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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Tentación (20 page)

Mis pies golpean el asfalto. Los talones se aferran al pavimento con facilidad, sin esfuerzo, mientras avanzo por las sinuosas colinas de la autovía de la costa con la intención de dirigirme directamente a casa… pero al final dejo atrás la curva de salida y me dirijo a otro lugar. A un sitio mejor. A un lugar que tiene todo lo que necesito… todo lo que podría desear. Concentrada en mi visión, decidida a alcanzar mi destino a cualquier precio, empiezo a moverme más rápido, a más velocidad, y en cuestión de segundos, llego a mi destino.

A la puerta de Roman.

Mi cuerpo tiembla a causa de la anticipación y del anhelo. El fuego oscuro de mi interior arde con tal intensidad que amenaza con reducir mis entrañas a cenizas. Cierro los ojos y percibo su presencia, la siento.

Roman está dentro.

Lo único que tengo que hacer es empujar la puerta y entrar. Y entonces será mío.

Me adentro en la casa con un movimiento fluido. La puerta golpea la pared con tanta fuerza que el impacto resuena en todo el edificio. Me deslizo por el vestíbulo, rápida y silenciosamente, y encuentro a Roman en la sala de estar, tumbado en el sofá con los brazos extendidos y gesto expectante, como si me esperara.

—Ever… —Asiente sin el menor atisbo de sorpresa—. Tienes un problema con las puertas, ¿verdad? ¿También tendré que cambiar esa?

Me acerco a él sin vacilar. Mis labios susurran su nombre mientras mi cuerpo anticipa el frío de su mirada.

Roman inclina la cabeza con un movimiento lento y firme, como si lo hiciera al compás de un ritmo que solo él puede escuchar. El tatuaje del uróboros aparece y desaparece ante mis ojos.

—Me alegra que te hayas pasado por aquí, cariño, pero si quieres que te diga la verdad, me gustabas más la última vez que viniste. Ya sabes, cuando te quedaste junto a la ventana con ese camisón ajustado semitransparente… —Las comisuras de sus labios se elevan mientras se coloca un cigarrillo, lo enciende y da una larga y profunda calada. Suelta el humo en una sucesión de aros perfectos y añade—: Ahora… Bueno, está claro que no estás en tu mejor momento. De hecho, se te ve un poco… hambrienta, ¿no crees?

Me muerdo los labios y los humedezco con la lengua mientras intento peinarme con los dedos. Lo que solía ser una abundante melena brillante de la que me enorgullecía es ahora una pelambrera deslustrada llena de puntas abiertas. Debería haber hecho algo más, haberme esforzado un poco. Tendría que haberme puesto perfume, aplicarme un poco de corrector, haberme tomado un minuto para manifestar ropa limpia que se ajustara a mi cuerpo demacrado. Me intimida el peso de su mirada, el modo en que observa mi cuerpo escuálido. Está claro que no le impresiona mucho lo que tengo para ofrecerle.

—En serio, encanto, si vas a entrar aquí de esa forma, tienes que estar más presentable. Yo no soy Damen, cielo. No pienso follarme cualquier cosa. Tengo unos requisitos mínimos, ¿sabes?

Cierro los ojos, dispuesta a hacer lo que sea por complacerlo, por estar con él, y sé que he tenido éxito cuando veo la expresión vidriosa de sus ojos.

—¡Drina! —susurra. El cigarrillo cae de sus labios y hace un agujero en la alfombra mientras me recorre con la mirada. Ve piel pálida y cremosa, labios rosa y una llamarada de cabello rojo que cae sobre mis hombros cuando me arrodillo delante de él y apago el cigarro entre mis largos y elegantes dedos. Pongo las manos sobre sus rodillas.

—Dios mío… Esto no puede ser cierto… ¿De verdad es…? —Sacude la cabeza y se frota los ojos antes de clavarlos en los míos, de color esmeralda. Desea con todas sus fuerzas que sea posible.

Cierro los ojos para disfrutar de su contacto, de la gelidez de su piel. Deslizo las manos hacia arriba desde sus rodillas hasta los muslos. Me acerco cada vez más al lugar que deseo, hasta que…

Haven se sitúa detrás de mí. Sus ojos echan chispas y tiene los puños apretados a los costados. No puedo evitar preguntarme cuánto tiempo lleva mirando, ya que no la he oído entrar; ni siquiera he percibido su presencia, en el fondo. Pero lo cierto es que Haven carece de importancia. No es más que un molesto obstáculo que tiene la mala costumbre de interponerse en mi camino. Uno que puedo eliminar sin problemas.

—¿Qué cono crees que estás haciendo, Ever? —Se acerca a mí. Me mira con dureza, con la intención de asustarme, pero no lo consigue. No puede conseguirlo, pero aún no lo sabe.

—¿Ever? —Roman entorna los párpados y nos mira a las dos, incapaz de ver lo que ella ve—. ¿De qué hablas, guapa? Esta no es Ever, es…

No hace falta nada más. La insinuación de las palabras de Haven es lo único que hace falta para que pueda volver a verme, para que atraviese la máscara que he creado.

—¡Por todos los demonios! —exclama, y me empuja con tanta fuerza que atravieso volando la habitación. Caigo sobre una mesa y luego sobre una silla antes de aterrizar en el suelo, al lado de Haven—. ¿Qué mierda intentabas hacer? —Frunce el ceño, furioso por que haya intentado engañarlo.

Trago saliva con fuerza sin dejar de mirarlo a los ojos. Haven se acerca a mí en un remolino de cuero y encaje negro; siento su aliento helado sobre la mejilla y el aguijonazo de sus uñas en la muñeca.

—¿No deberías estar en otra parte? —pregunta pronunciando las palabras con los dientes apretados—. En serio, Ever, ¿sabe Damen que estás aquí?

Damen.

El nombre despierta algo en mi interior… en las profundidades de mi ser. Algo que hace que cierre los dedos en torno al amuleto mientras doy un diminuto paso atrás.

La mirada de Haven se vuelve cáustica y su rostro se llena de odio.

—No puedes soportarlo, ¿verdad? —me dice—. No puedes soportar que tenga algo que tú no tienes. —Sacude la cabeza—. Me hablaste mal de Roman para ahuyentarme y poder tenerlo solo para ti, ¿no es así? Bien, pues tengo nuevas noticias, Ever… He cambiado. He cambiado de tantas formas que no te lo puedes ni imaginar. —Y aunque intento liberar mi mano y retroceder, me agarra con tanta fuerza, con tanta determinación, que queda claro que aún no ha acabado conmigo—. No tienes nada que hacer aquí. No deberías haber venido. No quiero que estés aquí; Roman no quiere que estés aquí… ¿Es que no te das cuenta de que te has convertido en un esperpento? Clava la vista en mi barbilla llena de granos y en mi nuevo busto plano… que resaltan aún más su piel de porcelana y sus magníficas curvas—. ¿Por qué no te das media vuelta y regresas al lugar de donde has venido? Ahora vivo según mis propias reglas, y así es como funciona la cosa: si no te largas de aquí, si intentas alargar la visita y hacer alguna locura, serás tú quien salga herida. —Aprieta los dedos sobre mi muñeca hasta que la piel empieza a enrojecerse sin dejar de mirarme a los ojos ni un segundo—. Estás hecha un adefesio. Tienes el pelo hecho una porquería y la cara llena de espinillas. —Sacude la cabeza en un despliegue de brillantes mechones negros con reflejos platino—. ¿Qué ha pasado, Ever? ¿Damen ha cambiado de opinión con respecto a pasar la eternidad contigo y ya no te da el elixir?

Abro la boca con la intención de decir algo, pero no me salen las palabras. Miro a Roman para suplicarle que me ayude, pero se limita a hacer un gesto desdeñoso con la mano. Sus ojos dicen abiertamente que no quiere saber nada de mí. Ahora que ha descubierto que no soy Drina, tendré que apañármelas sola.

Puesto que no me deja otra opción, levanto la muñeca, la que ella me agarra con tanta fuerza que se le han entumecido los dedos, y la giro con un movimiento brusco tan rápido e inesperado que la espalda de Haven queda apretada contra mi pecho.

Acerco los labios a su oreja para decirle:

—Lo siento, pero no pienso tolerar que me hables así. —Noto que forcejea, que intenta soltarse, pero es inútil. Nadie puede vencer la bestia que llevo dentro, nadie salvo…

Mi mirada se posa en el espejo de marco dorado que cuelga ante nosotras y me quedo aturdida al ver nuestra imagen. Los ojos llenos de odio de Haven encajan a la perfección con los míos, que están tan desfigurados… tan monstruosos… que apenas los reconozco. Por fin soy capaz de ver lo que todos ven, la degradación absoluta que he sufrido.

Mis dedos se aflojan lo suficiente para que ella se suelte. Se gira hacia mí hecha una furia con el puño en alto y una imagen clara de los siete chacras dibujada en su mente.

Sin embargo, me marcho antes de que pueda asestar el golpe. El estruendoso crujido que provoca su espalda al chocar contra la pared cuando la empujo resuena en la estancia mientras salgo a la calle.

Me digo a mí misma que se pondrá bien. Los inmortales siempre se curan.

Sin embargo, no tengo claro que yo vaya a estar bien.

Capítulo veintiuno

C
uando llego a la tienda, espero encontrar a Jude, pero la puerta tiene el cartel de CERRADO. Y después de intentar en vano quitar el cerrojo con la mente, rebusco en el bolso con las manos temblorosas la llave, que se me cae al suelo dos veces antes de lograr meterla en la cerradura. Paso a toda prisa junto a los estantes de los libros y los cedes, tanto que olvido el aparador con figurillas de ángeles que hay a mi derecha. Lo golpeo con tal fuerza que se estrella contra el suelo y las figuras se convierten en un millón de añicos y esquirlas de cristal. Pero no me detengo a arreglar el desaguisado. Ni siquiera me paro a mirarlo. Sigo avanzando hasta la sala de atrás, hasta el escritorio, aparto la silla y me desplomo sobre ella.

Apoyo la frente sobre la superficie de madera de la mesa mientras lucho por estabilizar mi pulso y normalizar mi respiración. Me siento horrorizada por lo que acabo de hacer, por lo bajo que he caído. La escena ocurrida diez minutos atrás se repite una y otra vez en mi cabeza.

Me quedo así un rato, hasta que mi piel empieza a enfriarse y se me despeja un poco la mente. Cuando por fin levanto la cabeza y miro a mi alrededor, descubro que alguien ha arrancado el calendario de la pared, y que ahora está delante de mí. El día de hoy está rodeado con un círculo rojo que contiene un signo de interrogación, y mi nombre aparece subrayado por debajo, junto a las palabras: «Puede que esto funcione». Es la letra de Jude.

Y entonces lo entiendo. La solución que esperaba está ahora, gracias a Jude, al alcance de mi mano. Y es tan increíblemente obvia que no puedo creer que no se me haya ocurrido antes. Observo el descuidado círculo de Jude, y el otro más pequeño que hay impreso en su interior, el que ilustra las fases lunares. Y el hecho de que el pequeño esté completamente coloreado señala que hoy la luna entrará en fase de luna nueva.

Hécate se alza de nuevo.

Y, de pronto, sé con exactitud qué debo hacer.

En lugar de esperar a que la luna estuviera llena y pedirle a la diosa que anulara a la reina, tal y como me dijeron las gemelas (algo que, por cierto, probablemente solo sirvió para cabrear a la reina, razón por la cual fracasó de un modo tan estrepitoso), debería haber aguardado al día de hoy, a que hubiera luna nueva otra vez. De ese modo habría podido acceder directamente a la fuente… retomarlo justo donde empecé y forjar una alianza con Hécate, reina del inframundo.

Busco en el cajón, sin fijarme en el
Libro de las sombras
, y saco algunas de las cosas que voy a necesitar. Me hago la promesa mental de agradecérselo a Jude más tarde mientras meto una selección de cristales, hierbas y velas en el bolso. Luego me lo cuelgo del hombro y ttie dirijo a la playa, el único lugar que se me ocurre donde podré disponer no solo de la privacidad que busco, sino también del agua necesaria para el baño ritual.

En unos segundos me encuentro al borde del acantilado, con los dedos de los pies curvados sobre la roca, contemplando un océano tan oscuro que se mezcla con el cielo. Recuerdo una noche así un mes antes, cuando vine aquí con Damen, segura de que no podía hacer nada peor que convertir a mi mejor amiga en inmortal, ajena al hecho de que estaba a punto de empeorar las cosas mucho más.

Bajo por el sendero, impaciente por comenzar. Me abro camino con mucho cuidado entre las rocas puntiagudas y dentadas. Mi corazón martillea en el pecho y tengo el cuerpo empapado en sudor. Soy muy consciente de la sensación que se intensifica en mi interior, y sé que debo empezar antes de que la bestia tome el control una vez más. Mis pies se hunden en la arena mientras me acerco a la cueva. Tengo la certeza de que estará vacía, tal y como la dejamos, porque como Damen dijo: la gente casi nunca ve lo que tiene delante de las narices. Y está claro que nunca han visto esto.

Suelto el bolso en el suelo y cojo una vela grande y una caja de cerillas. El chasqueo de la cerilla al encenderse es el único ruido que acompaña el suave golpeteo de las olas. Introduzco la vela en la arena y empiezo a colocar el resto de los objetos sobre una manta. Me tomo un momento para organizarlo todo bien antes de quitarme la ropa y salir de la cueva.

Me rodeo con los brazos para protegerme del viento que me azota e intentar conservar el calor. Decido pasar por alto lo mucho que sobresalen mis costillas y los huesos de mis caderas. Me digo que todo se solucionará, que la cura está cerca, que nadie, ni siquiera el monstruo, podrá impedir que me recupere.

Me adentro en la espuma blanca de las olas y aprieto los dientes para soportar la gélida bofetada del agua. Buceo bajo una serie de olas con los párpados apretados para evitar el escozor de la sal. No oigo más que su intenso y breve rugido. Me pongo de espaldas tan pronto como las olas pasan y el océano se queda en calma. Mi cabello se extiende a mi alrededor, mi cuerpo no pesa nada. Alzo las rodillas hasta el pecho y contemplo el cielo, tan oscuro, tan austero, tan vasto y misterioso que no alcanzo a comprenderlo. Sujeto con fuerza el amuleto que Damen me puso en el cuello e invoco la ayuda y la protección de los cristales a fin de mantener al monstruo a raya el tiempo suficiente para hacer lo que debo hacer. Pongo mi destino en manos de Hécate, confiando en que, al igual que el yin y el yang, toda oscuridad tenga también su parte de luz.

Me sumerjo en el agua una y otra vez hasta que me siento limpia y renovada, lista para empezar. Avanzo hasta la orilla con la piel empapada, erizada de frío, pero apenas lo noto. El frío ha sido superado por la calidez de la confianza, de la seguridad absoluta de que estoy a unos segundos de matar a la bestia y salvarme.

Las paredes de la cueva reflejan el parpadeo de la llama de la vela en una sucesión de luces y sombras. Después de limpiar el
athame
y de pasarlo tres veces a través de la llama, me arrodillo en el centro del círculo mágico que he dibujado. Con el incienso en una mano y el cuchillo en la otra, recreo un ritual similar al anterior, solo que esta vez añado:

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