La señora Jenna, jefa del Cónclave, propugnaba la política de «vive y deja vivir» y era la que se seguía por la mayoría. Sin embargo, ello no significaba que los hechiceros albergaran sentimientos amistosos hacia los jorguines. Todo lo contrario.
Coryn la Blanca había sido una jorguina que había renunciado a la magia primigenia hacía relativamente poco tiempo a favor de la magia de los dioses, más disciplinada. Sabía la opinión que tenían los otros magos respecto a los jorguines y encontraba cierto placer malicioso en tomarles el pelo. No obstante, en esta ocasión no bromeaba; hablaba muy en serio.
—La señora Coryn tiene razón —manifestó de mala gana Jenna. Todos los hechiceros la miraron estupefactos. Unos cuantos Túnicas Negras fruncieron el entrecejo y mutmutaron.
«Tengo varios clientes que son jorguines —prosiguió Jenna-. Me pondré en contacto con ellos y los instaré a que prueben sus habilidades contra esas criaturas. Aun así, no albergo muchas esperanzas de que tengan más suerte que nosotros.
-¡Esperanzas! -repitió un Túnica Roja, iracundo-. ¡Esperemos que esos Predilectos pisoteen a los jorguines! ¿Te das cuenta de lo que significaría para nosotros si un jorguín fuera capaz de matar a esas criaturas atroces mientras que nosotros no podemos? ¡Seríamos el hazmerreír de Ansalon! Yo digo que mantengamos este asunto de los Predilectos en secreto. Y nada de decírselo a los jorguines.
—Demasiado tarde —adujo un Túnica Negra-. Ahora que los clérigos lo saben, celebrarán rogativas, con los fieles rodando por el suelo en trances histéricos y los sacerdotes echando agua sagrada sobre cualquier cosa que se mueva. Encontrarán la forma de culpar a los hechiceros. Esperad y veréis si tengo o no tengo razón.
—Y ésa es la razón por la que hemos de establecer directrices en cuanto a la forma de ocuparnos del problema de los Predilectos y hacer pública nuestra posición —arguyó Jenna—. A los hechiceros se los tiene que ver trabajando con todos los demás a fin de hallar una solución a este misterio, incluso si ello significa aunar fuerzas con clérigos, jorguines y místicos.
—En consecuencia, estaremos reconociendo que no podemos ocuparnos de ellos nosotros solos -comentó un Túnica Blanca con acritud-. ¿Tú qué opinas, señora Coryn?
-Coincido con la señora Jenna. Deberíamos ser sinceros respecto a esos Predilectos. Los problemas que los hechiceros hemos afrontado en el pasado surgieron como resultado de encubrirnos tras un manto de misterio y secretismo.
-Oh, totalmente de acuerdo -intervino Dalamar-. Yo digo que abramos las puertas de la torre e invitemos a la chusma a que venga a pasar el día. Podemos hacer demostraciones, lanzar bolas de fuego y similares y servir ponche de leche y pastas en el prado.
—Puedes mostrarte todo lo sarcástico que quieras, amigo mío —repuso fríamente Jenna—. Pero con eso no conseguirás que esta terrible situación desaparezca. ¿Tienes alguna sugerencia constructiva, señor de los Túnicas Negras?
Dalamar guardó silencio un momento, ensimismado, mientras trazaba un signo sobre la mesa con los esbeltos dedos.
—Lo que más me intriga es la implicación de Mina -dijo finalmente.
-¡Mina! -repito Jenna, sorprendida-. No entiendo que ves en ella para que te intrigue tanto. Esa chica no tiene criterio propio. En otro tiempo fue un peón de Takhisis y ahora es un peón de Chemosh. Se ha limitado a pasar de un amo a otro.
—Me intriga el hecho de que sea la señal de sus labios la que se queda marcada a fuego en la carne de esas miserables criaturas -repuso Dalamar.
-¡Deja de garabatear, por favor! -dijo Jenna al tiempo que plantaba las manos sobre las de él—. La última vez que hiciste eso abriste un agujero en la mesa. En cuanto a Mina, no es más que una cara bonita que Chemosh utiliza para engatusar a jóvenes y arrastrarlos a su perdición.
Dalamar frotó el signo con la manga de la negra túnica.
—Así y todo, creo que ella es la clave que daría acceso a este misterio.
A Nuitari no le sorprendió que las reflexiones de su hechicero tendieran a apuntar en la misma dirección que las suyas. El vínculo entre Nuitari y Dalamar era muy estrecho. Ambos, el dios y el mortal, habían soportado muchas pruebas juntos. Nuitari tenía pensado erigir a Dalamar como el Señor de la Torre del Mar Sangriento. Aunque todavía no. No hasta que todo quedara resuelto con sus dos primos.
-Apostaría a que Mina no te interesaría tanto si fuese una vieja bruja como yo -comentó Jenna a la par que daba a Dalamar un cachete en broma.
El Túnica Negra le asió la mano y se la llevó a los labios.
—Tu jamás serás una vieja bruja, querida. Y lo sabes muy bien.
Jenna, que sí lo sabía, le sonrió y volvió a centrarse en el asunto que tenían entre manos.
—¿Algo más que añadir, señora Coryn?
-A juzgar por la pista que el Predilecto te dio, el modo de destruir a esos seres no será un descubrimiento fácil para nadie, sea clérigo, hechicero o jorguín. Propongo que se den instrucciones a los aprendices que estudian actualmente en la torre para que busquen entre los legajos antiguos alguna mención sobre criaturas similares, en especial relacionadas con Chemosh.
—Ya están en ello -contestó Jenna-. También me he puesto en contacto con los Estetas y les he pedido que investiguen en los libros de la Gran Biblioteca, aunque no creo que tengan éxito. Que yo sepa, nunca se habían visto en Ansalon seres como esos Predilectos. ¿Alguna otra cosa? ¿Hay más preguntas?
Jenna recorrió con la mirada a los hechiceros sentados en torno a la mesa. Éstos, sumidos en un silencio sombrío, sacudieron la encapuchada cabeza.
-Entonces, de acuerdo, sigamos adelante. El Cónclave considerará ahora las pautas que se pedirán a los hechiceros que sigan si se encuentran con alguno de esos Predilectos. La primera y principal, hay que encontrar una forma de detectarlos.
-Y la forma de proteger a los inocentes que están abocados a ser víctimas de acusaciones falsas -dijo un Túnica Blanca.
—Y de protegernos a nosotros mismos, que estamos abocados a que se nos acuse falsamente -abundó un Túnica Negra.
-Así parece... -intervino un Túnica Roja.
Nuitari se dio media vuelta. Esas discusiones se prolongaban durante hotas antes de que se alcanzara un consenso.
-Primos -empezó-, querría hablar con vosotros.
-Tienes toda nuestra atención, primo -respondió Lunitari, y Solinari, que se situó junto a su prima, asintió con la cabeza.
Los tres dioses habían presenciado los procedimientos desde el plano celestial y, a despecho de que ningún ojo mortal podía verlos, los tres habían adoptado su aspecto preferido. Lunitari tenía el de una mujer pelirroja y vivaz ataviada con ropajes encarnados que estaban orlados con armiño e hilos de oro. Solinari había adoptado la forma de un hombre joven y físicamente poderoso; sus vestiduras eran blancas, orladas con hilos de plata. Por su parte, Nuitari tenía la apariencia de siempre: un hombre de cara redonda como una luna llena, ojos entrecerrados por los pesados párpados y labios carnosos. Los ropajes negros como el azabache eran lisos y sin adornos.
Lunitari sospechó de inmediato que ocurría algo.
-Tienes información sobre esos Predilectos, primo -dijo, excitada-. Chemosh te ha contado algo.
—Chemosh está demasiado ocupado pavoneándose como un gallito de corral para hablar conmigo -respondió Nuitari con sorna-. Se cree muy listo, pero, personalmente, no estoy en absoluto impresionado. Se hallará el modo de destruir a esos cadáveres andantes y se pondrá fin a todo este asunto.
—Entonces ¿de qué quieres hablar con nosotros? -preguntó Solinari. -He construido una Torre de la Alta Hechicería -dijo Nuitari-. Mi propia torre.
Sus dos primos lo miraron de hito en hito, el gesto inexpresivo.
-¿Qué? -inquirió Lunitari, que no daba crédito a sus oídos.
-He construido una Torre de la Alta Hechicería -repitió Nuitari-. O, más bien, he reconstruido una antigua torre, la que se alzaba en Istar. He reedificado las ruinas y he añadido algunos toques personales. La torre se halla situada en el fondo del Mar Sangriento y dos de mis Túnicas Negras ya la habitan. Mi plan es invitar a más hechiceros a trasladarse a ella más adelante.
—¡Hiciste eso en secreto! —barbotó Lunitari—. ¡A nuestra espalda!
—Sí, lo hice —reconoció Nuitari. ¿Qué otra cosa podía decir?
Lunitari estaba furiosa y se lanzó sobre él; a saber qué habría ocurrido si su primo, Solinari, no la hubiese sujetado y apartado.
—A lo largo de los siglos, desde nuestro nacimiento, los tres hemos estado juntos, hombro con hombro -habló Solinari, que seguía asiendo con fuerza a su enfurecida prima—. Hemos colaborado en la causa de la magia y, gracias a ese frente común, la magia prosperó. Cuando tu madre nos traicionó lo lamentamos juntos y unimos nuestras fuerzas para intentar encontrar el mundo. Cuando lo conseguimos, actuamos conjuntamente para restaurar la magia en Krynn. Y ahora descubrimos que nos has traicionado.
-Preguntémonos quién de nosotros es el verdadero traidor -replicó Nuitari-. Mi madre, Takhisis, fue depuesta por su mala acción, se la rebajó a ser mortal y después murió asesinada ignominiosamente a manos de un mortal. Tu padre, primo Solinari, fue un dios antaño, pero ahora es un mendigo que deambula por Ansalon viviendo de la caridad de la gente. -Nuitari sacudió la cabeza.
»¿Y qué hay de mí? Mi madre, muerta. Mi padre, Sargonnas, un violento toro, ¡está volcado en el logro de que sus minotauros gobiernen Ansalon! Ha expulsado a los elfos de su tierra y ahora envía barcos cargados de colonos minotauros. Yo no le importo nada, le da igual lo que es de mí. Todos sabemos que los minotauros tienen mala opinión de los hechiceros, y eso incluye a mi padre. -Los ojos de gruesos párpados se desviaron hacia Lunitari.
«Mientras que tu padre, Gilean, es ahora el dios más poderoso en el cielo. ¿Será coincidencia que los Túnicas Rojas de su hija dirijan el Cónclave?
-¡El equilibrio ha de mantenerse! -dijo Lunitari, que todavía estaba que echaba chispas-. Suéltame, primo, no voy a hacerle nada. Aunque me gustaría arrancar su luna negra del firmamento y metérsela por...
-Calma, prima -intentó tranquilizarla Solinari. Luego se volvió hacia Nuitari-. Que los Túnicas Rojas sean muy poderosos podría ser cierto. Aunque yo no afirmo nada —añadió en un comentario aparte al tiempo que dedicaba una fría mirada a Lunitari-. Con todo, eso no es excusa para lo que has hecho.
-No, no lo es -admitió Nuitari-. Y quiero resarciros por ello. Tengo una propuesta, una que creo que os gustará a ambos.
—Te escucho, primo —dijo Solinari, que parecía más dolido que enfadado.
Lunitari indicó con un seco cabeceo que a ella también le interesaba oír lo que tuviera que decir.
-Ahora hay tres Torres de la Alta Hechicería en Ansalon -empezó Nuitari-. La de Wayreth, la de Foscaterra y mi torre en el Mar Sangriento. Sugiero que, tal como ocurría en tiempos del Príncipe de los Sacerdotes, cada una de las Órdenes posea su propia torre. Los Túnicas Rojas ocuparán la Torre de Wayreth, los Túnicas Blancas tendrán la Torre de Foscaterra bajo su control y mis Túnicas Negras tomarán el mando de la Torre del Mar Sangriento.
Los otros dos dioses sopesaron la sugerencia. La Torre de Wayreth estaba, a todos los efectos, bajo el control de los Túnicas Rojas, ya que Jenna era la jefa del Cónclave y la torre era la sede del poder de ese cuerpo rector. La Torre de Foscaterra había permanecido cerrada desde que a Dalamar se lo expulsó de allí como castigo. No se había permitido a ningún hechicero entrar en ella, precisamente por la razón de que los dioses temían que la torre se convirtiera en la manzana de la discordia, ya que tanto Túnicas Blancas como Túnicas Negras buscaban un modo de reclamarla como suya.
Nuitari acababa de ofrecer una solución al problema. Lunitari reflexionó sobre el hecho de que la nueva torre de su primo se hallaba en el fondo de un océano. No tendría fácil acceso y, en consecuencia, no era probable que representara una amenaza para su propia base en la Torre de Wayreth. En cuando a la Torre de Foscaterra, estaba ubicada en mitad de uno de los lugares más letales de Krynn. Si los Túnicas Blancas reclamaban su posesión, lo primero que tendrían que hacer sería luchar a brazo partido pata abrirse paso hasta ella.
Las cavilaciones de Solinari sobre la Torre del Mar Sangriento eran muy semejantes a las de su prima. También las reflexiones sobre la Torre de Foscaterra eran similares a excepción de que se sentía intrigado ante la posibilidad de rehabilitar la zona maldita que ahora languidecía bajo oscuras sombras. Si sus Túnicas Blancas conseguían quitar la maldición que afectaba a Foscaterra, la gente volvería a vivir y a prosperar allí. Todo Ansalon estaría en deuda con sus Túnicas Blancas.
-Es una proposición para tener en cuenta —dijo a regañadientes Lunitari.
-Querría pensarlo detenidamente, pero me interesa -dijo Solinari.
Nuitari miró en derredor como si temiera que otros oídos inmortales estuvieran escuchando y luego, con un gesto, indicó a sus primos que se acercaran más.
—Tuve que mantener esto en secreto —dijo-. Incluso de vosotros, en quienes más confío.
-¿Por qué? -Lunitari tenía fruncido el entrecejo pero era obvio que sentía curiosidad.
-El Solio Febalas... La Sala del Sacrilegio.
-Se destruyó -manifestó rotundamente Lunitari.
-Cierto -convino Nuitari-. Pero las reliquias sagradas que había dentro no. Ahora las tengo bajo llave, guardadas por un dragón marino con un carácter particularmente desagradable.
-Las reliquias sagradas que robó el Príncipe de los Sacerdotes -dijo Solinari, asombrado—. ¿Las tienes tú?
-Quizá debería decir que ahora, puesto que hemos llegado a un acuerdo, las tenemos los tres.
—¿Alguno de los otros dioses sabe esto? —inquirió Lunitari.
-Chemosh es el único y ha mantenido cefrada la boca hasta ahora, aunque sólo es cuestión de tiempo que difunda la noticia.
-¡Los otros dioses darían cualquier cosa con tal de recuperar esos artefactos! -exclamó Lunitari, exultante—. A partir de ahora, nosotros los hechiceros, antaño vilipendiados, seremos un poder en el mundo.
-De ahora en adelante ningún clérigo osará levantar su mano contra nosotros -convino Solinari.
Los tres se quedaron callados. Nuitari estaba pensando que aquello había salido inesperadamente bien cuando Solinari rompió el silencio.