he comprendido. Voy a pensarlo, Jennifer.
Se quedó mirando la puerta mientras su amiga la cerraba; de repente pensó que, de ese modo, Jennifer tampoco tendría de qué preocuparse.
—¿Conoce a esta mujer? —preguntó la inspectora Valerie Almond mientras mostraba una fotografía a Dave Tanner.
Todavía sin haberse desperezado del todo, él asintió.
—Sí.
—¿Quién es?
—Fiona Barnes. Aunque no la conozco muy bien.
—Y ¿conoce también a esta mujer? —dijo la inspectora mientras le mostraba otra foto.
—No la conozco personalmente, pero sé quién es por los periódicos: Amy Mills. La chica a la que asesinaron en julio.
—Ayer encontraron el cadáver de Fiona Barnes en Staintondale —dijo Valerie—. La asesinaron.
Dave se quedó tan atónito que pudo notar con claridad la palidez que lo había invadido de repente.
—¿Qué?
—La golpearon con una piedra. En algunos aspectos el caso recuerda al asesinato de Amy Mills.
Dave se había sentado en una silla, pero en ese momento ya volvía a estar de pie. Se pasó lentamente la mano por la cara.
—Dios mío —exclamó.
A Valerie le pareció que la noticia lo había impactado de verdad.
A lo largo de los años que llevaba en la profesión, había visto y vivido suficientes cosas como para tomarse en serio cualquier reacción. En realidad, a Dave Tanner le interesaba mostrarse absolutamente sorprendido y conmovido, por lo que su reacción podría no ser más que una actuación convincente. Valerie decidió que de momento no se dejaría impresionar.
Había ido a ver a la casera de Dave con el sargento Reek —bastante cansado después de haber pasado media noche buscando a la oveja herida, hasta que al final la habían encontrado y la habían sacado del barranco— para hablar con el señor Tanner. Cuando la noche anterior había visitado a Leslie Cramer para comunicarle la triste noticia del fallecimiento de su abuela, durante la conversación había salido el nombre de Tanner y Valerie se había quedado helada. Tanner, que impartía clases de idiomas en la Friarage School, igual que la señora Gardner, para la que Amy Mills había trabajado como canguro la noche de su muerte. Su nombre volvía a salir por segunda vez en relación con un caso de asesinato. Él podía ser el nexo de unión. Al menos en apariencia, Tanner era la única relación existente entre esas dos mujeres tan distintas.
Dave Tanner todavía estaba en la cama cuando la casera había llamado a su puerta para anunciarle la visita de la policía entre jadeos de nerviosismo. Tanner se había extrañado, pero enseguida se había mostrado dispuesto a la conversación. Se había vestido con unos vaqueros y un jersey y había recibido a los agentes en su habitación. Les había ofrecido café, pero ambos lo habían rechazado. Valerie se había fijado en especial en el aspecto que ofrecía. Los ojos hinchados revelaban que bebía demasiado, aunque eso tampoco lo convertía en sospechoso, naturalmente. A Valerie le había molestado no haber podido hablar con él justo después de conversar con la señora Gardner, pero primero había tenido que ocuparse del ex marido de esta. Había resultado ser un tipo extraño aunque sin ninguna importancia para el caso. Además, el día en que había tenido lugar el asesinato de Amy Mills él estaba de vacaciones en Tenerife. El hotel que había mencionado había confirmado su estancia.
—Hemos hablado con la doctora Leslie Cramer —dijo entonces Valerie—, la nieta de Fiona Barnes. Según ha declarado, la noche del sábado usted mantuvo una airada disputa con la señora Barnes.
—En realidad no fue una disputa. La señora Barnes se encarnizó conmigo, seguramente ya está usted al corriente del motivo de ese ataque verbal. Llegó a un punto en el que yo ya estaba hasta las narices y me largué. Eso es todo.
—La doctora Cramer ha dicho que usted volvió a casa directamente y se metió en la cama.
—Así es.
—¿Testigos?
—No.
—¿Ni su casera?
—Estaba viendo la televisión. Ni siquiera se dio cuenta de mi llegada.
—¿Cómo lo sabe?
—Porque siempre que se da cuenta de que llegó sale disparada a mi encuentro.
—¿Dónde estaba el dieciséis de julio por la tarde?
—Tenía… una cita.
—¿Es capaz de afirmarlo con tanta facilidad? Yo no podría responder tan espontáneamente si alguien me preguntara qué hice en una fecha en concreto casi tres meses después.
Dave la miró con hostilidad.
Acaba de entender cuán precaria es su situación, se dijo Valerie.
—El dieciséis de julio fue el día en que conocí a mi prometida. Por eso le he dicho que tuve una cita. Y por eso tengo tan presente la fecha.
Valerie consultó sus notas.
—Su prometida es… la señorita Beckett, ¿correcto?
—Exacto.
—¿Dónde conoció usted a su prometida?
—En la Friarage School. Ese día no tenía clase, pero pasé por la escuela de todos modos para recoger unos papeles que había olvidado allí. Gwen Beckett había asistido a un curso. Llovía a cántaros en el momento en que ella se disponía a regresar a casa. Me ofrecí para llevarla. Y eso es lo que hice.
—Comprendo. ¿A qué hora sucedió todo eso?
—Subimos al coche más o menos a las seis. Alrededor de las ocho y media llegué de nuevo a casa.
—Eso es pronto…
—A las seis y media ya estábamos en la granja. Pero estuvimos sentados dentro del coche durante algo más de una hora. Hablando. Ella me contó su vida y yo le conté a ella la mía. Luego volví.
—Entonces ¿estuvo aquí, en esta casa? ¿Solo?
—Sí.
—¿Su casera puede corroborarlo?
Dave se pasó una mano por el pelo, parecía desamparado.
—Ni idea, la verdad. Del mismo modo que para usted el dieciséis de julio no representa ninguna fecha especial, creo que es difícil que ella recuerde si esa noche estuve en casa o no. Pero tal vez podría explicarme qué…
—¿Vio por primera vez a la señora Fiona Barnes el pasado sábado? —Valerie cambió bruscamente de tema—. ¿O se habían conocido antes?
—Ya la conocía. Nos habíamos encontrado en un par de ocasiones en la granja, cuando yo iba a recoger a Gwen. Una vez también nos invitó a Gwen y a mí a su casa. Era muy amiga del padre de Gwen.
—¿Hubo ya algún enfrentamiento entre ustedes en esas ocasiones?
—No.
—¿Ella nunca dejó entrever que sospechaba de usted?
—Me había dado a entender que yo no le gustaba. Se comportaba conmigo con frialdad y me miraba siempre de un modo hostil. Pero a mí eso me daba igual.
—¿Y la noche del sábado ya no le dio igual?