Read Ámbar y Hierro Online

Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico

Ámbar y Hierro (11 page)

Cada vez que pensaba en eso, cada vez que los pies empezaban a conducirlo en esa dirección, Rhys revivía la escena de sus hermanos de orden tendidos sin vida en el suelo del monasterio, los cuerpos retorcidos en la agonía de la muerte. Pensaba en su hermano y en todos aquellos a los que su hermano había embaucado y asesinado. Hasta Zeboim —cruel, arrogante, arbitraria y voluble- había hecho más para ayudarlo a encontrar respuestas a sus preguntas que el bueno y sabio Majere. Entonces daba la espalda al templo y seguía con su ocupación de comprar cebollas.

Mientras Rhys troceaba verduras y se debatía con su dios, Beleño iba pollas calles de Solace a la caza de los Predilectos y Atta acompañaba al kender para vigilarlo a él, aunque la perra no tenía que esforzarse para que el kender no dejara de ser honrado. Beleño era especialmente inepto en el respetado y ensalzado arte -al menos entre los kenders- de «tomar prestado».

-En vez de manos tengo pies, soy muy patoso -admitía Beleño con muy buen humor.

No era bueno en tomar prestado nada porque no le interesaban las cosas que interesaban a los demás kenders. Suponía que no era curioso o, más bien, tenía curiosidad, pero no por las posesiones de los demás. Sentía curiosidad por sus almas, sobre todo por aquellas que aún no habían avanzado a la siguiente etapa del viaje de su vida. Beleño poseía la habilidad de comunicarse con esos espíritus, que deambulaban por el mundo perdidos, furiosos, desdichados, vengativos o destructivos. También era capaz, como le había contado Rhys a Gerard, de ver a los Predilectos tal como eran: cadáveres andantes.

Sin embargo, a veces las manos del kender cobraban vida propia y empezaban a actuar por sí mismas, y entonces descubrían la forma de colarse en los bolsillos de alguien o en el monedero, o meter inconscientemente una bolsa de quinotos por la pernera de sus calzas o llevarse una empanada de la que sólo quedaban migas antes de que Beleño se diera cuenta de que no la había pagado.

Atta estaba entrenada para vigilar kenders, y cada vez que veía que Beleño se hallaba demasiado cerca de alguien o se desviaba hacia el puesto del panadero, la perra se interponía ágilmente entre el kender y la víctima potencial y lo llevaba suavemente de vuelta al buen camino.

Y así era como Beleño podía mantenerse lejos de los ayudantes del alguacil y concentrarse en su búsqueda de uno de los Predilectos a fin de tenderle una trampa.

Por desgracia, tuvo éxito en su misión.

Tres días después de su reunión, alrededor de media tarde y mientras Rhys troceaba patatas, Gerard abrió la puerta de la cocina y asomó la cabeza.

—¿Hermano Rhys? —llamó a la par que escudriñaba entre el vaho—. Oh, ahí estás. Si Laura puede prescindir de ti un rato, me gustaría que me acompañaras.

—Ve, hermano -dijo Laura—. Hoy ya has trabajado por seis monjes.

-Volveré a tiempo de ayudar con la cena -respondió Rhys.

-Eh... -Gerard, carraspeó-. No, me temo que no estarás de vuelta para entonces, hermano.

-Nos las arreglaremos —tranquilizó Laura a Rhys, que se quitaba el delantal y miraba a Gerard con el entrecejo fruncido—. Cuídalo bien, alguacil.

-Sí, señora -contestó Gerard, que rebulló inquieto mientras el monje colgaba el delantal y se bajaba las mangas.

Laura se limpió la cata sudorosa con la mano manchada de harina.

-Os he visto a ti, alguacil, y a mi hermano Palin con las cabezas juntas y cuchicheando en susurros. No andáis detrás de nada bueno vosotros dos, no señor, y no quiero que metáis al hermano en lo que sea.

—No, señora, tendremos cuidado -le aseguró Gerard.

Asiendo a Rhys, Gerard lo sacó apresuradamente de la posada.

-Todo está listo -anunció mientras bajaban rápidamente el largo tramo de peldaños. El kender y Atta esperaban al pie de la escalera-. Beleño ha encontrado a un candidato y vamos a tenderle la trampa esta noche.

Rhys sintió un escalofrío. Habría preferido volver a su trabajo en la cocina.

-¿Qué tiene que ver Palin Majere con esto? -inquirió secamente.

—Bueno, aparte del hecho de que es el alcalde de Solace y de que como alguacil estoy en la obligación de informarle de cualquier peligro que amenace nuestra ciudad, es (o era) uno de los hechiceros de Ansalon. Antaño fue Túnica Blanca, y quería que me aconsejara.

-Tenía entendido que había renunciado a la magia -comentó Rhys.

—Es cierto, hermano -confirmó Gerard, que añadió con un guiño-: Pero no ha renunciado a quienes la practican. Bien, aquí nos tienes, Beleño. ¿Adonde nos llevas?

—A una escalera de las pasarelas —contestó el kender—. Lamento decirte esto, alguacil, pero es uno de los guardias de los vallenwoods. Seguramente lo conocerás. Se llama Cam.

-¡Cam! ¡Maldita sea! -barbotó Gerard, sombrío el semblante-. ¿Estás seguro?

-Lo estoy—afirmó Beleño con un solemne cabeceo. Posó la mano en la cabeza de Atta-. Y ella también. Gerard soltó otra maldición.

-¡Esto va a ser duro! —Miró al kender, ceñudo-. Quiera el cielo que te hayas equivocado.

-Ojalá, señor -contestó cortésmente Beleño, que añadió entre dientes, muy bajo-: Pero sé que no.

-¿Qué es un guardia de los vallenwoods? -preguntó Rhys para distraer a Gerard, al que estaba costando mucho asimilar la noticia.

-Vigilan las escaleras que conducen a las pasarelas -explicó el alguacil mientras señalaba hacia arriba, a los estrechos puentes que se extendían de las ramas de un árbol a las de otro. Era una hora del día muy ajetreada y montones de gente recorrían las pasarelas, ya fuera desde sus casas o de camino a ellas o a los establecimientos construidos en las copas de los árboles.

»Con el rápido crecimiento de la ciudad se llegó a un punto en el que eran demasiadas personas pateando las pasarelas de aquí para allí. No se construyeron para aguantar tanto peso, así que empezaron a soltarse tablas que les caían en la cabeza a los que caminaban por el suelo. Una de las pasarelas estuvo a punto de irse abajo. Varias cuerdas se partieron y la pasarela se hundió de repente. La gente se quedó colgando con riesgo de perder la vida.

«Decidimos limitar el número de persona que subía a ellas. O uno es propietario de una casa en la copa de un árbol, en cuyo caso se le entrega un pase, o hay que demostrar que se ha de llevar a cabo algún asunto o negocio ahí arriba. Los guardias están apostados al pie de las escaleras y siguen la pista a los que suben y a los que bajan.

Llegaron a un punto desde donde tenían a la vista la escalera de madera que conducía hacia las ramas del árbol. Dos hombres jóvenes, ambos de uniforme verde con una hoja de vallenwood bordada en la pechera, se encontraban al pie de la escalera y hacían preguntas a la gente para permitirles subir o mandarles que siguieran su camino.

-Es ése -dijo Beleño a la par que señalaba con el dedo-. Es uno de los Predilectos.

—¿Cuál de ellos? —inquirió Gerard, fija la vista en el kender—. Hay dos hombres jóvenes de guardia. ¿Cuál de ellos es el Predilecto?

-El de cabello pelirrojo y rizado y que tiene pecas -respondió sin tardanza el kender.

-Sí que es Cam -dijo el alguacil con un suspiro-. ¡Maldito sea el Abismo y otra vez maldito!

-Lo siento -musitó Beleño-. Tiene una sonrisa muy bonita. Debe de haber sido un buen chico.

—Lo es —contestó Gerard, abatido-. O lo era, mejor dicho. ¿Qué dices tú, hermano? ¿Puedes constatar la afirmación del kender?

—Si Beleño dice que es uno de los Predilectos, entonces acepto su palabra -contestó Rhys.

-¿Y Atta?. -preguntó Gerard.

Todos bajaron la vista hacia la perra. El animal se mantenía alerta junto al monje y todos advirtieron que tenía fija la mirada en el joven pelirrojo, que charlaba y reía con dos chicas. Un quedo gruñido retumbaba en el pecho de la perra, que tenía las comisuras de la boca tensas y fruncidas.

—Coincide con Beleño -dijo Rhys.

—Perdóname, hermano -se encrespó el alguacil-, pero me estás pidiendo que confíe en la palabra de un kender y en el gruñido de una perra. Me sentiría mejor si tuviese tu opinión personal. Conozco al joven Cam y conozco a sus padres. Son buenas personas. Si voy a tener que prenderlo quiero estar convencido de que es uno de esos Predilectos.

—No estoy muy seguro de que me guste todo esto, alguacil -contestó Rhys, sin moverse de donde estaba-. ¿Qué clase de trampa es la que tienes intención de tender?

Gerard no contestó. En cambio, señaló hacia donde charlaban y reían el joven Cam y las dos chicas.

—Cabe la posibilidad de que esté arreglando un encuentro con una de esas muchachas esta misma noche, hermano.

-Llévate a Atta-dijo el monje tras vacilar un momento-. Si me ve acercarme a uno de los Predilectos es muy posible que lo ataque. Nos encontraremos en la posada.

Cuando Atta estuvo fuera de su vista, Rhys asió el bastón y echó a andar hacia la escalera. Sabía lo que iba a encontrarse; ni Beleño ni Atta se habían equivocado una sola vez antes. Caminó hasta donde se encontraba el joven justo cuando él y las muchachas prorrumpían en carcajadas.

Al ver acercarse a Rhys, Cam dejó de tontear con las chicas para ocuparse de su tarea.

—Buenas tardes, hermano —saludó a la par que le dedicaba una encantadora sonrisa-. ¿Qué negocio te lleva arriba?

Rhys miró directamente a los verdes ojos del joven.

No vio luz en ellos, sólo sombras; sombras de esperanzas no cumplidas, sombras de un futuro que jamás se haría realidad.

—¿Te sientes mal, hermano? -preguntó Cam, que posó la mano en el brazo de Rhys en actitud solícita—. No tienes buen aspecto. Quizá deberías sentarte aquí, a la sombra, y descansar. Puedo traerte agua...

—Gracias, pero no será necesario -repuso el monje-. Descansaré un poco aquí, al fresco.

Varios comerciantes habían instalado puestos cerca de la escalera para aprovechar la casi constante afluencia de gente. Entre ellos había un emprendedor vendedor de empanadas de carne que había colocado mesas y bancos para comodidad de sus clientes. Las dos chicas que charlaban con Cam se suponía que vendían cintas del puesto que tenían, aunque en ese momento se dedicaban más a soltar risitas tontas que a comerciar.

—Como gustes, hermano -dijo Cam, que reanudó la conversación con las dos jóvenes.

Sin hacer caso de las miradas furiosas y los comentarios cortantes del vendedor de empanadas, al que no le hacía gracia que ocupara sitio en una mesa alguien que no había hecho gasto, Rhys tomó asiento en el banco y escuchó la conversación que mantenía Cam con las chicas. No tuvo que escuchar mucho tiempo; una de ellas accedió a reunirse con Cam esa misma noche.

Rhys se puso de pie y se marchó, con gran satisfacción del vendedor de empanadas de carne, que se acercó apresuradamente al banco en el que el andrajoso monje se había sentado y lo limpió con un trapo.

6

Rhys encontró a Gerard y a Beleño al pie de la posada en compañía de dos personas a las que el monje no conocía. -¿Y bien, hermano? -preguntó el alguacil. No hizo falta que Rhys contestara. Gerard supo por la expresión de su semblante que no eran buenas noticias. Juró entre dientes y pateó un montón de tierra con la puntera de la bota.

—El muchacho ha quedado en verse esta noche con una de las chicas en un sitio que se llama el Mirador de Flint una hora después de la Oscurecida -informó Rhys.

-Nos ocuparemos de ese asunto luego -dijo una de las dos personas desconocidas, una mujer-. Olvidaste que esperaba tener el placer de que nos presentaras, alguacil.

—Es la señora Jenna, jefa del Cónclave de Hechiceros -la presentó Gerard-. Y este caballero es Dominique Timonel, guerrero ungido de Kiri-Jolith. Os presento al hermano Rhys Alarife, ex monje de Majere.

-¿Ex monje? -repitió la señora Jenna a la par que enarcaba una ceja con gesto inquisitivo.

A pesar de su edad, la mujer seguía siendo lo bastante atractiva para llegar a fascinar. Tenía los ojos grandes y brillantes; las finas arrugas que los rodeaban parecían desdibujarse a la luz de su esplendor. Vestía ropas de terciopelo decoradas con hilo de oro y plata, y en los dedos le brillaban anillos. Los saquillos que llevaba colgados del cinturón eran de piel de la mejor calidad, con flores y bestias fantásticas pintadas primorosamente. Una esmeralda de gran calidad le colgaba de una cadena de oro al cuello. La señora Jenna no sólo era una de las hechiceras más poderosas de Ansalon, sino también una de las más ricas.

—Nunca había conocido a un «ex» monje de Majere —prosiguió la mujer con sorna.

Rhys hizo una reverencia pero se mantuvo callado.

-El hermano Alarife goza ahora del favor de Zeboim -dijo Gerard.

-No de mucho favor, supongo -dijo la señora Jenna mientras contemplaba la túnica verde mar de Rhys con expresión divertida.

-Eres afortunado por contar con la consideración de Zeboim, hermano. -Dominique Timonel se adelantó para tenderle la mano-. Es mejor tener a favor a la Arpía del Mar que en contra, como mi pueblo sabe bien.

Dominique no tenía que precisar el nombre de su pueblo. Tanto su apellido, Timonel, así como su tez negra como el azabache, proclamaban su procedencia ergothiana, una raza de armadores y marineros que vivían en la isla de Ergoth, en la parte occidental de Ansalon. Por ser Ergoth una isla y sus habitantes depender del mar para ganarse la vida, los ergothianos construían numerosos templos a Zeboim y se contaban entre sus más fieles seguidores. De ahí que hasta un guerrero ungido de Kiri-Jolith ergothiano pudiera proclamar su respeto por la oscura y caprichosa diosa del mar sin entrar en conflicto.

Rhys había oído hablar de esos paladines de Kiri-Jolith, dios de la guerra por causas justas, aunque hasta ese momento no había conocido a ninguno. Dominique, que parecía estar mediando la treintena, era alto y musculoso, de rostro atractivo, si bien parecía un tanto adusto e inabordable, como si estuviera reflexionando constantemente sobre el lado serio de la vida. Sobre la reluciente cota de malla vestía una sobreveste marrón y blanca adornada con el escudo de armas de una cabeza de un bisonte, símbolo de Kiri-Jolith. Llevaba el cabello negro peinado en una trenza que le colgaba a la espalda, como era costumbre entre su pueblo, y portaba espada larga, el arma sagrada del dios, ceñida a la cintura en una vaina con símbolos sagrados grabados. La mano del caballero nunca se hallaba lejos de la empuñadura. Por esas y otras señales (un chillido de Beleño), Rhys consideró que la espada era un objeto sagrado bendecido por el dios.

Other books

Lone Wolf by Nigel Findley
Hidden Faults by Ann Somerville
Party Crashers by Stephanie Bond
Where the Stones Sing by Eithne Massey
Everything I Want by Natalie Barnes
The Take by Hurley, Graham
The Empress's Tomb by Kirsten Miller
Part of the Furniture by Mary Wesley


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024