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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Tentación (24 page)

Es hora de reclamar tu mayor deseo.

Hoy es tu cumpleaños, y te garantizo un alto el fuego.

Antes de medianoche, preséntate en mi casa.

Si llegas un segundo tarde, la oferta pasa.

¡Espero verte pronto!

Roman

xxxoooxxx

Capítulo veinticinco

C
uando llego a casa de Roman, faltan unos minutos para la medianoche. Dos, para ser exactos. Espero que su reloj marque lo mismo. Sin embargo, esta vez, en lugar de cargarme la puerta como es mi costumbre, llamo suavemente con los nudillos y espero. Porque si de verdad vamos a hacer una tregua, los buenos modales no están de más.

Espero y cuento los segundos mientras observo el reloj. El ruido suave de sus pasos señala que mi momento está a punto de llegar… el resultado de un hechizo bien hecho.

La puerta se abre y Roman aparece ante mí, todo ojos azules, dientes blancos y piel bronceada. Lleva puesta una especie de bata de seda negra, lo que antaño se conocía como batín, que deja al descubierto su pecho desnudo, unos abdominales bien definidos y unos vaqueros desgastados que apenas cubren sus caderas.

Y eso es lo único que hace falta. Un simple vistazo al cuerpo que tengo delante de mí y noto que empiezo a temblar, que se me doblan s rodillas y que se me acelera el pulso de una forma tan familiarmente horrible… que me doy cuenta de una cosa.

¡El monstruo no ha sido eliminado! ¡No ha desaparecido en absoluto! Tan solo se había retirado, se había agazapado en algún lugar recóndito, aguardando el momento oportuno para recuperar sus fuerzas y poder alzarse de nuevo…

Trago saliva y me obligo a asentir como si todo estuviera bien. Soy consciente de que me recorre de arriba abajo con la mirada sin pasar nada por alto, y sé que debo superar esto sin importar lo que me cueste. No puedo fallar ahora que estoy a punto de conseguir lo que necesito.

Me hace un gesto para que entre e inclina la cabeza a un lado.

—Me alegra que hayas llegado a tiempo —dice mientras me observa con detenimiento.

Apenas he llegado a la parte central del vestíbulo cuando me lo pienso mejor y me doy la vuelta. Siento que la sangre abandona mi rostro al ver la expresión divertida del suyo.

—¿A tiempo para qué, exactamente? ¿De qué va todo esto? —Lo miro con recelo y me aprieto contra la pared cuando él pasa a mi lado y me anima a seguirlo.

—¡Pues va de que es tu cumpleaños, por supuesto! —Se echa a reír, me mira por encima del hombro y sacude la cabeza—. Ese Damen es un capullo sentimental… Seguro que ha hecho todo lo posible para que tu día fuera muy especial. No obstante, me atrevería a decir que no ha sido ni de cerca tan especial como lo que yo tengo reservado para ti.

Me quedo donde estoy. Me niego a dejarme intimidar. Aunque mis manos y mis piernas tiemblan tanto que me da la impresión de que los huesos se saldrán de las articulaciones, mi voz suena firme y tranquila cuando le digo:

—Cumplir tu promesa y darme lo que deseo bastará para que sea un día muy especial. No es necesario que me ofrezcas un asiento que no aceptaré o una bebida que no pienso tomar. Pasemos por alto las formalidades y vayamos al grano, ¿vale?

Roman me mira y esboza una sonrisa.

—Vaya, Damen es un capullo con suerte. —Sacude la cabeza y se pasa los dedos por sus rizos dorados—. No te van los preliminares, ¿no? Parece que nuestra pequeña Ever prefiere saltarse los aperitivos y empezar con el plato principal… Bueno, encanto, debo admitir que aplaudo tu elección.

Me esfuerzo por no revelar nada, por permanecer impertérrita a pesar de lo mucho que me han asustado sus palabras. El fuego oscuro arde con fuerza en mi interior, avivado por su presencia.

—Puede que tú no quieras sentarte ni tomar nada, pero resulta que yo sí. Y puesto que soy el anfitrión de esta pequeña velada, me temo que tendrás que complacerme.

Camina hacia la sala de estar en medio de un remolino de seda negra y se desliza hacia la barra para llenar una copa de cristal grueso con una generosa cantidad de líquido rojo. Agita la copa ante mis ojos para hacer que el líquido iridiscente reluzca mientras sube y baja por el cristal. Recuerdo que Haven me dijo una vez que ese elixir era más potente que el de Damen, y me pregunto si es cierto. Me pregunto si eso me daría algún tipo de ventaja… si tendría el mismo efecto en mí, si me convertiría en alguien tan loco y peligroso como ellos.

Me froto los labios y me esfuerzo por tranquilizarme. Mis dedos se retuercen con más nerviosismo a cada momento que pasa, y sé que no falta mucho para que pierda el control por completo.

—Siento mucho que hayas tenido problemas con Haven. —Alza la copa y da un trago largo—. Pero la gente cambia, ¿sabes? No todas las amistades están hechas para durar.

—Aún no he dado por perdida mi amistad. —Me encojo de hombros. Mis palabras están llenas de una confianza que no siento—. Lo solucionaré, estoy segura —añado. Ese extraño palpito interior se intensifica cuando él ladea la cabeza y deja al descubierto el tatuaje del uróboros, que aparece y desaparece.

—¿En serio, encanto? —Recorre con dedos perezosos el borde de la copa mientras me contempla con una mirada íntima y lánguida. Clava la vista en mi escote de pico mientras dice—: No te ofendas, cielo, pero yo no lo creo. Según mi experiencia, cuando dos pajarillos desean lo mismo… siempre hay uno que al final sale herido… o algo peor, como tú bien sabes.

Me acerco a él… no el monstruo, sino yo (aunque la bestia desde luego no se opone)… y lo miro a los ojos antes de decirle:

—Pero Haven y yo no deseamos lo mismo. Ella te quiere a ti y yo quiero algo muy distinto.

Me observa por encima del borde de cristal, y la copa lo tapa todo menos su mirada de color azul metálico.

—Sí, claro… ¿Y qué es lo que quieres, encanto?

—Ya lo sabes —le contesto con desdén al tiempo que enlazo las manos detrás de la espalda para que no pueda ver lo mucho que tiemblan—. ¿No es por eso por lo que me has pedido que venga?

Asiente y deja la bebida sobre un posavasos dorado.

—Aun así, me encantaría oírtelo decir. Me encantan las palabras pronunciadas en voz alta… y quiero que las tuyas lleguen de tus labios a mis oídos.

Respiro hondo y me fijo en sus párpados entornados, en sus labios grandes e incitantes, en su pecho amplio… Bajo la mirada hasta sus marcados abdominales, y desciendo aún más antes de decir:

—El antídoto. —Me obligo a pronunciar las palabras mientras me pregunto si es consciente de la batalla que se libra en mi interior—. Quiero el antídoto —repito con más firmeza antes de agregar—: Como tú bien sabes.

Y en un abrir y cerrar de ojos, Roman se sitúa a mi lado, con semblante tranquilo y las manos relajadas a los costados. El frío que desprende su piel me provoca una oleada de alivio.

—Quiero que sepas que te he traído aquí con las mejores intenciones —asegura—. Después de ver lo mucho que has sufrido estos últimos meses, estoy más que dispuesto a olvidarlo todo y darte lo que quieres. Aunque lo hemos pasado muy bien, al menos yo. —Se encoge de hombros—. Al igual que tú, Ever, estoy preparado para seguir adelante. Regreso a Londres. Esta ciudad es demasiado tranquila para mi gusto. Necesito un poco más de acción.

—¿Te marchas? —inquiero. Las palabras salen tan rápido de mis labios que no tengo claro si soy responsable de ellas.

—¿Te molesta? —Sonríe y busca mis ojos.

—Claro que no. —Tuerzo el gesto, pongo los ojos en blanco y aparto la mirada con la esperanza de que eso baste para que no se fije en el temblor de mi voz.

—Intentaré no tomármelo como un insulto. —Vuelve a sonreír. El tatuaje del uróboros fluctúa sin cesar, y los pequeños ojos redondos de la serpiente buscan los míos mientras su lengua se sacude—. Pero antes de irme quiero dejar atados unos cuantos cabos sueltos, y como es tu cumpleaños, he pensado que debía empezar contigo. Darte lo que más deseas. Lo que deseas por encima de todas las cosas y que ninguna otra persona, viva o muerta, podría darte jamás… —Desliza el dedo índice a lo largo de mi brazo con mucha suavidad, y la caricia sigue atormentándome mucho después de que él se dé la vuelta para alejarse.

Contemplo su espalda mientras camina y sé que no puedo permitirme el lujo de flaquear. Me recuerdo la sensación mágica de los labios de Damen hace unas horas, y lo cerca que estoy de poder recuperar eso… pero solo si consigo mantenerme a raya.

Roman se gira, hace un gesto con el dedo índice para pedirme que lo siga y chasquea la lengua al ver que no obedezco.

—Confía en mí, encanto, no voy a engañarte ni a arrastrarte hasta mis aposentos. —Sacude la cabeza y se echa a reír—. Ya habrá tiempo de sobra para eso más tarde, si es lo que deseas. Ahora quiero mostrarte algo un poco más técnico. Y ya que hablamos del tema, ¿te has sometido alguna vez a una prueba con el detector de mentiras?

Lo miro con suspicacia. No tengo ni idea de lo que trama, pero estoy segura de que es una trampa. Clavo los ojos en su espalda mientras avanza por el pasillo, atraviesa la cocina y sale por la puerta de atrás. Pasa junto al jacuzzi que hay a un lado del porche y se dirige a una especie de garaje independiente. Nada más entrar, me doy cuenta de que el lugar es una mezcla entre una tienda de antigüedades y el laboratorio de un científico chiflado.

—Detesto tener que señalarlo, encanto, y créeme si te digo que no pretendo ofenderte, pero es bien conocido por todos que mientes de vez en cuando… sobre todo si eso te beneficia en algo. Y puesto que soy un hombre íntegro y he prometido darte aquello que más deseas en el mundo, creo que lo correcto es que ambos sepamos sin ningún tipo de dudas qué es lo que más deseas. Es evidente que entre tú y yo pasa algo raro. ¿Es preciso que te recuerde que la última vez que estuviste aquí te abalanzaste sobre mí?

—Eso no es… —empiezo a decir, pero él levanta una mano y me impide continuar.

—Por favor… —dice sonriendo con sorna—, ahórrate las excusas, guapa. Tengo una forma mucho más directa de conseguir las respuestas que busco.

Aprieto los labios. He visto suficientes programas de televisión como para reconocer el artilugio hacia el que me conduce. Espera que permita que me ate y me someta a una prueba con el polígrafo… una prueba que sin duda él ha manipulado.

—Olvídalo —le digo al tiempo que me doy la vuelta, dispuesta a largarme—. Tendrás que aceptar mi palabra, o no hay trato.

—Bueno, podemos intentar otra cosa —dice justo cuando llego a la puerta.

Me detengo.

—Y, créeme, es una prueba que no se puede manipular, en especial con gente como nosotros. Tiene que ver con ese rollo metafísico que afirma que todo es energía y que todos estamos unidos.

Dejo escapar un largo suspiro y golpeo el suelo con la punta del pie con la esperanza de liberar parte de la energía que se acumula en mi interior y de darle a entender que empiezo a perder la paciencia.

Pero Roman no piensa apresurarse ni seguir más indicaciones que las suyas propias. Se quita un hilo suelto de la bata con expresión ausente y luego me dice:

—Verás, Ever, resulta que está científicamente demostrado que la verdad es siempre, sin excepción, más fuerte que cualquier mentira. Que si se evalúan ambas a la vez (si las enfrentas en la arena, por decirlo de algún modo), la verdad siempre saldrá victoriosa. ¿Qué te parece?

Pongo los ojos en blanco, ya que ese simple gesto señala lo que pienso sobre eso y sobre todo lo que ha ocurrido hasta el momento.

Sin embargo, Roman se queda tan ancho. Está decidido a seguir con su jueguecito.

—Y resulta que hay una manera muy sencilla de hacer la prueba, una manera cuyo resultado no puede alterarse y que no requiere más que tu propia fisiología. ¿Quieres intentarlo?

¡Por supuesto que no!, me gustaría gritar, pero el monstruo empieza a tomar el control y no me permite hablar, lo que solo consigue animar a Roman a continuar.

—Bien, ¿dirías que ambos tenemos la misma fuerza o no? ¿Crees que entre los de nuestra clase no existen verdaderas diferencias físicas de fuerza y velocidad entre hombres y mujeres?

Me encojo de hombros, ya que en realidad nunca me lo he planteado, y no me interesa empezar a hacerlo ahora.

—Con esa idea en mente, me gustaría demostrarte algo que seguro encontrarás de lo más interesante. Y, como nota al margen, te aseguro que no intento jugar contigo. Esto no es un juego, y nadie saldrá herido. Soy sincero cuando te digo que quiero darte lo que más deseas, y esta es la mejor forma que se me ocurre de determinar qué es lo que más deseas. Yo lo haré primero, para que puedas ver que no me guardo un as bajo la manga… por decirlo de alguna manera.

Se sitúa delante de mí con el brazo extendido a un lado, en paralelo al suelo de cemento.

—Ahora coloca dos dedos sobre mi brazo y empuja un poco hacia abajo; yo aguantaré y empujaré hacia arriba —me dice mientras asiente con la cabeza—. No hay nada raro, te lo prometo. Ya lo verás.

Lo miro a los ojos y veo el desafío que muestra su mirada, y en este momento me doy cuenta de que no tengo más remedio que avanzar y aceptarlo, ya que él es quien tiene el mando. Tengo que jugar su juego según sus reglas.

Contemplo su brazo bronceado y fuerte. Un brazo que ruega que lo toquen. Y aunque sé que no puedo hacerlo, que no podré contenerme, aprieto los dientes y lo intento. Cuando le pongo los dedos encima, el frío de su piel atraviesa el tejido suave y sedoso de la manga y hace que el fuego oscuro de mi interior empiece a soltar chispas y llamaradas.

La voz de Roman es un susurro ronco y suave cuando me dice al oído:

—¿Sientes eso?

Lo miro y no siento otra cosa que el pulso insistente que runrunea dentro de mi cuerpo y lo llena de calor. Un calor que solo busca el alivio de su contacto frío.

—Vale, ahora quiero que me preguntes algo que solo pueda responderse con un sí o un no, una pregunta cuya respuesta ya conozcas. Dame un momento para concentrarme en la respuesta y formula la cuestión tanto mental como verbalmente mientras intentas bajar mi brazo hacia el suelo con dos dedos.

Consulto el reloj con las rodillas temblorosas y sé que no me queda mucho tiempo más.

Sin embargo, Roman asiente con el brazo en alto y me anima con la mirada.

—La verdad fortalece y la mentira debilita. Ahora tienes la oportunidad de demostrar esta teoría conmigo para que después podamos probarla contigo. Es la única manera de confirmar lo que realmente quieres, Ever. Así que adelante, hazme una pregunta, la que quieras. Estoy dispuesto incluso a bajar mi escudo para que puedas leerme la mente y ver que no hago trampas.

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