—De hecho, estaba a punto de marcharme a Londres —replicó Leslie, algo incómoda. La idea de enredarse aún más en esa nefasta historia no la atraía en absoluto.
—¡Pero si dijiste que pensabas quedarte un par de días en Scarborough! —exclamó Gwen, sorprendida.
Leslie le explicó que se había enfadado bastante con su abuela y que por consiguiente no le apetecía quedarse más tiempo allí.
—Ha sido un alivio no tener que verla esta mañana. ¿Has tenido el dudoso placer de desayunar con ella o es que no has podido quitártela de encima hasta ahora?
Al otro lado de la línea reinó durante unos momentos un silencio de desconcierto.
—¿Por qué? —preguntó Gwen—. No, no está aquí. ¿Quería venir a vernos?
Leslie empezó a sentir un hormigueo en las puntas de los dedos.
—¿No ha dormido en la granja?
—No. Que yo sepa, pidió un taxi para volver a casa.
—Pero por lo que he visto, parece como si… como si no hubiera dormido en casa.
—Qué raro —dijo Gwen—, pues aquí tampoco.
El hormigueo que Leslie había empezado a sentir en los dedos se hizo más intenso.
—Oye, Gwen, te llamo luego. Averiguaré qué ha ocurrido exactamente.
Colgó el auricular, entró en la habitación de Fiona y abrió el ropero. Con sumo cuidado, inspeccionó sus vestidos, faldas y blusas hasta cerciorarse de que el vestido que había llevado Fiona la noche anterior no estaba entre sus cosas. Tampoco lo encontró en el baño ni en el cesto de la ropa sucia, mientras que los zapatos y el bolso también faltaban. Estaba segura de que Fiona no habría salido a pasear con un vestido de seda, unos zapatos de tacón y un bolso, la única posibilidad era que no se hubiera cambiado de ropa desde la noche anterior. En cualquier caso, no lo había hecho en su casa.
Definitivamente, no había pasado por allí.
Leslie fue corriendo a su habitación y se vistió a toda prisa. A pesar de que lo único que deseaba era una buena y larga ducha y un café bien cargado, pensó que sería mejor no entretenerse ni un solo momento más allí. Se cepilló un poco el pelo, cogió las llaves del coche y las de la casa y salió a toda prisa después de cerrar la puerta tras ella.
Tres minutos más tarde ya estaba camino de la granja de los Beckett. El sol, que resplandecía aún algo bajo, le daba en la cara y agravaba su dolor de cabeza.
Leslie ni siquiera reparó en ello.
—Yo mismo llamé para pedirle un taxi —dijo Colin—. Estuvo sentada mucho rato con Chad, al menos dos horas. Luego salieron juntos del despacho y dijo que quería marcharse a casa. Yo había estado viendo la televisión y ya tenía ganas de subir para ir a dormir. Le pregunté si quería que le pidiera un taxi. Dijo que iba a caminar un poco, que la noche era bastante clara, y me pidió que llamara a un taxi para que la recogiera en la granja de los Whitestone. O sea, que eso fue lo que hice.
—¿En la granja de los Whitestone? —preguntó Leslie, desconcertada—. Para llegar hasta allí tuvo que pasar por el bosque, cruzar el puente, subir la colina… ¡Debió de tardar al menos quince minutos en llegar a esa granja!
Leslie, Colin y Gwen estaban en la cocina. Gwen, muy pálida y con los ojos llorosos, lavaba los platos mientras Colin, que había estado comiendo en la mesa y estudiando un montón de impresos con la frente fruncida, entretanto se había levantado y los iba secando.
—Pero eso era exactamente lo que ella quería —dijo Colin—, caminar. —Reflexionó un momento—. Me dio la impresión de que estaba bastante irritada. O bien lo de Dave Tanner le había afectado realmente o bien hubo alguna otra cosa, algo de lo que había estado discutiendo con Chad, que la incomodaba. En cualquier caso, no hay duda de que salió echando chispas. Por eso, al ver cómo estaba, no me extrañó que necesitara caminar un poco.
—Me pregunto adónde pudo ir —reflexionó Leslie—. Tal vez no quiso ir a casa para no tener que verme. Aunque no es que eso sea muy propio de ella. No es ese tipo de personas que evitan las confrontaciones.
Se dio la vuelta al oír pasos a su espalda.
Chad apareció por el salón. Como siempre, se le veía muy ensimismado.
—Hola, Leslie —dijo—. ¿Ha venido Fiona también?
—Por lo visto Fiona ha desaparecido —explicó Colin.
Chad los miró sin entender.
—¿Desaparecido?
—Anoche Colin pidió un taxi para ella —dijo Leslie—, para que la recogiera en la granja de los Whitestone, porque quería caminar un poco. Pero no ha pasado por casa. ¿Tú viste cómo se marchaba, Chad?
—La última vez que la vi fue en la puerta —respondió Chad—, cuando me disponía a acostarme. Se puso el abrigo y dijo que quería salir al encuentro del taxi. Incluso oí cómo cerraba la puerta tras ella.
—Voy a llamar a la central de taxis —dijo Colin antes de dejar el paño sobre la mesa—. Deben de tener un registro de la carrera. Seguro que eso nos aclara las cosas.
Se metió en el despacho, que es donde tenían el teléfono.
Gwen terminó de lavar los platos y se secó las manos.
—No te preocupes, Leslie. Seguro que eso lo aclarará todo.
Leslie intentó sonreír.
—Claro. Mala hierba nunca muere —dijo mientras se tocaba la frente—. Tengo un dolor de cabeza horrible. ¿Podría tomarme un café? Y ya puestos, ¿tan cargado como sea posible?
—Por supuesto —dijo Gwen enseguida—. Ahora mismo echo el agua y te lo preparo.
Procedentes del pasillo se oyeron trotes y jadeos, y al instante aparecieron los dos dogos en la cocina. Tras ellos entró Jennifer, con las mejillas enrojecidas y el cabello despeinado.
—Fuera hace un día espléndido —dijo—. Hay sol, viento y un aire cristalino. Deberías haber venido, Gwen. Ah, ¡hola, Leslie! ¿Cómo estás?
—Fiona ha desaparecido —dijo Gwen.
Jennifer quedó tan desconcertada como Chad un par de minutos antes.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que al parecer anoche se marchó de aquí pero que no llegó a casa —aclaró Leslie—. Me he dado cuenta de ello casi a mediodía. Colin está llamando ahora a la central de taxis.
Colin apareció tras su esposa.
—Lo investigan y vuelven a llamarnos.
—Qué raro —comentó Chad.
—Podemos descartar que la llevara Dave Tanner en su coche.
—Ya hacía más de dos horas que Dave se había marchado cuando Fiona decidió volver a casa —dijo Colin—. Tendría que haber esperado en algún lugar cercano… ¿Por qué tendría que haberlo hecho?
—Para intentar ponerse en contacto con su prometida otra vez, quizá —dijo Jennifer—, cuando todos se hubieran marchado o estuvieran durmiendo.
Un atisbo de esperanza brilló en los ojos de Gwen.
—¿Lo dices de verdad? —preguntó.
—Pero ¿por qué tendría que haber llevado a Fiona en su coche? ¡Justamente a ella! —dijo Leslie.
Jennifer se encogió de hombros.
—Tenía motivos de sobra para querer hablar con ella. Para convencerla de cuáles son sus verdaderos propósitos, para poder explicarle cuál es su visión de las cosas. No es que le correspondiera a él aclarar el incidente de la velada, pero tal vez quería intentarlo de todos modos.
—¿Y por qué no la llevó a su casa, entonces? —preguntó Chad.
—Tal vez la llevó a casa de él y se han pasado la noche entera hablando. ¡Incluso puede que después hayan continuado hablando mientras desayunaban en algún sitio! —Jennifer los miró a todos, uno detrás del otro—. Los veo capaces de eso a los dos. Tanto a Tanner como a Fiona.
—No lo sé. Yo… —empezó a decir Leslie, pero entonces sonó el teléfono. En lugar de terminar la frase, esperó en silencio igual que los demás a que Colin volviera del despacho.
—Mira que es misterioso —dijo este—. Acaban de hablar con el conductor. Tal como habían acordado, estuvo esperando frente a la granja de los Whitestone sin llamar a la puerta. Sin embargo, no vio aparecer a nadie. Esperó un buen rato, estuvo recorriendo la carretera arriba y abajo, despacio, pero no la vio. Por eso al final volvió sin haber podido prestar el servicio y bastante enfadado, además. En la central dijo que debió de ser un error.
Todos intercambiaron miradas. De repente creció la tensión en el ambiente. Y el miedo.
—Así pues, antes que nada lo que deberíamos hacer es recorrer el camino hasta la granja de los Whitestone —concluyó Leslie—. Tal vez sufrió una caída o un mareo… ¡Que ya tiene una edad! —Miró a los dos hombres—. ¿A ninguno de vosotros os pasó por la cabeza la posibilidad de acompañar a una anciana en plena noche? ¿O de disuadirla de recorrer una parte del camino a pie?
—A Fiona no se la convence fácilmente de algo que se haya propuesto hacer —gruñó Chad. Y tenía toda la razón del mundo.
Colin se pasó la mano por el pelo. Parecía consciente de la parte de culpa que tenía en todo aquello.
—Tienes razón —dijo—, lo más normal habría sido acompañarla. Era… tarde y creo que… pensé que no era mi responsabilidad. Estaba muy molesto con ella… Todos lo estábamos, por un motivo u otro… —Finalmente se calló, desamparado.
Leslie prefirió no insistir. Colin tenía razón. Todos se habían enfadado con Fiona. De hecho, ella era la que se había enfadado más. Se había enojado tanto que se había marchado sola, sin esperar a su abuela.
—Gwen, intenta contactar con Dave de nuevo, por favor. Tal vez él sepa algo. Si sigue sin responder a tu llamada, iré a verlo yo. —Leslie se volvió para marcharse—. ¿Alguien quiere venir y ayudarme a buscarla por el camino?
La acompañaron Colin y Jennifer, y esta última decidió llevarse también a los perros. En la estrecha carretera reinaba la tranquilidad bajo la luz del sol. Estaba bordeada a ambos lados por setos de casi dos metros que lucían todos los colores propios del otoño. Esporádicamente colgaba algún que otro grueso racimo de zarzamoras negras de las ramas. Ese apacible domingo de octubre parecía más bien un día de finales de verano… A lo lejos brillaba el azul del mar.
Un trecho por delante de ellos estaba la gran verja que delimitaba la finca respecto a la de la granja vecina. Un sendero transcurría paralelo a los pastos de la zona. La carretera describía en ese punto una acusada curva a la derecha para serpentear suavemente cuesta abajo a continuación y zambullirse en un bosque de altos y frondosos árboles de hoja perenne, arbustos y helechos. El sol penetraba en esa zona solo en algunos puntos, por lo que la luz era entreclara y todo quedaba teñido de una suave tonalidad verde. Un estrecho puente con la baranda de piedra permitía salvar un barranco arbolado por cuyo fondo, en un otoño tan seco como el que estaban pasando, fluía tan solo un arroyuelo poco profundo. Tras el puente, la carretera volvía a serpentear cuesta arriba.
Por la noche no debía de verse ni gota por aquellos parajes. Sin embargo, era prácticamente imposible perderse por allí, porque en ningún momento era necesario apartarse del camino. Y el barranco estaba delimitado por los muros. Una persona que estuviera como una cuba tal vez podría llegar a despeñarse, pero Fiona con toda seguridad había pasado por allí sobria por completo, como siempre.
El temor que se había apoderado de Leslie era cada vez más profundo. Había algo que no encajaba para nada.
Caminaron hasta la granja de los Whitestone e incluso un poco más allá, buscaron entre los arbustos que flanqueaban el camino y recorrieron con la mirada los pastos que se extendían hacia la lejanía. Wotan y Cal iban saltando alegremente de un lado a otro, al parecer no husmeaban nada fuera de lo normal.
—¿Estos dos sabrían seguir un rastro? —preguntó Leslie—. Si les diéramos a olfatear una prenda de Fiona, por ejemplo.
Jennifer negó con la cabeza.
—Es necesario adiestrarlos para que aprendan. Estos dos no sabrían qué hacer.
Frustrados, emprendieron el camino de vuelta a casa. Respecto a lo que le había sucedido a Fiona, lo único que sabían era que no había ni rastro de ella en el camino que había decidido tomar.
Frente a la puerta de la granja los estaba esperando Gwen, que entretanto había intentado ponerse en contacto con Dave Tanner.
—Sigue sin responder al móvil —dijo—. ¡Es como si se lo hubiera tragado la tierra!
—Igual que a mi abuela —replicó Leslie mientras sacaba las llaves del coche del bolsillo de los pantalones—. O sea, que voy a buscarlo a su casa. ¿Quieres venir conmigo, Gwen?
Gwen dudó un momento y al final decidió no acompañarla. Leslie pensó que aquella actitud era típica de su amiga: nunca daba un paso adelante, siempre actuaba a la defensiva. A consecuencia de eso, su vida había experimentado muy pocos cambios, incluso ninguno en absoluto durante largos períodos de tiempo.
Leslie le pidió la dirección de Dave y poco después ya estaba sentada frente al volante de su coche. Aun con dolor de cabeza, mientras conducía un poco demasiado rápido por aquella soleada carretera rural, sintió la necesidad imperiosa de llamar a Stephen. Quería contarle que había sucedido algo terrible, quería que la consolara y la aconsejara, oír esa cálida voz que siempre la había tranquilizado tanto. Sin embargo, no se permitió esa muestra de debilidad. Stephen ya no era su marido. Y además, tampoco había ocurrido algo terrible.
Al menos de momento no tenía ningún indicio para pensarlo.
Dave Tanner vivía en un lugar muy céntrico del casco antiguo, a pocos pasos de la zona peatonal, llena de grandes almacenes y pequeños comercios, y del mercado, así como también de la Friarage School, la escuela donde impartía sus clases. Friargate Road estaba bordeada a ambos lados por casas adosadas de ladrillo rojo y molduras blancas. La mayoría de ellas quedaban algo por debajo del nivel de la calle, por lo que había que descender unos escalones para acceder a las casas y eso les confería un aspecto subterráneo algo sombrío.
Cuando Leslie aparcó el coche justo detrás del cacharro oxidado de Dave Tanner, nada más salir notó que el olor a mar que impregnaba la suave brisa se llevaba parte de la congoja que la atenazaba. Desde allí no se veía el agua y sin embargo le llegaba una frescura y una pureza capaces de transformar incluso ese monótono asentamiento urbano en algo especial.
Leslie contempló las casas. Le llamó la atención que en casi todos los jardines y en la mayoría de los muros hubiera carteles que prohibieran jugar a pelota por la calle. Al parecer, se habían roto ya un buen número de ventanas, lo que sin duda tenía algo que ver con la proximidad de la escuela, y los vecinos habían intentado erradicar ese peligro constante.