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Authors: Clark Ashton Smith

Zothique (31 page)

La enormidad que era al mismo tiempo humana y monstruo nacido en otra estrella, la innombrable amalgama de aquella resurrección sobrenatural, se inclinaba hacia él y no se detuvo. Con las manos de aquel Ossaru que había olvidado su propio hechizo, intentó alcanzar los dos montones de harapos vacíos.

Estirándose, entró en la zona de muerte y disolución que el propio Ossaru había forjado para guardar eternamente la cámara. Durante un instante, hubo en el aire algo parecido a la disolución de una nube deforme, a la caída de finas cenizas. Después de eso, la oscuridad volvió, y con la oscuridad, el silencio.

La noche se posó sobre aquella tierra sin nombre, sobre aquella ciudad olvidada, y con ella llegaron los Ghorii, que habían seguido a Milab y Marabac por la llanura del desierto. Velozmente, mataron y se comieron al camello que esperaba pacientemente a la entrada del palacio. Después, en el viejo salón de columnas, encontraron el agujero en el estrado por el que habían descendido los viajeros. Lo rodearon hambrientos, olfateando la tumba que se hallaba debajo. Después se alejaron chasqueados, pues su agudo olfato les decía que el rastro se había perdido y la tumba estaba tan vacía de vida como de muerte.

EL ÚLTIMO JEROGLÍFICO

Al final, el propio mundo será convertido en una cifra redonda.

Antigua profecía de Zothique.

Nushain, el astrólogo, había estudiado las circulares órbitas de la noche desde numerosas regiones muy separadas entre sí y había fijado, con toda la habilidad que era capaz de conseguir, los horóscopos de una miríada de hombres, mujeres y niños. Había ido de ciudad en ciudad y de reino en reino, viviendo por poco tiempo en todos los lugares, pues a menudo los magistrados locales le habían expulsado como si fuera un vulgar charlatán; o también porque, con el tiempo, sus consultantes habían descubierto el error de sus predicciones y se apartaron de él. A veces pasó hambre y anduvo andrajosamente vestido; en ningún sitio le rindieron demasiados honores. Los únicos compañeros de sus precarias fortunas eran un desgraciado perro mestizo, que de alguna forma se le había pegado en la ciudad de Zul-Bha-Sair, y un negro mudo y con un solo ojo a quien había comprado muy barato en Yoros. Había llamado al perro Ansarath por el nombre de la estrella canina, y al negro Mouzda, una palabra que quería decir “oscuridad”.

Durante el curso de sus prolongados vagabundeos, el astrólogo llegó a Xylac y estableció su residencia en su capital, Ummaos, que había sido construida sobre las ruinas de una ciudad más antigua del mismo nombre, destruida hacía mucho tiempo por la ira de un hechicero. Aquí Nushain se alojó, junto con Ansarath y Mouzda, en el ático, medio ruinoso, de un edifico que se desmoronaba; desde el tejado acostumbraba observar las posiciones y movimientos de los cuerpos siderales en las noches que no oscurecían los gases de la ciudad. A intervalos, alguna ama de casa prostituta, algún portero, chalán o pequeño mercader, subía las podridas escaleras hasta su aposento y le pagaba una pequeña suma por su natividad, que el astrólogo planeaba con inmenso cuidado con ayuda de sus destrozados libros de ciencia astrológica.

Cuando, como ocurría a menudo, se encontraba todavía perdido con respecto al significado de alguna conjunción u oposición celestial, después de consultar sus libros consultaba a Ansarath y deducía profundos augurios de los variables movimientos de la sarnosa cola del perro cuando éste intentaba librarse de las pulgas. Algunas de estas predicciones se cumplieron, con considerable beneficio para la fama de Nushain en Ummaos. La gente se acercaba a él con más frecuencia, oyendo que era un adivino de cierta categoría, y más aún debido a las liberales leyes de Xylac, que permitían todas las artes mágicas y secretas, estaba inmune a toda persecución.

Por primera vez, parecía como si los oscuros planetas de su destino estuviesen cediendo ante estrellas de buena suerte. Por esta fortuna y por las monedas que se acumulaban desde entonces en su bolsa, dio gracias a Vergama, que, a través de todo el continente de Zothique, era considerado el más poderoso y misterioso de los genios y que se creía gobernaba sobre los cielos, además de sobre la tierra.

En una noche de verano, cuando las estrellas estaban profusamente desparramadas como una ardiente arena sobre la bóveda de negro azulado, Nushain subió al tejado de su alojamiento. Como era su costumbre a menudo, se llevó con él al negro Mouzda, cuyo único ojo poseía una agudeza milagrosa y le había servido bien en muchas ocasiones para suplir la propia visión del astrólogo, algo corto de vista. Por medio de un sistema de señales y gestos muy bien codificado, el mudo era capaz de comunicar el resultado de sus observaciones a Nushain.

Aquella noche, la constelación del Gran Perro, que había presidido el nacimiento de Nushain, estaba ascendiendo por el este. Mirándola atentamente, los torpes ojos del astrólogo percibieron que había algo extraordinario en su configuración. No pudo determinar el carácter preciso del cambio, hasta que Mouzda, que mostraba una gran excitación, llamó su atención ante tres nuevas estrellas de segunda magnitud que habían aparecido muy cerca de los cuartos traseros del Perro. Esta asombrosa novedad, que Nushain sólo podía distinguir como tres borrones rojizos, formaban un triángulo equilátero pequeño. Nushain y Mouzda estaban seguros de que aquello no había sido visible ninguna noche anterior.

—Por Vergama, que esto es algo extraño —juró el astrólogo, presa del asombro y de la confusión.

Comenzó a computar la problemática influencia de la novedad sobre la lectura de su futuro en los cielos y enseguida percibió que, de acuerdo con la ley de las emanaciones astrales, ejercían un efecto modificador sobre su propio destino, que había sido controlado largamente por el Perro.

Sin embargo, sin consultar sus tablas y libros no podía decidir la tendencia particular ni la importancia de esta influencia por venir, aunque se sentía seguro de que era momentánea, fuese para su desgracia o para su felicidad. Dejando que Mouzda vigilase los cielos en busca de otros prodigios, descendió rápidamente a su ático. Allí, después de consultar las opiniones de varios astrólogos antiguos sobre el poder ejercido por las novedades, comenzó a confeccionar de nuevo su propio horóscopo. Penosamente, y con mucha agitación, trabajó durante la noche y no terminó sus cálculos hasta que la aurora vino a mezclar su mortal palidez con la amarilla luz de las velas. Sólo parecía haber una interpretación posible de los alterados cielos. La aparición del triángulo de estrellas en conjunción con el Perro significaba claramente que Nushain iba a realizar muy pronto un viaje impremeditado que le obligaría a atravesar, por lo menos, tres de los elementos. Mouzda y Ansarath le acompañarían, y tres guías, apareciendo sucesivamente en los momentos adecuados, le conducirían hasta la meta destinada. Todo esto fue revelado por sus cálculos, pero nada más; en ninguna parte estaba predicho si el viaje sería afortunado o desastroso; nada indicaba su motivo, propósito o dirección.

El astrólogo se sintió muy preocupado por aquel singular y equívoco augurio. No le gustaba la perspectiva de un viaje inminente, porque no deseaba abandonar Ummaos, entre cuya crédula gente había comenzado a establecerse, no sin éxito. Además, en su interior se levantó una fuerte aprensión ante la naturaleza, extrañamente múltiple, del viaje y su secreto resultado. Todo esto, pensaba, sugería la obra de alguna providencia oculta y quizá siniestra; seguramente un viaje corriente no le conduciría por tres elementos ni requeriría un triple guía.

Durante las noches que siguieron, él y Mouzda observaron cómo las nuevas estrellas se desplazaban hacia el oeste, por detrás del llameante Perro.

Caviló interminablemente sobre sus mapas y volúmenes, esperando descubrir algún error en la lectura que había hecho. Pero al final siempre se veía obligado a la misma interpretación.

Según pasaba el tiempo, se sentía más y más preocupado por la idea de aquel poco apetecible y misterioso viaje que tenía que hacer. Continuaba prosperando en Ummaos y no parecía haber ninguna razón concebible para su partida. Era como alguien que esperase una llamada secreta y oscura, sin saber de dónde vendría ni a qué hora. Todos los días escudriñaba con temerosa ansiedad los rostros de sus visitantes, pensando que el primero de los tres guías predichos por las estrellas podría llegar sin previo aviso y sin ser reconocido entre ellos.

Mouzda y el perro Ansarath, con la intuición de las cosas mudas, eran sensibles a la extraña inquietud que sentía su amo. La compartían palpablemente, el negro mostrando su aprensión por medio de muecas salvajes y demoniacas y el perro acurrucándose bajo la mesa del astrólogo o paseando sin cesar de un lado a otro, con su cola casi sin pelos entre las patas. Esta conducta, a su vez, sirvió para confirmar la inquietud de Nushain, que la consideró de mal augurio.

Cierta noche, Nushain consultó por quincuagésima vez el horóscopo, que había dibujado con tintas de colores brillantes sobre una hoja de papiro. Se sintió muy asombrado cuando, sobre el margen izquierdo en blanco de la hoja, vio una curiosa figura que no era parte de sus propios garabateos. La figura era un jeroglífico escrito en un castaño oscuro y bituminoso y parecía representar una momia cuyas vendas se encontraban sueltas alrededor de sus piernas y cuyos pies estaban colocados en la postura de un largo paso. Miraba hacia el cuadrante de la carta donde se encontraba el signo del Gran Perro, que, en Zothique, era una Casa del Zodiaco.

La sorpresa de Nushain se convirtió en una especie de temblor mientras estudiaba el jeroglífico. Sabía que el margen de la carta había estado completamente limpio la noche anterior, y durante el día no había salido en ningún momento del ático. Estaba seguro de que Mouzda nunca se hubiese atrevido a tocar la carta; además, el negro no era muy habilidoso escribiendo. Entre las diversas tintas empleadas por Nushain había una que recordaba el pardo castaño de la figura, que parecía sobresalir con un triste relieve sobre el blanco papiro.

Nushain sintió la alarma de alguien que se enfrenta a una aparición siniestra e inexplicable. Seguramente, ninguna mano humana había escrito la figura en forma de momia, como el signo de un extraño planeta exterior listo para invadir las Casas de su horóscopo. Esto sugería un agente oculto, como en el advenimiento de las tres estrellas. Durante muchas horas buscó vanamente una solución al misterio, pero en todos sus libros no había nada que le iluminase, porque esto, parecía, era una cosa absolutamente sin precedentes en la astrología.

Durante el día siguiente estuvo ocupado de la mañana a la noche planeando aquellos destinos que los cielos ordenaban para varias personas de Ummaos. Después de completar los cálculos con su usual y meticuloso cuidado, desenrolló su propia carta una vez más, aunque con dedos temblorosos. Un terror que se aproximaba al pánico se adueñó de él cuando vio que el jeroglífico pardo ya no se hallaba en el margen, sino que estaba ahora colocado como una figura caminando en una de las Casas inferiores, donde continuaba de frente al Perro, como si avanzase hacia aquel signo ascendente.

Desde aquel momento, el astrólogo fue devorado por el espanto y la curiosidad que se adueñan de alguien que contempla un portento fatal pero inescrutable. Nunca, durante las horas en las que cavilaba contemplándolo hubo ningún cambio en la figura intrusa; sin embargo, cada noche que cogió la carta vio que la momia había avanzado a una Casa superior, acercándose constantemente a la Casa del Perro...

Llegó un momento en el que la figura estuvo en el umbral del Perro. Portentosa, con misterio y amenaza que se extendían más allá de la adivinación del astrólogo, parecía esperar mientras la noche continuaba y era taladrada por los grisáceos hilos de la aurora. Después, fatigado por sus prolongados estudios y vigilias, Nushain se durmió en su silla. Durmió sin ser turbado por ningún sueño; Mouzda tuvo cuidado en no despertarle, y aquel día ningún visitante subió hasta el ático. Así se sucedieron la mañana, el mediodía y el atardecer, sin que fueran advertidos por Nushain.

De noche fue despertado por los altos y dolorosos aullidos de Ansarath, que parecían salir de la esquina más alejada de la habitación. Confusamente, y antes de abrir los ojos, advirtió un olor a especias amargas y a penetrante alcanfor. Después, aunque las vagas redes del sueño no habían sido barridas por completo de su vista, contempló, a la luz de las amarillentas velas que Mouzda había encendido, una forma alta, semejante a una momia, que esperaba en silencio a su lado. La cabeza, brazos y cuerpo de la forma se hallaban fuertemente rodeados por vendas del color del betún, pero los pliegues estaban sueltos de las caderas para abajo y la figura se erguía como un caminante, con un pie reseco y pardo delante de su pareja.

El terror creció en el corazón de Nushain y pensó que la forma envuelta en un sudario se parecía al extraño jeroglífico invasor que había pasado de Casa en Casa a través de la carta de su destino. Entonces, una voz surgió distintamente de los gruesos vendajes de la aparición, diciendo:

—Prepárate, oh Nushain, porque yo soy el primero de los guías de este viaje que te ha sido anunciado por las estrellas.

Ansarath, acurrucándose bajo el lecho del astrólogo, continuaba aullando su temor al visitante y Nushain vio que Mouzda había intentado ocultarse en compañía del perro.

Aunque un frío como el de una muerte inminente había caído sobre él, pues consideraba la aparición como la misma muerte, Nushain se levantó de su asiento con esa dignidad, propia de un astrólogo, que había mantenido durante todas las vicisitudes de su vida. Llamó a Mouzda y Ansarath de su escondite y los dos le obedecieron, aunque con muchos estremecimientos, ante la oscura y embozada momia.

Con sus compañeros de fortuna detrás, Nushain se volvió hacia el visitante.

—Estoy listo —dijo, con voz cuyo temblor era casi imperceptible—. Pero me gustaría llevar ciertas de mis pertenencias.

La momia sacudió su enfajada cabeza.

—Lo mejor será que no lleves contigo nada más que tu horóscopo, porque al final sólo esto quedará contigo.

Nushain se inclinó sobre la mesa donde había dejado su natividad. Antes de comenzar a enrollar el papiro abierto, advirtió que el jeroglífico de la momia se había desvanecido. Era como si el símbolo escrito después de trasladarla sobre su horóscopo se hubiese materializado en la figura que ahora le esperaba. Pero en el margen de la carta, en remota oposición al Perro, había un jeroglífico, azul como el mar, de una fantástica sirena con cola de carpa y cabeza mitad humana y mitad de mono, y detrás de la sirena estaba el negro jeroglífico de una pequeña barcaza.

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