—Lleu no se casará contigo, Camila. Ha reservado pasaje en un barco con destino a Flotsam. Mañana se va de Nuevo Puerto.
La joven lo miró fijamente y palideció, temblorosos los labios.
-No te creo. ¡Lo prometió! ¡Márchate! ¡Vete!
El bebé lloraba ahora con frenética desesperación y el niño hacía lo que podía para calmarlo, pero el bebé no estaba dispuesto a callarse así como así.
-Piensa en lo que te he dicho, Camila -suplicó Rhys-. No estás sola. El templo de Mishakal no se encuentra lejos de aquí. Pasaste por delante cuando venías hacia aquí. Ve a hablar con los clérigos de Mishakal, que te ayudarán a ti y a tus hijos.
Ella lo empujó y propinó una patada al bastón.
—Lleu tiene una marca en el pecho —continuó el monje-. La señal de los labios de una mujer marcados a fuego en la piel. Intentará que entregues tu alma a Chemosh. ¡No lo hagas, Camila! ¡Si accedes, estás perdida! ¡Míralo a los ojos! -suplicó-. ¡Míralo a los ojos!
La mujer cerró de un portazo y Rhys se quedó plantado en la calle, desde donde oyó los plañidos del bebé y la voz de la madre que intentaba sosegarlo. Se preguntó qué hacer. Si esa joven caía víctima de Lleu, abandonaría a sus hijos para reunirse con el Señor de la Muerte.
Entonces recordó el anuncio clavado en la pared del templo y su corazón sintió alivio. No estaba solo en su lucha contra los Predilectos. Ya no. Buscaría ayuda.
Rhys regresó junto a los clérigos de Mishakal y su humilde templo, y allí encontró a Beleño blanqueando alegremente las paredes y a Atta tendida debajo de una mesa mordisqueando, satisfecha, un hueso. Agitó la cola al verlo llegar, pero no estaba dispuesta a renunciar al hueso el tiempo necesario para darle la bienvenida.
-¡Mira, Rhys, estoy trabajando! -entonó el kender, orgulloso, al tiempo que movía la brocha y se salpicaba a sí mismo y al suelo con la cal—. Ya hemos pagado por la comida.
-Le dije que dábamos de comer a todo el que lo necesitara, pero insistió -comentó Patricio-. Es un kender fuera de lo normal.
—Sí, lo es -convino Rhys, que hizo una pausa antes de añadir en voz queda-: Hijo Venerable, he de hablar contigo de un asunto muy importante.
-Pensé que lo harías -contestó Patricio-. Tu amigo nos ha estado contando algunas historias muy interesantes. Por favor, hermano, siéntate.
Galena le llevó a Rhys un cuenco de estofado, y Patricio se sentó a su lado mientras comía para hacerle compañía. No dejó que el monje hablara de esas cuestiones hasta que terminó de comer porque, según le explicó, era malo para la digestión.
Al pensar lo que tenía que decir, Rhys no pudo estar más de acuerdo con él, de modo que animó a Patricio a que le contara su historia.
-Mi esposa y yo éramos ambos místicos de la Ciudadela de la Luz. Cuando los dioses regresaron, los cabecillas de la Ciudadela convinieron en que se nos diera a todos los místicos la opción de elegir: podíamos servir a los dioses o seguir siendo místicos. Nuestra fundadora, Goldmoon, había sido ambas cosas y los cabecillas creían que ella habría querido que nos dieran la posibilidad de escoger. Mi esposa y yo oramos pidiendo guía, y la Sanadora se nos apareció en nuestros sueños para pedirnos que la siguiéramos, y así lo hicimos.
«Somos originarios de Nuevo Puerto, por lo que sabíamos que aquí había muchas necesidades y decidimos regresar para hacer cuanto estuviera a nuestro alcance para ayudar. Hemos empezado con la escuela para niños y una casa de curación. Un comienzo humilde, pero al menos es un comienzo. Ninguno de los otros dioses tiene representación en esta ciudad... Excepto Zeboim, claro —añadió Patricio con un suspiro y una mirada de reojo a Rhys.
El monje no dijo nada y siguió comiendo.
-El templo de Zeboim fue el último que abandonó la gente después de la desaparición de los dioses y el primero al que acudieron a su regreso. De hecho, hubo quienes nunca lo llegaron a abandonar y siguieron llevándole presentes año tras año. «Nunca se sabe con la Arpía del Mar», decían por aquí. «Podría estar jugando uno de sus jueguecitos y más vale no correr riesgos con ella.»
Rhys miró a Beleño, que derramaba cal alegremente todo en derredor, aunque una cantidad considerable acababa llegando a la pared. Rhys se agachó y acarició la cabeza a Atta.
—Perdóname por preguntarte, hermano -dijo al cabo de un momento Patricio—. Es evidente tu condición de monje, peto no estoy familiarizado con tu Orden...
-Fui monje de Majere -contestó Rhys-. Peto ya no lo soy. Esto estaba riquísimo —le dijo a Galena, que recogía el cuenco del estofado-. Gracias. -¿De qué quieres hablar con nosotros, hermano? -preguntó Patricio. —De los Predilectos. La expresión del clérigo se ensombreció.
-Beleño nos ha contado que has ido persiguiendo a uno de ellos y que está aquí, en la ciudad. Son malas noticias, hermano.
-Y ahora ha empeorado la cosa. El Predilecto ha hecho amistad con una joven y me temo que quiere hacerle daño. He intentado avisada, pero es viuda y madre de dos pequeños y está pasando por un momento de extrema necesidad. Cree que va a casarse con ella y se niega a hacer caso de mis advertencias. Van a reunirse esta noche. Tenemos que detenerlo.
-A juzgar por la información que recibimos de la Ciudadela sobre los Predilectos, impedírselo no será nada fácil -comentó Galena, preocupada.
-Aun así debemos hacer algo -dijo Patricio-. ¿Se te ocurre alguna idea?
-Podríamos intentar reducirlo y meterlo en prisión, pero sin duda se escaparía de su celda -admitió Rhys-. Cerrojos y barrotes no representarían un gran obstáculo para él, pero al menos esa joven y sus pequeños estarían a salvo. Podríais tomarlos a vuestro cuidado, mantenerla a ella separada del Predilecto hasta que se haya ido de la ciudad.
—¿Y eso cuándo será?
—Lleu ha reservado pasaje en un barco con destino a Nuevo Puerto que zarpa mañana.
—Entonces atacará a otra persona. —Patricio frunció el entrecejo—. No me gusta dejarlo marchar.
—Estoy intentando adquirir un pasaje en el mismo barco. Seguiré haciendo todo lo posible para prevenir que haga daño a nadie. -Sigue sin gustarme la idea -reiteró Patricio.
-Sé cómo te sientes, esposo —intervino Galena, que posó la mano en el brazo del clérigo-. ¡Pero piensa en esa pobre madre! Tenemos que salvarla a ella y a sus pequeños.
-Por supuesto —convino de inmediato Patricio—. Nuestra prioridad es el bienestar de esa joven madre. Después decidiremos qué hacer con el Predilecto. ¿Dónde se encuentra ahora?
-Lo dejé en una taberna. Se pasará el día allí y saldrá de noche.
-¿Y no sería mejor para nosotros prenderlo allí?
-Me lo planteé -dijo Rhys—. Pero esa joven es el tipo de persona vulnerable que busca Chemosh. Podremos parar a este Predilecto, mas ¿qué pasará con el siguiente que tope con ella? Hay que hacer que vea el peligro por sí misma.
-¿Realmente hay tantos de esos monstruos deambulando por ahí? -inquinó Galena, conmocionada.
-No hay modo de saberlo -contestó el monje—. Pero lo que es seguro es que su número crece de día en día.
Beleño se acercó para reunirse con ellos; en el camino dejó un rastro de salpicaduras de cal por el suelo.
-Ayer vi diez —informó-. En la zona portuaria y en la zona residencial.
-¡Diez! —exclamó Galena, horrorizada-. Esto es atroz.
-Lleu se va a reunir con esa joven esta noche, en su casa. Podemos capturarlo cuando llegue.
-¿Estás seguro de que es un Predilecto? —preguntó Patricio, que miró intensamente a Rhys—. Perdona que te lo pregunte, pero nuestro temor es que, además de los culpables, haya inocentes que paguen las consecuencias.
-Lleu es, o más bien fue, mi hermano —repuso Rhys—. Asesinó a nuestros padres y a los hermanos de mi Orden. E intentó asesinarme a mí.
La expresión de Patricio se enterneció y miró a Rhys como si todo tuviera sentido ahora.
-Lo lamento mucho, hermano. ¿Dónde vive esa joven?
-No lejos. -Rhys sacudió la cabeza-. No te puedo describir la ubicación exacta porque su casa es una de las muchas que hay en esa calle y todas tienen un aspecto pateado. Seta más fácil llevarte allí. Deberías llamar a la guardia de la ciudad.
-Estaremos preparados, hermano.
-Volveré al caer la noche -dijo Rhys, que asió su bastón y se puso de pie-. Gracias por la comida.
No
hace falta
que te marches, hermano. Deberías quedarte y descansar. Pareces agotado.
-Ojalá pudiera -dijo el monje con fervor. La paz que se respiraba en aquel lugar era un bálsamo relajante para su alma atormentada-. Sin embargo he de reunirme de nuevo con el capitán del barco para intentar otra vez persuadirlo de que nos lleve de pasajeros.
-Cree que los kenders dan mala suerte -comentó Beleño con jovialidad-. Le dije que yo podía hacer el viaje más interesante. Vi las almas de un grupo de marineros que deambulaban por el barco y le informé que todos querían hablar con él, pero me pareció que eso no le hacía gracia. Se puso furioso, sobre todo cuando le mencioné el motín y el hecho de que los hiciera colgar a todos en los mástiles. Creo que aún le guardan rencor.
Rhys miró a Patricio y tosió.
-Supongo que no podréis ocuparos otro rato del kender... -Pues claro que sí. Hoy nos ha sido de gran ayuda. -Puede enjalbegar el suelo además de las paredes -añadió Galena a la par que echaba una ojeada al rastro de salpicaduras blancas. Rhys silbó a Atta, que dejó el hueso con pesar.
-Se lo guardaré -ofreció Galena, que recogió el hueso y lo puso en un estante. La perra no le quitó la vista de encima ni un instante.
-Hermano, podrías plantearte la posibilidad de conseguir la ayuda del clérigo de Zeboim —sugirió Patricio mientras lo acompañaba a la puerta—. Tiene un gran ascendiente sobre los capitanes de barco, que estarán dispuestos a escucharlo, y él estará más que dispuesto a escucharte a ti.
—Buena idea, Hijo Venerable -dijo Rhys quedamente-. Gracias.
-Rezaremos por ti, hermano —añadió Patricio cuando el monje y la perra salían del templo.
—Rezad por esa joven viuda —contestó Rhys-. Las preces tendrán así mejor empleo.
Patricio se quedó en la puerta viéndolos marchar. El cayado del monje resonaba contra los adoquines. La perra blanca y negra trotaba a su lado. Pensativo, el clérigo se dio media vuelta. -¿Dónde vas, querido? -preguntó Galena. —A hablar con Mishakal. -¿Sobre esa joven viuda?
-Tú y yo podemos ocuparnos de ella. -Patricio miró por la ventana justo a tiempo de ver desaparecer por la esquina a Rhys y a Atta-. Éste es un tipo de problema del que sólo se puede encargar la diosa.
-¿Y de qué se trata? -quiso saber su esposa.
-De un alma extraviada —contestó Patricio.
Rhys se planteó seriamente el consejo de Patricio respecto al clérigo de Zeboim. Finalmente decidió ir solo a hablar con el capitán del barco. A Rhys no le gustaba la idea de estar más en deuda con la diosa de lo que estaba ya; o más bien, de lo que ella creía que estaba. A decir verdad, él había hecho mucho más por ella que al revés.
Tuvo que esperar durante horas, ya que un capitán de barco con una nave que se prepara para zarpar es un hombre ocupado, sin tiempo para hablar con posibles pasajeros, sobre todo cuando no pueden pagar el pasaje, llegó el y pasó y, finalmente, a última hora del día el capitán le dijo que podía dedicarle unos minutos.
Rhys consiguió persuadir al hombre de que los aceptara a Atta y a él a bordo del barco. Sin embargo, en cuanto a Beleño el capitán se mostró inflexible; un kender a bordo traía mala suerte, todo el mundo sabía eso.
El monje sospechaba que era una superstición que el capitán acababa de inventarse muy convenientemente, ya que hacía oídos sordos a todos sus argumentos. Por último, Rhys aceptó de mala gana dejar al kender en tierra.
—Echaremos de menos a Beleño, ¿verdad, Atta?. -le dijo a la perra mientras regresaban al templo.
Atta alzó los dulces ojos marrones para mirarlo y movió lentamente la cola, tras lo cual se acercó más y caminó casi pegada a él. No entendía las palabras del monje, pero sí conocía el tono de tristeza y hacía cuanto sabía para reconfortarlo.
Rhys iba a echar de menos a Beleño realmente. Al no ser una persona que hiciera amigos con facilidad, había hallado consuelo en la compañía de otros monjes, aunque entre ellos no había tenido verdaderos amigos. Tampoco los había necesitado; tenía a su dios y a su perra.
Había perdido a su dios y a sus hermanos, pero había encontrado a un amigo en el kender. Al repasar lo ocurrido en las últimas semanas, Rhys supo con certeza que habría sido incapaz de seguir adelante sin Beleño, cuya perspectiva alegre de la vida y su inagotable optimismo lo habían mantenido a flote cuando las oscuras aguas parecían a punto de cerrarse sobre él. El valor de Beleño y su sentido común -por extraño que esto pudiera parecer tratándose de un kender- los habían mantenido con vida a ambos.
-Los clérigos de Mishakal lo acogerán -le dijo a Atta-. La diosa siempre ha sentido debilidad por los kenders. -Suspiró profundamente y sacudió la cabeza—. Lo duro será convencerlo de que se quede. Tendremos que escabullimos mientras está dormido, antes de que sepa que nos hemos marchado. Por suerte el barco zarpa con la marea alta y eso es al amanecer...
Pensando en Beleño, Rhys no prestaba mucha atención por dónde iba y de repente descubrió que se había equivocado de camino. Se encontraba en una parte de la ciudad que le era totalmente desconocida. Su error le molestó, pero el enfado dio paso a la preocupación cuando reparó en que era mucho más tarde de lo que había pensado. El cielo mostraba una tonalidad rojiza; el sol se metía detrás de los edificios y la gente a su alrededor caminaba presurosa hacia su casa para cenar.
Temeroso de llegar tarde a su cita con los dos clérigos y la guardia de la ciudad, Rhys volvió sobre sus pasos apresuradamente y, tras parar a varias personas para orientarse en la buena dirección, Atta y él se encontraron una vez más en la calle que conducía al templo.
Caminaba lo más de prisa posible, con Atta al trote detrás, y sin mirar por dónde andaba. Se dio cuenta de que algo iba mal cuando Atta trató de apartarlo a un lado empujándolo con el cuerpo. No era la primera vez que la perra hacía eso, ya que el monje se quedaba tan absorto en sus cavilaciones de vez en cuando que se habría dado de bruces contra árboles o se habría caído en arroyos si el animal no hubiera estado allí para tener cuidado de él.