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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Tentación (18 page)

Trago saliva con fuerza y paseo la mirada entre la puerta y el anciano. Tengo el pulso y el corazón acelerados. Sé sin necesidad de preguntarlo, en lo más profundo de mi ser, que este es el lugar donde estuvieron… donde Romy y Rayne vivieron durante trescientos y pico años.

No obstante, necesito la confirmación, solo para estar segura.

—¿Se… se refiere usted a las gemelas? —Me da vueltas la cabeza mientras contemplo la sencilla casita familiar, una réplica exacta de la que atisbé en la visión el primer día que las encontré agazapadas en casa de Ava, cuando agarré a Romy del brazo y contemplé la historia de su vida en su cabeza en una sucesión apresurada de imágenes: su casa… su tía… los juicios contra las brujas de Salem de los que la mujer estaba decidida a escapar… y todo eso conducía hasta este lugar.

—Romy y Rayne. —El hombre asiente con la cabeza. Sus mejillas tan rojas, la nariz bulbosa y la mirada afable parecen las de un personaje, la réplica viviente del anciano inglés por excelencia que regresa a casa después de tomarse un trago en la taberna. Pero no parpadea ni se desvanece. Permanece justo delante de mí con la misma sonrisa amistosa en la cara, así que sé que es real. Puede que esté vivo o muerto, de eso no puedo estar segura, pero es sin duda positiva y definitivamente real—. Es a ellas a quienes busca, ¿no es así?

Hago un gesto afirmativo con la cabeza, aunque no estoy segura. ¿Las buscaba a ellas? ¿Por eso estoy aquí? Le echo un vistazo al hombre, y al ver la expresión desconcertada con la que me observa, no puedo contener una risita nerviosa. Me aclaro la garganta e intento recomponerme un poco antes de hablar:

—Siento enterarme de que no están aquí, esperaba poder verlas.

El anciano vuelve a asentir, como si me comprendiera a la perfección y sintiera lo mismo que yo. Apoya ambas manos en el bastón y me dice:

—La doña y yo nos encariñamos bastante con ellas, ya que todos llegamos más o menos al mismo tiempo. No sabemos si al final se decidieron a cruzar el puente y acabar con todo o si regresaron de vuelta. ¿Qué cree usted, señorita?

Aprieto los labios y me encojo de hombros, no quiero que sepa que conozco la respuesta a esa pregunta. Me siento aliviada cuando veo que asiente y alza también los hombros, sin insistir en el tema.

—La doña jura que cruzaron el puente; dice que las pequeñas se cansaron de esperar a quienquiera que estuvieran esperando. Pero yo creo que no. Rayne quizá se hubiese ido, pero nunca habría conseguido convencer a su hermana Romy… es una cabezota de tomo y lomo.

Entorno los párpados, convencida de que se ha equivocado.

—Espere, espere… —le digo al tiempo que sacudo la cabeza—. Se refiere a Rayne, la cabezota, ¿verdad? Romy es la más dulce, la más amable de las dos.

Asiento esperando que él también lo haga, pero me mira con la misma expresión desconcertada de antes y hunde el bastón aún más en la tierra.

—He dicho lo que quería decir. Que tenga un buen día, señorita.

Me quedo inmóvil observando cómo se aleja con la cabeza alta y la espalda erguida, balanceando el bastón con aire alegre. Apenas puedo creer que me haya dejado así, y me pregunto si mi comentario lo ha ofendido de algún modo.

Bueno, el hombre es bastante viejo, y las gemelas son igualitas… o al menos lo eran cuando vivían aquí y llevaban esos uniformes de colegiala todos los días, así que no quiero ni imaginarme cómo vestían antes de que Riley se encargara de ellas. Sin embargo, había algo en la forma de hablar del anciano que mostraba mucha seguridad en sí mismo, así que no puedo evitar preguntarme si lo he entendido todo mal. O si la Rayne resentida, cruel y gruñona está reservada solo para mí.

—Señor… —le digo con la esperanza de que pueda oírme antes de alejarse demasiado—. Oiga, perdone… ¿le parecería bien que entrara en la casa y echara un vistazo? Le prometo que no romperé nada.

El hombre se da la vuelta y agita el bastón con garbo mientras responde:

—Sírvase usted misma. No hay nada ahí dentro que no pueda reemplazarse.

Se gira y prosigue su camino mientras empujo la puerta y me adentro en la casa. Mi pie se encuentra con una sencilla alfombra roja trenzada que amortigua el ruido de mi peso sobre el suelo de madera. Hago una pausa lo bastante larga como para que mis ojos se adapten a la escasez de luz mientras contemplo la gran estancia cuadrada que contiene unas cuantas sillas de respaldo recto y aspecto poco confortable, una mesa de tamaño mediano y una enorme mecedora de madera situada junto a una chimenea llena de brasas que atestiguan un fuego reciente. Sé que acabo de entrar en una copia exacta del mundo del que Romy y Rayne huyeron en 1692, recreado sin rastro de hipocresía, mentiras y crueldad.

Avanzo por la estancia y contemplo las gruesas vigas de madera que se alinean en el techo mientras deslizo los dedos por las sencillas paredes rugosas y las mesas, llenas de libros encuadernados en cuero, varios candelabros y lámparas de aceite cuya luz se utilizaba para leer. No consigo deshacerme de la sensación de que me estoy inmiscuyendo en la vida privada de gente que no tengo claro si debería ver.

No obstante, al mismo tiempo sé que no es casualidad que me encuentre aquí. Mi destino era encontrar este lugar, de eso no cabe duda. Sé lo bastante sobre Summerland como para entender que los sucesos no son aleatorios. En algún lugar entre estas paredes hay algo que debo ver. Y mientras me paseo por un pequeño dormitorio de lo más sencillo, lo reconozco de inmediato como una copia del dormitorio de la tía que las crió, la mujer que las animó a esconderse en Summerland para librarlas de los juicios de Salem… que serían al final la causa de su horrible muerte. La cama es estrecha, no muy cómoda, y al lado hay una pequeña mesa cuadrada con un enorme libro con cubierta de cuero y algunas flores y hierbas secas. Y aparte de otra alfombra trenzada y el estrecho armario alto del rincón (cuya puerta está entreabierta y deja ver un vestido de algodón marrón que hay colgado dentro), el resto de la habitación está vacía.

Me pregunto si Romy y Rayne llegaron a manifestar a su tía alguna vez, como yo hice en cierta ocasión con Damen. Me intriga saber durante cuánto tiempo lucharon por seguir con la vida que conocían antes de rendirse y resignarse a una imitación de lo que había sido.

Cierro la puerta al salir y me dirijo hacia una pequeña escalerilla que conduce al desván. Agacho la cabeza para no golpearme con el techo inclinado y doy un respingo cuando la madera del suelo cruje estruendosamente bajo mis pies. Avanzo a toda prisa hacia la zona de la sala donde el techo es más alto, me yergo y me fijo en las pequeñas camas de las gemelas, en la mesita de madera que hay entre ellas con una pila de libros y una lámpara de aceite casi gastada… más o menos lo mismo que el dormitorio de su tía, salvo que las paredes están llenas de objetos del nuevo milenio y de referencias a la cultura pop que solo pueden atribuirse a la influencia de Riley. Cada centímetro de espacio está ocupado por un collage de las cosas favoritas de Riley y, conociendo a mi hermana, sé que las gemelas no tuvieron más remedio que hacerse fans también.

Paseo la mirada por la estancia, rodeada por los rostros felices de antiguas estrellas de Disney convertidas en magnates adolescentes, por el equipo de American Idols y por cualquier otro famoso que alguna vez ocupara la portada de la revista
Teen Beat
. Y cuando veo el trozo de hoja de cuaderno clavado en la puerta, no puedo evitar soltar una carcajada, a sabiendas de que este horario escolar, esta agenda de un internado inventado, solo puede ser cosa de mi hermanita fantasmal.

1.ª hora: Moda para Principiantes: Lo que debe, no debe y nunca debe faltar.

2.ª hora: Peluquería Básica: Técnicas básicas de peinado, un prerrequisito para Peluquería Avanzada.

Descanso: 10 minutos (que deben usarse para cotillear y acicalarse).

3.ª hora: Introducción a las Celebridades: Quién está bueno, quién no, y quién no es en absoluto lo que la gente cree que es.

4.ª hora: Popularidad: Un curso intensivo sobre cómo conseguirla y mantenerla sin perder tu personalidad en el intento.

Almuerzo: 30 minutos (que deben utilizarse para cotillear, acicalarse y comer, si es necesario hacerlo).

5.ª hora: Besos y Maquillaje: Todo lo que siempre has querido saber y temías preguntar sobre el brillo de labios.

6.ª hora: Introducción a los Besos: Qué es asqueroso, qué es repugnante y qué es lo que hace que un chico se emocione.

Una lista completa con todas las obsesiones de Riley, aunque estoy segura de que la última no llegó a experimentarla nunca.

Y justo cuando estoy a punto de marcharme, segura de que ya no hay nada más que ver, diviso un hermoso marco enjoyado colocado en lo alto de la cómoda y me pongo de puntillas para cogerlo. Sé que no es de Romy ni de Rayne, ya que la fotografía no se inventó hasta mucho tiempo después de que se marcharan de Salem, y ahogo una exclamación cuando veo que se trata de una foto de nosotras.

Riley, nuestro adorable labrador dorado, Buttercup y yo.

El mero hecho de ver el retrato despierta un recuerdo tan nítido, tan palpable, que es como un puñetazo en el estómago. Un puñetazo que me obliga a arrodillarme sin prestar atención al suelo de madera que me araña la piel de las rodillas, sin prestar atención a las lágrimas que se deslizan por mis mejillas y que luego caen sobre el cristal del marco, dejándolo borroso. Pero ya no miro la fotografía, sino las imágenes de mi mente. Reproduzco el instante en que Riley y yo nos apoyamos la una en la otra, sonrientes y muertas de risa, y sacamos la foto mientras Buttercup ladraba y corría frenético a nuestro alrededor.

Fue momentos antes del accidente.

La última foto que nos hicimos.

Una foto que había olvidado, ya que Riley murió mucho antes de tener oportunidad de descargarla en el ordenador.

Contemplo la habitación con la visión nublada por las lágrimas.

—¿Riley? —pregunto con voz vacilante y temblorosa—. ¿Riley? ¿Estás… viendo… esto? —Me pregunto si está aquí, si ha preparado todo esto, si me observa desde un rincón.

Utilizo la parte inferior del suéter para limpiarme la cara y luego limpio el cristal, ya que sé que aunque ella no responda, aunque ya no pueda hablar con ella, esto es cosa suya. Ha sido ella quien ha recreado esta foto. Quería que tuviera otro recordatorio de lo que compartimos en su día, algo que me recordara quién era yo hace un año.

Y aunque me siento tentada de llevármela de vuelta a Laguna, la dejo donde la encontré. Es un objeto de Summerland. Jamás sobreviviría al viaje de regreso a casa. Además, por alguna extraña razón, me gusta saber que está aquí.

Bajo la escalerilla para volver al salón, segura de haber visto ya todo lo que debía, y me preparo para marcharme. He llegado casi a la puerta principal cuando me fijo en un cuadro que he pasado por alto al entrar. Tiene un marco sencillo y tosco fabricado con unas cuantas tiras de madera pintada. Pero lo que despierta mi interés es el tema, un elegante retrato de una mujer atractiva aunque algo sencilla… al menos según los cánones actuales. Tiene la piel pálida y los labios finos. Su cabello castaño oscuro está apartado del rostro, probablemente recogido en un moño en la nuca. Sin embargo, a pesar de la seriedad de su pose y de la dureza de su expresión, hay un brillo alegre en sus ojos, como si solo estuviera fingiendo ser la mujer dura y estricta propia de su época, como si posara de esa forma por bien del decoro, a pesar de que en su interior ardía un fuego que poca gente habría imaginado.

Y cuanto más miro esos ojos… más segura estoy. Aunque intento convencerme de lo contrario, convencerme de que no es posible bajo ninguna circunstancia… ese resquemor subliminal que me ha estado reconcomiendo, encendiéndose y apagándose durante las últimas semanas, se manifiesta ahora ante mí de una forma tan clara y desconcertante que no puede ser ignorado.

Mi exclamación ahogada resuena en la estancia, pero es una exclamación que solo oigo yo… mientras huyo por la puerta y regreso al plano terrestre.

Estoy impaciente por alejarme del rostro que flota delante de mí… por alejarme de un pasado que acaba de completar el círculo una vez más.

Capítulo diecinueve

N
i siquiera me paro a pensar ni un segundo en ello. Me limito a crear el portal, aterrizo de vuelta en el plano terrestre y me dirijo a casa de Damen.

No obstante, cuando llego a la puerta de la verja, me lo pienso mejor.

Las gemelas estarán allí.

Las gemelas siempre están allí.

Y esto es algo de lo que sin duda no debemos hablar en su presencia.

Sin embargo, las puertas de la verja ya están en movimiento y Sheila me indica alegremente que pase, así que avanzo y conduzco hacia el parque. Aparco el coche en el arcén y me acerco a los columpios. Me siento en uno de ellos y me impulso hacia delante con tanta fuerza que me pregunto si daré una vuelta de campana. Pero no. Solo me balanceo hacia delante y hacia atrás, disfrutando del viento en las mejillas mientras vuelo cada vez más alto, y del ligero vuelco en el estómago cuando bajo a toda velocidad. Cierro los ojos y llamo a Damen para que se reúna conmigo… utilizando los pocos poderes de los que aún dispongo antes de que el monstruo despierte y comience con su pasatiempo favorito: sabotearme. No han pasado siquiera diez segundos cuando aparece delante de mí.

El ambiente ha cambiado, se ha visto encendido por su presencia, y su mirada me provoca un delicioso hormigueo cálido en la piel. Y cuando abro los ojos para enfrentarme a su mirada… es como la primera vez que nos vimos en el aparcamiento del instituto: un instante mágico y hechizante de entrega absoluta. El sol a sus espaldas lo envuelve con su resplandor de tonos naranjas, rojos y dorados, como si emanara de él. Me aferró a este momento durante el máximo tiempo posible… porque soy consciente de que solo es cuestión de tiempo que se apague, que mis sentimientos por él vuelvan a entumecerse.

Damen se sienta en el columpio de al lado, se impulsa y alcanza de inmediato mi ritmo. Ambos nos balanceamos con deleite hacia lo alto antes de caer en picado de nuevo… en una clara analogía de nuestra relación durante los últimos cuatrocientos años.

Sin embargo, cuando me mira con expresión expectante, sé que lo decepcionaré cuando sepa que estoy aquí por los motivos que él piensa.

Tomo una honda bocanada de aire y empiezo a hablar a pesar del nudo que me cierra la garganta.

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