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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Tentación (10 page)

Contemplo el salón de baile llena de asombro. Apenas puedo creer que habría podido tener esto, que habría podido formar parte de este mundo… de su mundo, si no me hubieran arrebatado mi »" nal de Cenicienta, si no me hubieran robado la oportunidad de llegaf a ponerme el zapato de cristal.

Si me hubieran dejado vivir, él me habría dado el elixir para convertir a la sirvienta francesa llamada Evaline en… en este ser radiante que me devuelve la mirada desde el espejo. Y un centenar y pico de años más tarde, podríamos haber bailado aquí juntos, haber compartido esta noche tan hermosa ataviados con nuestras mejores galas y cubiertos de joyas, junto a María Antonieta y Luis XVI.

Pero no fue así. Drina me asesinó y nos obligó a Damen y a mí a seguir buscándonos una y otra vez.

Lo miro con los ojos llenos de lágrimas y coloco la mano sobre su hombro mientras rodea mi cintura con el brazo para hacerme girar sobre la pista de baile. Nuestros pies se mueven con pericia, y mis faldas se arremolinan para formar una neblina azul. Me siento tan abrumada por la belleza que ha creado, que ha replicado para mí, que me aprieto contra su cuerpo y acerco los labios a su oído para preguntarle en un susurro si podemos ver alguna otra estancia.

Y, en un abrir y cerrar de ojos, me veo arrastrada por un confuso laberinto de pasillos hasta el más elegante y grandioso dormitorio que jamás haya visto en toda mi vida.

—Como cabe suponer… —Damen sonríe cuando se detiene junto a la entrada, y yo intento no quedarme boquiabierta mientras lo observo todo—, este no es el dormitorio real, ya que María Antonieta y yo nunca fuimos tan amigos. No obstante, es una réplica exacta del dormitorio que me asignaban en mis numerosas visitas. Bueno, dime, ¿qué te parece?

Avanzo sobre la enorme alfombra de lana mientras me fijo en las sillas tapizadas en seda, en la abundancia de velas, en el generoso uso del cristal y el oro. Cojo carrerilla para saltar sobre el grueso colchón drapeado de la cama con dosel, y doy unos golpecitos a mi lado como si no tuviera otra preocupación en el mundo.

Y así es.

Ahora estoy en Summerland.

Roman no puede llegar hasta mí aquí.

—Bueno, ¿qué te parece? —Damen se inclina delante de mí y recorre mi rostro con la mirada.

Estiro el brazo para acariciar con los dedos su mejilla y el ángulo fuerte de su mandíbula.

—¿Que qué me parece? —Sacudo la cabeza y me echo a reír. Y el sonido es tan alegre y despreocupado como solía serlo—. Creo que eres el novio más maravilloso del mundo entero. No, borra eso…

Me mira con fingida preocupación.

—Creo que eres el novio más maravilloso del planeta… ¡y del universo! —Sonrío—. En serio, ¿quién más podría tener una cita como esta?

—¿Seguro que te gusta? —inquiere, ahora realmente preocupado.

Levanto los brazos y le rodeo el cuello para acercarlo a mí. Soy consciente del velo de energía que separa sus labios de los míos… y que permite lo que ya empiezo a considerar como besos casi normales. Aun así, me contento con lo que tengo.

—Era una época apasionante —dice Damen, que se aparta y apoya la cabeza en la mano para verme mejor—. Quería que la experimentaras, que supieras cómo era, cómo era yo entonces. Siento muchísimo que te lo hayas perdido, Ever. Lo habríamos pasado de maravilla. Tú habrías sido la belle del baile, la más hermosa. —Entorna los párpados—. No, mejor no. Creo que a María no le habría gustado eso. —Sacude la cabeza y suelta una carcajada.

—¿Por qué? —Mis dedos juguetean con los volantes que cubren la parte delantera de su camisa y se abren paso entre los botones hacia su cálido pecho—. ¿Sentía algún interés por ti… como se suele decir? ¿Y esto fue antes o después de que el conde Fersen entrara en escena?

Damen ríe de buena gana.

—Antes, durante y después. Este era un lugar en el que uno debía estar… al menos durante un tiempo. —Niega con la cabeza—. Y no, para tu información te diré que solamente éramos buenos amigos y que ella no tenía ningún interés en mí, ninguno del que yo tuviera constancia, al menos. Me refería más bien a que a algunas mujeres hermosas no les agrada mucho que otra les haga sombra.

—¿Qué pensaba María Antonieta de Drina? —pregunto al recordarla tan esplendorosa, con su piel color crema, sus ojos esmeralda y su cabellera roja… Poseía una belleza de las que dejan sin aliento. Sin embargo, un momento después me doy cuenta de que acabo de preguntar por la diabólica ex mujer de Damen y que no he sentido ni la más ligera punzada de celos, como es habitual. Y no se debe solo a la magia de Summerland, sino a que ahora me siento realmente tranquila respecto a eso.

Por desgracia, Damen no es consciente de mis nuevos sentimientos, razón por la cual sus cejas se enarcan y sus labios componen una mueca seria. Se pregunta si voy a empezar con ese tema otra vez, después de haberse tomado tantas molestias para recrear este lugar Para mí.

Sin embargo, sonrío y lo invito a mirar en el interior de mi mente para que lo vea por sí mismo. Lo he preguntado solo por curiosidad, nada más. No hay ni el menor rastro de celos en mi interior.

—Drina y María apenas se conocían —responde Damen, visiblemente aliviado por el cambio de sentimientos—. Y casi siempre venía aquí solo.

Al mirarlo, imagino a todas las mujeres hermosas y solteras que debieron de estar a punto de desmayarse al verlo entrar en la estancia sin compañía… y una vez más, igual que antes, no siento nada.

Todo el mundo tiene un pasado. Incluso yo, por lo visto. Lo único que importa de verdad es que me quiere. Que siempre me ha querido. Ha pasado los últimos cuatrocientos años buscándome. Y creo que acabo de comprender por fin lo mucho que significa eso.

—Quedémonos aquí para siempre —susurro mientras lo acerco a mí y cubro su rostro de besos—. Convirtamos este asombroso lugar en nuestra casa, y cuando nos cansemos de él, si es que alguna vez nos cansamos, haremos aparecer otro lugar en el que vivir.

—Eso también podemos hacerlo en casa, ¿sabes? —Damen me mira con ternura y hunde los dedos en mi cabello para juguetear con él—. Podemos vivir donde queramos, tener lo que queramos, ir a donde queramos… tan pronto como nos graduemos en el instituto y dejes de vivir con Sabine. —Se echa a reír.

Y aunque sonrío y me río con él, sé que no es cierto.

No puedo tener esto en casa.

No después del hechizo que he hecho.

Y hasta que encuentre una forma de romperlo, este será el único lugar donde pueda estar así, sentirme así. La magia se disolverá en el instante en que atraviese el portal para regresar.

—Pero, entretanto, no hay razón para apresurarse, ¿o sí? —Sonríe y me alza la barbilla para acceder a mis labios.

Se aprieta contra mí y me cubre con su cuerpo. El hecho de «casi» sentir sus manos sobre la piel me provoca un cálido hormigueo. Nos rendimos al momento, a los límites que no tenemos más remedio que aceptar. Acerco mis labios a su oreja para susurrarle:

—No se me ocurre ninguna razón. Ninguna en absoluto.

Capítulo diez

—E
ver… ¡Ever, despierta! Tenemos que regresar ya.

Ruedo hasta ponerme de espaldas y me desperezo. Extiendo los brazos por encima de la cabeza, arqueo la espalda y doblo los dedos de los pies, pero todo muy despacio, sin prisa. Estoy tan inmersa en este mundo cálido y perfecto que siento la tentación de darme la vuelta otra vez.

—En serio… —Damen se echa a reír, acerca los labios a mi oreja y me mordisquea el lóbulo haciéndome cosquillas—. Ya hemos hablado de esto, y los dos estuvimos de acuerdo en que al final tendríamos que regresar.

Levanto un párpado soñoliento y después el otro para descubrir una abrumadora cantidad de seda, mucho pan de oro y las chorreras de la camisa de Damen, que me rozan la punta de la nariz. ¿Todavía estoy en Versalles?

—¿Cuánto tiempo he dormido? —Intento contener un bostezo sin mucho éxito y veo que Damen está encima de mí con expresión divertida.

—En Summerland no existe el tiempo. —Sonríe—. Y, créeme, intentaré no tomarme como un insulto que te hayas dormido.

Me quedo rígida y boquiabierta, completamente ya despierta.

—Espera… ¿Quieres decir que me he quedado dormida mientras tú… mientras nosotros…? —Sacudo la cabeza. La temperatura de mis mejillas asciende un millar de grados. Apenas puedo creer que me haya quedado dormida mientras… nos besábamos.

Asiente con la cabeza, por suerte más divertido que enfadado. Aun así, me tapo la cara con las manos, horrorizada ante la sola idea de haber hecho algo así.

—Es muy embarazoso… En serio, estoy tan… —Niego con la cabeza. No hacen falta más pruebas del cansancio que me ha provocado todo lo ocurrido durante la semana pasada.

Damen se levanta de la cama y me ayuda a ponerme en pie.

—No pasa nada. No tienes por qué avergonzarte ni pedir disculpas. Ha sido bastante agradable, en cierto sentido. No recuerdo que me haya pasado nunca algo semejante, y tú en realidad no llegaste a experimentar mucho después del primer… centenar de años, más o menos. —Suelta una risotada y tira de mí para rodearme la cintura con los brazos—. ¿Te sientes mejor?

Asiento con la cabeza. Es el primer descanso decente que he disfrutado desde… bueno, desde que el innombrable empezó a invadir mis sueños. Y aunque no tengo ni la menor idea de cuánto tiempo llevamos fuera, me siento mucho mejor, capaz de regresar al plano terrestre y enfrentarme a todos mis demonios… o al menos uno en Particular.

—¿Nos vamos? —Damen enarca una ceja.

Estoy a punto de cerrar los ojos para crear el portal cuando se me ocurre decir:

—Pero… ¿qué ocurrirá con este lugar cuando nos marchemos?

Damen se encoge de hombros.

—Bueno, pensaba hacerlo desaparecer, ya que podemos volver a manifestarlo siempre que queramos. Sabías eso, ¿no? —Me mira con extrañeza.

Y aunque sé lo fácil que resulta para él recrear este lugar tal y como está, por alguna razón deseo que no desaparezca. Quiero saber que es algo sólido y duradero. Un lugar al que puedo regresar cuando se me antoje, y no solo el difuso recuerdo de un día estupendo.

Damen sonríe y se inclina en una profunda reverencia mientras responde a mis pensamientos.

—Así será. —Toma mi mano—. Versalles se queda.

—¿Y esto? —Sonrío mientras sacudo las chorreras de su camisa color crema, haciéndolo reír de un modo del que nunca podré hartarme.

—Bueno, tenía pensado cambiarme para el viaje de regreso a casa… si no te parece mal.

Inclino la cabeza y tuerzo la boca mientras lo observo con detenimiento, como si me lo estuviera pensando.

—Lo cierto es que me gustas así. Estás tan apuesto, tan galante… casi majestuoso, la verdad. Me da la sensación de que estoy viendo al verdadero Damen, vestido a la moda de la época que más le gusta.

Damen hace un gesto de indiferencia con los hombros.

—Me gustan todas las épocas… Algunas más que otras, quizá, pero todas tienen algo que ofrecer. Y tú, por cierto, estás deslumbrante. —Desliza los dedos sobre mis joyas y luego baja para recorrer el ajustado corpino del vestido—. Aun así, si no queremos desentonar en nuestro hogar, debemos cambiar de atuendo.

Suspiro, ya que me entristece que las galas del siglo XVIII vayan a ser sustituidas por las sencillas ropas de Laguna Beach.

—Y ahora… —Asiente mientras vuelve a colocar mi amuleto bajo el escote del vestido—. ¿Qué me dices? ¿A tu casa o a la mía?

—A ninguna. —Aprieto los labios, consciente de que no le va a gustar lo que viene a continuación, pero estoy decidida a ser completamente honesta con él durante las pocas ocasiones que tenga—. Tengo que ver a Jude.

Damen da un respingo, un movimiento apenas perceptible para alguien que no lo conozca, pero no para mí. Necesito que sepa que Jude ya lo sabe: que no hay competición alguna. En realidad, nunca la ha habido. Damen se ganó mi corazón hace siglos. Y desde entonces ha sido suyo.

—Fue un accidente. —Asiento con la cabeza, decidida a mantener un tono de voz calmado y a ceñirme únicamente a los hechos, por horribles que sean. Y aunque podría dejar que la escena pasara de mi mente a la suya, no lo hago. Hay muchas partes que no quiero que vea, cosas que podría malinterpretar, así que le digo—: Puede decirse que… le ataqué.

—¡Ever! —Retrocede con una expresión tan alarmada que no puedo seguir mirándolo.

—Lo sé. —Sacudo la cabeza y hago una pequeña pausa para respirar hondo—. Sé cómo suena, pero no es lo que crees. Yo… intentaba demostrar que era un renegado, pero… bueno… cuando descubrí que no lo era… tuve que llevarlo a urgencias a toda prisa.

—Y no me lo contaste porque… —Me mira dolido por la omisión.

Suspiro y lo miro a los ojos antes de contestar.

—Porque me sentía avergonzada. Porque siempre lo lío todo y no quiero que pierdas la paciencia conmigo. Está claro que tienes muchos motivos para hacerlo, pero… no quiero que ocurra. —Me encojo de hombros y empiezo a rascarme el brazo, aunque no me pica. Otra de las cosas que hago cuando estoy nerviosa.

Damen posa las manos sobre mis hombros y me mira a los ojos.

—Lo que siento por ti es incondicional. No te juzgo. Ni pierdo la paciencia contigo. No te castigo. Solo te quiero. Eso es todo. Sin más. —Recorre mi rostro con una mirada cálida y llena de amor que encierra la misma promesa que sus palabras—. No tienes por qué ocultarme nada… nunca. ¿Lo entiendes? No voy a irme. Siempre estaré aquí para ti. Y si necesitas cualquier cosa, si te metes en un lío o te sientes perdida, solo tienes que decírmelo y correré a ayudarte.

Asiento con la cabeza, incapaz de hablar. Me siento abrumada por la increíble suerte que tengo. Soy muy afortunada de que alguien como Damen me ame… a pesar de que no siempre estoy segura de merecerlo.

—Así que ve a cuidar de tu amigo, que yo me encargaré de las gemelas. Nos vemos mañana, ¿vale?

Me inclino para darle un beso rápido y le suelto la mano, ya que tomaremos direcciones diferentes. Cierro los ojos el tiempo suficiente para visualizar el portal ante mí, ese velo dorado resplandeciente que me llevará de vuelta a casa.

Aterrizo justo delante de la puerta de Jude, llamo unas cuantas veces y le doy tiempo de sobra para que responda antes de entrar sin que me inviten. Lo busco en todas las habitaciones de la diminuta casita, incluyendo el garaje y el patio trasero, antes de cerrar la puerta y encaminarme hacia la tienda.

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