Entraron en el templo, que tenía un fuerte olor a encalado reciente. El interior era un remanso de silencio y paz en comparación con la barahúnda de la calle.
-¿Cómo se encuentra la joven? —se interesó Rhys.
-Galena la ha llevado a la cocina y le está insistiendo para que coma algo. Por si fuera poco, la pobre mujer está, además, medio muerta de hambre. Se sentirá mejor una vez que haya ingerido algo de alimento.
-¿Y el niño?
Patricio negó con la cabeza.
-Rezaremos a Mishakal y dejaremos al chiquillo en las benditas manos de la diosa. ¿Qué piensas hacer tú, hermano, ahora que tu sombría misión ha terminado?
-He de dar muchas explicaciones -contestó Rhys con pesar-. Y he de rezar muchas oraciones de contrición y he de arrepentirme de mis pecados. ¿Me puedes indicar dónde se halla el templo de Majere?
-¿Te refieres al de Solace? -inquirió Patricio.
-No, Hijo Venerable, al de aquí, en Nuevo Puerto.
-En Nuevo Puerto no hay templo de Majere -dijo Patricio-. ¿No recuerdas nuestra conversación de ayer, hermano? Sólo hay dos templos dedicados a los dioses en Nuevo Puerto: el nuestro y el de Zeboim.
-Tienes que estar equivocado, Hijo Venerable -insistió seriamente el monje-. Esta noche me encontré con un grupo de sacerdotes de Majere, uno de los cuales era un abad. Se refirió a un templo aquí...
-Puedes preguntarle al alguacil si quieres, hermano, pero que yo sepa el templo de Majere más cercano es el de Solace. No he oído comentarios de la presencia de sacerdotes de Majere por los alrededores. Si los hubiera, a buen seguro que nos habrían buscado. ¿Dices que te encontraste con ellos esta noche?
-Sí. No fue un encuentro cordial precisamente. Eso fue lo que me retrasó. El abad me conocía y sabía mi nombre.
-¿Y tú conocías a ese abad? -Patricio lo observaba de un modo extraño.
-No, nunca lo había visto. En aquel momento no lo pensé, estaba demasiado alterado; pero, ahora que recuerdo todo el episodio, me parece muy raro que supiera quién soy. ¿Cómo podía conocerme?
Beleño le dio tirones de la manga.
-Rhys —empezó el kender, pero entonces se calló.
-¿Qué pasa? -preguntó el monje con cierta impaciencia.
—Es sólo que... si no te hubieses retrasado, habríamos llegado a la casucha a tiempo de impedir que Lleu hiciera daño a la madre, entonces el niño no habría golpeado al Predilecto y éste no se habría prendido fuego.
Rhys se quedó callado, prieto el bastón entre los dedos.
-Los sacerdotes te retuvieron justo el tiempo suficiente, Rhys -persistió el kender-. Justo lo suficiente para que llegases tarde, pero no tanto como para que llegaras demasiado tarde. Ahora, aquí, el Hijo Venerable Patricio, nos dice que no hay sacerdotes de Majere en al menos ochenta kilómetros a la redonda y... bueno... No puedo evitar preguntarme si...
Beleño dejó de hablar. No le gustaba el gesto de su amigo.
-¿Preguntarte qué? -inquirió el monje con aspereza.
Beleño no sabía si continuar o no.
—Creo que esto debería esperar hasta mañana.
-Habla —insistió Rhys.
-Que a lo mejor esos sacerdotes no eran reales -sugirió tímidamente el kender.
-¿Crees que he mentido sobre eso? -demandó Rhys.
-No, no, no es eso, Rhys. -Beleño se trabucaba en su prisa por hablar-. Creo que tú crees que los sacerdotes eran de verdad. Es sólo que... —No sabía cómo explicarse y miró a Patricio en busca de ayuda.
—Lo que intenta decir es que los sacerdotes son reales, hermano. Tan reales como los hizo Majere -intervino Patricio.
Rhys se sentía en paz dentro del templo de Mishakal y podía pensar en los horrendos acontecimientos de esa noche, pero de repente se puso terriblemente furioso.
-¿Qué quieren los dioses de mí? -gritó.
Patricio adoptó un gesto serio mientras que Atta se encogía por el tono de voz y Beleño retrocedía un paso.
-Están jugando con mi vida y con la vida de otros —prosiguió el monje, iracundo-. Ese pobre niño y su madre. ¿Era necesario hacerlos sufrir así? Están condenados a evocar el espantoso recuerdo de esta noche durante el resto de sus vidas. Si Majere quería indicarme cómo destruir a esos Predilectos, ¿por qué no se me apareció y me lo dijo, simplemente? ¿Por qué Zeboim me trajo a Mina y después se la llevó?
-Hermano Rhys, los caminos de los dioses son inescrutables para los mortales -adujo Patricio mientras ponía la mano en el brazo del monje.
-Ahórrame el sermón, Hijo Venerable -dijo fríamente Rhys-. Todo eso ya lo he oído antes.
Se volvió de modo tan repentino que pisó a Atta y la perra soltó un gañido de dolor, tras lo cual se dio un rápido lametón en la pata dolida y corrió en pos de su amo sin tenérselo en cuenta. Beleño vaciló. Lanzó una fugaz y atormentada mirada a Patricio.
—Creo que está realmente enfadado conmigo -dijo el kender.
-No. Está enfadado con el cielo -dijo el clérigo-. Nos pasa a todos en un momento u otro. —Esbozó un atisbo de sonrisa-. Ele de admitir que yo tampoco estoy muy complacido con los dioses en este momento, pero ellos lo entienden. Ve con él. Necesita a un amigo.
Rhys debía de haber caminado muy de prisa porque Beleño no vio señales del monje ni de la perra en la calle. Llamó a Rhys, pero no tuvo respuesta. Entonces llamó a Atta y la oyó ladrar.
Se dirigió hacia donde había sonado el ladrido y vio el bastón de Rhys tirado en el pavimento; el monje se sacaba el hábito azul verdoso por la cabeza, a tirones.
—Rhys -dijo Beleño, asustado-, ¿qué haces?
-Renuncio -contestó Rhys.
Arrojó la túnica encima del bastón y echó a andar, vestido únicamente con las polainas y las botas, desnudos torso y brazos. Miró hacia atrás y vio a Beleño clavado en el sitio mientras que Atta olisqueaba el hábito.
-¿Vienes o no? —inquirió con frialdad.
-Eh, sí, claro Rhys -contestó el kender.
-¡Atta! -llamó.
La perra lo miró y luego agachó la cabeza y recogió el bastón. -¡Deja eso! -ordenó con ferocidad Rhys.
Atta retrocedió de un brinco, sobresaltada por su tono, y lo miró fijamente.
-¡Atta!, aquí!
El animal dio por sentado que había hecho algo malo, pero no sabía qué. Gacha la cabeza y con la cola caída, la perra se acercó lenta y sigilosamente hacia él. Rhys la esperó, pero no se disculpó —ni con ella ni con el kender- por su estallido de mal genio. Echó a andar calle abajo.
Rhys no tenía ni idea de hacia dónde iba. Necesitaba caminar para consumir la ira y dejó que la fresca brisa marina le refrescara la piel encendida como si tuviese fiebre. Oía los jadeos de Beleño detrás de él y el repicar de las uñas de Atta en el pavimento, así que sabía que los dos lo seguían y no miró atrás, sino que siguió caminando.
-Rhys -dijo Beleño al cabo de unos instantes-, no creo que se pueda dar la espalda a un dios.
El monje oyó que el kender le decía algo y que la perra ladraba, pero esos sonidos le llegaban amortiguados e intangibles, como si los envolviera una espesa niebla.
-Rhys -insistió el kender.
-Por favor... ¡cállate! -pidió el monje con los dientes apretados-. Y haz que Atta se calle también.
-De acuerdo, pero antes de que los dos nos callemos puede que quieras saber que alguien nos sigue.
Rhys se paró. Había roto la primera regla de Majere: se había entregado a sus emociones. Había dejado que la ira lo dominara y, en su ciega furia, había olvidado completamente que el kender y él se hallaban a solas en mitad de una oscura noche y en la peor zona de la ciudad. Empezó a volverse para hacer frente a la amenaza cuando se dio cuenta de que también llegaba otra por delante.
Un enorme minotauro había salido de un callejón.
Rhys no había visto nunca a uno de esos hombres bestia y se quedó impresionado por el tamaño y la fuerza bruta del ser. Rhys era alto para la media de los varones humanos, pero sólo le llegaba al pecho al minotauro. Vestido con un chaleco de cuero y pantalones sueltos, el minotauro ofrecía una estampa atemorizante. No iba calzado y las extremidades estaban cubiertas de pelaje. Un aro dorado ceñía la parte superior de uno de los afilados cuernos y también el oro le brillaba en una oreja. Los ojos oscuros, demasiado juntos encima del hocico velludo, lo observaban fríamente desde arriba.
—Los que vienen detrás son mis muchachos —comentó el minotauro, que bajó la vista hacia Atta porque la perra ladrada frenéticamente. El minotauro posó una mano inmensa en la empuñadura de una daga enorme que llevaba metida en un ancho fajín ceñido a la cintura-. Haz callar a ese animal o seré yo quien lo haga.
—Atta, calla -ordenó Rhys y los ladridos de la perra se redujeron a gruñidos intercalados con resoplidos. El monje sentía temblar el cuerpo de la perra contra su pierna.
-No tenemos dinero —dijo Rhys con toda la calma que fue capaz-. Sería una pérdida de tiempo robarnos.
-¿Dinero? -El minotauro resopló y luego se echó a reír de manera que el aro de oro que lucía en el cuerno destelló rojizo a la luz de varias antorchas que ahora rodeaban a Rhys y a Beleño-. No buscamos dinero. ¡Nosotros tenemos dinero! —La bestia acercó el hocico a la cara de Rhys.
»Lo que necesitamos son manos, piernas y espaldas fuertes. —Se irguió e hizo un ademán-. Cogedlos, muchachos.
—A la orden, capitán -respondieron varias voces guturales.
Dos corpulentos minotauros se acercaron a Rhys, que ahora se daba cuenta del tipo de problema que les había salido al paso. Se habían topado con una leva de piratas minotauros que buscaban esclavos para sus barcos.
Es un kender, capitán -señaló uno de los minotauros, con asco. Sostuvo la antorcha tan cerca de la cabeza de Beleño que el aire se llenó de olor a pelo quemado-. ¿Lo quieres también?
-Claro, me gustan los kenders -contestó el capitán con una carcajada-. Asados y con una manzana en la boca. Y agarra a la perra. También me gustan.
—¡Yo que tú no me agarraría! —advirtió Beleño con su tono de voz más grave y que sonaba como si sufriera una congestión nasal. Alzó la mano izquierda y apuntó con el dedo al minotauro-. Cualquiera que se atreva a tocarme se encontrará con que se ha quedado tan débil como un bebé recién nacido. Bueno, digamos, de un becerrillo recién nacido.
Todos los minotauros estallaron en carcajadas al oír eso último, y uno de ellos fue hacia Beleño.
-So, Tosh, yo que tú iría con cuidado -dijo el capitán con un guiño-. Estos kenders son muy feroces. ¡Ojo, no te vaya a pisar un callo!
Los minotauros sonrieron con la broma del capitán y uno se ofreció a escribir a la viuda de Tosh si él no regresaba con vida, lo que provocó más risas. Rhys no tenía idea de lo que Beleño se traía entre manos, pero confiaba en su amigo. Observó y esperó en silencio.
—Te lo advertí -dijo Beleño y, entonando una cancioncilla, empezó a menear el dedo apuntado a Tosh al ver que el minotauro se acercaba a él—. «Por los huesos de Krynn que hay debajo de mí, te golpeo en la frente y te vuelves endeble.»
Los minotauros reían a más no poder y el regocijo aumentó cuando, de repente, Tosh se desplomó y cayó de rodillas con pesadez.
—Venga, Tosh —dijo el capitán cuando la risa lo permitió hablar-. Déjate de tonterías y ponte de pie.
¡No
puedo
capitán! -aulló Tosh—. Me ha hecho algo. No puedo levantarme ni puedo andar ni nada.
El capitán dejó de reírse. Miró fijamente a su hombre, en silencio, al igual que el resto de los minotauros. Ninguno de ellos pronunció una sola palabra y entonces, de repente, todos empezaron a reír con más fuerza que antes. El capitán se dobló por la cintura y se limpió los ojos llorosos.
Tosh volvió a rugir, pero esta vez de rabia.
El capitán se irguió y, todavía entre risitas, alargó la enorme manaza para aferrar al kender. Rhys saltó en el aire y descargó una patada que impactó en el diafragma del minotauro.
El golpe habría paralizado a un humano y lo habría dejado sin aire, lanzándolo hacia atrás. El capitán minotauro boqueó, tosió una vez y se miró el torso sin salir de su asombro. Después alzó la astada cabeza para asestar una mirada colérica a Rhys.
—¡Me has golpeado con el pie! —El capitán estaba indignado—. ¡Así no pelea un hombre! No es... honroso.
Apretó los puños, que eran grandes como mazas de guerra.
A Rhys le dolía el pie y sentía cosquilleo en la pierna, como si hubiese golpeado contra un muro de piedra. Al oír que los otros minotauros se le acercaban por detrás intentó mantener el equilibrio, dispuesto a luchar. Atta se agazapó sobre el vientre a la par que gruñía y enseñaba los dientes. Beleño se mantuvo firme al tiempo que el dedo con el que había realizado el hechizo se movía amenazadoramente de un minotauro a otro.
El capitán los observó a los tres y de pronto aflojó los puños y con la palma de la mano asestó un guantazo a Rhys en el hombro que lo hizo trastabillar.
-No me tenéis miedo. Eso está bien. Me caes bien, humano. Y también me gusta el kender. ¡Un kender con cuernos, por Sargas! ¡Mirad al viejo Tosh, dando coletazos como un pez en el anzuelo!
Bajó la manaza y, asiendo a Beleño por el cuello de la camisa, lo alzó en el aire, donde lo sostuvo mientras el kender pataleaba y forcejeaba.
-Al saco con él, muchachos.
Uno de los minotauros extrajo de alguna parte un saco de yute y el capitán soltó a Beleño dentro. Luego se agachó, agarró a Atta por el pellejo del cogote y la echó al saco, junto al kender. Beleño soltó un grito que perdió fuerza cuando el saco se cerró sobre su cabeza. El minotauro apretó el cordel, levantó el saco y se lo echó al hombro.
-Llevadlos al barco -ordenó el capitán.
—A la orden, señor. ¿Y qué pasa con Tosh? —preguntó el minotauro cuando sus compañeros y él se disponían a salir corriendo.
Tosh rodó por el suelo con impotencia y los miró con ojos suplicantes.
-Dejádselo a la guardia de la ciudad -gruñó el capitán-. Le está bien empleado, por tonto. Quizá nombre al kender primer oficial en su lugar.
-¡No, capitán, por favor! -gimió Tosh, que se debatió aunque sólo consiguió parecer más patético.
—Los demás, regresad al barco antes de que la guardia nos descubra. Dejadme una de esas antorchas.
Los otros minotauros echaron a correr y se llevaron a Beleño y a Atta. El capitán se giró hacia Rhys.
—¿Y tú qué, humano? —preguntó con un brillo regocijado en los ojos—. ¿Vas a patearme otra vez?